3

—AQUÍ viene —dijo Samantha con una dulce sonrisa de bienvenida, cuando vio que su madre bajaba la escalera.

Un mes antes Philana Wyndham había cumplido cincuenta y tres años, y, si bien su pelo color leonado se había teñido de blanco con el paso del tiempo, aparentaba diez años menos. Todavía esbelta y muy hermosa, se movía con una elegancia que parecía carente de edad. Sus vivaces ojos azules, aun húmedos como estaban en aquel momento, constituían su rasgo más impresionante.

Una oleada de emociones inexplicables se apoderó de Colton cuando vio que su madre se acercaba, y tuvo que tragar saliva para empujar el nudo que se le había formado en la garganta. En su ansiedad por reunirse con su madre nada más llegar, había entrado cojeando por la puerta principal sin detenerse a anunciar su presencia mediante la pesada aldaba de hierro forjado. Su brusca invasión del vestíbulo había dejado boquiabierto a Harrison; pero, en cuanto el mayordomo posó sus ojos desorbitados en el intruso, sus preocupaciones se desvanecieron al instante. El parecido entre padre e hijo era inconfundible. El anciano había librado una difícil batalla con las lágrimas mientras hablaba de su fallecido señor, y después lloró sin disimulos cuando Colton le rodeó los hombros con un brazo y lamentó con él la pérdida de su padre.

Tras dejar al mayordomo, Colton había subido la escalera a toda la velocidad que le permitió su cojera. Su madre contestó a su llamada a la puerta con una invitación apagada a entrar, y las rodillas casi le fallaron cuando entró en la sala de estar. Sollozando de alegría, la mujer se había abalanzado hacia él, y casi se quedó sin aliento debido al prolongado abrazo. Más tarde, las lágrimas habían dado paso al dolor cuando recordó la breve enfermedad que se había llevado al marido que tanto adoraba. Sedgwick siempre había sido sano y fuerte, había murmurado mientras dos riachuelos gemelos resbalaban por sus mejillas. Al amanecer de aquel día había salido a montar con Perceval y Samantha, y parecía muy jovial, pese al descaro del joven advenedizo Roger Elston, que había acudido a la mansión en busca de Adriana, la cual, junto con sus padres, estaba invitada a cenar. Si bien resultó evidente para todo el mundo que la inesperada aparición del aprendiz la había mortificado, Sedgwick había disimulado su irritación con el joven y ordenó que pusieran otro cubierto en la mesa, en lugar de permitir que Adriana creyera que era ella la causante de la dificultad. Antes de retirarse a su dormitorio, Sedgwick había tomado su coñac de rigor en la sala de estar; pero, apenas una hora más tarde, Philana despertó y lo descubrió a su lado retorciéndose de dolor de estómago y cubierto de sudor frío. Su estado había empeorado durante los dos meses siguientes, hasta que por fin sucumbió a la desconocida enfermedad.

Colton deseó poder borrar la tristeza que todavía nublaba los ojos de su madre, pero sabía que continuaría llorando la muerte de su esposo hasta el fin de sus días. Sus padres se habían amado con gran devoción. Del mismo modo, habían cuidado de su prole con idéntico cariño, les habían enseñado los conceptos básicos de honor y dignidad, y procurado que destacaran en todas las facetas de su vida. Durante los años de ausencia, Colton había estado demasiado ocupado para pensar en el hogar y la familia. Sin embargo, en los momentos de tranquilidad había descubierto que anhelaba ver a sus padres, pero había aprendido de pasadas experiencias que mirar atrás llenaba su corazón de arrepentimiento. El pasado había quedado atrás, se había recordado con frecuencia. No podía escribirse de nuevo. Había elegido su camino, se había forjado una vida propia, lejos del control de su progenitor. Se había hecho a sí mismo y no se arrepentía de nada, excepto de haber herido a sus seres queridos.

Philana calló cuando el mayordomo se acercó a ella. Tras años de leales servicios, ya no necesitaba preguntarle qué deseaba. Philana habló con voz ronca.

—Tomaremos el té en la sala de estar, Harrison.

—Sí, mi señora. En cuanto a la cena de esta noche, la cocinera querría saber si todos los presentes se van a quedar.

—Creo que sí, Harrison.

Adriana se apresuró a corregirla.

—Perdonad, mi señora, pero creo que no será tal el caso. —Hizo una profunda reverencia cuando la mujer la miró, y se explicó—. El señor Fairchild nos rogó que dejáramos a la señorita Felicity en Wakefield a tiempo de que él la acompañara a su casa antes del anochecer. Stuart nos llevará allí, y luego los dos regresaremos aquí antes de la celebración de esta noche. En cuanto a Roger, no asistirá. —Oyó que el aprendiz ahogaba una exclamación, y se volvió para dirigirle una mirada significativa cuando entró desde la sala de estar, adonde se había retirado unos momentos. Teniendo en cuenta el anterior intento del hombre de plantar cara a su anfitrión, consideraba justificada su decisión. Además, ya había puesto demasiado a prueba su paciencia en lo que iba de día. Se volvió hacia su anfitriona—. Nuestra breve ausencia permitirá a vuestra familia un poco de intimidad para disfrutar del regreso de lord Colton y de su disposición a tomar las riendas del marquesado.

Adriana intentó borrar de su mente la presencia de aquel que, una vez más, había despertado un tumulto en su interior; pero, cuando Colton se acercó, supo que sería inútil fingir indiferencia. Alzó la vista para mirar aquellos ojos grises transparentes, y se quedó asombrada de las súbitas palpitaciones de su corazón cuando la sonrisa del hombre destacó los hoyuelos de sus mejillas. Consiguió aparentar calma, pese a la agitación que sentía en el pecho.

—Estoy contenta y agradecida de que hayáis vuelto, mi señor. —No podía creer que le faltara hasta tal punto la respiración, como si le hubieran arrebatado el aire de los pulmones—. Ahora vuestra madre y vuestra hermana ya no tendrán que preocuparse por vuestra seguridad.

Colton tomó sus esbeltas manos entre las de él, sin conceder a Adriana la posibilidad de retroceder. Había observado que, poco después de que su hermana lo había reconocido, el comportamiento desenfadado que la belleza morena había exhibido tras entrar en la mansión se había evaporado. No podía culparla por contenerse en su presencia, teniendo en cuenta que la última vez que habían estado juntos se había mostrado díscolo y rebelde. Pese a la reserva de la joven, se sentía desafiado a salvar el abismo que los separaba. Al fin y al cabo, no podía permitir que una vecina cercana pensara mal de él, ¿verdad?

Por otra parte, valoraba sobremanera la amistad de una mujer muy hermosa e igualmente inteligente. La primera característica la había desarrollado con asombrosa perfección durante su ausencia. La segunda era la razón principal de que su padre se hubiera obstinado tanto en que fuera su esposa. El intelecto siempre había sido una virtud muy importante para los Wyndham, y Sedgwick se había fijado en alguien que poseyera dicha característica.

—Te ruego que des recuerdos de mi parte a tus padres, y diles que tengo muchas ganas de verlos, cosa que pienso hacer pronto, cuando les vaya bien. Enviaré una misiva a Wakefield Manor para preguntar por la oportunidad de dicha visita, y espero que encontremos el momento adecuado. —Clavó los ojos en los de ella, en busca de algo que no sabía qué era—. Y si me concedes unos minutos de tu tiempo en el curso de mi visita, Adriana, me sentiré agradecido. Tenemos muchas cosas que recordar.

Su voz era un murmullo ronco, increíblemente cálido, que la estaba derritiendo. No daba crédito a lo que el hombre era capaz de hacer con sus sentimientos, y con tan poco esfuerzo. Tendría que haber rechazado su petición. Ojalá pudiera hacerlo, pues descubrió que la afectaba de tal manera que temía futuros encuentros. Sin embargo, no encontraba una forma de escaparse sin dar la impresión de que aún no lo había perdonado, lo cual distaba de ser cierto. Pese a su furiosa partida del hogar, en el fondo de su corazón siempre lo había considerado su prometido. Al fin y al cabo, era lo que los padres de ambos siempre habían deseado, y planificado para llevarlo a la práctica.

Los ojos de Colton no se apartaron de los de ella ni un momento cuando se llevó su mano a los labios. «¡Detenlo! —chilló su mente—. ¡Te está utilizando como un juguete!»

—Vuestras visitas siempre serán bienvenidas —murmuró ella mientras intentaba liberar los dedos de su presa, pero, insistente como siempre, el hombre no se rindió—. Debido a la predisposición de nuestros padres a visitarse mutuamente cuando éramos pequeños, casi se podría decir que Wakefield es una mera prolongación de vuestra casa.

Colton escrutó las delicadas facciones, ansioso por descubrir la prueba de una leve sonrisa.

—Me gustaba mucho más, Adriana, cuando me llamabas Colton. ¿Has olvidado que te enfadabas conmigo y me dabas patadas en las espinillas por burlarme de ti y de mi hermana, y luego, cuando yo paraba por fin y me volvía a casa, me perseguías canturreando «Colton corre colina abajo, asustado de su sombra y de mí también, según me han dicho»?

Adriana puso los ojos en blanco, con el deseo de que él olvidara aquellos recuerdos angustiosos, pero dudaba de que lo hiciera, pues daba la impresión de que disfrutaba tomándole el pelo acerca del pasado. Su sonrisa tenaz parecía confirmarlo.

—Vuestra memoria es más fiel que la mía, mi señor. Había olvidado todo eso. Pero debéis tener en cuenta que en aquel entonces no era más que una niña, y eso fue mucho antes de que accedierais a un marquesado. Habéis estado fuera tanto tiempo, que llamaros por vuestro nombre de pila sería como tutear a un desconocido. Si fuera tan descarada, mi madre me llamaría al orden.

—En tal caso, tendré que hablar con tu madre y convencerla de que la familiaridad cuenta con mi bendición. Hasta entonces, Adriana, ¿serías tan amable de reconsiderar mi petición?

Adriana experimentó la sensación de que la había acorralado en un rincón del que no podría escapar. Su perseverancia era inaudita. Apenas había empezado a pensar que había ganado la batalla de las voluntades, cuando se enfrentaba de nuevo a la perspectiva de tener que ablandarse, sólo para borrar la idea de que le guardaba algún rencor.

—Lo reconsideraré... —Esperó a que su sonrisa se ensanchara en señal de triunfo, y luego añadió con aire travieso—:... a su debido tiempo, mi señor.

Colton puso los ojos en blanco al darse cuenta de que la dama seguía siendo muy descarada, pero no pudo reprimir una carcajada. Clavó los ojos grises en los de ella y, con una sonrisa, hizo lo posible por devolverle la jugada con un madrigal.

Mi amor demuestra en el atuendo su sensatez,

con inusitada perfección.

Para cada estación existe un atavío,

invierno, primavera y verano.

Bella sin mácula es

vestida de pies a cabeza,

pero la belleza personificada es

sin prendas que la cubran.

Adriana se quedó boquiabierta y, como en los días de su infancia cuando se enfadaba con él, echó hacia atrás un brazo con el ánimo de propinarle un buen cachete, pero las estentóreas carcajadas del hombre le hicieron recobrar a tiempo la lucidez y frenó su venganza.

—¡Sois un demonio, Colton Wyndham! —gritó, y después se tapó la boca con una mano, al darse cuenta de que había reaccionado como él quería. Sacudió la cabeza, bajó el brazo y se calmó lo suficiente para dedicarle una sonrisa, cuando recordó lo bien que Samantha y ella lo habían pasado con él cuando eran pequeñas.

Sin perder su sonrisa, Colton se puso a saborear su nombre.

—Adriana Elynn Sutton. Hermoso, no cabe duda.

Ella lo miró con suspicacia, como un pollito que escapara para buscar refugio de un halcón, carcomida por la curiosidad de saber qué estaba tramando en esos momentos.

—Es un nombre como cualquier otro.

—Posee el sabor de la carne en mi lengua. Me pregunto si sabrás igual de bien.

Adriana deseó poder abanicarse las mejillas ardientes sin por eso mostrar que había logrado alterarla.

—No, mi señor, temo que soy bastante agria y ácida. Al menos, es lo que mis hermanas afirman cuando se enfadan conmigo.

—Supongo que es cuando intentan manipularte para que hagas lo que ellas quieren y, a cambio, tú las humillas con tu bella y deliciosa nariz.

Era lo bastante parecido a la verdad para que a Adriana se le pusiera la piel de gallina.

—Quizá.

Colton se inclinó hacia ella.

—Bien, Adriana, ¿quién te desafiará cuando Melora abandone el nido?

La joven alzó su delicada barbilla, y una sonrisa aleteó en sus labios cuando lo miró.

—Supongo que por ese motivo habéis vuelto a casa, mi señor. Si no recuerdo mal, erais muy aficionado a eso antes de marcharos. De hecho, aún lo parecéis.

Colton echó hacia atrás la cabeza y rió de buena gana.

—Sí —admitió—, recuerdo muy bien haberte tomado el pelo sin misericordia una o dos veces.

—Yo diría que unas cien o más —replicó ella, al tiempo que le dedicaba una sonrisa apenas perceptible.

Advirtiendo que su madre lo observaba, Colton desvió la vista hacia ella y descubrió una expresión preocupada en sus ojos azules, así como una sonrisa de perplejidad. No tenía forma de averiguar qué era lo que causaba tal preocupación, pero sospechaba que no sufría por él, sino por Adriana. ¿Y por qué no? Considerando la estricta educación de las jóvenes de alta cuna, sólo podía suponer que la chica era inocente, ignorante de los ardides de los hombres. La idea no le desagradaba. Durante sus años de oficial había experimentado bastante la vida disoluta para saber que no deseaba casarse con una mujer que fuera presa fácil para solteros rijosos. Si el deber ordenaba que engendrara un linaje digno del marquesado, no quería sufrir dudas en cuanto a su progenitor.

—Estaré aquí cuando vuelvas, Adriana —comunicó Colton con un suave murmullo, y volvió a dedicarle una sonrisa.

Una vez más, se llevó los delgados dedos de la joven a los labios y les dedicó un beso prolongado, pero se quedó sorprendido por el leve temblor que detectó. Fue entonces cuando reparó en el rubor que cubría las mejillas de la joven.

—¿Te turbo, Adriana? —preguntó, asombrado.

El aliento de Colton era como una brisa tibia que acariciara la frente de la muchacha, y Adriana quiso retroceder al punto, pero el sonido de unas suelas metálicas que avanzaban a toda velocidad en su dirección la impulsó a dar media vuelta, a tiempo de ver a Roger lanzarse contra Colton con el puño preparado para golpear. Un grito de advertencia escapó de sus labios y, al mismo tiempo, el bastón salió rodando por el suelo de nuevo, mientras el marqués se apoderaba del brazo extendido de Roger y hundía el puño en el estómago del aprendiz. Roger se dobló en dos al instante con un gruñido, silenciado enseguida por un segundo golpe, esta vez en la mandíbula. La fuerza del impacto envió a Roger a cierta distancia. Quedó tendido sobre el suelo de mármol, inconsciente.

Harrison apareció en cuanto oyó el grito ahogado. No necesitó que nadie le explicara lo sucedido. Había previsto el enfrentamiento entre aquel par después de presenciar los primeros escarceos. Corrió a buscar el bastón del marqués, lo recogió y lo sostuvo, mientras Colton flexionaba la mano.

—¿Ordeno a uno de los mozos de cuadra que devuelva al señor Elston a su casa, mi señor? —preguntó Harrison en voz apenas audible. Como no sentía la menor simpatía por el hombre caído, lo miró con indiferencia mientras añadía—: El señor Elston estará inconsciente un rato. Dormirá con más comodidad en su cama.

Colton aceptó por fin el bastón.

—Haz lo que creas conveniente, Harrison. Si la decisión dependiera de mí, lo echaría a patadas ahora mismo, y ya recobraría el sentido cuando el rocío le cayera en la cara.

Harrison se permitió una fugaz sonrisa.

—Se lo tendría merecido, mi señor, pero como las damas se van y lady Adriana ha de volver para la cena...

Colton apoyó una mano sobre el hombro del mayordomo y le dio un apretón afectuoso.

—Tienes razón, Harrison, por supuesto. No podemos preocupar a las damas ni malograr la fiesta de esta noche.

Adriana avanzó con las mejillas teñidas de escarlata.

—Lamento que haya sucedido esto. Está claro que no es culpa vuestra. Roger puede ser muy voluble en los momentos más inopinados.

—Está ansioso por poseerte en exclusiva, pero doy por sentado que nunca gozará de tal privilegio... —Colton alzó una ceja inquisitiva, mientras escudriñaba aquellos ojos oscuros y brillantes—. Eso espero, al menos.

Adriana no osó imaginar que estaba sondeándola en busca de una respuesta porque estaba interesado en ella. Tal vez sólo deseaba que los propósitos de Roger se frustraran. La joven bajó la vista y retrocedió a toda prisa.

—Se está haciendo tarde —anunció sin aliento.

Colton intuyó la presencia de alguien cerca, miró a su alrededor y se sorprendió al ver a Felicity a pocos pasos. Los labios de la joven se curvaron de alegría cuando extendió la mano, esperando el mismo grado de atención que él había dedicado a Adriana. Colton la complació cortésmente, lo cual provocó que la joven contuviera el aliento, emocionada.

—Ha sido absolutamente maravilloso conoceros, mi señor —manifestó con entusiasmo.

—El placer ha sido mío, señorita Felicity —murmuró Colton con una sonrisa cordial—. Buenos días.

Apoyó casi todo su peso en el bastón y se alejó a una distancia respetuosa. Sólo entonces se volvió y estrechó la mano del hombre que había seguido a la joven.

—Me alegro de reanudar nuestra amistad después de todos estos años, comandante.

—Nos ha tranquilizado sobremanera vuestro regreso, mi señor —le aseguró Stuart con una sonrisa franca.

—Olvida las formalidades. Hago extensiva a ti la invitación que transmití a tu hermano. Me llamo Colton. Tienes permiso para utilizar mi nombre como amigo.

—Lo haré de forma habitual, si tú me deparas igual familiaridad —contestó Stuart, y se sintió muy complacido cuando recibió una respuesta afirmativa. Retrocedió hasta la entrada y agitó una mano para despedirse de la familia—. Lady Adriana y yo os veremos más tarde —anunció con una sonrisa.

Los tres se marcharon, y los criados sacaron a Roger en volandas. Colton se volvió entonces y descubrió a su madre mirándolo con curiosidad. Extendió un brazo en su dirección.

—Harrison me ha informado antes que en la sala de estar nos espera un excelente fuego para aliviar el frío de nuestros huesos. Iba camino de él cuando llegaron nuestros huéspedes. ¿Vienes conmigo, madre?

Philana enlazó el brazo de su hijo.

—Por supuesto, querido.

—¿Venís a tomar el té? —preguntó Colton, con una sonrisa inquisitiva dirigida a su hermana y su marido.

—Claro —dijo Percy. Tomó la mano de su esposa y la apretó con dulzura—. ¿Vamos, mi amor?

—Desde luego —accedió Samantha.

Una vez en la sala de estar, Colton hizo sentar a su madre junto a la mesa auxiliar, justo cuando un criado llegaba con el servicio de plata. Se mantuvo apartado mientras Percy retiraba una silla para Samantha y tomaba asiento a su lado. Sólo entonces se acomodó Colton con cierta rigidez, y consiguió ocultar un encogimiento de dolor cuando sintió un tirón en los músculos del muslo. En ese momento aparecieron los dos perros, admitidos de nuevo en la casa por Harrison, y se dejaron caer sobre la alfombra, cerca de la silla de su amo.

—Mirad eso —dijo Philana asombrada, indicando los animales—. Después de todo este tiempo, Leonardo y Aristóteles todavía te recuerdan, Colton.

El hombre rió y negó la posibilidad con un cabeceo.

—Sólo me han aceptado como sustituto de mi padre.

Su madre lo contradijo sonriente mientras añadía un poco de crema al té.

—No, hijo mío, creo que es algo más. No tienes ni idea, por supuesto, de hasta qué punto lloraron tu partida estas bestias. Fue como si hubieran perdido a su mejor amigo. Sólo cuando estaba tu padre en la casa cesaban los aullidos. Después de su muerte, Samantha y yo hicimos todo cuanto pudimos por aliviar su desdicha, pero no éramos unas buenas sustitutas. Por más leales que hayan sido Leonardo y Aristóteles a la familia a lo largo de los años, nunca han tenido tanta debilidad por Samantha o por mí como por ti y tu padre. Recuerda que eran tus perros, antes de que pasaran a ser los de tu padre.

Colton acarició el pellejo de ambos animales, que gruñeron de placer.

—Par de brutos, ¿de veras os acordáis de mí?

Como en respuesta, Leo, el más grande de los dos animales, levantó la cabeza y la frotó contra el brazo de Colton, una muestra de afecto que arrancó una risita del hombre y le ganó varias caricias más en el lomo. No queriendo quedar relegado a un segundo plano, Aris se sentó sobre las ancas y apoyó una enorme pata sobre el brazo de Colton, hasta conseguir la misma atención cariñosa de su rival.

Una carcajada surgió de los labios de Philana.

—Y dices que te han olvidado. Querido hijo, creo que te has hecho una idea equivocada.

—He estado ausente dieciséis años —señaló el hombre con una risita escéptica—. Parece más allá de la capacidad de un perro recordar a una persona que ha estado fuera tanto tiempo.

—Pero es evidente que se acuerdan —insistió Philana—. Si no te hubieran reconocido, te habrían perseguido enseñándote los colmillos. Dudo que alguien te haya contado que tuvimos que atarlos después de tu partida, por temor a que fueran a buscarte. Hasta entonces, tú eras el único que había salido a pasear con ellos. Claro que yo ya estaba decidida a acompañarlos. La tarde de tu marcha, me quedé sentada ante la ventana durante lo que se me antojó una eternidad, hasta que desapareciste de la vista. Abrigaba la esperanza de que volvieras. Aún más, tu padre estaba a mi lado, vigilando con la misma ansiedad que yo alguna señal de rendición. Pero no miraste atrás ni una sola vez. A veces me parece oír aún el suspiro que exhaló tu padre cuando por fin se dio cuenta de que sus esperanzas eran vanas, y se alejó de la ventana. Era la primera vez que lo veía tan abatido, como si su corazón hubiera recibido una herida mortal.

Colton sorbió su té en silencio, mientras contemplaba el retrato de su padre que colgaba sobre la enorme chimenea. Nadie sabía con cuánta desesperación había añorado a su familia, en especial a su padre; pero, por mucho que lo hubiera atormentado su separación, era demasiado tarde para enmendar sus errores.

Philana observaba a su hijo y se preguntaba en qué estaría pensando. Aventuró una posibilidad.

—La señorita Fairchild es adorable, ¿verdad?

Colton asintió distraído, y después, con un fruncimiento de ceño peculiar, se volvió hacia su madre.

—A propósito, ¿quién es ese tal Roger Elston?

Philana intercambió una mirada con su hija.

—El hijo de un acaudalado fabricante de tejidos que, desde hace un tiempo, sigue a Adriana a todas partes, con la esperanza imposible de conseguir su mano.

Samantha apoyó una mano sobre el brazo de su marido.

—¿Qué quieres apostar a que te gano una partida de ajedrez?

Percy sonrió.

—Dejo en tus manos esa decisión, si puedo elegir el castigo que sufrirás si pierdes.

Su mujer lo desafió.

—¿Castigo, noble señor? ¿O tal vez queréis decir recompensa, puesto que ganaré sin duda?

—Ya veremos cómo acaba la partida, querida mía —dijo Percy con ojos brillantes—. Si ganara, podrían convencerme de tener piedad de ti. ¿Tú no considerarías la posibilidad de hacer lo mismo?

Samantha esbozó una sonrisa.

—Supongo que podrían convencerme de ser misericordiosa.

Mientras la pareja se dirigía hacia la mesa de juegos, situada al fondo de la sala, Philana se reclinó en la silla y examinó a su apuesto hijo. Cuando había entrado en sus aposentos a primera hora de aquella tarde, había recordado el regreso de su marido a casa, igualmente entusiasta, después de pasar una semana en Londres apenas dos meses después de casarse. Nunca había imaginado que su hijo se parecería tanto a su progenitor. Ese hecho paliaba hasta cierto punto la angustia de su pérdida.

—Como ya viste, Roger se muestra muy posesivo con Adriana.

Colton resopló irritado, mientras flexionaba la mano de nuevo. Por la forma en que le dolía, dedujo que había pegado al aprendiz con todas sus fuerzas. Así como en otros tiempos había empleado hasta la última fibra de energía a fin de permanecer con vida en los muchos campos de batalla en los que había combatido durante toda su carrera, había reaccionado a la agresión de Roger de la misma manera. Para alguien que vivía en peligro constante, era instintivo reaccionar con toda la fuerza física disponible.

—El chico lo dejó claro. Pero dime, madre, ¿qué opina lord Gyles acerca de la persecución obsesiva del aprendiz?

—Si bien nunca ha dicho nada despectivo acerca del joven en nuestra presencia, imagino que Gyles opina igual que tu padre. Sedgwick estaba absolutamente convencido de que Roger es un oportunista. Pese a la inmensa belleza de Adriana, el hecho de que también hará muy rico al hombre que se case con ella ha animado a los que viven en humildes circunstancias a poner a prueba su suerte, lo cual ha empujado a Roger a imitarlos. Gyles ha sido generoso con sus hijas al destinar propiedades y enormes fondos para sus dotes, pero tanto el marido de Jaclyn como el prometido de Melora ya eran ricos antes de pedir su mano a Gyles. No quiero dar a entender que Adriana no tenga pretendientes acaudalados y prestigiosos. El marqués de Harcourt posee la apariencia y la riqueza suficientes para conquistar a la dama que desee. Es comprensible que haya puesto los ojos en lo más encantador de la zona. De vez en cuando se ha reunido con otros mozos enamoradizos cuando ha venido para estar con ella, pero siempre se ha comportado como un caballero. —Philana enarcó las cejas para dar énfasis a sus palabras—. Es más de lo que se puede decir de Roger, como ya habrás comprobado.

—El único lord Harcourt que recuerdo ya era viejo incluso antes de que me fuera. Si la memoria no me falla, su hijo vivía en Londres.

—Puede que lo conozcas mejor por el nombre de Riordan Kendrick.

—¿El coronel Kendrick que ganó fama de héroe en nuestros enfrentamientos con Napoleón? —preguntó Colton asombrado.

—El mismo.

¿Es pariente de lord Harcourt?

—Riordan Kendrick es nieto de lord Harcourt. Es de tu edad..., más o menos —explicó Philana—. Su padre, Redding Kendrick, asumió el ducado cuando el anciano murió, pero viene muy pocas veces a la zona, excepto para echar un rápido vistazo durante las breves visitas a su hijo. Por otra parte, a Riordan parece gustarle la finca de la familia y la ha comprado a su madre, quien no demuestra el menor interés en vivir tan alejada de Londres. Si bien cabe la posibilidad de que Riordan prefiera quedarse en la zona por Adriana.

Colton tomó un sorbo de té.

—Es evidente que no existe un compromiso entre Riordan Kendrick y Adriana. De lo contrario, Roger no abrigaría tantas esperanzas de conquistar a la chica.

—A juzgar por lo que Samantha y yo hemos averiguado de sus conocidos, Riordan está muy interesado en cambiar esas circunstancias.

Colton siguió con la punta del dedo la delicada asa de la taza.

—¿Y Adriana? ¿Qué opina de ese hombre?

—Oh, creo que le gusta mucho. De todos los jóvenes que acuden, es el único con el que se sienta y conversa durante horas interminables. El caballero tiene la cabeza muy bien amueblada. Tu padre lo dijo. Por supuesto, siempre hay más que vienen a suplicarle unos minutos de su tiempo y tratan de frustrar los intentos de Riordan de conquistarla. Es raro que hoy no apareciera ninguno de esos galanes, pero muchos se han mostrado reacios a molestarnos después de la muerte de tu padre. La verdad, antes del fallecimiento de Sedgwick casi estaba convencida de que algunos de ellos tenían espías que vigilaban Wakefield Manor para ver en qué dirección iba a cabalgar Adriana después de salir de su casa, porque al poco rato de aparecer ella no dejaban de llegar con un pretexto u otro.

—Considerando la peculiaridad del premio, las aspiraciones de Roger son excesivas, en mi opinión. —Colton frunció el ceño—. ¿Es que Adriana no ve lo que quiere en realidad el aprendiz?

—Adriana no está pensando necesariamente en el matrimonio cuando permite que el aprendiz se reúna con ella y sus acompañantes. Se ha resistido a darle calabazas porque cree que ha sufrido terribles penurias en su vida. Ya sabes cómo eran Samantha y ella de niñas, siempre cuidando de animales heridos hasta que curaban y podían valerse por sí solos. —Philana levantó los hombros. No consideró necesario extenderse en explicaciones sobre la compasión de las niñas a alguien que había sido testigo de ella—. A la vista de la caritativa solidaridad de Adriana, Roger ha presumido demasiado.

—Pensaba que ya estaría casada a estas alturas. Después de verla, me pregunto por qué no lo ha hecho.

—Lo hará, a la larga —contestó Philana al cabo de un momento, y levantó la vista para mirar a su hija por encima del borde de la taza. Bebió té, y luego dejó la taza en el plato—. A tu padre no le caía bien Roger. Por más que intentaba tratar al joven con deferencia, Sedgwick no podía ignorar la tensión que existía entre ellos. Para empezar, a Roger no le gustaba que Adriana idolatrara a tu padre, y viceversa. Llámalo celos, si quieres. A mí, al menos, me lo parecía siempre que sorprendía a Roger vigilándolos cuando estaban juntos. Supongo que, a su vez, Sedgwick consideraba a Roger un entrometido. Ya sabes que tu padre siempre tuvo a la chica en gran estima, muy por encima de sus hermanas. Ella nunca fingía ser gazmoña y recatada, y creo que Sedgwick la admiraba por ello, entre otras cosas. De hecho, cuando Adriana le ganó en una carrera hasta la mansión, él la alabó durante días y días. Nadie le había ganado nunca, ni siquiera Gyles. Claro que tu padre admiraba su mente tanto como su valentía. Además de todas esas cualidades, es muy hermosa, ¿no crees?

Una lenta sonrisa se insinuó en los labios de Colton cuando se reclinó en su silla.

—Estoy estupefacto por los cambios ocurridos en la muchacha desde que me fui de casa. Ni por un instante habría adivinado esta tarde que la dama que entró como una exhalación en el vestíbulo era Adriana Sutton. Se ha convertido en una belleza singular, no cabe la menor duda.

—En efecto —asintió Philana, disimulando una sonrisa de placer—. Tu padre, por supuesto, jamás dejó de creer que un día sería admirada por sus propios méritos, pero existían otras razones más importantes para destinarla a ser tu futura esposa.

—Sé que mi padre sólo pensaba en mi bienestar —admitió Colton a regañadientes—, pero en aquel tiempo yo no podía aceptar a pies juntillas lo que estaba proponiendo. Que un joven se prometa con una cría deja mucho al azar, y yo no estaba dispuesto a permitir que el destino guiara mis pasos. Tenía que estar seguro de que no me arrepentiría del compromiso...

—¿Estás diciendo que ahora estarías más dispuesto a aceptar el contrato?

Colton se encogió de hombros.

—Creo que me gustaría mucho llegar a conocer mejor a Adriana, antes de adentrarme en serias consideraciones en ese sentido. En un aspecto, ella tiene razón: somos unos desconocidos.

—¿Aunque sea la única elección que tu padre tomó por ti? —sondeó con delicadeza Philana.

—Prefiero elegir yo en lo tocante a una esposa, madre. No he cambiado en ese sentido.

—Entonces, ¿aún te niegas a aceptarla como novia?

—De momento sí, pero eso no significa que no llegue a desearla como esposa con el tiempo. Sin duda, no deja indiferente a nadie.

Philana examinó a su hijo.

—Creo que Roger haría cualquier cosa por casarse con ella.

Colton enarcó las cejas y, con un resoplido de indignación, dijo lleno de desprecio:

—Hasta un ciego vería que está ansioso por poseerla..., como si tuviera algún derecho sobre ella. A cada momento parecía decidido a desafiarme por osar hablar con ella, hasta que fue demasiado lejos, y no tengo ni idea de por qué.

Philana respiró hondo y se preparó para el momento que se avecinaba. Después, tras una breve vacilación, se lanzó de cabeza al intríngulis de la cuestión.

—Tal vez porque Roger sabe que los dos estáis prometidos.

La mano que Colton se había llevado a la frente bajó poco a poco, mientras miraba asombrado a su madre.

—¿Qué me estás diciendo, madre?

Percy y Samantha se volvieron sorprendidos al percibir el tono agresivo de Colton, y pasearon la vista entre madre e hijo antes de intercambiar una mirada de preocupación. Advirtiendo la creciente inquietud de su esposa, Percy le apretó la mano para asegurarle en silencio que todo saldría bien.

Philana enlazó las manos sobre el regazo con la intención de ocultar su temblor, mientras buscaba las palabras apropiadas para explicar lo que habían hecho. Lo último que deseaba era alejarlo de la familia otra vez.

—Tu padre estaba convencido de que, con el tiempo, cambiarías de opinión respecto a Adriana y llegarías a considerarla como algo valioso para los Wyndham..., tal como él la consideró desde el primer momento... y siguió considerándola durante el resto de su vida. Pasado un tiempo de tu partida, los Sutton y él firmaron un acuerdo nupcial, mediante el cual quedaba comprometida contigo.

Por más que lo intentó, el tono de Colton no se suavizó.

—Irme de casa no sirvió de nada, ¿eh, madre? Aún sigo comprometido.

—De ninguna manera —replicó Philana. Su voz perdió fuerza, debido a la tensión y a la posibilidad de reabrir viejas heridas por lo que estaba a punto de revelar—. Si tanto aborreces el acuerdo, puedes liberarte de él. Tu padre se ocupó de ello. Las cláusulas ya constaban al principio, pero tú te negaste a escuchar. Sólo has de cortejar a la muchacha durante noventa días, y si después de ese tiempo aún deseas negarte al matrimonio, puedes anular el acuerdo. Así de sencillo.

Colton miró a su madre y leyó la tensión en su rostro. Sólo entonces se dio cuenta de lo mucho que había envejecido en su ausencia. Aunque todavía era encantadora y elegante, había dejado que las cargas familiares y su preocupación por él dibujaran diminutas líneas en su cara. Exhaló un largo suspiro.

—¿Has dicho noventa días?

—Noventa días de noviazgo oficial —subrayó Philana—. Es la condición que exigió tu padre a cambio de tu libertad.

Colton bebió su té con aire pensativo. La práctica habitual exigía que, si se negaba a aceptar las condiciones del contrato e incluso tres meses de noviazgo, se vería obligado a compensar a los Sutton por su ofensa, pero eso no le preocupaba. Aun sin la generosidad de la marquesa, había logrado ahorrar lo suficiente durante su carrera militar para pagar la cantidad de su bolsillo. Pero, si lo hiciera, eliminaría de un plumazo sus posibilidades de aspirar a la mano de Adriana, y ahí era donde se rebelaban sus instintos varoniles. Lo más prudente sería averiguar si eran almas compatibles, antes de cortar por completo su relación con la dama. La verdad pura y simple consistía en que era demasiado hermosa para que un hombre, cualquier hombre, le diera la espalda, y mucho menos uno que se había cansado de las mujeres de baja estofa que habían frecuentado los campamentos de los soldados, o de las demás a las que había visitado con cierta frecuencia.

—Supongo que, si he podido soportar la tensión de interminables escaramuzas durante dieciséis años de mi vida, podré sufrir tres meses de noviazgo con una joven bellísima. —Permitió que una pálida sonrisa transmitiera su fallido intento humorístico—. Pero, después de mi larga experiencia como soltero, temo que deberé aprender de nuevo el arte de la caballerosidad. En nuestros campamentos no hacía ninguna falta.

Philana bajó la vista para ocultar las sospechas que habían germinado en su mente. En ocasiones, su marido había expresado su preocupación por el tipo de vida que su hijo llevaría cuando no estaba combatiendo con el enemigo. Cada campamento contaba con su recua de meretrices y mujeres de moral ligera, temía el marqués, y después de tanto tiempo, por más que un padre deseara lo contrario, a un hombre lejos de casa le costaría permanecer indiferente a las tentaciones que lo asediaban sin cesar. Codearse con rameras no era el tipo de vida que podría calificarse de ejemplar, pero como padres habían sido incapaces de esperar algo mejor.

Colton miró a su madre con una ceja enarcada.

—¿Adriana está enterada de este acuerdo?

—Sí, por supuesto.

Recordaba demasiado bien el tono frío de la muchacha en diversos momentos.

—Imagino que no está demasiado emocionada por el acuerdo.

—Adriana cumplirá su parte del trato para complacer a sus padres.

—¿Quieres decir que sólo accederá a casarse conmigo para complacerlos?

—La chica se comportará de manera honorable...

—¿Aunque me deteste?

—No te detesta.

—¿Por qué no, te pregunto yo? No me digas que ha olvidado las vehementes protestas que proferí el día que me fui. Si algo he deducido de sus modales de hoy, apostaría a que Adriana aún echa chispas por el incidente.

—Es verdad que se sintió muy ofendida —admitió Philana—. Al fin y al cabo, tú eras la persona a quien buscaban Samantha y ella cuando eran pequeñas. De haber sido un dios, no habrían podido adorarte más. Pero eso ya lo sabes, puesto que siempre iban pisándote los talones. Tu feroz rechazo hirió a Adriana, por supuesto, y sólo pudo creer que la odiabas. Se culpó de tu partida y sufrió mucho, hasta que Sedgwick habló con ella y le explicó que a algunos jóvenes les gusta tomar sus propias decisiones, y que tu rebeldía se debía a que él había intentado imponerte algo. En la mayoría de los casos, el tiempo suele curar las viejas heridas. Después de todo, Adriana no era más que una niña. Muchas cosas se olvidan en el camino que conduce a la madurez.

—En África aprendí que los elefantes no olvidan. Si bien es cierto que Adriana era muy pequeña en la época de mi transgresión, no creo que lo haya olvidado. Vislumbré frialdad en su forma de portarse conmigo hoy.

—Pronto descubrirás que Adriana es mucho más cordial con los amigos que con los pretendientes. A veces creo que la chica es tan contraria al matrimonio como tú, pero también creo que cambiará en cuanto se convenza de que vas en serio.

—Queridísima madre, aunque desees nuestro matrimonio tanto como padre, has de comprender que tal vez no llegue a realizarse. No me ataré a una mujer sólo porque es la primera elección de mis padres. Tiene que existir algo más entre nosotros...

—Antes de que nos casáramos, tu padre y yo no tuvimos más elección que aceptar el dictado de nuestros padres —lo interrumpió Philana—. Pese a ello, al poco tiempo de nuestra unión nos dimos cuenta de que nuestro amor era profundo. No puedo creer que Adriana y tú no estéis hechos el uno para el otro. Con independencia de lo que tu padre adivinara en la muchacha al principio, cada vez se convenció más de ello cuando llegó a la madurez. Siempre se aferró a la idea de que sería una excelente esposa para ti. Teniendo en cuenta lo mucho que te quería tu padre, ¿crees con sinceridad que le habría gustado verte casado con una mujer a la que llegarías a aborrecer?

—¡Adriana no era más que una niña cuando padre dispuso nuestro matrimonio! —protestó Colton—. ¿Cómo iba a imaginar que dejaría de ser un espárrago con patas?

—Su linaje es noble y procede de una buena familia —insistió Philana—. Su apariencia iba a mejorar..., ¡como has podido comprobar!

—¡Padre tomó la decisión hace dieciséis años, cuando ella parecía una colección de piezas sueltas! ¡Ni siquiera un vidente habría podido anticipar la belleza sin igual que posee hoy!

—No obstante, como has podido ver con tus propios ojos, las predicciones de tu padre se han cumplido —replicó con terquedad su madre.

—Hasta el momento —reconoció Colton a su pesar—, pero eso no significa que Adriana y yo lleguemos a amarnos.

—Sólo el tiempo tiene la palabra en lo tocante a vuestros mutuos sentimientos.

Colton alzó una mano hacia el cielo en señal de frustración.

—Tal como tú dices, madre, el tiempo resolverá el problema. Pero, a menos que me sienta razonablemente convencido de que podemos compartir cierto amor o afecto, no pediré la mano de Adriana en matrimonio. Me niego a vivir lamentando el hecho de que acepté la elección de otro antes que la mía.

—¿Ya has... elegido a alguien, pues? —preguntó su madre con vacilación, temiendo lo peor.

Un suspiro escapó de los labios de Colton.

—Hasta el momento, no he encontrado a ninguna mujer que sacie las exigencias de mi corazón.

—¿Y cuáles son?

Colton se encogió de hombros, sin saber qué contestar.

—Tal vez llenar el abismo que todavía siento en mi vida privada.

Philana aferró la taza con fuerza antes de llevársela a los labios, en un esfuerzo por disimular el temblor de sus dedos. Experimentó la extraña compulsión de sugerir que sólo Adriana podría llenar ese vacío, pero sabía que su hijo no recibiría bien una afirmación tan trillada, aunque tenía muchas probabilidades de ser cierta.

Tras un largo momento, Philana volvió a dejar la taza de porcelana sobre el platillo y anunció en voz baja:

—Dejaré que decidas cuándo debemos hablar con los Sutton de este asunto, pero voy a decirte una cosa, hijo mío: el aspecto de Adriana apenas influyó en la decisión de tu padre. Supuso que mejoraría, tal vez no hasta el grado actual, pero por encima de todo admiraba su carácter y su intelecto. La manera en que sus hermanas y ella fueron educadas prometía un comportamiento y unos principios encomiables; pero, en el caso de Adriana, dichas cualidades se convirtieron en joyas.

Colton, con la sensación de que una trampa se estaba cerrando a su alrededor, miró hacia el lado opuesto de la sala y contempló una vez más el retrato de su padre colgado sobre la chimenea. En cierto modo, era como ver un reflejo de sí mismo. El parecido era asombroso, no sólo por fuera, sino también por dentro. Su padre siempre había sido un hombre de mente independiente. Sólo Philana, con sus modales delicados, había podido influir en él. Colton se preguntó si Adriana sería capaz de ablandar su corazón. Hasta el momento, ninguna mujer lo había logrado.

Irrumpieron otros pensamientos, que lo azuzaron y lo hicieron encogerse mentalmente. ¿Cómo se sentiría si tuviera un hijo tan rebelde como él? ¿Llegaría un día en que se rendiría a las argumentaciones de algún vástago, o se aferraría a sus convicciones, como su padre antes que él?

Una sinceridad interior impidió que Colton saliera en su propia defensa con trivialidades. Como había sido militar la mitad de su vida, sabía que no le gustaría la perspectiva de enfrentarse a un motín, aunque este reprodujera su negativa a satisfacer los deseos de su padre.