20

—MI señora, ha venido una joven que insiste en ver a lord Randwulf, y afirma que se trata de algo urgente, pero se niega a decir su nombre o a explicar el motivo de su visita.

—Su señoría ha salido a pasear a los perros, Harrison —contestó Adriana—. Tal vez yo pueda ser de ayuda a la dama.

El mayordomo vaciló.

—Perdonad, mi señora, pero la mujer no es una dama, en el mismo sentido que vos o lady Philana.

La joven enarcó las cejas, confusa.

—¿Quieres decir que la visitante no es una aristócrata?

—No, señora. Ni tampoco una dama.

—Oh. —Siguió un momento de silencio, mientras Adriana reflexionaba sobre las palabras del criado—. Dios mío, Harrison, espero que no sea pariente de Alice Cobble. No sé si esta casa soportaría otro ejemplar de la misma calaña.

—Mucho más hermosa y limpia, sin lugar a dudas, mi señora, pero su atuendo sugiere que tiene más experiencia del mundo que una mujer protegida de influencias desagradables.

—Creo que echaré un vistazo a esa..., eh..., hermosa criatura que quiere ver a mi marido —dijo Adriana. Pensando en el anterior matrimonio forzado de Colton, se preguntó qué aventura habría surgido de su pasado.

—Como deseéis, mi señora. —Harrison inclinó la cabeza—. La conduciré a la sala de estar.

Cuando el hombre se retiró, Adriana se acercó al largo espejo de cuerpo entero del vestidor e inspeccionó su reflejo con aire pensativo, mientras se volvía de un lado a otro. Su estado se hallaba en una fase demasiado avanzada para que alguien no lo advirtiera, aunque a ella le costara creer que llevaba casada cinco maravillosos meses. Su unión con Colton había supuesto la felicidad más arrebatadora que había conocido en su vida. Cada nuevo día, sobre todo ahora que junio ya había llegado, poseía su propia euforia, cada noche traía placeres sin cuento, no sólo en la unión de sus cuerpos, sino en la certeza de que su hijo era un ser único fruto de su amor y, al mismo tiempo, un individuo independiente. La piel tensa de su vientre los hacía reír cuando yacían el uno al lado del otro, contemplando los leves movimientos que se sucedían bajo el montículo protector que en otro tiempo había sido un estómago liso, y sentían bajo las manos el prodigio de los movimientos de su hijo. A Colton no parecía importarle que hubiera perdido su esbelta silueta. Por el contrario, daba la impresión de que estaba más ansioso que nunca por verla desnuda. En ocasiones, le frotaba el cuerpo con los aceites y lociones perfumadas que ella empleaba, aunque parecía atacar la tarea de una manera más metódica, disfrutando de la intimidad que el matrimonio y la paternidad inminente le permitían. Nunca había soñado Adriana que tendría un marido tan atento, tierno y adorador, ni que su amor por él, que antes de su matrimonio se le había antojado más allá de toda lógica, aumentara cada día más.

Si bien hacía calor, Adriana se echó un chal sobre los hombros para disimular hasta cierto punto su forma redondeada. Al mismo tiempo, cayó en la cuenta de lo nerviosa que estaba. Pese a tener la certeza de que Colton la amaba, la idea de plantar cara a otra mujer de su pasado la inquietaba como nada en los últimos meses.

Cuando la visitante oyó los pasos femeninos que se acercaban con rapidez sobre el suelo de mármol del pasillo central, se volvió con curiosidad, esperando ver a la madre del marqués. Se quedó estupefacta al ver a una mujer mucho más joven. La miró de arriba abajo, desde el cabello oscuro peinado con discreción hasta las zapatillas de piel apenas visibles bajo el dobladillo del vestido, pero sus ojos se endurecieron al percibir la curva redondeada que pretendía ocultar el chal.

La desconocida alzó la barbilla con altivez.

—He venido a ver a Colton, y a nadie más.

—Soy la esposa de lord Randwulf —fue la contestación de Adriana, ofendida por la libertad con que la otra utilizaba el nombre de su marido.

Concluyó su inspección de la visitante de la misma forma que había sido examinada, y tuvo que dar la razón a Harrison. Aunque su invitada era muy hermosa, carecía de la elegancia y finura de una dama experta en las costumbres sociales. Se había aplicado colorete en las mejillas, kohl en los párpados, y llevaba muy pintada la boca. Sus prendas también transmitían un atrevimiento, tanto en color como en diseño, que inducía a preguntarse por su profesión. Un turbante de colores vistosos le envolvía la cabeza, y una masa rizada de pelo oscuro caía sobre sus hombros y espalda. Grandes pendientes de oro colgaban de sus lóbulos. Un collar de oro de valor dudoso y varias otras cadenas le rodeaban el cuello. La desconocida era más baja que ella, decidió Adriana, pero más redonda en los lugares que los hombres preferían. Exhibía tales atributos con deliberación. Pese al ropón largo hasta la cintura de color magenta que llevaba, sus senos ponían a prueba el estrecho corpiño del vestido imperio, el cual revelaba el profundo valle que los separaba. Cabía dudar de que utilizara ropa interior, pues la seda se ceñía a su piel de una forma muy sugerente.

Adriana sonrió a la invitada, en un intento de fingir serenidad.

—Ahora que sabéis quién soy, ¿puedo tener el placer de saber con quién estoy hablando?

Los labios rojos se alzaron en una mueca altiva.

—Bien, supongo que podéis llamarme lady Randwulf..., o Wyndham, como prefiráis.

Adriana frunció el ceño, confusa.

—Imagino que no estáis emparentada con mi marido, puesto que es el último miembro de su familia que lleva el apellido Wyndham.

—Colton Wyndham es mi marido —anunció la visitante con expresión desafiante—, lo cual quiere decir que vos no sois su esposa.

Si le hubieran asestado un puñetazo, Adriana no habría reaccionado de manera diferente. Se desplazó tambaleante hasta una silla próxima y tomó asiento. Como si intuyera su preocupación, el bebé se movió de repente en su útero, lo cual provocó que la joven lanzara una exclamación ahogada y se llevara una mano al vientre.

—No vayáis a perder a ese pequeño bastardo —le advirtió su invitada con una sonrisa burlona—. De todos modos, tal como están las cosas, sería mejor que lo perdierais. Sería horrible que la gente despreciara cruelmente a la criatura por los pecados de sus padres.

—¿Quién sois? —gritó Adriana angustiada—. ¿Habéis venido con el único propósito de atormentarme, u os impulsan motivos más ambiguos?

—No sé qué queréis decir. —La visitante nunca había oído la palabra «ambiguos»—. Sólo he venido para reclamar a mi marido, y os descubro viviendo bajo el mismo techo. En cuanto a mi nombre, soy Pandora Wyndham y, si no estoy equivocada, mi hija vive aquí con mi esposo.

Adriana lo entendió todo.

—Es obvio que no estáis tan muerta como mi marido creía. De todos modos, me pregunto dónde habéis estado los últimos cinco o seis meses. Si le hubierais enviado un mensaje informándole de vuestra buena salud a poco de casaros, nunca habríamos contraído matrimonio. —Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, Adriana no resistió la tentación de emplear un poco de sarcasmo—. ¿Fue un pequeño detalle que no tuvisteis en cuenta hace meses, o una simple falta de etiqueta? Sea lo que sea, habéis tardado un poco en avisar que estáis viva.

—Morí, al menos uno o dos segundos, como el buen sacerdote atestiguará, pero reviví. Sin embargo, estaba tan débil por el nacimiento de mi hija que unos amigos me trasladaron de inmediato a climas más cálidos con la esperanza de que me recuperara por completo. Como podéis ver, sus atenciones me resucitaron, y he regresado a Inglaterra para reclamar a mi esposo y a mi hija.

Un silbido en el vestíbulo alertó a Pandora de que se acercaba la persona a la que había ido a ver. La voz de Colton confirmó su suposición.

—Id a buscar a Adriana —dijo el marqués.

Los alegres ladridos de los perros se convirtieron en gruñidos ominosos que aterrorizaron a Pandora cuando los dos animales entraron en la sala como una exhalación. Retrocedió a toda prisa, hasta que se golpeó la cabeza contra la repisa de la chimenea, donde se detuvo muerta de miedo. Intentó ahuyentar a los animales, agitando las manos con cautela, como temerosa de que un mordisco le arrancara un brazo o los dedos.

—¡Fuera! ¡Idos, idos! —gritó—. ¡Largaos, bestias!

—¡Aris! ¡Leo! ¡Portaos bien! —ordenó Colton desde el vestíbulo principal.

Obedientes, los perros se sentaron delante de su cautiva y miraron hacia atrás cuando su amo se acercó. La proximidad de los perros aconsejó a Pandora no moverse, y mucho menos cruzar la sala para saludar al marqués.

—Adriana, ¿qué han sido esos gritos? ¿Es que tenemos alguna visita por casuali...? —Colton enmudeció cuando vio a la mujer que los perros habían acorralado—. ¡Pandora!

—¡Aleja a esos animales de mí! —chilló la mujer, indignada, al tiempo que indicaba a los perros con un cauteloso ademán—. ¡No deberías dejar sueltas por la casa bestias como estas! ¡Podrían matar a alguien!

—Leo, Aris, venid —dijo Adriana chasqueando los dedos.

Los perros menearon la cola y corrieron hacia ella, para recibir las caricias en el lomo que ansiaban. Después, se dejaron caer sobre la alfombra, cerca de sus pies.

Pandora fulminó con la mirada a la morena, al comprender que había podido aplacar a los perros con tanta facilidad como el hombre. Airada, alzó el labio superior en una mueca sarcástica dirigida a la joven.

Pese al veneno que le lanzaba la actriz, Adriana sostuvo su mirada sin pestañear, antes de dirigir una mirada interrogativa a su marido. Para alguien tan astuto, le costaba mucho recobrar el aplomo. Era evidente que intentaba comprender las circunstancias de la situación tanto como ella.

Pandora procuró salvaguardar su orgullo, después de que los perros la habían hecho huir como un cerdo acobardado. Por difícil que fuera, levantó la cabeza con elegancia, como si posara para un retrato.

—Y bien, Colton, ¿no te alegras de verme?

—No especialmente —replicó el marqués con brusquedad—. Pensaba que habías muerto.

—Y lo estuve, al menos uno o dos segundos, pero reviví. Y ahora he venido a reclamar mis derechos de esposa tuya.

—¡Y un cuerno! —gritó el hombre con ojos destellantes—. ¡Sólo tengo una esposa, y es la que acabas de conocer!

La vehemencia con que Colton defendió a Adriana como su única esposa legítima, dispuesto al parecer a remover cielos y tierra antes que renunciar a ella, fue como una bofetada para Pandora. Procuró no bajar la barbilla para seguir fingiendo dignidad.

—Legalmente, Colton, soy tu esposa. Nada que digas o hagas cambiará eso.

—¡Pues pienso hacerlo! Si bien permití que el reverendo Goodfellow nos bendijera, sólo lo hice para dar a Genevieve mi apellido y protección.

—¿Genevieve?

—La hija a la que diste a luz, aunque ahora me pregunto si en verdad es mía. Tal vez me engañaste para que contrajera matrimonio contigo..., aunque ignoro con qué propósito, si bien intuyo que no tardaré en saberlo. —Frunció los labios en una sonrisa sarcástica—. Lucro, sin duda.

La mujer parpadeó, perpleja.

—No estoy segura de comprender el significado de la palabra... lucro.

—Beneficios, dinero. —Colton se encogió de hombros—. Es lo mismo.

—Oh, Colton, ¿cómo puedes insinuar que he caído tan bajo? Genevieve es nuestra hija, y, como madre, sólo quiero lo mejor para ella... y para ti.

Colton alzó la vista al techo con aire pensativo.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde tu supuesto fallecimiento? ¿Seis meses? ¿O han sido siete? Al menos, el suficiente para que mi esposa esté embarazada de casi seis meses. Teniendo en cuenta lo que has tardado en venir para decirme que no moriste como me hicieron creer, dudo seriamente que tuvieras algún deseo de estar con Genevieve. Estoy seguro de que lo estabas pasando en grande. De lo contrario, habría recibido noticias tuyas antes. ¿Qué te ha impulsado a venir por fin? ¿Se te han terminado los fondos? ¿O tu amante decidió abandonarte por un nuevo juguete? —Distinguió el repentino llamear de los ojos de la mujer y decidió que la última teoría era la más cercana a la verdad, cuando no el auténtico motivo de su aparición—. ¿Es eso? ¿Fuiste repudiada por tu rico admirador? Me parece más certera esa idea que creer en tu deseo de ver a Genevieve.

—Pues claro que quería verla, Colton. Al fin y al cabo, es mi hija..., tan seguro como que es tuya.

—¿De veras es mía?

El tono del marqués sugería que albergaba serias dudas sobre ello.

—Por supuesto. ¿Has olvidado que lleva la marca de tu familia? Dile a Alice que traiga la niña, y ella te refrescará la memoria. La marca es la prueba incontestable de que es tu hija.

Adriana abrió la boca para explicar que Alice ya no vivía bajo su techo, pero Colton le hizo un gesto disimulado para que callara. La joven obedeció al punto, imaginando que existía un buen motivo.

Colton se volvió hacia la actriz e inclinó la cabeza.

—Pediré a uno de los criados que vayan a buscar a la niña.

—¿Genevieve? —Pandora arqueó una ceja después de que Colton se excusó, y miró a Adriana con una sonrisa arrogante ¿A quién se le ha ocurrido? No me digas que has sido tú. Si es así, tendré que cambiar su nombre en cuanto expulse a la pequeña zorra que intenta usurpar mi matrimonio.

Adriana enlazó las manos sobre el regazo para reprimir una réplica sarcástica. Teniendo en cuenta el tiempo que llevaba desaparecida la actriz, imaginó que, aunque la unión de Pandora con Colton hubiera sido válida, su prolongación era contraria a todos los preceptos de Dios y el hombre, sobre todo si había tenido un amante.

—Fue la marquesa quien eligió el nombre.

—Te refieres a la madre de Colton. —Pandora echó hacia atrás la cabeza y rió, como regodeándose en la situación—. Por más que me he resistido a la tentación del título, me gustará mucho oír que mis amigos me llaman marquesa de Randwulf. No tardarán en lamerme la suela de los zapatos y ofrecerme papeles que hasta hace poco entregaban a jovencitas.

—Creo que mi esposo tiene en mente algo muy diferente de lo que vos imagináis —contestó Adriana—. Yo en vuestro lugar, no contaría con la adulación de vuestros conocidos.

Pandora lanzó una carcajada despectiva.

—Aunque Colton se arrepienta de nuestro matrimonio, querida, temo que no tiene escapatoria. Al fin y al cabo, poseo pruebas. El documento que firmó confirmará nuestro matrimonio.

Adriana guardó silencio, sin saber qué sucedería a continuación. Se sentía débil y asqueada por dentro, como si le hubieran arrebatado la mayor alegría de su vida. Ni siquiera encontraba consuelo en los movimientos del bebé, que parecía intuir su preocupación.

Colton regresó a la sala de estar.

—En este momento están cambiando a Genie —anunció—. Enseguida la bajarán.

—Hemos de hablar largo y tendido sobre nuestra hija y nuestro matrimonio, Colton —contestó Pandora, y avanzó hacia él con la mano extendida, como deseando afirmar lo juicioso de su razonamiento.

Como si un rayo se hubiera estrellado a su lado, Colton reaccionó al punto. Eludiendo a la actriz, se acercó a los perros tumbados a los pies de Adriana, se sentó en el sofá al lado de su esposa y apoyó la mano sobre su regazo. Entrelazó los dedos con los de ella y depositó sus manos sobre el hueco del vestido que definía el punto donde los muslos se reunían, al tiempo que apoyaba el dorso de la mano sobre el pronunciado vientre. Esta osada familiaridad habría estado fuera de lugar en compañía de otros; pero, en presencia de la visitante, Adriana agradeció la demostración de intimidad.

Pandora no pasó por alto el mensaje que Colton acababa de enviarle. El marqués había tomado una decisión.

Cada vez más irritada por la frecuencia con que la joven la dejaba en evidencia, Pandora fulminó con la mirada a la pareja. El saber que su amante más reciente había hecho lo mismo no sirvió para aplacar su orgullo.

—¿Genevieve se parece a mí? —preguntó, en un esfuerzo por desviar la atención del hombre.

La respuesta de Colton fue brusca y contundente.

—En nada.

—Se parecerá a ti, entonces.

—En lo más mínimo.

—Pero tiene que parecerse a alguno de los dos.

—No he advertido el menor parecido. Genevieve es exquisita y tiene los ojos azules y el pelo oscuro. Sólo tenemos en común la última característica.

Pandora pasó por alto el brusco comentario y alzó la barbilla.

—Si yo no soy exquisita, ¿quién lo es?

Colton lanzó una carcajada mordaz.

—¿Sabes lo que significa la palabra, Pandora?

—¡Por supuesto! —Movió la mano hacia Adriana—. ¿Acaso no soy más exquisita que ella? ¡Si casi me pasa una cabeza!

—Y yo diría que incluso ahora, en su avanzado estado de gestación, tú debes de pesar doce o quince kilos más que ella. Ella es lo que podría calificarse de belleza delicada, no sólo de apariencia, sino también de carácter. Nunca he podido decir lo mismo de ti, Pandora.

Los ojos de la actriz se encendieron ante el insulto. Siempre se había considerado más bella que la mayoría de las mujeres, y le enfurecía verse comparada de manera desfavorable con un miembro de su propio sexo, sobre todo cuando era seis años más joven que ella, como mínimo.

—Dices eso porque estás enfadado conmigo, Colton.

El marqués le dedicó una débil sonrisa, como si su suposición sólo lo divirtiera hasta cierto punto.

—Cree lo que quieras, Pandora. No diré nada más.

Unos momentos después, Blythe apareció con Genevieve y, después de entregar la niña a Adriana, hizo una reverencia y se marchó. La niña gritó de alegría cuando reconoció al hombre sentado a su lado. Colton sonrió, tomó a la niña en sus brazos y se levantó, para acercarse a continuación a la actriz.

—Te presento a Genevieve Ariella Wyndham —anunció a su visitante—. Como puedes ver, Genie no se parece a ninguno de los dos. —Ahora que podía comparar a la actriz con la niña de cerca, Colton se sintió en libertad de especular—. De hecho, Genie es tan diferente de ti, que me pregunto si es tuya. Su piel es clara, la tuya no. Su boca es delicada y pequeña, la tuya es...

—¡Pues claro que es mi hija! —insistió Pandora—. Hasta morí cuando di a luz, aunque estoy muy agradecida de estar viva hoy. También tengo la intención de reclamar lo que me pertenece, es decir, mi hija y mi marido. No puedes negar que estamos casados, Colton. Tengo papeles que lo demuestran. En cuanto a la niña, recuerdo muy bien que llevaba la marca de tus antepasados en una nalga. Si has olvidado ese pequeño detalle, voy a enseñártelo para demostrarlo.

Le arrebató a la niña, que se puso a chillar de miedo. Adriana corrió hacia ella, impulsada por una preocupación maternal, pero Pandora se volvió a un lado para impedir que la joven se apoderara del bebé. Cuando Adriana insistió, Pandora alzó un hombro para mantenerla a raya.

—A Genie no le gustan los desconocidos —dijo Adriana, mientras daba vueltas en torno a la actriz para coger a la niña.

Pandora volvió a levantar el hombro.

—¡Es mi hija!

—Dejad que la coja, por favor —rogó Adriana—. Si queréis ver su trasero, yo lo descubriré.

Otro chillido de terror de Genevieve hizo encogerse de dolor a Adriana lo cual pareció convencer a la actriz de que era mejor deshacerse de la niña, a la que casi arrojó a los brazos de Adriana en sus prisas por liberarse de ella.

—¡Tomad! ¡Coged a la mocosa berreante si queréis! Pero quiero que enseñéis a Colton la marca de sus antepasados.

Adriana acarició la espalda de Genie mientras volvía al sofá, cantando en voz baja una nana. Los sollozos fueron remitiendo poco a poco, y luego se oyeron los alegres gorjeos de un bebé que se sentía seguro en los brazos de una persona conocida, que la quería y se preocupaba por ella.

Transcurrieron unos momentos, y Pandora todavía no veía señales de que fueran a satisfacer sus exigencias.

—Bien, ¿vais a enseñarnos la marca o no? —preguntó con brusquedad a la joven.

Sin hacer caso de la mujer, Adriana continuó jugando con Genie, haciéndole dar palmaditas con sus diminutas manos y acariciándole la barbilla mientras seguía cantando la nana. La niña dedicó una sonrisa sin dientes a la mujer que le proporcionaba tanta devoción como una madre.

Pandora perdió la paciencia.

—¡Si no pensáis hacer lo que os he pedido, lo haré yo! —gritó en tono estridente.

Se encaminó hacia Adriana con aire amenazador, y los perros se pusieron en pie de un brinco. Los animales descubrieron los colmillos y emitieron gruñidos bajos. La actriz retrocedió al punto, llevándose una mano temblorosa a la garganta.

Colton lanzó una risita y volvió a sentarse al lado de su esposa.

—Parece que te has equivocado, Pandora.

Cuando Genevieve lo vio, rió y agitó los bracitos, como animándolo a levantarla. Colton la complació.

La actriz interpretó el papel de la pobre madre atormentada, con la esperanza de despertar la compasión del hombre.

—¿Eres tan cruel, Colton, que vas a apartarme de mi hija?

Colton lanzó una carcajada.

—Es una pena que nunca aprendieras el arte de llorar con sentimiento, Pandora. Tal vez me convencerías más de tu sinceridad. La verdad es que, aunque seas la madre de Genie, ella no te reconoce como tal, y no permitiré que vuelvas a asustarla. Si a mi esposa le parece bien, te enseñaremos la marca de nacimiento..., cuando le plazca a ella, no a ti.

Pandora pensó que era mejor no protestar. Si había aprendido algo acerca del coronel retirado, era que las lágrimas fingidas y los gemidos suplicantes no lo conmovían. Su última estratagema no había sido fructífera.

—Muy bien —aceptó, y retrocedió unos pasos.

Como no tenía ganas de complacer a su desagradable visitante, Adriana tardó bastante en desnudar el trasero de Genie. Cuando por fin lo hizo, y para estupefacción de Pandora y Colton, apenas quedaba un leve rastro de lo que había sido, en teoría, la marca de nacimiento de los Wyndham.

—Quiero que Alice baje enseguida —exigió Pandora enfurecida—. Quiero saber qué habéis utilizado para deshaceros de la marca. Habrá sido uno de vuestros trucos, porque la marca era tan clara como el agua el día que la niña nació. Alice sabrá qué habéis utilizado para borrarla.

—Alice se marchó hace un tiempo, Pandora —se alegró de anunciar Colton—, más o menos cuando contratamos a una nueva ama de leche, una mujer por la que Genie siente un gran afecto.

—¡La mocosa sentiría un gran afecto por cualquiera que tuviera una teta llena de leche! —bramó Pandora.

—No parecía querer mucho a Alice, y, pese a mi limitada experiencia, puedo decir que nunca he visto pechos más grandes ni exhibidos con tanto descaro como los de Alice. A decir verdad, Genevieve parecía muy disgustada por el descuido de la bruja.

—Es probable que Alice la mimara demasiado y la niña se volviera testaruda.

—Genie no se volvió testaruda, sino que estaba triste y apática. Como puedes comprobar con tus propios ojos, ya no es el caso. Lo que me intriga es dónde encontraste a alguien tan despreciable y cruel como Alice.

—Ya te lo dije. Limpiaba el teatro donde yo trabajaba.

—En ese caso, iré a verla para averiguar qué pomada aplicó a la nalga de Genie, sin duda a instancias tuyas, para que yo pensara que la niña era mi hija. Como Alice no ha podido volver a aplicarla desde hace dos o tres meses, la marca se ha ido desvaneciendo.

Pandora lo miró como poseída por un miedo interior, y el pánico se transparentó en sus ojos.

—Dudo que Alice haya vuelto al teatro. De hecho, me parece difícil que puedas localizarla.

—En ese caso, tendré que ir a Oxford en busca del reverendo Goodfellow —reflexionó en voz alta Colton—. Tengo amigos allí. Sabrán dónde está su iglesia.

Pandora agitó la mano en un gesto vago.

—El buen párroco se ha ido al extranjero. No sé adónde. Tal vez a Irlanda.

Colton reprimió una carcajada.

—Muy conveniente para mí.

La actriz pareció sorprenderse de sus palabras.

—¿Qué quieres decir?

—Que no podrá servir como testigo de nuestro matrimonio.

—Ah, pero hay una licencia con tu firma.

—¿Consta en tu poder ese documento? Es preciso, si albergas la intención de verificar su autenticidad ante un magistrado.

—Ahora no lo tengo, pero sé dónde está.

—¿Dónde?

—Bien... —Pandora se mordisqueó el labio inferior—. No me acuerdo dónde lo guardé con exactitud, pues he estado ausente un tiempo. Tal vez tarde un poco en encontrarlo. Estará en uno de los baúles que dejé en casa de un amigo.

—El reverendo Goodfellow dijo que lo llevaría a su iglesia de Oxford. En cuanto la localice, pediré a los párrocos que lo busquen, y después solicitaré al arzobispo que dictamine su legalidad, por si se trata de una falsificación. Lo hará de buena gana, teniendo en cuenta que firmó la licencia que permitía mi matrimonio con Adriana.

—Tus poderosos amigos no podrán anular nuestro matrimonio, Colton —replicó Pandora—. Tendrás que afrontar el hecho de que nuestro matrimonio es legal y vinculante. El documento demostrará su validez, pese a tus esfuerzos por negarlo.

—Bien, si no te importa, Pandora —dijo Colton en tono casi plácido—, haré lo que me parezca más conveniente. —Frunció el ceño—. Lo cual me lleva a la pregunta de por dónde debería empezar la búsqueda. Creo recordar una historia que me contaste hace años concerniente a tu hermano, tan experto en falsificar certificados que consiguió hacerse pasar por un erudito de Oxford. Falsificar un certificado de matrimonio sería sencillo en comparación. ¿Tu hermano también es actor? Tal vez te hizo un favor, personificando al buen reverendo Goodfellow..., en mi honor, claro está. Tendré que investigar esa teoría, sobre todo si nadie puede decirme quién es el reverendo Goodfellow o dónde está su iglesia.

Los ojos de Pandora destilaban veneno.

—Si osas mencionar este asunto a alguien que no sea de tu familia, Colton, la desgracia se abatirá sobre ti, y pronto se sabrá que la mujer con la que vives está embarazada. Supongo que eres capaz de imaginar la vergüenza que sufrirá después de saberse que está embarazada sin estar casada. Por su bien, no deberías seguir adelante. Además, si pretendes investigar a todos los párrocos de Oxford, los encontrarás ocupados, pues a los soldados que regresan les cuesta mucho encontrar comida y trabajo.

—¿Demasiado ocupados para aceptar una generosa donación por prestar su atención a este asunto, una cantidad que les permitirá ayudar a los soldados que no pueden encontrar trabajo y comida para sus familias famélicas? Estoy seguro de que tendrán en cuenta lo que ya he hecho para aliviar las necesidades de nuestros soldados y contratar a los que pueden trabajar. Seguro que ningún párroco se negaría a ayudarme. No obstante, entiendo por qué no quieres que les pida ayuda. Si el reverendo Goodfellow no existe, mi investigación conducirá a la detención de tu hermano, y muy posiblemente a la tuya.

Pandora se retorció las manos mientras paseaba de un lado a otro de la sala, abrumada por la insistencia del hombre. Con los años había llegado a conocerlo lo bastante bien para saber que podía ser muy persistente cuando quería saber algo o deseaba averiguar la verdad. ¿Acaso no le había advertido su hermano acerca del coronel años antes? No había cejado en la investigación de la desaparición de municiones y pólvora hasta que los culpables pagaron su traición con la horca, después de vender grandes cantidades de armas y suministros ingleses a los franceses. El hecho de que su hermano hubiera escapado con vida por los pelos y cubierto de harapos le había quitado las ganas de intentar engañar al coronel para siempre. No obstante, la idea no sólo de vengarse, sino de obtener una gran riqueza del actual marqués de Randwulf, había demostrado ser un poderoso incentivo.

Pandora lanzó una risita y utilizó su talento de actriz para esquivar el tema del certificado de matrimonio.

—No hace falta que te molestes en buscar el documento, Colton. Si de veras quieres que guarde silencio sobre nuestro matrimonio, sólo tendrás que mostrarte generoso conmigo, en lugar de hacerlo con los soldados...

Colton enarcó una ceja. Era la propuesta que había estado esperando desde que la había encontrado en la sala de estar.

—¿En qué forma?

—Bien, en forma de una generosa paga que me garantice vivir con holgura durante el resto de mis días.

—Extorsión, en otras palabras.

—No es eso, Colton. Sólo pido un poco de compasión, después de renunciar a mi legítimo título de marquesa y al derecho a... —Abarcó con un ademán todo cuanto veía y mucho de lo que no estaba a la vista—... todo esto.

Colton compuso una expresión pensativa.

—En este momento no me siento inclinado a aceptar tu propuesta, Pandora. Siempre me he resistido a ceder a las exigencias de los que intentan obtener beneficios de situaciones trágicas o difíciles, pero he de pensar en otros a los que el escándalo afectará. Seguiré reflexionando sobre la situación. Si acepto tus condiciones, tendré que saber dónde te alojas por si debo localizarte. ¿O piensas volver al teatro?

—La verdad es que ya no trabajo allí. —Como su orgullo se había visto herido en épocas recientes, Pandora alzó la barbilla, abatida por haber sido apartada brutalmente de lo que había sido una lucrativa y muy prestigiosa posición en el mundo del teatro—. Parece que han encontrado otra actriz que me sustituya, alguien más joven y, se supone, con más talento, pero estoy segura de que, con el tiempo, se darán cuenta de su error y vendrán de rodillas a buscarme para pedir perdón. Pero me aparto del tema principal. Por si quieres saberlo, había pensado instalarme un tiempo en la zona..., en esta casa, de hecho, por ser legalmente tu mujer. —Adoptó una expresión de mártir sufriente, como herida por su rechazo—. Pero ya veo que no lo deseas en este momento, pues has encontrado a una más joven que aplaque tus necesidades. Sabes sin duda que tu actual amor es sólo tu amante, a lo sumo, pues yo soy todavía tu esposa legal. No podrás cambiar esa circunstancia a menos que obtengas el divorcio, pero eso supondría muchas dificultades y mala reputación.

Como si no hubiera escuchado a la mujer, Colton hizo saltar a Genevieve sobre su regazo, lo que arrancó grititos de alegría. La actriz se llevó las manos a los oídos, como si sufriera atroces dolores.

—¿Has de hacer eso? —se quejó Pandora—. Me hace daño a los oídos.

Viendo cerca el rostro sonriente de Adriana, Genie quiso llamar su atención y le dio un beso en la boca. Había visto con mucha frecuencia que el hombre hacía algo similar a la hermosa dama cuando estaban juntos. Por si no fuera suficiente, la niña se sentó con cierta brusquedad en lo que quedaba del regazo de Adriana, y después, como si sentarse no fuera lo que en realidad deseaba, trató de incorporarse agarrándose a lo primero que tenía a mano. Adriana casi lanzó un grito cuando el puñito de la niña se cerró sobre el lugar donde su vestido abultaba... y apretó el vulnerable pezón de debajo. Un pecho de mujer era territorio familiar para la pequeña, que se inclinó y buscó el pico oculto con la boca abierta.

Colton se apiadó de su mujer y levantó a Genie de su regazo. Intentando disimular su dolor, Adriana se apoyó contra su marido y dobló el chal sobre su busto para ocultar la mancha de humedad, a la espera de que el dolor desapareciera.

—Ay, las alegrías de la paternidad —se burló Pandora, y después miró el vientre redondeado de la joven con una sonrisa despectiva—. Parece que estáis haciendo lo posible por dar un heredero a los Wyndham. Es una pena que nazca bastardo.

Colton sintió que su esposa se estremecía, y cruzó un brazo por encima de su torso, como para protegerla de las afrentas de la actriz. Apoyó una mano sobre su muslo y la acurrucó contra sí.

—No pasa nada, mi amor —murmuró, con el fin de apaciguar sus temores—. Superaremos esto, te lo prometo.

Estas palabras avivaron los celos de su indeseable invitada.

—Bien, dile eso si crees que servirá de algo, Colton —dijo Pandora con ira contenida—, pero no sé cómo vas a cumplir tu promesa, puesto que no estáis casados de verdad.

La mujer se encogió cuando vio la feroz mirada de los ojos grises de Colton. Nunca lo había visto tan enfurecido.

—No me dejas otra elección, Pandora —replicó el hombre con frialdad—. Entérate de que removeré cielo y tierra en busca de pruebas que demuestren que nuestro matrimonio fue una farsa. Y en caso contrario, apelaré al más alto magistrado de esta nación para demostrar mi inocencia de cualquier delito, así como mi ignorancia de que seguías con vida cuando me casé con mi esposa. Puedo asegurarte que utilizaré todos los privilegios a mi disposición, incluido el hecho de que soy un héroe de guerra, para conseguir el derecho a expulsarte de mi vida y sellar mi matrimonio con la única mujer que he amado en mi vida. ¿Me has entendido?

—¡Lo pagarás caro si intentas echarme sin un penique! —gritó la actriz con voz estridente, lo cual provocó que la niña se pusiera a llorar de miedo—. No podrás quedarte con Genie. ¡Exigiré mis derechos de madre, y no pararé hasta que me la devuelvan!

—En ese caso, tendré que demostrar que no es tuya, ¿no crees? —replicó Colton—. Tal vez tarde un tiempo, pero estoy convencido de que lo conseguiré.

Los ojos de la actriz destellaron.

—¡Estúpido! No sabes los escándalos que deberás afrontar si osas rechazarme. Me vengaré de ti y de tu dulce esposa aunque tenga que acostarme con todos los magistrados del país para ello, créeme. Puedo ser inmensamente persuasiva cuando quiero. Interpretaré el papel de víctima, mientras intrigo, miento y propago toda clase de historias escandalosas sobre vosotros dos. Cuando haya terminado, no podréis pasear por Londres con la cabeza alta, ni mucho menos por este miserable lugar que llamáis vuestra finca rural.

Pandora se serenó y, adoptando una postura más digna, hizo una leve inclinación de cabeza a Adriana y después a Colton.

—Gracias por vuestra hospitalidad...

—Una cosa más antes de que te vayas, Pandora, si no te importa —la interrumpió Colton en tono plácido, pese a las amenazas proferidas por la mujer.

Pandora, que ya se había encaminado hacia la puerta de la sala de estar, se detuvo al punto, segura de que el hombre iba a ceder. Se volvió hacia él con una ceja arqueada, expectante.

—¿Qué quieres?

—Tal vez puedas ahorrarme la molestia de preguntar a los trabajadores del teatro donde actuabas si Alice Cobble prestaba sus servicios allí, y si quedó embarazada durante la última parte de ese período. Si es necesario, explicaré que estás intentando reclamar a la niña como si fuera tuya. Estoy seguro de que se mostrarán ansiosos por negar la idea de tu embarazo, así como la escenificación de tu fallecimiento en la casa de Londres la noche de tu presunta muerte.

»También les preguntaré si conocen la sustancia que Alice Cobble utilizó para crear la marca de nacimiento en el trasero de Genevieve y retocarla. Tuvo que ser una mancha resistente, porque aguantó mis esfuerzos de borrarla aquella noche. Y como Alice nunca vio mi marca de nacimiento, debo suponer que tú hiciste un dibujo. ¿Mientras dormía, tal vez? —Lanzó una carcajada—. Debía de estar muy agotado en aquella ocasión, pero muchas veces estaba exhausto física y mentalmente de los combates, y sólo deseaba dormir. Tal vez tu hermano, con su talento para la falsificación, redujo su tamaño al de un bebé y realizó diversos bocetos para que Alice los utilizara cuando la niña creciera. Es una pena que la bruja fuera tan despreciable, hasta el punto de que nadie de aquí la aguantara. Sin Alice a mano, la mancha se desvaneció.

Sus teorías enmudecieron a Pandora, porque había dado en el clavo. El hombre era mucho más listo de lo que había sospechado.

Lo miró como si no entendiera qué estaba diciendo.

—No sé de qué me hablas.

—Antes de que supieras quién era yo, me dijiste que no podías tener hijos y en los años posteriores, nunca te quedaste embarazada. Estoy seguro de que tenías otros amantes, pero nunca vi pruebas de que hubieras dado a luz. Sólo después de que la London Gazette me saludara como a un héroe, averiguaste que era heredero de un marquesado. En cuanto conseguí el título, diste a luz, todo en teoría. Muy conveniente para ti, pero la esterilidad que demostraste durante nuestra prolongada relación me lleva a cuestionarme cómo tuviste a Genie. Si Alice quedó embarazada mientras trabajaba como mujer de la limpieza en el teatro, estoy seguro de que consideraste ventajoso ofrecerle una buena cantidad por su bebé. Tal vez hasta le diste una bolsa en el momento de vuestro acuerdo, y le prometiste una más generosa en cuanto te entregara un recién nacido. Al fin y al cabo, si tu plan salía bien, te harías rica, y Alice parecía lo bastante insensible para aceptar ese tipo de trato. Lo que me asombra es cómo una mujer tan fea como Alice pudo dar a luz una niña tan guapa y encantadora como Genie. Claro que, si su bebé murió, no me extrañaría que robara otro recién nacido con el fin de conseguir la bolsa que le prometiste.

»Así que tal vez robó el bebé sin más —prosiguió Colton— o trabajó de comadrona para obtener uno. Daba igual que fuera niño o niña, mientras estuviera vivo. A Alice no debió de costarle nada decir a la verdadera madre de Genie que su bebé había muerto, y dejar en su lugar a su propio bebé fallecido.

Ladeó la cabeza con aire pensativo y continuó especulando en voz alta.

—Si pregonara por todas las carreteras y caminos secundarios de Inglaterra que entregaría a Alice una generosa recompensa si me aportara pruebas innegables de quiénes son los padres de la niña, creo que accedería a darme lo que busco, aunque eso supusiera poner al descubierto tu jugada. Alice parece la clase de mujer capaz de hacer cualquier cosa a cambio de dinero. ¿Has pensado en cuáles son las probabilidades de que Alice guarde pruebas irrefutables de que no eres la madre de Genie?

—Ya he oído bastantes tonterías —dijo airada Pandora, al ver que sus esperanzas de enriquecerse a costa del marqués se desvanecían—. Me alojaré en una posada de las afueras de Bradford hasta recibir noticias tuyas, y si no, informaré a las autoridades que estás casado dos veces y tus dos esposas viven.

Salió de la sala de estar y, al ver que Harrison corría hacia la puerta, le indicó con un ademán irritado, que se apartara.

—¡Muchas gracias, pero ya conozco el camino! ¡Vete al infierno!