CAPÍTULO 10
El carguero Escarceador salió suavemente del hiperespacio y comenzó a describir un arco en dirección a Bimmiel. A Corran Horn le gustaba el fácil manejo de aquella nave. No era tan sencillo como pilotar un Ala-X, pero tampoco como dirigir un planetoide.
—Tiempo estimado de llegada: treinta minutos.
Ganner gruñó para hacer saber a Corran que había escuchado el comentario. Contemplaba fijamente tres ventanas holográficas de datos superpuestas. Una representaba Bimmiel como una bola verde caqui con dinámicas rayas azules que emanaban de un gran océano en el hemisferio sur. Había cascos de hielo en ambos polos, y el del sur se extendía hasta el océano. Las lecturas atmosféricas y otros datos llenaban el espacio alrededor del planeta. La segunda ventana mostraba un grupo de imágenes de la flora y la fauna originarias del planeta. Y la tercera y última, la que Ganner estudiaba con más interés, era la imagen de un satélite repetidor de comunicaciones que, en opinión de Corran, había perdido la antena.
—El satélite está dañado. Ese pulsar dificultaría las comunicaciones incluso en las mejores circunstancias, pero sin el satélite los mensajes no pueden emitirse.
Corran asintió.
—¿Tenemos los códigos necesarios para extraer los datos almacenados en el satélite?
El otro Jedi pulsó un botón del panel de comunicaciones y negó con la cabeza.
—O los códigos no funcionan, o el satélite no nos recibe sin la antena. Podríamos recuperarlo. Puedo emplear la Fuerza para llevarlo hasta uno de los hangares. Desde ahí podríamos utilizar un cable para establecer un contacto directo.
—De momento no es tan importante —Corran miró sus datos de navegación—. El satélite se ubicó en una órbita geosincrónica sobre el campamento base, ¿no?
—Así es. Están ahí abajo, en el continente norte.
—¿Cómo es el clima en el planeta?
Ganner frunció el ceño.
—Tormentas de arena constantes. El aire estará lleno de polvo, pero seguro que podremos respirarlo si utilizamos filtros.
—¿No es como en Belkadan?
—No hay indicios de cambios atmosféricos fuera de lo normal. Bimmiel tiene una órbita elíptica, y ahora se encuentra en la zona más alejada del sol. El informe imperial se llevó a cabo en la más cercana, así que no estamos seguros de lo que nos espera. Los imperiales apenas localizaron formas de vida, pero yo puedo percibir muchas, ¿tú no?
—Sí, yo también.
—No hay pruebas de que los yuuzhan vong estén ahí —Ganner le miró fríamente a través de la imagen del satélite—. Y, antes de que lo preguntes, no hay pruebas de que el daño causado al satélite lo provocara el disparo de plasma de un coralita, o simplemente un micrometeorito al golpear la antena.
Corran comprendió lo que quería decir Ganner con su cauto comentario.
—Lo sé, no se puede atribuir todos los problemas a los yuuzhan vong. No sabemos si están aquí o no —Pero claro, dado que no podemos percibirlos con la Fuerza, la única forma de saberlo es viéndolos. Y no tengo ganas de vivir semejante encuentro—. Nuestra misión es encontrar a los universitarios y sacarlos de ahí.
—Qué fácil.
—A no ser que nosotros lo compliquemos —Corran contempló la pantalla de visualización—. Aterrizaré la nave e intentaré acercarme a una distancia prudencial del campamento.
El carguero, un corelliano YT-1210 modificado, tenía forma de disco plano, lo que permitió a Corran introducirlo en la atmósfera bimmieliana sin problemas. La masa del carguero conseguía que las terribles tormentas no lo desequilibraran mucho. Corran puso el compensador de inercia al noventa por ciento, lo justo para poder percibir mejor el vuelo del Escarceador. La tormenta zarandeó un poco la nave, pero Corran no perdió el control.
La turbulencia dejó un poco pensativos a Ganner y a Corran. El viaje desde Yavin 4 había durado unos cuantos días, y su relación con Ganner se había vuelto más cordial a medida que las picaduras de garnant desparecían de su piel. Aun así, ya era evidente para Corran que Ganner no iba a echarse atrás en cuanto a sus ideas sobre el método correcto para proyectar una imagen imponente de los Jedi; y Corran, por su parte, nunca estaría de acuerdo en utilizar el miedo como herramienta para coaccionar a la gente.
A medida que se acercaba el momento del aterrizaje, Ganner se mostraba más tirante. Se puso sus vestiduras azules y negras, encendió su sable láser, peinó su cabellera y recortó su barba con pulcritud. Corran tuvo que admitir que Ganner era el sueño de un reclutador hecho realidad y que, físicamente, era un hombre impresionante. Tiene exceso de confianza, va demasiado arreglado y es bastante impertinente, pero en apariencia es el ejemplo perfecto de un Jedi.
Corran activó un interruptor que hizo descender el tren de aterrizaje del carguero. Miró el indicador de altitud y apagó los propulsores para hacer descender la nave lentamente. Chocó con algo cuatro metros antes de donde pensaba que la nave tocaría tierra, pero siguió descendiendo hasta tocar el suelo.
Una siseante cortina de arena azotaba el cristal de la cabina. En un momento dado se despejó, dejando entrever un horizonte lejano, pero después otra capa cubrió el transpariacero. Había sombras oscuras en la zona, pero la arena no permitía a Corran distinguir dónde se encontraban.
—Creo que nos hemos hundido en la arena, así que no saldremos por la rampa de descenso —Corran señaló hacia arriba—. Lo haremos por la escotilla superior.
Ganner asintió y dio a Corran un par de gafas y un respirador que llevaba integrado un intercomunicador.
—El sensor da lecturas al oeste, a unos cien metros. Es probable que se trate del campamento.
—¿No hay señales de vida?
—Sí, pero no humana —Ganner cerró los ojos un momento y asintió—. Formas de vida muy pequeñas. Nada preocupante.
—Gracias.
Corran puso los ojos en blanco mientras dejaba atrás a Ganner y se introducía en el túnel de la escotilla superior. Subió por la escalera, abrió los cierres y se sentó en el borde de la salida circular.
Una cortina de arena marrón se cernió sobre él. Corran escondió la cara instintivamente y sintió que un kilo de barro le bajaba por el cuello de la túnica y se le quedaba trabado en la tripa, a la altura del cinturón. Dado que el respirador sólo filtraba la arena del aire, podía oler el seco aroma del ambiente. Lo más sorprendente era lo frío que era el viento. Al alejarse del sol, el planeta se enfría. Por eso no es un mundo caliente como Tatooine, sino sucio. Es demasiado para el vestuario de Ganner.
Corran miró hacia abajo para ver el desaguisado que había provocado la arena en las vestiduras de Ganner, pero todo lo que vio fue arena alrededor de sus pies, como si estuviera parado en un agujero que se llenara rápidamente. Buscó con la Fuerza y descubrió el escudo que Ganner estaba proyectando con la Fuerza para mantener la arena rodeando el tubo. Mira qué mono.
Siguió subiendo por la escalera y contempló la arena que se amontonaba tras él. Luego se deslizó por la cúpula de Fuerza que tapaba el tubo. Ganner la expandió al subir, pero no tanto como para cubrir a Corran. Cuando salió, la burbuja estalló, cubriendo a Ganner como si fuera una túnica. Corran admiraba el control que Ganner tenía sobre la Fuerza, pero le parecía que utilizarla como un paraguas era casi tan reprochable como lo que Valin le había hecho a él con los garnants.
Corran avanzó hasta el borde del carguero y miró hacia abajo, a la arena que comenzaba a amontonarse contra el casco de la nave. Más allá percibió algo colorido, apenas visible, como una pequeña pirámide roja que supuso era la marca del campamento universitario. Se agachó y soltó al aire un puñado de arena.
Ganner se acercó a él.
—El suelo no está tan lejos.
—Tú mismo —Corran se sacó la túnica del cinturón y dejó que saliera la arena—. Tú dirás cómo se hace.
El Jedi más joven saltó de la nave y se hundió hasta la cintura en la arena. Apretó los puños un momento, luego se elevó serenamente y volvió al casco del carguero. Tenía las botas y los pantalones cubiertos de polvo.
—Está algo más lejos de lo que parece, ¿no?
Ganner rió burlón.
—¿Sacamos las motojets?
—No. El polvo es demasiado fino para que los filtros del motor lo extraigan del aire, se estropearán.
—Entonces ¿cómo llegamos hasta allí?
—Andando.
—Pero…
Corran saltó del carguero y aterrizó a cuatro patas. Los tobillos y las muñecas se le hundieron en un hueco entre dos pequeñas dunas. Se levantó un poco y comenzó a avanzar hacia el campamento universitario.
—Pero ¿cómo has podido…? No controlas la Fuerza lo suficiente como para…
Corran se volvió hacia Ganner y le invitó a seguirle con un gesto.
—Muévete por los huecos. Las partículas menos pesadas se desplazan por encima, pero las más pesadas se hunden y son más compactas. Iremos lentos, pero seguros.
Oyó a Ganner cayendo tras él, pero una ráfaga de viento ocultó al Jedi más joven. Corran utilizó la Fuerza para percibir a Ganner y lo encontró con facilidad. A su alrededor, y por todas partes, percibía vida; desde pequeños insectos a criaturas más complejas. Los más numerosos eran unos mamíferos del tamaño de un puño, pero había algo un poco más grande que se arrastraba más allá de su consciencia.
Siguió avanzando hacia el campamento y llegó con relativa facilidad al cabo de unos minutos. Un par de aglomeraciones rocosas definían el extremo occidental del asentamiento. Unos pedestales largos y oscuros se elevaban de entre la arena como los dedos de un hombre hundiéndose. Bajo ellos había pedazos de tela rasgada que en un pasado fueron trozos de tiendas de campaña. Ondeaban, rojos, azules y verdes, desde soportes que estaban casi enterrados en la arena.
Utilizando la Fuerza, Corran buscó vida en el subsuelo. Volvió a localizar a los insectos y a los pequeños mamíferos, muchos de ellos reunidos en la profundidad de una hendidura de la roca. Se percibía otro movimiento por la arena, algo que entraba en una tienda y volvía a salir. Tenía una ruta tan regular que Corran supuso que recorría un túnel y estaba saqueando un almacén de comidas o algo por el estilo.
Miró a Ganner.
—Aparte de ti, no percibo nada grande.
—Yo tampoco. Las criaturas pequeñas son shwpis. El equipo de investigación del Imperio descubrió que eran muy comunes en Bimmiel. El informe indica que son herbívoros y que se alimentan de abundante vegetación.
—Entonces, por lo que parece, han acabado con ella —Corran miró a su alrededor y se subió a una de las rocas—. Hay una formación rocosa mucho más grande al noroeste, puede que a medio kilómetro. Las aberturas podrían llevar a cuevas. ¿Volamos o andamos?
Ganner frunció el ceño.
—Incluso yo me cansaría si tuviera que llevar a los dos levitando hasta allí.
—No con la Fuerza, sino con la nave.
—Ah —se encogió de hombros—. Mejor andamos. Estoy un poco harto de la nave.
—Yo también —Corran bajó y se dirigió hacia el noroeste.
Como el viento procedía del oeste, pudo atravesar un hueco entre las dunas, escalar la siguiente y volver a cruzar otro hueco. Era más fácil que intentar cruzar un océano, dado que las dunas no se le echaban encima; pero, aun así, la arena conseguía meterse por todas partes y era bastante más dolorosa que el agua. El esfuerzo le hacía sudar, y el aire seco y frío le deshidrataba a marchas forzadas.
Mientras se abría paso hacia las rocas, empleó la Fuerza para investigar el entorno. No percibió muchos shwpis, y los que encontró parecían paralizados por el miedo. Temblaban en sus profundas madrigueras. A pesar de todo, otras formas de vida seguían arrastrándose y reuniéndose en los límites de su consciencia.
Corran siguió avanzando y, a unos cien metros del objetivo, se puso de rodillas. Se pasó una mano por la frente y se secó la palma húmeda en la pernera del pantalón.
—Por lo menos no hace tanto calor como en Tatooine.
Ganner bajó la duna y se agazapó junto a él.
—Cierto, eso sólo agravaría nuestras desgracias.
—Debería haberme acordado de traer agua —Corran frunció el ceño y elevó la cabeza cuando intuyó algo que le hizo estremecer. Hay algo moviéndose ahí. Miró a Ganner—. ¿Lo percibes?
—Sí, se acerca por esta línea de dunas, y lo hace rápido —Ganner señaló directamente al norte—. La arena se está moviendo un poco por allí.
Corran se dio la vuelta y se llevó la mano al sable láser. La arena se movía muy lentamente y caía desde la cima de las dunas. Percibía una forma de vida que se acercaba vertiginosamente bajo la fina y polvorienta capa arenosa. Era muy perceptible con la Fuerza, y casi de una intensidad cegadora al aproximarse. Corran dio un paso atrás por reflejo y agudizó su percepción de la Fuerza.
La cosa salió disparada de la duna. Fue apenas un borrón gris y blanco, que pasó por delante de Corran para hundirse en la siguiente duna. Su poderosa cola plana golpeaba de un lado a otro para acabar desapareciendo bajo la arena. La bestia avanzaba hacia el sur, y ambos hombres contemplaban la arena moviéndose a su paso.
No fue hasta que Ganner se volvió para mirarlo cuando Corran sintió el pinchazo en la cadera izquierda. Sus polvorientos pantalones negros mostraban un corte limpio, y la pálida carne le sangraba copiosamente. La herida no era profunda y no dolía mucho, pero si no se hubiera echado hacia atrás se habría quedado sin una buena parte del muslo.
Los ojos de Ganner se abrieron como platos mientras señalaba a la pierna de Corran.
—¿Es grave?
—No, pero podría serlo —Corran se dio la vuelta y señaló hacia el sur—. Está volviendo.
—Dos de ellos, y otro desde el norte —Ganner desenfundó el sable láser y activó la hoja de color amarillo sulfuroso—. Podemos detenerlos.
—Puede que a esos tres sí, pero hay más —Corran sintió que los shwpis se escondían aún más en la tierra. Esa posibilidad estaba descartada para Ganner y para él, lo que significaba que sólo les quedaba una opción—. ¡Corre hacia las rocas! ¡Ahora!
Las cosas, que era la mejor palabra que se le ocurría a Corran para nombrar a la sombra gris que le había cortado, se acercaron a toda velocidad hacia los dos Jedi, que corrían hacia las rocas. Corran se arrojó sobre una duna y se dejó caer rodando por el otro lado. Vio cómo la arena se encrespaba en un surco hacia él, y se agazapó.
La cosa salió de la duna y se lanzó directamente hacia él. Corran encendió el sable láser, lo elevó y lo dejó caer. La siseante hoja plateada golpeó a la criatura tras la mandíbula y justo delante de los hombros, en lo que debía de ser su cuello. El pelo gris se derritió con un humo acre y la arena se llenó de sangre negra. La cabeza de la criatura mordió a Corran en la pierna y luego siguió dando mordiscos por el suelo hasta quedar sin vida. El cuerpo, semienterrado en una duna, soltó un par de latigazos con la cola.
El morro de la criatura era largo y estaba incrustado en un cráneo con forma de cuña totalmente cubierto de quitina, o queratina, como si estuviera cubierto de uñas, pero mucho más sólidas y pulidas por el roce con la arena. Tenía los brazos cortos, pero potentes; con largas garras, claramente diseñadas para excavar. El pelo gris del ser era casi inexistente, a excepción de una cresta en la nuca, y la larga cola plana estaba cubierta de escamas queratinosas. La ondulación lateral ayudaba a impulsar el flexible cuerpo a través de la arena.
Tan impactante como la apariencia física de la criatura era la peste que desprendía. A Corran le recordaba a una mezcla de vapor de carne podrida de ronto con la bebida fermentada más amarga, y con la fetidez del peor cigarro que jamás hubiera olido. Reprimió las náuseas y no le importó mucho que el mal sabor de boca anulara en cierto modo la peste que emanaba de la criatura.
Corran saltó por encima del cadáver y corrió lo más rápido que pudo por el hueco entre las dunas. Podía percibir dos de las cosas persiguiéndole. Me atraparán a menos que…
Se detuvo en seco y se lanzó sobre una duna. Al hacerlo, giró la empuñadura de su sable láser, activando la función bifásica. La hoja se alargó el doble y cambió de plateada a morada. El arma desprendió chispas cuando Corran lo hundió en la arena para ensartar a una de las cosas. La arena se estremeció violentamente cuando la criatura dejó escapar su último aliento vital.
¡Al estilo Jedi, sí señor!
El Jedi corelliano se agachó cuando la segunda cosa salió de la duna que tenía a la derecha y se le echó encima. El ataque le arrancó un jirón de la túnica, pero no alcanzó a arañarle la carne. La criatura, que aterrizó en la duna en la que agonizaba su compañera, atacó al ser moribundo. Sus mandíbulas se cerraron con fuerza, haciendo chasquear los huesos y emitiendo ruidos húmedos que daban a Corran ganas de echar a correr sin mirar atrás.
El Jedi subió una duna y luego otra. Ganner iba tras él saltando las dunas con zancadas prodigiosas, y ambos se alejaron en una ruta ligeramente desviada hacia el sur. Algunas criaturas parecían seguirles todavía, pero un numeroso grupo se desvió hacia los ensangrentados cadáveres que ya estaban siendo devorados. Las bestias cruzaban de duna en duna como peces saltando entre las olas, y soltaban grititos que recordaban a una masacre de unidades R2.
De pronto aparecieron dos hombres en la muralla rocosa hacia la que se dirigían. Llevaban sendas carabinas láser y comenzaron a disparar al aire. Las criaturas se dispersaron por la ruta más directa hacia las cuevas y se alejaron de los tiros, lo que permitió a Ganner y Corran aproximarse con más rapidez.
Completamente jadeantes, alcanzaron las rocas. Corran apagó el sable láser y se agachó para recuperar el aliento. Luego miró de reojo a uno de sus salvadores.
—Gracias por la ayuda.
El joven asintió y levantó el arma al ver a una mujer saliendo de la caverna. Era de constitución fuerte y llevaba el pelo gris recogido en un moño prieto. Tenía una mirada fría de ojos cobalto que indicaba que no toleraba ni la menor tontería por parte de las personas que la rodeaban. Por un segundo le recordó a su padrastro, Booster Terrik; pero cuando la mujer frunció el ceño, Corran pensó que era probable que con ella se llevara incluso peor.
Se puso las manos en las caderas y negó con la cabeza.
—Jedi. Era de esperar.
Ganner la miró con dureza.
—¿Qué significa eso?
Ella señaló las dunas con la barbilla.
—Sólo un idiota o un Jedi se atrevería a cruzar un campo letal de slashrats. Lleváis sables láser, así que sois Jedi —entrecerró los ojos—. Lo cual no quiere decir que no seáis idiotas, por supuesto.