24

Esta mañana, una gran red terrorista se encontró destrozada, después de la finalización de una operación masiva durante la noche, realizada por las Fuerzas de Seguridad de Coruscant. Un total de noventa y siete sospechosos fueron detenidos o asesinados, incautándose lo que describieron como «una cantidad significativa» de explosivos.

El Senador Ihu Niopua describió esta operación, como una magnífica pieza de trabajo policial, elogiando a los oficiales.

—HNE, Noticias de la noche, 387 días después de Geonosis

FUERZAS DE SEGURIDAD DE CORUSCANT Y EL CLUB SOCIAL, 2000 HORAS, 388 DÍAS DESPUÉS DE GEONOSIS, UTA Y UCO, RECEPCIÓN PARA LOS HUÉSPEDES E INTEGRANTES DE LA COMPAÑÍA ARCA, BRIGADA DE OE

Las FSC no sabían lo valiente que habían sido hasta que oyeron el boletín de HNE.

Fi decidió tratar la cobertura como algo divertido y no como un caso más en el que los esfuerzos de sus hermanos no eran reconocidos. Skirata le había advertido que todas las fuerzas especiales tenían que lidiar con eso, clones o no, por lo que no era nada personal.

De todos modos, no importaba. Fi estaba apoyado en una barra —una limpia, que no dejaba codos remojados o húmedos— rodeado de personas que no eran delincuentes; a menos que contaras al sargento Kal, por supuesto, y él era un caso especial, ya que el ser un cazador de recompensas extremo, en realidad no era un delito. Además los policías le estaba comprando tragos y estrechándole la mano, diciéndole que todos sus amigos habrían resultado como nerf molido, si él no se hubiera lanzado sobre esa granada durante el asedio al puerto espacial. Era increíble que todavía recordaran eso.

Fi no tenía el corazón para decirles que él simplemente lo hizo debido a los años de entrenamiento, que habían hecho que su cuerpo se moviera de manera involuntaria, y que no sabía hacer otra cosa. Simplemente sonrió y disfrutó de la adulación. Le gustaba la camaradería.

Algunos de ellos eran oficiales mujeres, también. Estaban fascinadas por su armadura. Disfrutaba explicarles las piezas y sus funciones, se preguntó por qué se reían cuando les dijo lo fácil que era para el quitársela.

Ordo estaba vagando con Obrim, uniéndose a Fi en el bar. Obrim les entregó a ambos un vaso de una cerveza de color claro, siendo al instante otro hermano con uniforme, con un entendimiento tácito de cómo eran las cosas.

—Veo que de nuevo han actualizado sus armaduras, —dijo tocando la placa del pecho de Fi con el nudillo del dedo índice—. Tiene un acabado diferente. Con clase.

—Bueno, tienen que probar los nuevos implementos con alguien, y estamos tan a la moda.

—Supongo que pueden permitirse ese tipo de lujos, ahora que hay menos de ustedes que necesitan estar equipados de esta manera, —dijo Obrim, cayendo en el sombrío cinismo, de los hombres que suelen estar a merced de los contadores.

—Debido a que las bolsas para cadáveres son mucho más baratas.

—¿Qué bolsas para cadáveres? —dijo Fi.

—¿En serio?

—No a la manera mando. O de la República.

—Jodidos tacaños. —Obrim suspiró con irritación. Luego indicó a Mereel, quien estaba rodeado por un pequeño grupo de oficiales a parte del escuadrón Delta, riendo ruidosamente—. Veo que tu hermano está enseñando a nuestros niños un poco de malas palabras en mando’a. ¿Es cierto que ustedes no tiene una palabra para héroe?

—Así es, pero tenemos una docena para decir «puñalada».

Obrim casi se echó a reír.

—¿Y cuántas para freír a alguien con un blaster?

—Serían alabanzas, —dijo Fi—. No sabemos mucho de arte, pero sabemos que es lo que nos gusta.

Ordo estaba escaneando el bar lleno de gente con el ceño ligeramente fruncido. Fi siguió su mirada. Se preguntó si estaba revisando donde estaban Etain y Jusik, porque los Jedi no encajaban fácilmente en la atmósfera estridente de un club social de la policía, pero allí estaba Jusik, todo sonrisas, enzarzado en una intensa conversación con dos oficiales forenses sulustanos. Darman estaba en una profunda discusión con Corr, así como con otro par de hombres, a los que Fi reconoció como los expertos en desactivación de bombas de las FSC, que estuvieron en el asedio al puerto espacial. Niner y Boss parecían haber sido arrastrados a un extraño juego con algunos otros oficiales, lanzando un cuchillo hacia la madera tallada del techo del bar, para gran disgusto del droide servicio.

Y Atin tenía a Laseema entre sus brazos, mirándolo con adoración, aunque él todavía tenía un llamativo ojo negro por su pelea con Vau.

Pero Etain no estaba y tampoco Vau. Vau había tomado otro trabajo no especificado, por supuesto. Darman todavía estaba aquí, lo que significaba que Etain estaba en el bar, al menos por el momento.

Ordo parecía estar concentrado en la puerta.

—¿Cuál es tu problema, ner vod?

—La agente Wennen me dijo que iba a venir, —dijo Ordo. Parecía extrañamente torpe, aparentemente sin saber qué hacer a continuación, por primera vez—. Voy a revisar por los alrededores. Es un bar grande.

Obrim lo vio alejarse.

—Fi, —dijo—, ¿te importaría si te pregunto algo personal?

—Capitán, yo siempre trato de ayudar a la policía en sus investigaciones.

—En serio, hijo. Kal no me hablo nada de ti. Nunca supe cómo fuiste… criado para todo esto. Lo siento. No puedo encontrar otra palabra para ello. No pareces resentido en absoluto. Yo estaría furioso. ¿No estás enojado? ¿Ni tan sólo un poco?

Fi deseaba que Obrim no le hubiera hecho pensar. En cierto modo, era mucho, mucho más simple en Kamino. También era más fácil estar solo con tu escuadrón como compañía, en algún osik’la planeta volando droides. Había un enfoque limpio en eso. Coruscant, efectivamente había sido el campo de batalla más difícil de todos, como el sargento Kal le había advertido. Pero no fue porque estuviera lleno de los peligros de no saber si el enemigo estaba parado junto a ti. Lo fue porque le mostró lo que nunca podría llegar a tener.

—He tenido un montón de pensamientos en el último año, —dijo Fi—. Sí, mucho está mal. Yo sé que merezco más que esto. Quiero una vida y una chica agradable y no quiero morir. Y sé que estoy siendo utilizado, gracias. Pero soy un soldado, y también soy un mandaloriano y mi fortaleza siempre va a ser lo que llevo dentro de mí, mi sentido de pertenencia y lo que soy. Incluso si el resto de la galaxia se hunde en su propia suciedad, voy a morir sin comprometer mi honor. —Apuró su copa y comenzó con la siguiente que estaba alineada en la barra. No era que amara el sabor, pero creía ser cortés—. Eso es lo que me mantiene en marcha. Eso y mis hermanos. Y esas cervezas que me prometiste.

—Tenía que preguntar. —Obrim frunció el ceño de forma rápida y miró hacia otro lado por un momento—. ¿Esa bebida realmente te mantendrá en el juego?

Pensó en la inserción en el Fest meses antes.

—Sí, capitán. Algunas veces lo hace.

Fi temía a donde llevaría esta conversación, pero fue interrumpida por una ovación de lado más alejado del bar. Skirata había llegado y estaba demostrando su habilidad en el juego de lanzamiento de cuchillos. Dejó que su vicioso cuchillo de tres lados volara, golpeando a los demás cuchillos que estaban encajados sobre la madera de vez en cuando. El droide del bar protestó.

—Es demasiado bueno en eso, —dijo Obrim, y se volvió de nuevo hacia Fi para reanudar la conversación—. Ahora, acerca de esto.

Fi no quería hablar de ello nunca más. Se enderezó y llamó a través de la barra a Skirata.

—¿Sarge?, ¡Sarge! ¿Quieres mostrarles el Dha Werda?

Hubo un grito de «¡Kandosii!» de los escuadrones.

—Sí, vamos, ¡Sarge! ¡Vamos a mostrarles cómo se hace!

—Soy demasiado viejo, —dijo Skirata, recuperando su cuchillo.

—Nah, —dijo Fi, y aprovechó la oportunidad para arrastrar a Skirata lejos del juego—. Tú nos lo enseñaste, ¿recuerdas?

Skirata aceptó la invitación y cojeó para unirse a los dos escuadrones, que rápidamente despejaron un espacio en el bar. Ordo, Mereel y Jusik se unieron a ellos; Corr dio un paso atrás, incierto. Las tropas rara vez tenían la oportunidad de ver el canto ritual, y mucho menos aprenderlo.

—No he bebido lo suficiente, —dijo Skirata—, pero voy a darle.

Sin su armadura, parecía aún más pequeño entre sus comandos de lo habitual. El canto se puso en marcha.

¡Taung-sa-rang-bro-ka!

¡Je-tii-se-ka-’rta!

¡Dha-Wer-da-Ver-da-a’den-tratu!

Skirata tomó el ritmo al instante, manteniendo perfectamente el tiempo, dando golpes rítmicos sobre su chaqueta de cuero, que normalmente sería sobre la dura armadura. Era un guerrero curtido en la batalla al igual que sus muchachos, solo que más viejo.

Fi le guiñó un ojo, con cuidado tomando en cuenta su diferencia de altura.

¡Cor-u-scan-ta-kan-dosii-adu!

¡Duum-mo-tir-ca-’tra-nau-tracinya!

Skirata mantuvo el ritmo incesante verso tras verso. Fi vio una armadura blanca en su visión periférica, apareciendo un soldado ARC, el Capitán Maze entre la multitud de oficiales de las FSC, quienes los estaban viendo con la boca abierta, con vasos de cerveza en la mano.

—¿Les importa si me uno? —dijo Maze.

Fi no tenía ninguna intención de tratar de detener a un soldado ARC. Maze se deslizó en línea junto a Ordo y le sonrió a su hermano capitán, de una manera que no le gusto a Fi.

Como Skirata siempre le decía a los forasteros, el Dha Werda requería de resistencia, de seguir el tiempo y de confianza total hacía tus compañeros. Los ritmos complejos afilaban el cerebro, enseñándote a pensar como uno solo. El girar demasiado rápido o demasiado tarde, te darían un desagradable golpe en la cara. Se llevaba a cabo sin buy’cese.

Ordo no estaba tan enfocado como debería estarlo. Tal vez su mente estaba con la encantadora Besany Wennen. Cualquiera que fuera la razón, cuando Fi giró a la derecha, con los puños apretados y los brazos a la altura del hombro, listo para batir el ritmo con la placa de la espalda de Niner, vio y escuchó al puño de Maze conectar con la barbilla del Ordo.

Ordo siguió adelante, escurriendo sangre de su labio, negándose a romper el ritmo. No te detienes si eres golpeado. Tienes que seguir.

¡Gra-’tua-cuun-hett-su-dralshya!

¡Kom-’rk-tsad-drot-en-t-roch-nyn-ures-adenn!

La línea de comandos giró noventa grados a la izquierda, martilleando con ritmo, y luego giraron otra vez a la derecha, cuando Maze volvió a golpear a Ordo de forma clara y —Fi tuvo que admitirlo— elegante en la boca sin perder el ritmo. La sangre salpicó la prístina placa blanca del pecho de Ordo. Fi esperaba que el encuentro estallara en una pelea, pero el canto terminó sin incidentes y Ordo simplemente se limpió la boca con la palma de su guante.

—Lo siento, ner vod, —dijo Maze, sonriendo con genuina diversión—. Ya sabes lo torpe que somos los ordinarios soldados ARC. Hacemos bailes pésimos.

Fi contuvo el aliento. Estaba dispuesto a respaldar Ordo contra Maze; Ordo era su amigo. Y Fi también sabía que él era completamente impredecible y totalmente sin miedo a la violencia.

Ordo se encogió de hombros, alargó el brazo y los dos capitanes ARC estrecharon las manos y se dirigieron a la barra. Skirata los observaba con atención y sonrió.

Todos los ARC’s estaban locos. A veces Fi estaba agradecido de que a él le hubieran removido todos los genes volátiles de Jango.

Skirata se sentó en un taburete de la barra y se limpió el sudor de la frente con la palma de su mano.

—No me estoy haciendo más joven, —dijo, recuperando el aliento, riéndose.

—Voy a estar negro y azul por la mañana. No lo debes intentarlo sin armadura.

—Podrías haberte escabullido después de unos minutos, —dijo Fi entregándole un pañuelo—. No hubiera importado.

—Pero si lo hubiera hecho. No podría pedirle a mis hombres, que hagan lo que no puedo o no quiero hacer por mí mismo.

—Nunca tendrías que hacerlo. —Fi se dio cuenta de que un pequeño silencio se había formado alrededor de la puerta, causado por Besany Wennen.

Entró mirando a su alrededor, viendo a Ordo se acercó a él.

—Voy a salir al balcón para tomar el aire —dijo Skirata.

La última cosa que Fi vio, antes de que Obrim se lo llevara, para conocer a algunos oficiales que estaban muy interesados en comprarle más bebidas, fue a Besany Wennen secándole el labio partido a Ordo con un pañuelo, reprendiendo visiblemente a un sorprendido Capitán Maze.

—Hola, —dijo Skirata—. No me di cuenta que estabas aquí, ad’ika.

Etain miró hacia arriba. Había estado mirando por el balcón hacía el carril respulsor de los speeders. Una vista nocturna de Coruscant tan entretenido como un holovídeo.

—Es demasiado ruidoso para mí allí. Parece que te has estado divirtiendo.

Skirata se unió a ella y apoyó los brazos cruzados sobre la barandilla de seguridad.

—Les he mostrado el Dha Werda a las FSC.

—Apuesto a que fue doloroso. —Parecía un hombre fundamentalmente bueno. Lo adoraba, incluso si él le daba miedo a veces—. Es bueno ver a todos relajados. Ha sido duro, ¿no?

—Lo hicimos. Todos nosotros. Tú también ad’ika. Bien hecho.

Ahora estaba felizmente determinada ante la vida. Se sentía bien. También estaba segura de que Skirata era un hombre que entendía, el amor y los riesgos que tomaba la gente para hacer felices a sus seres queridos. Él desafió a los generales y a cualquier otra persona que se interpuso en su camino, para asegurarse de que sus soldados —sus hijos, porque eso era lo que eran— consiguieran lo que era suyo por derecho.

No había ninguna razón para no decirle la maravillosa noticia. Le tendría que haber dicho primero a Darman, pero no estaba muy segura de cómo. Y —de todos modos— Skirata era Kal’buir. Era el padre de todos.

—Gracias por ser tan comprensivo acerca de mí y Dar —dijo.

Skirata se frotó la frente.

—Lo siento por haberte sermoneado. Soy muy protector con todos ellos. Pero los dos están felices y me alegro de eso.

—Entonces espero que te alegres de que esté esperando un bebé. —Hubo un momento de silencio.

—¿Qué? —dijo Skirata.

—Estoy embarazada.

Ella observó que su rostro se endurecía.

—¿Embarazada?

No había esperado esa reacción. Un desagradable escalofrío se extendió desde su estómago hacia su pecho.

—¿De quién es? —preguntó Skirata. Su voz era distante, monótona y controlada. Era la voz de un mercenario.

Eso dolió.

—De Darman, por supuesto.

—No lo sabe, entonces. Me lo habría dicho si lo supiera.

—No, no se lo he dicho.

—¿Por qué?

—¿Cómo podría tomarlo? Ya es bastante difícil para una persona normal…

—Él no es anormal. Es lo que tú gente ha hecho de él.

—Quiero decir… —Etain luchó—. Quise decir que no tiene experiencia para hacerle frente a la paternidad en un momento como este.

—Nadie la tiene.

—Yo buscaba darle algún tipo de futuro.

El rostro de Skirata no cambió.

—¿Tú planeaste esto? ¿Cómo puede tener un futuro si no se sabe que va a tener un hijo? Los genes no cuentan para todo.

—Si alguien se entera de que estoy esperando un hijo, voy a ser expulsada de la Orden Jedi y no voy a ser capaz de servir. Tengo que seguir adelante. No puedo dejar caer a mis hombres.

Skirata estaba furioso. Ella lo sintió. También podía verlo. Y si ella pensaba que era malo, no sería nada en comparación con la forma en como reaccionaria el Consejo Jedi. Iba a ser expulsada de la Orden. Ya no sería un general, ya no sería capaz de jugar su parte en la guerra.

Pero tú sabias eso.

Debiste haber pensado en ello.

Y sin embargo, la realidad se sentía muy diferente, no estaba ni tantito arrepentida, y eso ero por lo que no había pensado en la reacción del Consejo Jedi. Estuvo bien. La Fuerza le había guiado hasta este punto.

—¿Y cómo planeas disfrazar este hecho? —Preguntó Skirata, todavía con una fría calma—. Va a ser muy visible.

—Puedo entrar en un trance de curación y acelerar el embarazo. Puedo soportar con él bebe cinco meses. —Puso su mano sobre su vientre—. Es un niño.

Esa fue probablemente la peor cosa que podía haberle dicho a Skirata. Etain en este punto, ya debería haber conocido mejor a los mandalorianos. El vínculo entre padre e hijo era primordial. Cada trozo de calor que alguna vez él le había mostrado a ella se había evaporado, y eso la devastaba. Ya que también había llegado a amarlo como padre.

Y un buen padre mando ponía primero a su hijo.

—Entonces en este gran plan tuyo, este plan para darle a mi muchacho un futuro, ¿qué te pareció que su hijo podría llegar a ser? ¿Un Jedi?

—No, sólo un hombre. Un hombre con una vida normal.

—No, ad’ika. —Las manos de Skirata salieron de sus bolsillos. Podía ver el ascenso y la caída de su pecho, debido a una respiración trabajosa de rabia contenida. Un pequeño vórtice negro en la Fuerza se abrió a su alrededor—. No, el hijo de Darman será mandaloriano, o no tendrá un hijo en absoluto. ¿No lo entiendes? A menos que el niño tenga su cultura y lo que le hace mandaloriano, el… el no tendrá alma. Por eso tuve que enseñarles a todos ellos, a todos mis hijos, lo que era ser mando. Sin eso serían hombres muertos.

—Sé lo importante que es eso.

—No, creo que no lo sabes. Somos nómadas. No tenemos país. Todo lo que nos mantiene unidos es lo que somos, lo que hacemos, y sin eso estamos… dar’manda. No sé cómo explicarlo… no tenemos alma, no hay otra vida, sin identidad. Estamos eternamente muertos.

Etain repitió las palabras dar’manda para sí misma.

—Así es como obtuvo su nombre, ¿no?

—Sí.

Comenzó a darse cuenta por qué Skirata y Vau estaban tan obsesionados con la enseñanza hacia sus alumnos sobre su herencia. No era sólo darles una identidad cultural, literalmente le estaban salvando sus vidas, sus almas.

—Va a ser un usuario de la Fuerza. Eso lo hará…

—¿Estás loca? ¿Sabes que les llamaría la atención a criaturas como los kaminoanos? ¿Sabes cuantos estarán interesados en su material genético? ¡Está en peligro, di’kut!

El valor único del patrimonio genético de su hijo, nunca se le había cruzado por la mente a Etain. Estaba horrorizada. Luchó para hacer frente a los peligros que surgieron alrededor de ella como de la nada.

—¿Pero cómo puede criarlo Dar?

—¿Tú no hiciste esa pregunta cuando empezó todo esto? ¿De verdad lo amas?

—¡Sí! Sí, tú sabes que lo amo. Kal, y si no tengo al niño y él muere.

—Cuando el muera. Porque está diseñado para morir joven. Yo le sobreviviré. Y tú estás construida para vivir mucho tiempo.

—Tú mismo lo dijiste —sólo son una amplia generación de hombres—. Entonces eventualmente nada dejaran los clones, nada para mostrar que alguna vez vivieron y sirvieron y murieron. Todos ellos merecen algo mejor que eso.

—Pero de nuevo, a Darman no se le da ninguna opción, —dijo Kal—. No tiene opción sobre la lucha. No tiene opción de ser un padre.

Skirata guardó silencio, caminando hasta el otro lado del balcón, apoyándose en él, como lo había hecho cuando ella lo había visto mortificarse, sobre si había sido un monstruo, un hombre que convirtió pequeños muchachos en soldados y los envió a luchar a la aruetiise guerra.

Etain esperó. No tenía sentido discutir con él. Tenía razón, tomó la elección sin consultar a Darman, tal como lo hacía cada general Jedi.

—Kal —dijo.

No se volvió.

Puso cautelosamente una mano en su espalda. Lo sintió tenso.

—Kal, ¿qué quieres que haga para hacer esto de la manera correcta? ¿No quieres que al menos uno de tus hombres deje algo detrás de él, alguien quien vaya a recordarlo?

—Sólo puedes recordar lo que conoces.

—Voy a mantener a salvo al niño.

—Ya tienes nombre para él, ¿no es así? Lo sé. Sabes que estás esperando un niño, por lo que tendrás idea de un nombre. Las madres hacen eso.

—Sí, yo.

—Entonces no quiero escucharlo. Si quieres mi ayuda, tengo condiciones.

Lo sabía. Debería haberlo sabido. Skirata tomaba su rol paterno obsesivamente, y era un hombre duro, un mercenario, un hombre cuyo todo instinto había sido perfeccionado para luchar y sobrevivir desde que era un niño pequeño.

—Necesito tu ayuda, Kal’buir.

—No me llames así.

—Lo siento.

—¿Quieres mi ayuda? Entonces aquí están mis términos. Le dirás a Darman que va a tener un hijo, cuando sea seguro para él saberlo, no cuando te convenga a ti. Y eso será cuando nazca el niño, el nombre del niño será en mando’a. Donde los padres nombran a sus hijos, Así que si Dar no puede hacer eso, entonces me aseguraré de que lo haga.

—Así que no tengo otra opción.

—Si quieres, puedes saltar de la ciudad hacía cualquier planeta.

—Y tú me encontrarías.

—Oh, sí. Es mi trabajo el encontrar personas.

—Y le dirías a la Orden Jedi. Me odias.

—No, en realidad me caes bien, ad’ika. Desprecio a los Jedi. Ustedes usuarios de la Fuerza nunca cuestionan su derecho a dar forma a la galaxia. Y la gente común nunca se da cuenta de que tienen la oportunidad de hacerlo por ellos mismos.

—Creo que… creo que sería muy apropiado para el hijo de Darman saber sobre su herencia.

—Él va a saber más que eso. Si Darman no lo puede elevar como un mando, yo lo hare. He tenido mucha práctica. Abundante práctica.

Etain estaba indefensa. Su única opción era correr, y sabía que no era justo para nadie, y menos aún para el bebé. Esto confirmaba que lo único que quería era tener un niño, algo que a que aferrarse y amarlo, y a cambio ser amada, sin importar cómo lo conseguiría.

Esto tenía que ser por Darman. Su hijo no podía crecer como un hombre ordinario. Y no tenía idea de cómo criar a un hijo mando. En cambio Skirata si sabía. Si se negaba, sabía exactamente lo lejos que llegaría para salirse con la suya.

—¿Cómo vas a lidiar con un niño usuario de la Fuerza? —pregunto Etain—. De la misma manera en la que crié a seis muchachos que estaban tan perturbados y dañados, por ser colocado en simulaciones de combate con fuego real cuando eran niños pequeños, los cuales nunca tuvieron una oportunidad de ser normales. Con mucho amor y paciencia.

—Realmente quieres hacer esto, ¿verdad?

—Ya lo creo, más que nada. Es mi deber absoluto como mando’ad.

Así que ese era su precio.

—Puedo disfrazar el embarazo.

—No, vas a tener unos bonitos y tranquilos meses encubierta en Qiilura, con una de las gentes de jinart para vigilarte. Y simplemente veras de que estaré seguro que pasará. Luego regresaras con el niño, y yo lo criare desde aquí. Un nieto. Dándole mí historia familiar, sin que pase nada malo.

—¿Cómo le llamaras?

—Si Darman se encuentra en posición para saber cuándo nazca el niño, va a ser su elección. Hasta entonces, voy a mantener mis ideas para mí mismo.

—Así que estás de acuerdo en que Darman no sé entere aún.

—Si yo le digo, o tú lo haces, entonces ¿cómo va a ir a la guerra de nuevo y mantener su mente enfocada en su propia seguridad? Se embarcará de nuevo en unos días. Así que esto no es como decirle a un muchacho regular que tiene una chica embarazada, y esto podría ser bastante malo. Él es un clon sin derechos ni idea real del mundo real, y ha embarazado a su general. ¿Tengo que hacerte un dibujo?

Etain en realidad nunca había estado enfurecida con alguien. Los Jedi que la habían criado y entrenado toda su vida, habían estado mucho más allá de esa emoción. Solamente le dejaron un poco de impaciencia o irritación, pero nunca ira. Y en Qiilura, cuando tuvo la responsabilidad de cuatro comandos, quienes la metieron por primera vez en una desesperada y peligrosa misión, la ira de Jinart hacia su inexperiencia había estado muy por debajo de la rabia.

Pero ahora Skirata estaba ahogándola. Podía sentir la ira ciega de él y cómo la mantenía. Podía ver el tono cenizo de su rostro, sin sangre. Podía oír la tensión en su voz.

—Kal, de entre toda la gente, tu sabes lo mucho que eso me importa. Tus propios hijos te repudiaron, por poner a tus soldados clon delante de ellos. Tú sabes que se siente el odio y el desprecio por el riesgo de hacer lo correcto para tus seres queridos. Y ¿por qué harías lo mismo otra vez?

—Si fuera Laseema la que me hubiera dicho que estaba embarazada de Atin, las cosas habrían sido muy diferentes —dijo entre dientes.

Hubo un movimiento detrás de ellos.

—¿Kal’buir?

Etain se volvió. Ordo estaba en la puerta. No lo había sentido acercarse; en comparación con la perturbación que Kal estaba generando en la Fuerza, él era invisible.

—Está bien, hijo. —Skirata parecía avergonzado y le hizo señas. Se las arregló para fingir una sonrisa—. ¿Así que el Capitán Maze consiguió su propia revancha?

Ordo, en sintonía con las reacciones de Skirata, miró sospechosamente a Etain. Se sentía en ese momento como el puntal en la Fuerza, excepto que no había ningún sentido de alegría infantil en el juego, solo ferocidad.

—El honor ha sido satisfecho, como se suele decir. Me pregunto si quieres unirte a nosotros para tomar una copa. Besany está ansiosa por verte de nuevo.

—Ah, ese nosotros suena como si ustedes dos estuvieran llevándose muy bien. —Skirata sonrió, y esta vez sí era real, Besany Wennen no era, por supuesto, una jetii, una Jedi. Por lo que era aceptable—. Me encantaría, Ord’ika. De todos modos Etain y yo estábamos terminando nuestra charla.

Skirata se alejó como si nada hubiera pasado. Etain se apoyó en la barandilla, con la frente sobre sus brazos cruzados, y se sintió casi completamente aplastada. Pero Skirata tenía razón en todo lo que había dicho, y cumpliría su promesa de ayudarla. El precio era inevitable. Ella lo pagaría.

Se concentró en la alegría que rodeaba a su hijo en la Fuerza. Sin embargo las cosas se volverían duras, eso era algo que nadie podría evitarle, ni siquiera Kal’buir.