25
Por supuesto que he planeado una salida. He sido un mercenario desde que tenía siete años de edad. Siempre planeas que es lo que sucederá una vez que la actual guerra haya terminado. Se llama una estrategia de salida, y la mía la he estado planeando por un largo, largo tiempo.
—Kal Skirata a Jailer Obrim, discutiendo sobre el futuro en una galaxia incierta.
—Bueno, eso fue divertido—, dijo Jailer Obrim, lanzándose a sí mismo sobre un taburete de la barra. El club estaba casi desierto. —Tus chicos no beben mucho, ¿verdad?
—Lo compensan comiendo. —Skirata estaba pensando cómo hacerle frente a la crisis actual. Jinart la gurlanin había desaparecido de esa manera que sólo los cambiaformas gurlanins podían. No tenía un comunicador y no trataría de invitarla a comer un desayuno frito en el Kragget. Tenía que encontrar otra manera de contactarla—. Tienen apetitos enormes. Es el envejecimiento acelerado que aumenta su metabolismo.
Obrim se rascó la mejilla, mirándose avergonzado.
—Lo sé, amigo. No he pasado por lo que tú has pasado con ellos, pero nadie en nuestro juego va a entender lo que sientes.
—Sí. —Pero Darman tiene un hijo ahora. Estoy enojado porque Etain dejó que eso pasara sin siquiera preguntarle, pero él tiene un hijo. Incluso si nunca atrapo a esa kaminoana carnada de aiwha de Ko Sai, él tendrá algún tipo de futuro ahora.
—Lo siento si a veces me pierdo.
—Nunca te preocupes por eso.
—Gracias.
—¿Kal, qué harías si pudieras gobernar la galaxia? Cualquier cosa.
Skirata ni siquiera se detuvo a pensar.
—Detendría la guerra en este momento, —dijo—. Después me gustaría volver a Kamino y agarrar a esos monstruos grises por su flaco y podrido cuello, para hacerlos que construyan una vida normal para cada uno de nuestros chicos. Después tomaría a todo el ejército de la casa mandalore y pasaría el resto de mi vida asegurándome que tuvieran esposas y familias, y un propósito que fuera de ellos, y no pertenecer a un feudo privado de algunos aruetii.
—Pensé que podrías decir eso, —dijo Obrim—. Ya debería estar llegando a casa. Los últimos días han sido un poco duros para mi esposa. Ya sabes, nunca en casa. ¿Por qué no vienes a cenar un día de estos?
—Eso me gustaría.
—¿Puedo dejarte en algún lugar?
—Estoy esperando a Ordo. Está hablando con Besany.
—Me di cuenta. —Obrim sólo sonrió—. Es un chico inteligente.
Skirata se quedó contemplando un futuro, que parecía no estar más enredado que hace apenas unas horas, pero que ahora estaba totalmente de cabeza. Se levantó y arrojó su cuchillo en las tallas del bar un par de veces y pensó en su cuenta bancaria en Aargau, así como en el hecho de que Mereel estaba muy cerca de encontrar a Ko Sai. Skirata sentía que estaba ahora a una distancia bastante alcanzable, para poder hacer una vida mejor para el puñado de soldados clonados —un número pequeño en comparación de tantos—, pero eso era todo lo que podía hacer. Tenía que ser suficiente.
Por lo que ahora debía tener una mayor concentración. Darman tendría un hijo, y él vería que Darman estuviera cerca para ver al niño crecer.
—Lo siento por hacer esperar, Kal’buir —Ordo entró en el bar e intentó una sonrisa, pero se dibujó una mueca de dolor en su labio partido—. Podemos irnos ahora.
—¿Todo está bien con Besany?
—Sí.
—¿Sólo si?
—Ummm… creo que así es.
—Bien. —Resistiéndose a la tentación de interferir—. Tengo una pregunta para ti. Necesito contactar a Jinart. ¿Cómo puedo hacer eso?
—Fácil. Es una espía. Supervisa los movimientos de tropas del GER hacia y desde Qiilura. Puedo poner un mensaje en el sistema de logística que llamará su atención. Algo sutil. Dime cuando y donde, déjame el resto a mí.
Skirata tuvo que sonreír. Casi todo era fácil para Ordo.
—Entonces, de regreso a los cuarteles.
—Kal’buir, yo también tengo una pregunta para ti.
—De acuerdo.
—¿Es verdad lo que dijo Etain? ¿Tus hijos te repudian porque te quedaste con nosotros en Kamino?
Ordo no era estúpido y tampoco sordo. La vergüenza de la familia de Skirata era lo único que no quería que ellos conocieran, y no sólo porque podría hacer que se sintieran culpables. No quería que temieran que podría abandonarlos con la misma facilidad.
—Es cierto, Ord ‘ika.
—¿Por qué ni siquiera pensaste que pagarías un precio tan terrible por nosotros?
—Debido a que me necesitaban. Y nunca me arrepentí ni por un segundo. Mi relación con mi… ex familia era tan buena como muerta, incluso antes de que ustedes fueran pensados. Nunca vuelvas a pensar en ello, porque lo haría otra vez en un santiamén. No hay duda.
—Pero me gustaría que los hubiéramos conocido.
—¿Entonces tendría derecho a guardarme otro secreto? Lo siento.
—Así que aparte del hijo no nacido de Darman, ¿hay algo más que no has compartido con nosotros?
Entonces había oído la discusión con Etain. Skirata sintió la vergüenza más angustiosa que hubiera experimentado en su vida. Toda su existencia ahora se basaba en la confianza absoluta entre él y su familia clon. No podía soportar la idea de perder eso.
—Así que ya sabes lo que le voy a preguntar a Jinart. Me enteré de la noticia al mismo tiempo que tú, Ord’ika. Y no, no hay nada más. Juré que nunca te mentiría, y nunca lo he hecho. —Skirata señaló hacia los blasters gemelos de Ordo—. Si alguna vez lo hago, prefiero que los uses contra mí. Porque estar allí para ustedes ha sido la única cosa decente que he hecho en mi vida. ¿Entiendes?
Ordo se limitó a mirarlo. Skirata puso ambas manos sobre sus hombros y se quedó en silencio.
—Está bien, hijo, dime lo que debo hacer al respecto de Darman, y lo haré.
Ordo todavía tenía esa mirada de valoración en blanco, la expresión que adoptaba cuando desarmaba un nuevo y fascinante rompecabezas.
—No creo que sea el momento adecuado. Tenemos que hacer lo que es mejor para nuestros hermanos.
Fue la cosa más pragmática que podían hacer. Skirata sujeto su chaqueta y verificó que el cuchillo estuviera en su lugar, su ritual al dejar cualquier edificio y caminar hacia lo desconocido de la noche.
—De acuerdo, Ord’ika. Ahora todo lo que necesito es tener una pequeña charla con el general Zey.
Era una operación para poner orden —una operación de orden— como muchas otras que se les habían asignado. Niner miró el datapad y se encogió de hombros.
—Bueno, esto será interesante, —dijo—. Nunca antes he trabajado con la infantería de marina galáctica.
Skirata se sentó en la mesa de la sala de juntas, balanceando las piernas. El escuadrón Delta había salido esa mañana para preparar el campo de batalla —un bonito eufemismo militar para ir por delante del asalto principal y sabotear los objetivos estratégicos— en Skuumaa. Los Omega habían tenido suerte, al sacar la paja más larga, teniendo una tarea similar con la infantería de Marina.
—¿Todo el mundo está bien? —La pregunta iba dirigida a Darman tanto como a cualquiera—. ¿Alguna pregunta?
—No, sarge. —Fi sonaba un poco apagado. Atin en realidad parecía más alegre que Fi, lo que era una interesante inversión de actitudes—. Será agradable ver de nuevo al comandante Gett.
—Gett quiere que se embarquen en el Intrépido a las oh —setecientas mañana. Así que si hay algo que quieran hacer, háganlo hoy—. Skirata con la mano en el bolsillo de la chaqueta, sacó cuatro chips de créditos de alta denominación, y se los paso.
—Vamos. Ahora ya saben manejarse alrededor de las cosas interesantes de Coruscant. Van a pasar un par de meses antes de que estén por aquí de nuevo.
—Gracias, sargento. —Atin se levantó para irse—. ¿Aún estará por aquí cuando volvamos hoy?
—Siempre los veo antes de partir, ¿no?
—Sí, sarge. Usted siempre lo hace.
Fi tomó su chip y lo puso de nuevo en la mano de Skirata.
—Gracias. Tengo que hacer algunas calibraciones en mi HUD. Hoy me quedo cerca de los cuarteles.
—Se ha vuelto abstemio, —dijo Niner—. No sé qué es lo que ha caído sobre él.
—Soy un héroe anónimo, —dijo Fi—. Tengo mi imagen pública que proteger.
Los chicos Omega, como todos en los escuadrones, estaban en perfecta sintonía con las sensibilidades de sus compañeros. Sabían que Skirata estaba esperando para hablar con Darman por su cuenta. Niner empujó a Atin y a Fi hacia las puertas.
—Hasta luego, sarge.
No había duda de que Darman quería unirse a ellos en su último día en la ciudad. Sabían dónde querría pasar su tiempo. Skirata esperó en las puertas de la sala de juntas, para cerrarlas y deslizarse para estar delante del asiento del Darman.
—Ahora, hijo, ¿hay algo que te preocupa?
—No, sarge.
—Etain estará fuera en Qiilura durante unos meses, para iniciar el desmantelamiento de la guarnición.
Darman sonrió.
—Me alegro. Ese es un despliegue seguro en comparación con los trabajos que había tenido recientemente.
—Ella aún está por los cuarteles esperándote. —Darman pareció aliviado. Respiro hondo y sonrió, pero era esa sonrisa que Skirata había visto en las caras de muchos mercenarios antes de salir para un nuevo campo de batalla.
Fierfek, ¿debo decírselo a este niño ahora? ¿Debo decirle que tiene un bebe en camino? ¿Y si algo le sucede a él antes de que tenga la oportunidad de averiguarlo?
Skirata tomó un riesgo repentino e impulsivo. Podría resolverlo con Zey más tarde, al igual que las facturas por la operación antiterrorista. Siempre es mejor pedir perdón que pedir permiso.
—Puedes ir a Qiilura con ella si quieres.
Darman cerró los ojos. El dolor apareció en su rostro.
—Ya he tenido esa opción antes, sarge.
—Pero tú la amas, ¿no?
—Sí.
—Puedo hacer que eso suceda. —Tal vez no sería lo adecuado para ti, hijo. Pero es tu elección—. Todo lo que tienes que hacer es decir la palabra y Corr tomará tu lugar en el equipo. Él todavía anda por aquí. Zey dejó que lo entrenara.
Darman dejó escapar un largo suspiro y se pellizcó el puente de la nariz, con los ojos todavía cerrados. Cuando los abrió estaban llenos de lágrimas.
—La seguridad de Qiilura. Mi escuadrón desplegado en la línea del frente. ¿Cómo puedo no estar allí con ellos? Tú podrías haberte alejado de Kamino con una fortuna y nunca pensar en nosotros, pero tampoco pudiste hacerlo.
—Eso fue diferente. Fui arrastrado, un di’kutla.
—No. Tú fuiste leal.
—¿Estás seguro de esto? —Por supuesto que estas seguro. Tú lealtad también es abrumadora. Así es como la apestosa República te utiliza—. No voy a minimizarte si te vas.
—Pero yo sí voy a pensar mal de mí.
—Está bien, entonces no hay necesidad de decirle a ella. Fue idea mía, no de ella. Y Ordo se asegurará de que ustedes dos puedan estar en contacto en cualquier momento.
Darman rozó la punta de su nariz inhalando fuerte.
—Siempre nos pones en primer lugar.
—Siempre lo hare.
—Lo sabemos.
Sí. Siempre lo haría.
—Hijo, hay dos maneras en que las que puedes pensar sobre las mujeres en tiempos de guerra. Una es obsesionarte y dejar que ellas ocupen tú mente durante tu trabajo, y conseguir que te maten. La otra es la de centrarse en ellas, para saber por lo que realmente estas luchando y sacar fuerzas para saber que va a estar allí para ti cuando llegues a casa. —Tocó la mejilla de Darman un par de veces con la palma de su mano, firme pero paterna—. Tú sabes cual opción elegirás, ¿verdad, Dar?
—Sí, sargento.
—Buen chico.
Skirata sabía que Darman podría nunca llegar a casa, tirar su bolsa de viaje en el piso sala, y llorar en el hombro de su esposa, aliviado y agradecido y jurando que sería su último período de servicio. Pero haría lo posible, para que él estuviera lo más cerca posible a esa dulce normalidad, que como soldado clon nunca podría alcanzar.
Al menos Etain entendía por lo que pasa un soldado. Todo el ser de Skirata tenía que asegurarse de que el niño estuviera a salvo cuando naciera, y educarlo correctamente. Jinart había mantenido su parte del trato y se encargaría de que Etain fuera atendida en Qiilura. La cambiaformas entendía la obsesión de Skirata por cuidar a los de su tribu. Ya que ella estaba haciendo lo mismo con la suya. Ambos eran combatientes asediados sin amor por la República, sólo con una inquieta tolerancia.
—Ve entonces, hijo. —Skirata asintió hacia las puertas—. Ve y encuentra a Etain. Tengan un día libre. Conviértanse en una pareja común y corriente durante un par de horas y olvídense que son soldados. Sólo sean discretos, eso es todo.
Darman sonrió y pareció animarse. Era un muchacho muy adaptable.
—Sarge, —dijo—. ¿Cómo puedo olvidar que soy un soldado? No sé cómo ser otra cosa.
Skirata lo vio alejarse y se preguntó cuándo le abrumaría el deseo de decírselo y que quizá los separaría. Quizás también Etain encontraría la ruptura muy grande, demasiado. Era una pena que algo que debería ser una fuente de alegría para la gente común, fuera tan peligroso para Darman y Etain.
Era una guerra podrida. Ya deberías haberte acostumbrado a todo ello, idiota. Pero dudaba que alguna vez pudiera hacerlo.
Skirata tenía mucho en que mantenerse ocupado, cuando los Omega se hubieran ido… entre otras cosas dos datapads. Respiró hondo y abrió su comunicador.
—¿Ordo? ¿Mereel? Vamos a cazar algo de carnada kaminoana para aiwha. Tenemos planes que hacer. ¡Oya!
Era un experto cazador de recompensas, ellos eran las mejores tropas de inteligencia en la galaxia.
No había ningún lugar en la galaxia en el que Ko Sai pudiera esconderse de ellos.