21

Buy’ce gal, buy’ce tal

Vebor’ad ures aliit

Mhi draar baat meg’paijii’se

Kote lo’shebs’ ul narit

Una pinta de cerveza, una pinta de sangre

Compran hombres sin nombre

Nunca nos importa quién gana la guerra

Así que puedes mantener tu fama

—Canto popular de cantina de los mercenarios mandalorianos —traducción aproximada, editado debido al fuerte lenguaje.

ÁREA DE ATERRIZAJE, DIVISIÓN DE DISTRIBUCIÓN PRODUCTOS DE GRANJA CORUFRESH, CUADRANTE F-76, 2035 HORAS, 385 DÍAS DESPUÉS DE GEONOSIS

El almacén de distribución de productos ahora era tan familiar como las barracas Arca. Todo había sido modelado por los holomapas y las imágenes de las holocámaras, aunque algunas de las naves se habían movido a última hora. Ordo tomó un pequeño riesgo y elevó el aerospeeder sobre la pista de aterrizaje de CoruFresh, a una altura prudente sólo para reasegurarse. La bodega depósito era un lago de dura luz blanca salpicado por droides cargadores, camiones y un surtido de speeders. Había más naves estacionados allí de lo que Perrive había dicho. Probablemente se trataba de transportes legítimos que no llevaban nada más mortal que fruta.

—Creo que mañana CoruFresh podría molestarse por el daño a su flota, —dijo Ordo.

—Ese es problema de ellos, por no ser demasiado exigentes respecto a los socios que tienen. —Sev aseguró uno de los rifles verpine a su correa. Parecía tomar demasiado en serio la advertencia de Skirata, sobre quebrar literalmente a cualquiera que torciera uno de sus kits—. Debe ser financiada por sus propias bandas criminales.

—Entonces, le haremos un favor a las FSC.

Siempre era un reto insertar equipos en una zona concurrida. Datos de tráfico aéreo, indicaban un promedio de 120 camiones y levantadores de carga que pasaban cada veinticuatro horas en la avenida principal, de las 2000 a las 2300 horas, parecía ser el período en que casi estaba cerrado por completo. Esa era probablemente la razón por la que los separatistas habían escogido el horario de las 2200, para que Skirata entregara los explosivos. Los cuales debían ser cargados y despachados al momento en que se iniciasen las entregas durante la noche, las cuales empezaban de nuevo a las 2300.

Si los equipos hubieran llegado temprano, hubiera sido necesario evitar a una gran cantidad de personas y droides.

—¿Alguna vez has llevado a cabo un asalto a un objetivo urbano? —Dijo Sev.

—Sí. N’dian. ¿Oíste hablar de eso?

Sev hizo una pausa para revisar la base de datos del HUD. Ordo podía ver el icono parpadeando en su propio HUD, a través del enlace compartido. Oyó como Sev tragaba saliva.

—Yo me refería a una misión donde usted dejara intacto el lugar, señor.

—En ese caso, Sev, no. Esta va a ser la primera vez.

—Para mí también.

—Entonces me alegro de poder compartir este momento.

Ordo estacionó el aerospeeder al lado de la pequeña subestación, que enrutaba los servicios públicos hacia la zona industrial, donde se encontraba el depósito de CoruFresh. Un conducto de un metro de ancho que llevaba tuberías y cables que salían veinte metros, desde la subestación atravesando una brecha de quinientos metros de profundidad. Esa era su ruta de entrada.

—¿Todas las herramientas cargadas? —Ordo se colocó dos lanzamisiles Plex sobre sus hombreras, uno a cada lado.

—Si señor.

—¿Tu hombro está bien?

—Fi tiene una enorme boca.

—Fi sabe que necesito conocer, si alguien de mi equipo está comprometido por una lesión.

—Estoy bien, señor.

Ordo le dio un codazo.

—Oya, ner vod.

Ordo abrió camino a través del conducto, comprobando el progreso de Sev mediante su HUD. Un hombre que casi había caído a su muerte podría estar un poco nervioso a estas alturas. Pero Sev avanzaba como si estuviera en tierra firme, deslizándose entre las cajas y contenedores de la pared posterior del almacén.

—Omega, ¿están en posición?

La voz de Niner crujió ligeramente en el comunicador de Ordo.

—Estamos a ciento cincuenta metros del perímetro, señor. Al sureste del depósito de procesamiento de basura de la avenida.

—¿Alguna actividad en las naves estacionadas en el lindero oriental del carril?

—Todo tranquilo, a excepción de droides de mantenimiento. Dar envió un remoto de vigilancia y todos los húmedos están agrupados en la entrada del almacén moviendo cajas. Han estacionado dos camiones en la bahía de carga.

—Entonces vamos a posicionarnos en el techo.

El almacén era un edificio de una sola planta, con un implacable techo plano, que significaba que cualquier persona en los dos camiones repulsores, ubicados en el lado más alejado de la zona de aterrizaje, se daría cuenta del movimiento de las tropas. Era el único punto elevado con visión hacia la iluminada zona de aterrizaje que permitía fuego directo, así como también permitiría escoger algunos objetivos. Ordo había decidido que habría problemas, si ocupaba un puesto en las torres residenciales cercanas a unos mil metros de distancia. Si devolvían el fuego, habría que explicar una gran cantidad de muertes civiles.

—Vas hasta arriba, —dijo Ordo.

Sev disparó su línea de rapel sobre el techo y tiró de ella para asegurarse de que era seguro. El pequeño malacate en su cinturón tomó la mayor parte de su peso, pero él empujó con sus botas, mirando casi como si estuviera caminando por la superficie vertical. Ordo esperó mientras Sev rodaba por el borde plano del techo, con el rifle verpine en su mano derecha.

—Techo libre, señor.

Ordo disparó su propia línea y dejó que el malacate lo levantará hasta que pudo alcanzar el techo con la mano. Entregó a Sev los lanzadores Plex y se arrastró sobre la parte superior, gateando sobre los codos y rodillas, hasta que estuvo cerca del borde frontal del techo.

Ambos bajaron las miras de sus visores al mismo tiempo. Ordo vio la misma imagen repetida en el icono de visión de Sev en uno de los extremos de su HUD.

—En él mundo ideal, podríamos haber dejado una carga cronometrada en ese conducto y paralizado todo este sector antes de haber entrado en él, —dijo Sev.

—Y eso advertiría el hecho de que el Gran Ejército estuvo aquí. No existimos, ¿recuerdas? Nos hemos vuelto bandidos.

—Sólo fantaseaba.

El libreto indicaba que debían dejar fuera de operación a las dos mallaluces y luego pasar. Pero el momento de hacerlo era crítico. Skirata y Jusik necesitaban hacer la entrega de explosivos y luego retirarse antes de que empezara la fiesta.

—Omega, estamos en posición.

—Entendido. —Esta vez fue la voz de Mereel.

—En mi posición, vamos a noquear ambas luces y luego ofreceremos fuego de cobertura, mientras avanzan desde el lado sur. Delta, ¿cuál es su ubicación?

—Aquí Boss, señor. Estaremos detrás del almacén en dos minutos. Atin y Fixer entrarán por el frente. Scorch y yo cubriremos el lado norte de la avenida principal.

Atin parecía haber caído fácilmente en el hueco dejado temporalmente por Sev. No había el menor indicio en sus voces, que su ex hermano no era bienvenido. Ordo supuso que una vez que eras uno de los alumnos de Vau, podrías combinarte sin comentarios de nuevo en otro lote, cuando había un trabajo por hacer.

—De acuerdo, vode. Ahora a observar y esperar.

Mereel, Fi, Niner, Darman y Corr estaban agazapados, cubriéndose en una banda transportadora de contenedores fuera del depósito de residuos, donde los droides recogían los contenidos para su compactación y disposición.

Fi olfateó dubitativo. Percibió el clásico tufo sulfuroso de verduras podridas: inofensivo o el filtro de su casco no habría permitido que el aroma penetrara, no obstante resultaba nauseabundo. A una señal de Niner, corrieron de los contenedores, dejándose caer junto a una columna al final de la banqueta, que conducía al otro lado del depósito de CoruFresh.

—Son brillantes, ustedes dos, —dijo Niner, señalando con el pulgar hacia Corr y Mereel, quienes casi resplandecían a la luz de la señal roja intermitente de un bar-cafetería de mala muerte—. ¿Por qué no solamente escriben DISPÁRAME AQUÍ. Sobre esas di’kutla armaduras blancas?

—Ustedes dependen demasiado de ese uniforme negro, —dijo Mereel—. Se trata de un acercamiento cauteloso, ya lo veras, —colocó un enorme blaster Quad reciprocante de la marca Merr-Sonn sobre su cadera, encendiendo el microrepulsor para levantar algo de su peso. Cuatro enormes hocicos de dos cañones desintegradores cada uno, se alzaban del cuerpo armado. Tenían cerca de ochenta centímetros de largo y parecían más como un cañón defensivo de un crucero.

—Cautela, y por supuesto de una grande y bonita Cip-Quad.

Fi palmeó el hombro visiblemente blanco de Corr.

—Tus hombres te seguirán a cualquier lugar, ner vod. Pero ¿sólo por curiosidad?

—Está bien, entonces siente curiosidad. —Mereel indicó la dirección de la pista de aterrizaje—. Han movido algunas de las naves, así que vamos a tener que cubrir un poco de campo abierto adicional. Al menos la mayoría de las cabinas están del mismo lado, así que podríamos aprovechar algún punto ciego.

Darman, con su rifle verpine colgado a la espalda, estaba examinando otro de los elementos impresionantes de Merr-Sonn, con su excesivo poder de fuego que se equilibraba entre sus muslos, el blaster rotatorio Z-6. Era casi tan grande como el Cip-Quad. Parecía desconfiar de él y se lo pasó a Corr.

—Realmente dijimos que sin prisioneros, ¿no es así, señor?

—Si lo sé, no es exactamente un arma de francotirador.

—A Etain le gustaría eso, —dijo Fi—. Un poco más de clase que su Trannie LJ-50.

Mereel resopló.

—La general puede obtener su propio rotatorio. Este es mi bebé.

—Vencería a un buen ramo de flores, Dar…

—A propósito ¿ya se comunicó?

La voz de Ordo interrumpió. No había privacidad en esta frecuencia… Ella y Vau siguieron el rastro de Perrive, hasta un apartamento en la zona tres, cuadrante A-cuatro. Lo están viendo ahora.

—¿No es un barrio diplomático? —preguntó Mereel, cuya capacidad para memorizar datos parecían tan ilimitada como la de su hermano.

—Me temo que sí, —dijo Ordo—. Esto podría ser interesante. Si vamos allí, entraríamos a un nuevo nivel de negación.

Fi vio que Darman bajaba la cabeza por un momento, pero no hubo ni un aliento o chasquido de sus dientes. Volviendo casi enseguida a su posición de alerta. Fi no estaba seguro si tenía miedo por la seguridad de Etain o de lo que podría hacer, y no tenía ninguna intención en preguntar.

—Vau no necesita al strill cuando tiene a un Jedi con él.

—Lleva a mird a todas partes, —dijo Mereel—. Al igual que los padres mando llevan a sus hijos a la batalla.

—Si yo no supiera que el viejo Psycho fuera un poco loco y excéntrico, diría que esto es lindo. ¿Qué es lo que va a hacer?

—Nunca has visto cazar a un strill, ¿verdad?

Mereel no dijo una palabra más. Señaló para que Niner avanzara con un movimiento de su mano y el escuadrón corrió hacia el perímetro de la pista de aterrizaje.

SECTOR DIPLOMÁTICO, CUADRANTE A-4, 2145 HORAS, 385 DÍAS DESPUÉS DE GEONOSIS

Etain se paró en la cornisa de un edificio de oficinas, que se alzaba frente al elegante bloque de departamentos, dándose cuenta realmente lo que significaban las operaciones encubiertas.

Vau estaba a su lado. El saliente era de unos 150 centímetros de ancho, y la brisa a estas alturas se notaba incluso con la temperatura controlada de Coruscant.

—¿Cuál es el problema? —dijo Vau, su voz ligeramente terrosa se suavizaba por su casco mando—. ¿No sabías cuan sucia puede ser la política? ¿Que no todos los diplomáticos son personas agradablemente honestas? ¿Qué tienen compañías desagradables?

—Creo que ya me he dado cuenta de ello. —Sintió el roce del strill pasado por sus piernas, paseando con impaciencia arriba y abajo de la estrecha cornisa. Parecía que no tenía miedo a las alturas—. Pero las consecuencias de perseguir a Perrive hasta ese edificio, va mucho más allá de asesinar a un terrorista.

—Entonces vamos a tener que sacarlo.

—Podría permanecer allá abajo por semanas.

—Si está escondiéndose, sí.

—Algunas veces me es difícil seguirte, Vau.

—Podría estar recogiendo algo o a alguien. Esta en una loca carrera por irse.

—Tengo la sensación de que está solo. No vino a recoger a un colega.

Vau niveló la mira de la verpine, en ángulo descendente cerca de treinta grados. El strill se mantenía al borde de la cornisa.

—Puedo ver a Perrive. Sí, está solo. Está frente a las puertas de la terraza —eso ahora es arrogante, mi amigo. Piensas que nadie puede verte, ¿eh?— Etain, ¿quieres echar un vistazo?

Vau le entregó la verpine. La tomó con nerviosismo, escuchando la advertencia constante de Skirata sobre cuidar el arma, y se sorprendió de cuan ligera e inofensivo se sentía. Miró hacia abajo por la mira y sintió que Vau extendió la mano modificando algo en la óptica. Una imagen diferente apareció en el ocular, ligeramente teñida de color rosa, la de un hombre hurgando en un escritorio y pegando datachips en su datapad, activándolos para luego extraerlos y desecharlos. Una mancha pálida de la luz brillaba en su pecho y luego en su espalda mientras se volteaba.

—¿Qué vez?

—Está cargando datos, —dijo Etain.

—Está triturando archivos de alguien más. Te lo dije.

—¿Qué es la luz blanca? ¿Las emisiones electromagnéticas del polvo marcador?

—Correcto.

Etain le devolvió el rifle.

—Ese datapad contiene material interesante. ¿Cómo conseguiremos hacernos con él?

—A la antigua. —Vau sonaba como si hubiera sonreído. Era difícil de decir bajo el casco—. Vamos a hacer que salga hacia la terraza.

—No estoy segura de que pueda influir en su mente a esta distancia…

—No hay necesidad, querida. —Vau dobló un pañuelo con una sola mano y lo puso bajo la culata de la verpine, en el punto en que tocaba su hombro blindado.

—No me gusta disparar de pie sin algo en que apoyarme, ya que no estoy tan seguro como las patas de mird, así que no voy a tratar ponerme de rodillas. —Se inclinó un poco hacia atrás con la espalada contra la pared—. Pero esta verpine es hermosa. —Apoyó la mano de tiro en el antebrazo levantado—. Es casi una pistola.

—Sólo dime lo que vas a hacer.

—Hacer ruido en el balcón para que dirija sus pasos al exterior.

—¿Y si no lo hace?

—Entonces vamos a tener que ir a buscarlo por las malas.

—Pero si tú.

—Si podemos lo vamos a sacar. —Vau hizo una pausa para dejar pasar un aerospeeder. La flecha del carril repulsor estaba casi desierta—. En la mayoría de los ejércitos que acabé sirviendo, no tenían noción de la planificación anticipada. Tuve que ser muy bueno en soluciones poco ortodoxas.

Etain no podía ayudar, pero podía sentir los patrones en la Fuerza en ese momento. Estar embarazada parecía haber mejorado, en un orden de magnitud, su sensibilidad hacia la Fuerza viviente. Vau se sentía como una piscina de absoluta y fría calma, casi como la huella de un Maestro Jedi en la Fuerza. El strill se sentía… extraño. Tenía una inteligencia brillante e insondable y un salvaje y arremolinado corazón alegre dentro de él. Si no hubiera sido por el rifle de Vau y los dientes salvajes del strill, la pareja podría haberse sentido como un hombre pacífico y su niño feliz.

Sintió algo más, como constantemente lo sentía ahora: el vívido y complejo patrón de su hijo por nacer.

Es un niño.

Estoy de pie sobre una cornisa con miles de metros de nada por debajo de mí. Y no tengo miedo.

Se contuvo a sí misma en alcanzar a Darman en la Fuerza. Podría distraerlo en un momento crítico. Simplemente sentía que estaba a salvo y seguro, y eso era suficiente.

—¿Podrías estrangularlo usando la Fuerza? —Dijo Vau en voz baja.

—¿Qué?

—Sólo preguntaba. Es muy práctico.

—Nunca fui entrenada para hacer eso.

—Es una lástima. Todas esas finas habilidades de combate desperdiciadas.

Vau exhaló audiblemente deteniéndose. Hubo un ligero movimiento en la visión periférica de ella, mientras él apretaba el gatillo, y un pequeño snakkk resonó brevemente, como una bocanada de piedra vaporizada, en la esquina exterior de la pared del apartamento.

—Ahh… —dijo Vau. La mira del rifle seguía presionada a la hendidura del ojo en su casco negro. Se veía como la imagen misma de la muerte. Por mucho que haya crecido Etain para encontrar esa armadura tranquilizadora, nada la hacía menos intimidante—. Ahora, este no es un hombre acostumbrado en evitar asesinos profesionales. Mira atentamente y dime lo que sientes.

Perrive se detuvo ante las puertas de transpariacero que daban hacia la terraza y metió el datapad dentro de su túnica. Luego sacó su blaster. Abrió cerca de un metro las puertas, no más, y se quedó mirando a su alrededor, con el blaster levantado, con un pie todavía en el interior del apartamento, y el otro en el balcón.

Etain oyó exhalar a Vau y luego la cabeza de Perrive se fue hacia atrás con una breve columna de sangre oscura, como si hubiera sido golpeado por un puño invisible. Desplomándose, con los brazos abiertos.

Muerto. Esfumado. Lo que había sido Perrive ahora se había ido de la Fuerza, sin dolor, sin sorpresa y de repente sin existir.

Mird el strill estaba mirando hacia su amo, sin pestañear, con la cola chocando con la cornisa de entusiasmo. Comenzó a hacer pequeños y profundos gemidos en su garganta.

—Debo tratar personalmente con uno de estos, —dijo Vau, estando completamente satisfecho y en calma, mirando el rifle verpine—. Artesanos excepcionales, esos pequeños insectoides.

—Está muerto.

—Creo que sí. El choque hidrostático generado por un proyectil verpine es sustancial. Un disparo limpio en la cabeza es una instantánea kyr’am.

—Pero el datapad todavía está en su túnica.

—¡Bien! —se volvió hacia el strill y se llevó un dedo a los labios—. Udesii, mird… ¡Silencio! ¡K’uur!

El strill lo miró a la cara, sus ojos dorados fijos en los de Vau, con la cabeza echada un poco hacia atrás, sobre sus pliegues de piel suelta como una capucha. Su lloriqueo se detuvo abruptamente. Vau se agachó y extendió el brazo como si apuntara, cerró los dedos en un puño.

—Oya…, —susurró—. ¡Encuentra al aruetii! ¡Encuentra al traidor!

Mird giró y clavó sus garras en la mampostería. Etain miraba, aturdida, ya que subió la pared y se abrió paso a la siguiente cornisa. El strill parecía entender lo que él le dijo, incluso las señales de la mano. Pero ella no tenía idea de lo que estaba haciendo.

—¡Oya, mird!

El strill se equilibrio sobre sus cuatro patas traseras y luego saltó hacia el abismo.

—Oh mi.

Y entonces Etain se dio cuenta porque el strill parecía tan bizarro. Extendió sus seis piernas, y la fea y floja piel que parecía un desastre, se tensó por la presión del aire debajo de ella. Deslizándose sin esfuerzo hacia el balcón contrario.

Vau se quitó el casco y se secó la frente. Su cara era un signo de una completa admiración y… sí, de amor.

—Mird inteligente, —murmuró—. ¡Bebé inteligente!

—¡Es un planeador!

—Extraordinarios animales los strills.

—¿Va a buscar el datapad?

Vau hizo una pausa. Etain podía ver una sonrisa formándose en sus labios.

—Sí.

—¿Es macho o hembra?

—Ambos, —dijo Vau—. mird ha estado conmigo desde que me uní a los mandalorianos. Los strills viven mucho más tiempo que los seres humanos. ¿Quién va a cuidar de él cuando esté muerto?

—Estoy segura que alguien lo va a valorar muchísimo.

—Quiero que sea atendido, no valorado.

Vau se volvió a poner su casco. Esperaron. Etain se esforzó por ver cuando el animal saliera del apartamento, se imaginaba que el datapad estuviera sujeto entre sus dientes. O tal vez tenía guardadas más sorpresas, como una bolsa, como la que tenía Jinart la gurlanin.

Ella lo miró, horrorizada.

Mird había arrastrado el cuerpo de Perrive hacia el balcón. Etain creía que el animal estaba tratando de arrancarle el datapad, hasta el momento en que consiguió un buen agarre con sus enormes mandíbulas en el hombro del cadáver y tiró de él hacía arriba sobre el barandal de seguridad.

—¿Qué va a hacer?

Vau rió. Mird balanceaba el cuerpo sobre el barandal como un saco de piedras, tambaleándose un poco, y luego se lanzó al vacío. Etain se sorprendió por su capacidad para mover un hombre que pesaba por lo menos ochenta kilos, pero no tanto, como cuando vio que su caída libre se convirtió en una escalada vertical, cuando plegó su paracaídas de piel, convirtiéndola en alas membranosas.

Mird salió disparado como una ave de rapiña, llevando a su presa.

Mird voló.

—Fierfek…, —dijo Etain. No había otra palabra para describirlo.

—¡Que lenguaje! —dijo Vau, claramente divertido. Mird dio un vuelco hacia la cornisa y tiró a Perrive detrás de él. Vau se agachó lo mejor que pudo en la estrecha franja de piedra y busco dentro de la túnica el datapad—. Lo tengo. Vámonos. ¡Buen mird!, ¡astuto mird!, ¡Mirdala mird’ika! —Abrió su comunicador.

—Kal, Perrive ya no es un problema, y tenemos un útil datapad. Nos vemos pronto.

Mird estaba en éxtasis, gimiendo y babeando con deleite cuando Vau frotó su cabeza. Como perros perdigueros, podrían no tener igual.

—¿Qué pasará con el cuerpo? —Dijo Etain, todavía aturdida—. ¿Simplemente lo dejaremos aquí? ¿En una cornisa de la ventana de una oficina?

—Les va a dar a los forenses de las FSC, un proyecto fascinante para mantenerlos ocupados, —dijo Vau—. Y ni siquiera tuvimos que entrar en un complejo diplomático, ¿verdad?

Etain, ahora acostumbrada a la muerte y al asesinato, no pudo evitarlo. Se acercó y también frotó la cabeza del strill, a pesar de que apestaba y probablemente podría matarla de un solo gran bocado. Sin embargo era milagroso.

—¡Mird inteligente! —dijo—. ¡Inteligente!

EN ALGÚN LUGAR CERCA DE LA DIVISIÓN DE DISTRIBUCIÓN DE PRODUCTOS, GRANJA DE CORUFRESH, CUADRANTE F-76, 2150 HORAS, 385 DÍAS DESPUÉS DE GEONOSIS

—Esa armadura te queda bien, Bard’ika.

Skirata sentado a horcajadas sobre el asiento del pasajero de un speeder, sujetando un datapad y un cronómetro listo para ser activado. La operación estaba en marcha. Perrive estaba muerto. Ahora era el momento para que Skirata verificara que la transferencia se hubiera hecho.

Observó que la pantalla mostraba el estado de la cuenta bancaria temporal, que desaparecería sin dejar rastro o pista de alguna auditoría en poco más de un día.

—Sospecho que el Consejo Jedi no estará de acuerdo. —Jusik ajustó las bolsas con las correas de carga del speeder—. Ni siquiera si el propio general Kenobi llevará una armadura.

—No te preocupes mucho por eso, —dijo Skirata—. No he pensado demasiado hacia adelante.

—En estos días, hijo, un mercenario mando tiene que planificar su futuro, incluso si no resulta tener algún futuro en absoluto. Y tú también deberías hacerlo.

Jusik rió.

—Pensé que el mando’ade vivía un sólo día a la vez. Incluso si tienes problemas para usar nada más que verbos en tiempo presente.

Los ojos de Skirata nunca se apartaron de la pantalla del datapad. Volviendo a recargar la información, y de repente una cuenta anónima numerada de un banco en Aargau tenía cuatro millones de créditos. Skirata tecleo VERIFICAR y los créditos estaban allí.

Sí, era real. Tenía los créditos.

Sintió que una tensión se evaporaba de su pecho y otra —familiar, confortable y vieja amiga— tomó su lugar. Estaba listo para luchar. Abrió el comunicador a todo el equipo de ataque.

—Modo de espera, vode, atentos. Los créditos se han despejado. Estamos avanzando para hacer la entrega.

—Aquí Ordo, copiado.

—Aquí Delta, copiado.

—Aquí Mereel, copiado.

—¿Tendremos nuestro diez por ciento? —murmuró Fi.

Jusik encendió la moto speeder.

—Fi, te sorprenderá lo que vas a conseguir de esto. —El speeder salió disparado por los aires, girando en un ángulo de noventa grados, antes de que Jusik enfilara hacia el depósito de CoruFresh.

—Ojalá no sea un cuello roto.

—Lo siento, Kal, —dijo Jusik.

Skirata consultó su crono: 2155.

Un buen canto entusiasta de Dha Werda, podría haberlo mentalizado mejor, pero este era un campo de batalla diferente.

—Bard’ika, los paquetes de explosivos están bien envueltos, ¿no es así?

—Completamente. Y también están afectando realmente la maniobrabilidad de este speeder.

—Tenemos un par de minutos. Tómalo con calma.

—Ude’sii. —Jusik sonrió—. Si las cosas se ponen un poco peliagudas por ahí, usaré mis poderes de la Fuerza, ¿puedo hacerlo?

—Sin testigos. Adelante.

Jusik elevó el speeder sobre la pista de aterrizaje, y Skirata observó a Ordo y Sev agazapados sobre el techo de la bodega. Los dos soldados no se movían. Omega y Delta estaban en alguna parte sin ser vistos. Eso lo tranquilizó enormemente. Había sido un placer entrenar comandos que se convirtieron en mejores soldados de lo que él jamás podría llegar a ser.

Sin embargo esta noche iba a probarlos. Había suficientes explosivos en la zona para volar un cuadrante e incluso mucho más. Estaba bien en un campo de batalla… pero no en una ciudad.

Con cuidado. Debemos ir con cuidado.

El speeder descendió y se mantuvo justo por encima del suelo. Un grupo de cinco hombres y la mujer de mediana edad, que había visto en la reunión anterior eran el comité de bienvenida, todos ellos tenían blasters visibles en cintas o apoyadas libremente en sus costados. Dirigieron a Jusik a un lugar entre dos camiones, al abrigo de cualquier persona que pudiera pasar.

Skirata y Jusik bajaron de la moto speeder, con los brazos a los lados, con una calma empresarial. Skirata se quitó el casco. Jusik conservó su buy’ce.

—Los créditos están bien, —dijo Skirata.

La mujer inspeccionó el speeder, que estaba cargado como un bantha de Tatooine, con anónimas y ásperas bolsas.

—¿Todos estos son los de quinientos grados?

—Cuatrocientos paquetes de un cuarto de kilo cada uno, colocadas en decenas. Por seguridad, les sugeriría dividir la carga.

La mujer se encogió de hombros.

—Sabemos cómo manejar explosivos. —Extendió la mano para desabrochar una bolsa y se puso en cuclillas para deslizar las diez paquetes agrupándolos en el suelo. Entrecerró los ojos y sacó un cuchillo de su bolsillo…

Skirata no necesitaba ver la cara de Jusik para saber que la sangre se le había drenado de ella.

No coloques nada metálico dentro del explosivo. La reacción electrolítica podría partirlo.

La mejora química que Mereel había hecho, para frustrar a los fabricantes de bombas, en caso de que quisieran escapar con los explosivos, estaba a punto de matarlos a todos.

—¡Whoa! —Skirata suspiró irritado y esperaba por la Fuerza, que no hubiera sonado como el hombre aterrorizado como realmente los estaba en ese momento—. ¡No metas un cuchillo en eso, mujer! Desenvuélvelos adecuadamente. Mira aquí, déjame hacerlo. ¿Estás segura de que sabes lo que estás haciendo?

Hubo un grito colectivo e involuntario en su comunicar. Escuchó a Ordo murmurar:

—Osik.

—Insolente y pequeño animal mandaloriano, —burlándose, pero se apartó para dejar que se hiciera cargo. Sosteniendo su blaster en la cabeza de Skirata.

Skirata rasgo el bulto con manos nerviosas, rompiendo un paquete, rasgando el flexiplástico con los dientes para exponer los contenidos de color marrón claro. Sabía… extrañamente dulce.

—Aquí lo tienes. ¿Me crees?

La mujer frunció el ceño y apretó el explosivo entre sus dedos.

—Estoy comprobando que este no sea solo colorante de detonita.

—Te diré qué, —dijo Skirata, preguntándose si Jusik podría tratar de influenciar su mente en ese momento—, elige la mayor cantidad de paquetes que quieras al azar y los desenvolveré, y entonces puedes probar por ti misma, que no son trampas explosivas.

Oyó la voz de Ordo en su oído.

—Kal’buir; nos estas asustando…

—De acuerdo. —La mujer señaló otra bolsa en la moto speeder—. Esa. Vacíala delante de mí.

Skirata obedeció. Desenvolvió el bulto y esperó a que ella eligiera un paquete al azar. Lo abrió y la dejó inspeccionarlo. Repitió el proceso tres veces.

Skirata se puso de pie, con las manos en las caderas, suspirando teatralmente.

—Tengo toda la noche, cariño. ¿Y tú?

La mujer lo miró a la cara como si le gustara la idea de matarlo de todos modos.

—Dejen las bolsas y salgan de aquí.

Echó un vistazo a su crono: 2220. Obrim se estaría poniendo nervioso ahora, con los escuadrones de oficiales de las FSC esperando en toda la Ciudad Galáctica, para asaltar la larga lista de direcciones sospechosas que él les había dado.

—Ya has oído a la señora. —Empujando a Jusik por la espalda—. Manos a la obra.

Los últimos segundos antes de una salida precipitada eran siempre los más aterradores. Una diferencia mínima entre la victoria o la derrota, la vida o la muerte. Jusik desató la última bolsa del speeder y la colocó junto al resto, que estaban en una pila entre los camiones.

—Ahora piérdanse —dijo.

—¿Entonces, supongo que no te puedo contar entre mis clientes habituales?

Ella levantó la pistola con elocuencia. Skirata se cambió de mano el casco, balanceándose sobre la moto speeder detrás Jusik. Se elevaron por los aires y subieron por encima de la bodega.

—Fierfek, —dijo la voz de Darman por el comunicador—. Odio cuando improvisa, sarge.

—Ni te lo imaginas.

—Enterado.

Ordo cortó la conversación.

—La mujer está cargando todos los explosivos en un camión, excepto una sola bolsa. El de los distintivos verdes cercano al muelle de carga. Repito, negativo al camión verde. El camión verde no es el objetivo o diremos adiós a medio Coruscant.

—Las hembras nunca escuchan una cosa que les digo, gracias a Dios, —dijo Skirata. Sabía que ella iba a reaccionar así—. Así que eso significa que sólo hay una nave que no podemos volar.

—La prioridad es aislar el camión verde y mantenerlo en tierra, antes de empezar con los otros objetivos.

—Entendido, señor, —dijeron en coro.

Jusik enfiló el speeder hacia abajo, trescientos metros detrás del almacén en un conjunto de unidades cerradas para mayoristas. Skirata se sentó respirando profundamente por un momento, para mantener el equilibrio antes de abrir su comunicador de nuevo con un doble clic de sus dientes posteriores.

—Obrim, soy Skirata.

—Te tengo, Kal.

—Pueden empezar a rodar, mi amigo. Hablamos más tarde.

—Entendido. —El canal de Obrim se quedó en el silencio—. Omega, Delta, todas las unidades, soy Kal. Estamos listos. Todo tuyo, capitán.

—Entendido, sargento. —Ordo comenzó la cuenta regresiva—. Cinco, cuatro, tres, dos… ¡vamos, vamos, vamos Oya!

Un poco de amarga guerra, con consecuencias de largo alcance, se desató en el centro de la Ciudad Galáctica.