CAPÍTULO 2

Agazapado en la cabina del simulador de Ala-X, el coronel Gavin Darklighter, comandante del Escuadrón Pícaro, se tocó con el pulgar el anillo que llevaba en la mano derecha. Estaba muy nervioso, pero sabía que no tenía sentido alargar aquello ni un segundo más. Miró al androide astromecánico R2-Delta que tenía detrás.

—Vale, Leo, pon la simulación denominada «caza de coralitas».

El pequeño androide dorado y blanco silbó con agrado y la cabina del simulador se iluminó con las luces y los datos que recorrían la pantalla principal. A pesar de los años de reajustes que el pequeño androide había pasado al servicio de Gavin, que incluían varios lavados de memoria y las actualizaciones de rigor, el robot siempre le daba la bienvenida con un breve informe del tiempo en Tatooine y en Coruscant. Gavin apreciaba ese detalle, y por esa razón no había cambiado al androide por un modelo nuevo, aunque la actualización Delta era muy apreciada porque aceleraba el proceso informático de navegación.

El gran cambio en su relación con el androide había sido su nombre. Al principio le llamaba Jawita porque pensaba que a cualquier jawa le encantaría tener ese androide. Más tarde, tras la crisis de Thrawn, un grupo de jawas intentó robarlo, pero él se defendió y llegó a herir a uno de ellos. Desde ese momento, Gavin comenzó a llamarlo Peleón, y después lo abrevió a Leo.

El campo visual del simulador se llenó de estrellas y después apareció un cinturón de asteroides, hacia el que Gavin llevó el Ala-X. Su caza se parecía mucho al viejo T-65 que solía llevar el Escuadrón Pícaro cuando se unió a los Rebeldes, pero el modelo T-65A3 era un par de generaciones más avanzado que los modelos originales. No era tan ágil como el nuevo XJ, pero el A3 tenía mejoras en los escudos y en los láseres que intensificaban la precisión y la potencia. El acuerdo de paz con el Remanente Imperial implicaba que había pocos enemigos con los que medir los nuevos cazas, y la nave había demostrado su gran capacidad letal cuando se había enfrentado a los piratas de las regiones del Borde de la Nueva República.

Gavin miró su monitor principal, pero no había nada parecido a una amenaza. Activó una ampliación de datos que expandía los perfiles de objetivos disponibles.

Leo, localiza a todos los seres vivos, incluso los del tamaño de un mynock, y cualquier cosa que parezca ir sin rumbo o con una trayectoria que se salga de lo normal para ser un meteorito.

El androide silbó a modo de asentimiento, pero la pantalla de Gavin no mostraba nada. Él frunció el ceño. ¿Qué se supone que tengo que ver? No es lógico que el almirante Kre’fey me haya dado acceso a esta simulación si aquí no hay nada.

Gavin dudó un instante. Sabía que su concepto de la lógica era ampliamente distinto al de un almirante bothan. En numerosas ocasiones, Gavin había tenido que aguantar la manipulación bothan de él o de sus órdenes, y la mayor parte de las veces había resultado un desastre. Pero aunque el clan Kre’fey se asociaba negativamente con el Escuadrón Pícaro por eventos de hacía más de dos décadas, Gavin había comprobado que el joven Traest Kre’fey era muy honrado en general, y especialmente a la hora de tratar con los miembros del Pícaro.

La consola principal dio un pitido y el pequeño monitor superior del Ala-X destacó un objeto distante. Gavin seleccionó el objeto y contempló su perfil y su imagen en el monitor secundario. A simple vista podía haberlo confundido con un asteroide y haberlo ignorado, pero se dio cuenta de que era demasiado simétrico. Le recordó en gran medida a una semilla, algo bulbosa en su parte central, pero afilada por ambos extremos. La parte trasera tenía un par de huecos que podían ocultar las unidades de combustión, y otro par de hendiduras que podían albergar armas.

Gavin se estremeció y aceleró el Ala-X.

Leo, empieza a grabar. Quiero tener la oportunidad de estudiar luego esta maniobra.

Utilizando el timón de vacío, Gavin apuntó el morro del Ala-X hacia una ruta que lo situaba detrás de la semilla. Ascendiendo hacia la derecha, activó un interruptor que colocaba los alerones-s en posición de ataque. Con un toque del pulgar, cambió los controles de sus armas al modo láser y los cuadró para que los cuatro dispararan al mismo tiempo.

La semilla giró y se colocó frente a la trayectoria de avance de Gavin. Los sensores no le indicaron ninguna activación de potencia, pero le perturbaba más el hecho de que no hubiera lecturas de motores encendidos. ¿Cómo se mueve esa cosa?

Antes de que las respuestas surgieran solas, Gavin dio un giro brusco a estribor y se elevó rozando la semilla. Soltó una ráfaga rápida y esperó que la semilla explotara, pero eso no ocurrió. Cuando el disparo se acercó al blanco, el haz giró sobre un vértice invisible y se deshizo en mil pedazos luminosos.

Por los huesos negros del Emperador…

La semilla avanzó rápidamente, girando para dirigir el morro hacia el Ala-X. Gavin se inclinó a babor y dio la vuelta, pero algo interceptó su nave. Leo empezó a chirriar al instante y los escudos delanteros del Ala-X se desactivaron. Algo amorfo y de color rojo comenzó a surgir del morro de la semilla y salió disparado hacia el Ala-X. Dio en el blanco y se quedó pegado. Lo que parecía ser roca derretida comenzó a colarse por el fuselaje de metal del caza.

Las sirenas de alarma se activaron, ahogando los silbidos asustados de Leo. Los mensajes rojos de alerta comenzaron a aparecer en el monitor principal, y todos menos uno pasaron demasiado rápido como para que Gavin pudiera leerlos. El que pudo leer informaba de la ignición prematura de un motor de torpedos de protones, que incendió el depósito de munición de babor y rasgó el Ala-X.

Atónito, Gavin se apoyó en el respaldo de su asiento. Los monitores se quedaron en negro y la escotilla de la cabina se abrió. Miró el cronómetro y negó con la cabeza.

Leo, hemos durado veinticinco segundos. ¿Qué era eso?

Un humano se asomó a la cabina.

—Coronel Darklighter, el almirante me ha enviado para felicitarle.

Gavin parpadeó y se pasó la mano enguantada por la perilla marrón.

—¿Felicitarme? He durado menos de un minuto.

—Sí, coronel, es cierto —sonrió el hombre—. El almirante se reunirá con usted en su despacho dentro de una hora y le explicará por qué hay que felicitarle por haberlo hecho tan bien.

* * *

Gavin se sentó tras su escritorio y contempló distraídamente las imágenes generadas en su holoproyector. La primera foto era de él con sus dos hijos, dos niños huérfanos que vivían cerca del hangar que había ocupado el Escuadrón Pícaro tras la crisis de Thrawn. Todos sonreían. La siguiente mostraba a los niños dos años después. Ambos seguían sonriendo pese a ir vestidos de etiqueta, de pie junto a Gavin y su prometida, Sera Faleur, el día de su boda.

Ella fue la asistente social que le ayudó en el proceso de adopción de los dos muchachos. Gavin sonrió al recordar a sus compañeros del escuadrón diciéndole que su matrimonio mixto no duraría. Ambos eran humanos, pero ella era de Chandrila y había crecido a la orilla del Mar de Plata, y él procedía de Tatooine. Pese a ser de distintos planetas, su convivencia fue sencilla.

La siguiente imagen mostraba a Sera y a Gavin con su primera hija, y tras esa foto vinieron otras con su hijo recién nacido y su siguiente hija. En una foto de una felicitación de Año Nuevo salían los siete juntos. Gavin recordaba con detalle lo felices que habían sido. Antes de conocer a Sera había asumido que nunca encontraría a alguien a quien amar, pero ella fue el bálsamo que curó su corazón roto. No le hizo olvidar el pasado y el amor que había perdido, sino recobrar la alegría de la vida y todas sus posibilidades.

—Espero no interrumpir nada, coronel.

Gavin miró a través de la imagen de su familia y negó con la cabeza.

—No, almirante, en absoluto.

Gavin apagó el holoproyector con cierto alivio, ya que la llegada del almirante bothan había detenido el ciclo de imágenes justo en ese punto, en los tiempos felices.

El almirante Traest Kre’fey tenía un parecido asombroso con los otros miembros de la familia Kre’fey que Gavin había conocido: el difunto general Laryn, abuelo del almirante, y Karka, el hermano del almirante. Pese a haber pasado cierto tiempo en compañía de bothanos, Gavin no podía recordar a ninguno que tuviera el pelo enteramente blanco, aparte de la familia Kre’fey. Traest no tenía los ojos dorados de sus dos parientes, sino violetas y con reflejos de oro. Gavin supuso que el violeta procedía de la rama de Borsk Fey’lya, ya que ambas familias estaban emparentadas en un complicado entramado de matrimonios.

Traest llevaba un uniforme negro de piloto desabrochado a medio cuerpo. Cerró la puerta del despacho de Gavin y se desplomó sin ceremonias en el sillón que estaba a la izquierda de la puerta. Gavin salió de detrás de su mesa y se dirigió a una de las dos sillas para que la conversación fuera más informal.

Se sentó y apoyó los codos en las rodillas.

—Me mató en veinticinco segundos. ¿Qué era eso?

El bothan sonrió.

—Enhorabuena. Yo morí en quince segundos en mi primer encuentro. A ti te salvó extraer los datos biológicos del objetivo.

—Eso me haría sentir mejor, si no hubiera muerto —Gavin frunció el ceño—. ¿Sabemos lo que era?

El almirante bothan se pasó las garras por la pálida cabellera.

—Hace dos días Leia Organa Solo habló ante el Senado e intentó advertirle de una fuerza alienígena desconocida que había atacado varios planetas del Borde Exterior, más allá de Dantooine. No fue bienvenida, pero dejó unos datos para la investigación. La simulación se ha creado a partir de ellos.

Gavin se apoyó en su respaldo.

—¿Me estás diciendo que esa semilla, esa «cosa», es un caza empleado por unos invasores del Borde Exterior?

—Sí. La especie que los creó les ha dado el nombre técnico de coralitas. Los crían a partir de algo denominado coral yorik. Ya sé que el nombre no da mucho miedo, pero me da la impresión de que hay matices que se pierden con la traducción. Yo prefiero llamarlos coris.

—¿La Princesa intentó advertir al Senado sobre esto y no le prestaron atención?

Traest negó con la cabeza.

—Hay poderes opuestos que han unido fuerzas para avivar la polémica del tema de los Jedi. La controversia está servida porque se acusa a un Jedi de llevar a cabo una acción imprudente que agravó el conflicto rhommamuliano. Varios poderosos senadores interpretaron las declaraciones de la Princesa como un intento de distraer la atención del problema Jedi. El hecho de que los Jedi tuvieran un papel clave en la destrucción de los alienígenas no ayudó nada.

Gavin asintió. Nunca había tenido problemas con los Jedi y, de hecho, uno de ellos, Corran Horn, era uno de sus mejores amigos. Había algunos Caballeros un tanto soberbios, pero Gavin ya había visto casos semejantes entre los pilotos de guerra, así que no le sorprendía en absoluto. Era un hecho que había ciertas cosas que sólo los Jedi podían hacer, y llevaba demasiado tiempo en el ejército para descartar una facción sólo porque algunos de sus elementos fueran conflictivos.

—¿Hay evidencias de que continúe la entrada de invasores?

—La verdad es que no, pero es lógico pensar que el proceso necesario para viajar de una galaxia a otra requiere contar con una base en la que renovar los recursos —el bothan sonrió—. Si gastas muchos créditos en ir a alguna parte, normalmente es porque te vas a quedar un tiempo.

—Eso es cierto y, además, los planetas del Borde no son el tipo de sitio al que vas de vacaciones —Gavin se pasó una mano por la boca—. Esos coris… son increíbles. ¿Cómo se mueven? ¿Cómo eliminaron mis escudos?

—Necesitamos investigar más para estar seguros, pero por lo visto poseen unas criaturas llamadas dovin basal que forman parte del propio caza. Esos seres manipulan la gravedad, que es el método que emplearon para rechazar tus disparos y acabar con tus escudos. Creemos que si potenciamos la esfera del compensador de inercia lograremos impedir que desactiven los escudos. Yo creo también que si reducimos la potencia de los disparos láser y aumentamos la cantidad, los coris se verán obligados a derrochar mucha energía para crear esos escudos de agujero negro. Mientras están ocupados absorbiendo los disparos, su capacidad de maniobra se verá mermada. Sin embargo, esa estrategia sólo es una hipótesis y sólo puede comprobarse en combate.

—Entiendo —Gavin juntó las manos—. Puedo poner al escuadrón a simular ataques contra esas cosas. Luego nos mandas al Borde y lo intentamos.

—Sabía que estarías preparado para esto y te lo agradezco, pero tenemos otro problema.

—¿Cuál?

El bothan suspiró.

—Teniendo en cuenta el rechazo que sufrió la Princesa Leia, cualquier acción que insinúe mínimamente que ella tiene razón será censurada. Aunque mi unidad se encuentra en el Borde en estos momentos, no puedo solicitar inspecciones de los lugares de batalla, ya que no se me permite ayudar a otros a inspeccionar, nada de nada. Actuar como si el informe de Leia tuviera credibilidad es un suicidio político.

—Ya, pero asumir que no la tiene es un suicidio real —el hombre miró al suelo y después a los ojos violetas de Traest—. Dado que Borsk Fey’lya lidera la Nueva República, esto no será fácil para ti, pero ignorarlo…

Traest alzó una mano anticipándose a los comentarios de Gavin.

—Coronel, el error que cometió mi abuelo en Borleias provocó la paulatina pérdida de poder de mi familia. En esa época yo ingresé en el sistema de la Academia Marcial de Bothan. Asistí a una de las escuelas satélite más pequeñas y tuve un instructor que no dejó de señalar ciertos fallos en el funcionamiento de la sociedad bothan. Espero que haya visto lo suficiente de mí a lo largo de los años como para saber que, al pertenecer a una generación más joven y más nueva, no tengo intención de hacer sólo lo que mis superiores creen que debo hacer. Por ejemplo, si supieran que le dejé hacer la simulación, me degradarían a oficial de vuelo y tendría que volver a ascender a mi rango por méritos propios.

—No le costó mucho la primera vez, almirante.

—Contaba con personal clave en los escalafones superiores cuando se produjo la dimisión militar bothan tras el problema caamasiano, por eso fue tan rápido. No me importa emplear la política si me conduce en la dirección en la que quiero ir, pero me disgusta cuando me impide hacer lo correcto —Traest abrió las manos—. Estaba pensando, coronel, que me gustaría contar con el Escuadrón Pícaro en el Borde. Podrían fingir ser un grupo pirata atacando sistemas remotos. Mis unidades en la zona os perseguirán, pero os permitirán escapar y os dejarán ocultaros para explorar lo que queráis.

—¿Y qué pasa si nos encontramos con una unidad de coris cuando estemos ahí fuera?

—Espero, por el bien de todos, que eso no ocurra —el bothan sonrió sombrío—. Pero, si aparecen, los destrozaremos y llevaremos al Senado una prueba que no podrá negar.