15
Faith y yo nos despedimos de Shaker y nos fuimos corriendo, riéndonos, mientras intentábamos taparnos con su paraguas, que no dejaba de balancearse. Al pasar delante de un recóndito portal descubrí a una niña que estaba allí acurrucada, con la cabeza cubierta por un fino chal raído. Había un bulto debajo de aquel chal, a la altura del pecho de la muchacha, y supuse que se trataba de su hijo. Me detuve mientras Faith seguía adelante.
Ella volvió la vista atrás para mirarme.
—¿Qué estás haciendo, Linny? —gritó.
Metí la mano en el bolso y descubrí con alegría que llevaba unos peniques. Se los ofrecí a la niña y, cuando sacó su brazo descubierto bajo el chal, Faith volvió a hablar.
—No le des nada, Linny —me reprendió—. No los animes a que vengan a pedir aquí. —Su voz tenía un tono despectivo, pero percibí en ella un fondo de lástima.
El brazo de la niña se movió de forma vacilante, a medio camino de mi mano y las monedas.
—¿Tienes a un niño ahí debajo? —pregunté. Aparentaba ocho o nueve años.
Ella asintió con la cabeza.
—Es mi hermano —dijo.
—¿Tienes algún sitio adonde ir?
La niña asintió de nuevo.
—Pero mi mamá está con un cliente en la habitación. Me ha echado fuera hasta que haya acabado.
Faith soltó un pequeño grito.
—¡Santo cielo! Sal de ahí, Linny.
—¿Tienes alguna moneda de sobra? —pregunté a Faith, llena de atrevimiento al presenciar los temblores de la niña y el silencio de la criatura escondida bajo el chal.
Faith abrió su bolso y sacó una moneda.
—No tengo nada más —dijo, poniéndose a la defensiva, como si la estuviera acusando de algo. En su rostro vi compasión, pero también miedo.
Le di las monedas a la niña y, una vez que las atrapó, retiró la mano hacia el hueco del portal.
—Venga, deprisa, nos estamos empapando —dijo Faith, y echó a correr.
Me apresuré tras ella. El viento procedente del Mersey soplaba a toda velocidad por delante de nosotras, creando ondas en la superficie de los charcos. Faith saltaba por encima de ellos como si no le importara nada, pero yo estaba acongojada.
Llegamos al salón de té sin aliento y con el pecho palpitante. Faith se sacudió el sombrero y al hacerlo salieron despedidas unas gotitas, y las señoras que había en una mesa cerca de la puerta fruncieron el ceño. Faith se rió de sus expresiones, lo cual nos sorprendió tanto a ellas como a mí. Ya era suficientemente grave habernos presentado sin acompañantes, pero montar una escena, como bien sabía yo a aquellas alturas, incumplía toda norma de etiqueta.
Cuando nos sentamos traté de quitarme de la cabeza la imagen de la pareja de niños del portal y los recuerdos que me traía.
—Faith, ¿qué opinas de esa pobre niña sin esperanza de futuro? —pregunté.
—¿Que qué opino? Pues que, obviamente, los ricos y los pobres (como el bien y el mal) siempre estarán entre nosotros, ¿no crees? Es lo que explica el reverendo Thomas Malthus sobre su miedo a la superpoblación. Es evidente que la población tiene una tendencia constante a crecer más rápido que los medios de subsistencia. Hay que aceptar que exista esa pilluela, y también su madre (que contribuye al gran mal de la sociedad). El año pasado mi padre leyó el Ensayo sobre el principio de la población, de Malthus, y lo citaba a menudo. La pobreza y la desigualdad forman parte del orden divino del universo. Es un consuelo saber que en realidad no se puede hacer nada.
—¿Y si alguien intentara cambiar ese orden?
—¿Por el bien de una persona, o de todas? —preguntó ella, pero entonces apareció el camarero e hicimos nuestro pedido.
Faith apoyó los codos en la mesa y sostuvo su cara entre las manos. En ocasiones se comportaba de un modo encantadoramente impropio de una dama, mientras que yo hacía todo lo que podía por mantener el decoro en público.
—Dejemos de hablar de los aspectos desagradables de la vida —dijo—. Tengo que decirte algo increíblemente maravilloso, Linny, y tienes que escucharme bien porque al principio puede que pienses que estoy loca. Y, por cierto, mis padres no me han dado permiso para venir aquí; bastante arriesgado fue ir sola a la biblioteca. Ellos creen que estoy leyendo en mi habitación.
Sonreí mientras ella confesaba lo que consideraba una fuga arriesgada. Pensé en la carne asada de cordero con salsa de menta que había pedido. Sabía que los peniques que le había dado a la niña le permitirían comprar una patata caliente, tal vez dos, si el dueño del puesto estaba de buen humor.
—Ahí va. He decidido que debo ir a la India.
—¿La India? ¿Qué...?
Ella alzó la mano.
—Escucha. Como te dije, es algo que llevo años pensando. —Se puso a toquetear el borde de encaje de su servilleta—. Siento que mi vida está vacía, Linny. Estoy llena de... hastío, supongo. Tengo rachas de melancolía... —Se detuvo y de repente puso los ojos en blanco, como si estuviera viendo algo dentro de su cráneo.
—Todos tenemos rachas de ese tipo, Faith —dije, pero no pareció que ella me oyera. Al momento siguiente volvió a fijarse en mí y me dedicó una sonrisa, aunque era casi una mueca.
—Mi padre ha dicho que puedo ir siempre que haya alguien que me acompañe —prosiguió, como si no se hubiera dado cuenta del momento que había pasado—. Desde luego, en el barco no faltarán acompañantes, mujeres casadas que van a reunirse con sus maridos después de haber traído a sus hijos para ir al colegio, o que simplemente vuelven de hacer una visita, pero él no está dispuesto a dejarme ir si no me acompaña alguien. —Hablaba apresuradamente.
Cuando hizo una pausa para coger aire dije:
—¿Por qué estás tan interesada en la India?
Faith echó un vistazo al local, que se estaba llenando poco a poco, y se detuvo cuando el camarero nos sirvió la sopa de puerros con albóndigas de perejil que habíamos pedido. Cuando se marchó, habló en voz baja.
—Linny, Liverpool tiene poco que ofrecer en materia de hombres interesantes.
—¿Y el señor Beck? Parecía agradable. Yo me imaginaba...
Rechazó mis palabras con un gesto de la mano.
—Oh, aceptó un trabajo en Londres. Nos separamos hace semanas. Supongo que me olvidé de comentártelo. —Había un dejo de desesperación en su voz que contradecía su actitud frívola—. Y, como te acabo de decir, en Liverpool últimamente escasean las opciones en cuestión de acompañantes.
Pensé en todos los hombres de la ciudad que había conocido. Probablemente ella tenía razón, aunque nuestras opiniones se basaban en impresiones diferentes.
—En realidad, es bastante angustioso. Espero que no te importe que hable tan abiertamente de mis... dificultades.
Basándose en varios comentarios que Faith había hecho, sabía que tenía casi veintiún años. Ya le había llegado el momento de buscar marido, y prácticamente se le había pasado. Como mucho le quedaba un año. Yo asentí con la cabeza.
—Y aunque a ti todavía te queda tiempo, me imagino que no has tenido ocasión de conocer a muchos jóvenes atractivos. —Tomó una pequeña cucharada de sopa—. Primero, tuviste que cuidar de tu padre y... ahora vives con tu tía y tu primo. Tienes que reconocer que no es muy emocionante.
No respondí, pero ella no se percató.
—Así que he decidido que tengo que ir a la India a conocer al hombre adecuado. —Al intentar sonreír alegremente le tembló el labio superior—. Si vinieras conmigo, Linny, tú también tendrías bastantes posibilidades de encontrar a alguien.
Me quedé con la boca abierta y la cuchara a medio camino entre la sopa y mis labios. Cerré la boca y bajé la cuchara.
—¿He oído bien, Faith? ¿Me estás diciendo que viaje contigo a la India?
—Sí. ¡Imagínatelo! «La encantadora señorita Vespry y la enigmática señorita Smallpiece, procedentes de Liverpool, llegan a Calcuta con la suave brisa de la estación fría.» Suena como una novela, ¿verdad? —Se había entusiasmado tremendamente, y su voz sonaba ahora bastante alta.
Me llevé un dedo a los labios para recordarle que nos estaban mirando.
—¿La India, Faith? Es demasiado... demasiado para mí. Necesito tiempo para pensar, para...
—Vamos, Linny —me interrumpió—, ¿qué es lo que necesitas pensar? ¿No preferirías vivir una aventura a sentarte detrás de ese biombo en la biblioteca? Y es casi seguro que encontrarás a alguien que te convenga.
Llegué a la conclusión de que lo mejor era decir la verdad.
—Aunque ir a la India suena increíblemente emocionante, no tengo interés en casarme todavía —le dije. «Ni nunca.»
Esta vez fue Faith la que se quedó boquiabierta de la sorpresa. Luego la cerró de golpe.
—¿Qué quieres decir? ¿A qué otra cosa pueden aspirar las mujeres como nosotras si no a casarse bien? —preguntó, confundida.
No tenía ninguna respuesta que darle.
—¿Y Celina? Me sorprende que no le hayas pedido que vaya contigo.
—A Celina no le interesa. Ya lo hemos hablado, brevemente, pero su corazón ya está ocupado. Aunque el suyo no es un amor correspondido. —Abrió mucho los ojos—. Ya sabes de quién estoy hablando, pero ella no pierde la esperanza, y no está interesada en marcharse de Inglaterra.
Comprendí que Faith debía de haberles hecho la misma petición a todas sus amigas solteras. Yo era su última esperanza.
—¿Y a tu familia le parece bien que te vayas?
—Oh, sí. Por lo menos a mi padre. Mi madre está menos convencida, pero mi padre cree que es una buena idea. Tiene varios amigos que trabajan para la administración de la Compañía de las Indias Orientales y entiende mejor estas cosas que mi madre. De hecho, tiene pensado viajar a Calcuta el próximo otoño, pero yo no quiero esperar tanto. —Vaciló y luego continuó—: Si lo esperase, no llegaríamos en el momento adecuado. La mejor época de todas (la temporada de la diversión) es la estación fría. Si espero a mi padre, la estación fría ya habrá acabado, y no me sentará nada bien. Unos buenos amigos de mis padres (el señor y la señora Waterton) me han invitado a mí y a una compañera. Podríamos quedarnos en su casa el tiempo que... haga falta.
Yo sabía que todavía no había acabado por el modo en que jugaba con el mango tallado de su cuchillo.
—Sé que mi madre preferiría que no me casara, aunque, naturalmente, ella nunca lo reconocería. Pero yo sé lo mucho que depende de mí. No se encuentra bien, y solo tengo dos hermanos.
Recordé las celebraciones que habían tenido lugar en casa de Faith, y me acordé de lo pálida y extrañamente hinchada que estaba su madre.
—Creo que mi madre está convencida de que cuidaré de ella mientras me necesite, y me da la impresión de que será hasta que lance el último suspiro. Aunque ella tiene buenas intenciones, y yo la quiero con todo mi corazón, la idea de hacerme vieja y convertirme en una solterona en esa casa no es lo que deseo. Quiero tener mi propio hogar, Linny.
Durante el momento de silencio que siguió, prácticamente pude oír el «antes de que sea demasiado tarde» que había quedado sobreentendido.
—En la India hay tres veces más hombres que mujeres —continuó—, y se celebran toda clase de acontecimientos: comidas y cenas, bailes y veladas. Sería imposible no encontrar a alguien. Puede que la India no sea el sitio en el que a una le gustaría pasar el resto de sus días, pero siempre se puede volver a casa. Vamos, dime que lo pensarás, por favor, Linny. —Me tendió la mano por encima de la mesa y yo se la cogí.
Entonces bajó la voz.
—No quiero insultarte —dijo—, así que, por favor, no te ofendas. No resulta difícil entender tu situación, y sé que si dijeras que vienes conmigo mi padre te pagaría el billete, además de un vestuario adecuado y cualquier otra cosa que pudieras necesitar. Él lo hablaría con tu primo, ya que él es tu guardián, y lograría su consentimiento. Una vez que estemos allí, seremos unas invitadas en casa de los Waterton, y ellos estarán más que encantados de recibir a unas jóvenes de la madre patria, con montones de noticias de Inglaterra que ellos no conocen. —Se detuvo para coger aire y a continuación siguió parloteando—. Me he estado informando sobre todo. El viaje puede durar aproximadamente entre cuatro y cinco meses, dependiendo del tiempo. Debe de ser muy emocionante navegar rodeando el cabo de Buena Esperanza. ¡Menudas vistas deben divisarse! A veces los barcos tienen que echar anclas en lugares desconocidos cuando la embarcación se ve arrastrada por el viento fuera de la ruta. Y el último puerto de escala antes de Calcuta es Aden. ¿Sabías que los nativos de Aden tienen unas matas de pelo de color rojo o amarillo? ¿A qué crees que se debe? —Volvió a alzar la voz.
Los comensales de las otras mesas estaban mirando subrepticiamente, y vi a varias personas que hablaban tapándose la boca con la mano, sin apartar los ojos de Faith.
—Y en las cálidas aguas del océano Índico hay ballenas y marsopas que saltan junto al barco, como si actuasen para los pasajeros. ¡Imagínatelo, Linny! —Al instante se tapó la boca con la mano—. Lo siento —dijo, cubriéndose con la palma—. A juzgar por tu expresión, te he insultado con mi oferta demasiado atrevida en lo tocante al dinero. Soy terriblemente impetuosa, lo sé. Mi padre dice que por eso es por lo que no... —Se detuvo.
Pero Faith había malinterpretado mi expresión.
Inesperadamente, y por primera vez en mi vida, había entendido el significado de la palabra «seducción». Si Faith Vespry pretendía seducirme con sus palabras, lo había conseguido. Había logrado avivar el sueño truncado que yo había enterrado tan escrupulosamente meses atrás, después de la muerte de mi pequeña Frances. Lo había avivado, y al hacerlo me había dejado débil y estremecida. No era una expresión de ofensa lo que Faith había visto en mi rostro, sino el despertar y el ansia.
El asunto más difícil de marcharme de Liverpool —tal vez lo más difícil que había hecho en mi vida de adulta— era contarle a Shaker mis planes. Le pedí que viniera de paseo conmigo un domingo soleado, días después de mi última conversación con Faith. Shaker y yo deambulamos por un amplio camino polvoriento situado justo a las afueras de Everton. A un lado del camino se alzaba un gran saúco con sus ramas extendidas, y me paré allí, bajo su sombra, para contarle todo lo relacionado con la invitación de Faith y mi deseo de acompañarla. Le conté que el señor Vespry se encargaría de los preparativos necesarios para que viajara a la India con ella, siempre que Shaker me concediera permiso para ir y alojarme el tiempo que estuviera allí.
Se quedó sorprendido.
—¿Te marchas? —dijo—. ¿Te marchas de Liverpool? ¿Te marchas de Inglaterra? —«Te marchas lejos de mí», pensé para mis adentros, aunque él no pronunció aquellas palabras.
—Sí, hay un barco, el Margery Ellen, que zarpa dentro de tres semanas. Nos llevará hasta Calcuta rodeando África.
—Pero ese viaje dura meses. Y es peligroso. La India es un país peligroso. ¿Qué harás cuando llegues allí? ¿Cuándo tienes pensado volver?
—No sé lo que ocurrirá cuando esté allí. Solo sé que no puedo dejar pasar esta oportunidad. Al pensar en este viaje me he vuelto a sentir como cuando quería marcharme de aquí y viajar en barco, como te dije que tenía planeado hacer cuando estaba en la calle.
Hubo un silencio. Entonces algo cambió en la cara de Shaker.
—La ruta de la pesca, ¿verdad? —preguntó, apretando la mandíbula.
—No te entiendo. —Me costaba mirarlo: la emoción se reflejaba abiertamente en su rostro. Parecía que lo estuviera viendo desnudo.
—Nadie habla de ello, pero todo el mundo lo sabe, Linny. Las mujeres desesperadas hacen ese largo viaje con la esperanza de pescar a alguien que se case con ellas.
—Bueno, en pocas palabras es lo que va a hacer Faith. Pero yo solo voy a acompañarla.
—¿Y tú, Linny? ¿No te irás dando los aires que has aprendido mientras has estado viviendo conmigo para encontrar marido? —Su voz poseía un matiz desconocido de crueldad.
—Shaker, ¿de verdad piensas eso de mí?
Él se giró a medias, de forma que solo su perfil quedó visible.
—¿Qué otra cosa quieres que piense? ¿No vives bien aquí? ¿Te falta algo?
No era crueldad lo que había percibido, sino dolor.
—No. —Me sentía avergonzada—. Me has dado más de lo que jamás pensé que podría tener. Una casa, un trabajo con el que disfruto, seguridad. Y nunca me has pedido nada a cambio. Pero, Shaker, quiero irme. Lo siento. Tú me lo has dado todo, pero...
—Podría darte más, Linny. —Se volvió para mirarme a los ojos y alzó la voz. Me dio un vuelco el corazón, pues sabía cuáles iban a ser sus siguientes palabras—. Cásate conmigo —dijo—. Por favor. Tú me haces sentir como nunca me había sentido antes, como nunca soñé que podría sentirme. —Me cogió la mano y noté que la suya estaba húmeda—. Te quiero, Linny. Tienes que saberlo.
Le miré las manos, juntas y temblorosas.
—No creo que me quieras, Shaker. Creo... Puede que yo te excite por lo que era antes. Por cómo me ves, y por lo que sabes que he hecho. —Escogí cuidadosamente las palabras, tratando de hacerle ver que si me hubiera poseído todas las veces que hubiera considerado necesario, me habría borrado de sus sueños y fantasías. ¿Cómo podía quererme un hombre que solo había hecho el bien, teniendo en cuenta lo mancillada que yo estaba por mi pasado?
—Lo que eras antes no tiene nada que ver con esto —adujo él—. Es la forma en que me haces sentir. Durante estos últimos nueve meses has conseguido que deje de odiarme. Me has enseñado que puedo sentirme como un hombre. —Entonces, con la misma rapidez con que me había cogido la mano, la soltó y se apartó. Su rostro se había puesto pálido—. Aunque, claro está, solo he hablado de cómo me haces sentir tú. He pasado por alto cómo te hago sentir yo a ti. Pero ahora lo veo. Lo único que te inspiro es lástima.
—¿Cómo puedes decir eso? Puede que al principio sintiera lástima por ti en algún momento, pero pronto desapareció cuando te observé y te escuché: no solo por la compasión que mostrabas conmigo, sino también con tu madre. Te he visto con tus amigos, con los miembros de la biblioteca, en acontecimientos sociales, e incluso con los tenderos. No siento más que admiración por ti.
—¿Cómo es posible que durante todo este tiempo no me haya dado cuenta de que la forma en que me sonreías, todas las atenciones que tenías conmigo, no significaban más que una forma de gratitud teñida de lástima? —Entonces retrocedió.
Me quedé sin argumentos.
—Estaba tan absorto en la felicidad que acababa de descubrir, Linny, que no me paré a pensar en la tuya. Perdóname. —Se volvió y caminó con rigidez en dirección al espeso bosquecillo que había a un lado del polvoriento camino, y contemplé admirada el aire orgulloso de sus hombros.
No volvió a casa hasta mucho después que su madre y yo nos hubimos ido a la cama. Yo no podía dormir, preocupada por cómo estaría él fuera en plena noche, pero finalmente oí cómo subía por la escalera. Sus pasos eran lentos y pesados. Se detuvieron en el rellano, y contuve la respiración, pensando que abriría la puerta, sin saber lo que haría o diría él, o cómo reaccionaría yo. Pero entonces se oyó el sonido suave de su puerta al abrirse y cerrarse, y nada más.
Al día siguiente Shaker no acudió al trabajo conmigo. Su madre bajó y me dijo que había pedido que informara al señor Ebbington que le había entrado fiebre.
—Nunca antes había faltado al trabajo. Nunca —me dijo, con una expresión en los ojos y la boca suavizada por la preocupación. Entonces vislumbré a la mujer que debía de haber sido en su día.
—¿Voy a ver si necesita algo? —pregunté, levantándome de la mesa donde tenía el desayuno.
—No. Me ha pedido que no se le moleste —contestó ella, y volví a sentarme y aparté el plato que Nan me había colocado delante, sintiéndome de repente incapaz de tragar.
Pasé un día angustioso en el trabajo, pero cuando volví Shaker me estaba esperando en la calle nada más salir del carruaje. El corazón me empezó a latir con fuerza al verlo; sentía alivio y ansiedad. El cielo estaba bajo y gris. Había llovido antes, y los aleros de las casas goteaban con un ritmo constante.
—¿Te encuentras mejor? —pregunté, aunque evidentemente sabía que la enfermedad que lo aquejaba no era física.
—Ven a dar un paseo conmigo —dijo, y me cogió la mano y la posó sobre su brazo con una firmeza que nunca antes le había visto.
Poseía un aspecto pálido pero decidido mientras nos dirigíamos a un establecimiento cercano con unas mesas en un rincón. Era un sitio limpio, con el suelo reluciente y el latón pulido, pero no había ningún cliente. Pedimos té y unos trozos de tarta de avellana.
—He pasado las últimas veinticuatro horas pensando en el tema —dijo, en cuanto estuvimos sentados—. Lamento mi comportamiento de ayer. Me avergüenzo de mí mismo.
Cerré los ojos por un segundo antes de atreverme a hablar.
—Por favor, Shaker, no eres tú el que debe avergonzarse, sino yo. Lo lamento. Yo... yo no siento nada, y no creo que llegue a sentirlo nunca. No por un hombre. —Traté de pensar en una forma de describir lo que me había ocurrido por dentro, pero no encontraba las palabras adecuadas.
—La gente casi nunca se casa por amor, Linny. Se casan por la compañía, por interés económico, por seguridad. Por la convención. No creo que el amor desempeñe un papel importante para mucha gente.
Aguardé por si tenía algo más que decirme, pero su boca permaneció cerrada formando una línea firme. El único sonido que se oía en el local era el ruido tenue de una cuchara de madera batiendo algo en una cazuela, que venía de detrás de la cortina que cubría una puerta.
—Me voy a la India, Shaker —dije en voz baja—, y creo que te quiero. Pero no como una mujer quiere a su marido. También creo que, si pudiera querer a un hombre de ese modo, tú serías ese hombre.
La nuez del cuello de Shaker se movió.
—Entonces, ¿debo aceptarlo y contentarme con eso?
Permanecimos en silencio, mientras nuestro té se enfriaba.
—Tienes que prometerme una cosa. ¿Me prometes que si las cosas no salen como esperabas allí y tienes que regresar a Inglaterra volverás conmigo?
—Ya te lo he dicho, Shaker, no puedo...
Shaker no me dejó acabar.
—Entiendo que no te quieras casar conmigo, Linny. Has dejado claros tus sentimientos, y no te lo volveré a pedir. Pero si alguna vez necesitas una casa o un amigo, yo te ayudaré en todo lo que esté en mi mano.
Estiré el brazo por encima de la mesa y posé mi mano sobre su mejilla.
—Algún día encontrarás a alguien mucho mejor que yo, alguien que te quiera como yo no puedo quererte. Y te olvidarás de mí, como debe ser —le dije.
La tarta permaneció intacta en medio de los dos. Bebimos el té a sorbos, pero nos levantamos sin haberlo terminado, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, y salimos a la calle. El cielo se había despejado, las nubes se habían retirado, y el aire veraniego era denso y oloroso. El sonido de unos niños jugando a lo lejos llegaba hasta nosotros. Entrelacé mi brazo con el de Shaker y junté su mano con la mía, y nos dirigimos lentamente, sin pronunciar ninguna palabra, a la casa de Whitefield Lane.
Esa noche fui a su habitación. Cuando entré él estaba de cara a la puerta con los ojos abiertos, como si me hubiera estado esperando. Se me ocurrió que a lo mejor me había esperado todas las otras noches, aunque la primera vez que me ofrecí para darle las gracias —de la única manera que sabía—, él se comportó como si no quisiera rebajarse hasta tal punto.
Me arrodillé junto a su cama con mi fino camisón, acariciándole la frente. Esta vez no se apartó: en lugar de ello se incorporó y retiró la colcha, y entonces pensé que mi antigua vida de puta no me abandonaría nunca, que siempre estaría dispuesta a ofrecer mi cuerpo. Pero al instante siguiente sentí una oleada de confusión: de repente me di cuenta de que no solo era yo la que le estaba ofreciendo a él una parte de mí misma en agradecimiento, sino también él a mí.
Me saqué el camisón por la cabeza y dejé que me viera a la luz de la luna. Él respiró hondo y contuvo el aliento. Me coloqué junto a él y entonces espiró. Nos quedamos tumbados el uno frente al otro, y finalmente respiramos al unísono. Su camisón olía a jabón. Al besarlo en la boca noté que olía ligeramente a perejil; un aroma refrescante. Mi boca había sido violada de muchas maneras, pero nunca antes había besado a alguien. La sensación de tener sus labios contra los míos era agradable.
Poco a poco, con delicadeza, temblando violentamente, Shaker me estrechó entre sus brazos, sus labios respondieron a los míos, y lo sentí contra mi cuerpo, preparado, con aquel breve y suave contacto.
Me tumbé boca arriba, lo atraje hacia mí y empleé mi mano —pues él se estremecía terriblemente— ara guiarlo hasta mi interior, y me quedé muy quieta, rodeando sus caderas con mis rodillas flexionadas. Al poco rato su cuerpo dejó de sacudirse de forma incontrolable y entonces, lentamente, como impulsados por una vieja familiaridad, nos movimos a la vez. Cuando apoyó su mejilla contra la mía, la tenía mojada de lágrimas.
Después se quedó completamente quieto. Era como si sus temblores hubieran desaparecido temporalmente con el desahogo físico. Observé cómo dormía sobre mi pecho herido, con las pestañas húmedas, y noté una dolorosa sensación de opresión en la garganta. Era un hombre de honor en quien podía confiar. Con él estaría segura.
Y comprendí, con una triste certeza, que la seguridad no era lo único que yo quería.