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Cuando ya no se puede saber lo que tu nación o tu gobierno representa, o incluso donde está, se necesita un conjunto de creencias que puedas llevar contigo mismo y aferrarte a ellas. Necesitas un núcleo en tú corazón que nunca va a cambiar. Creo que por eso me siento más a gusto en las barracas que en el Templo Jedi.

—General Bardan Jusik, Caballero Jedi.

CASA DE OPERACIONES, CABAÑA DE QIBBU, 0015 HORAS, 386 DÍAS DESPUÉS DE GEONOSIS

En las habitaciones de la planta superior del hotel de Qibbu, parecían días de inventario en las armerías del GER.

Fi pasó por encima de montones apilados de armaduras y paquetes de plastoide explosivo de cinco mil grados, dejándose caer en la primera silla que encontró.

—¿Vas a dormir en ese cubo? —dijo Mereel.

Fi captó la indirecta y sello su casco, inhalando aire caliente con aroma a sudor, a alfombra rancia, café y a strill. Había momentos en que la buy’ce era un consuelo y un refugio tranquilo, le aislaba del mundo, ahora sentía esa necesidad, por razones que no entendía y ni quería pensar en ellas.

Mereel se sentó sobre una rayada y maltratada mesa, desenvolviendo paquetes de plastoide térmico, colocándoles un líquido incoloro dentro de ellos. Fi quería levantarse y mirar pero estaba demasiado cansado. Podía ver a Mereel haciendo un hueco en las tortas de plastoide marrón con el pulgar, vertiendo unas gotas del líquido de una botella pequeña, y luego amasarlo con un movimiento constante.

—Ah, —dijo Fi, recordando.

—Tengo que añadir el compuesto estabilizador antes de ponerlo de nuevo en las bodegas, o de lo contrario esto va a matar a un montón de vode, más de los que los chicos malos jamás podrían.

—¿Quieres una mano?

—No. Duerme un poco.

—¿Dónde está el sargento Kal? —Fi había disfrutado bastante llamándolo Kal’buir. Pero volvió a los viejos hábitos, junto con su armadura—. Espero que no haya apuñalado a Vau.

—Están liberando un speeder en nombre del Fondo de Retiro Skirata.

—Vamos, nunca va a retirarse.

—Aun así quiere un speeder. Los hábitos de mercenario tardan en morir.

Fi encontraba difícil el imaginarse que su sargento, pudiera tener otros intereses en la vida más allá del ejército. Pasó un rato preguntándose lo que el hombre realmente podría querer, y aparte de una esposa que lo cuidara, Fi tenía problemas en que podría ser. Era el mismo problema que tuvo con sus propios sueños. Eran intrusivos e insistentes —pero limitados—. Sólo sabía que algo faltaba, y cuando miró a Darman y a Etain, supo lo que era; también se preguntó cómo podría funcionar incluso si él pudiera conseguirlo. No era estúpido. Podía contar y calcular las probabilidades de supervivencia.

—Buenas noches, ner vod. —Dejó a Mereel haciendo su tarea y vagó alrededor, quitándole los seguros a las placas de su armadura, mientras iba apilándolas en un montón, cerca de la puerta del dormitorio. Había monos negros y calzones colgados en cada saliente y barandal para que se secaran. Sin embargo a pesar de su agotamiento, los escuadrones todavía llegaban a lavar su equipo a conciencia.

Fi hecho una mirada hacia las habitaciones, para comprobar quien podría estar despierto y dispuesto a charlar, pero todos los chicos Delta estaban fuera de combate, incluso estaban roncando. Niner y Corr cayeron en unas sillas dentro de una de las alcobas, con un plato de galletas a medio comer colocado en una mesa pequeña entre ellos. Darman estaba tendido en su cama, en la habitación que compartía con Fi, al parecer sin haber sufrido por su terrible experiencia, y Ordo estaba acurrucado en el cuarto contiguo, con una manta tirada sobre su cabeza. Siempre parecía hacer eso, como si quisiera oscuridad total.

No había rastro de Jusik o Etain. En lo más profundo del pasillo, Fi tuvo un golpe de suerte. Atin estaba sentado en la silla de su habitación, limpiando su armadura.

—Estoy atento al regreso de Skirata, —dijo, sin esperar la pregunta de Fi.

—¿Algo anda mal?

—Nada.

—Estoy seguro de que Laseema te está esperando.

—No se trata de Laseema.

—Así que si es por algo.

—Nunca te rindes, ¿verdad?, —Atin había sido siempre un tipo reservado, debido a que había sido insertado en un escuadrón, con una cultura muy diferente con la que había sido criado. Siempre había algo nuevo que aprender acerca de un hermano que había sido entrenado en otro lote—. De acuerdo, ahora que el trabajo está hecho, tengo asuntos que atender con el sargento Vau.

—Ya no es sargento.

—Todavía voy a matarlo.

Solo era una plática. Los hombres decían cosas como esas. Fi cerró la puerta y se sentó en la cama opuesta.

—Se supone que tengo que estar atento, —dijo Atin.

—Hice que Sev me dijera cómo llegó esa herida a tu cara.

—Así que ya sabes. Vau me dio una buena paliza por estarme quejando por sobrevivir a Geonosis, cuando mis hermanos no lo hicieron.

—Es mucho más que eso. Tú lo sabes. No serías el primer comando en enzarzarte en una pelea a puñetazos con su sargento.

—Sabes, me caes bien cuando te pones irracional y divertido.

—Necesitamos saber.

—Usen’ye. —Era la manera más cruda de decirle a alguien que se fuera al diablo en mando’a—. No te incumbe.

—Solo es para conseguir un reemplazo, en caso de que Vau te mate durante la pelea.

Atin colocó la placa de la espalda que estaba limpiando en el suelo y se frotó los ojos.

—¿Quieres saber? ¿En serio? Mira. —Metió los dedos en el cuello de su mono y tiró hacia abajo la parte delantera. Las costuras Gription cedieron. No era nada que Fi no hubiera visto antes en los refrescadores: Los hombros y brazos de Atin, estaban lacerados con largas rayas blancas de tejido cicatrizado. Eran comunes en el GER. Los hombres se lesionaban durante los entrenamientos y en el campo de batalla, con armadura o sin ella. Pero las de Atin parecían más espectaculares que el promedio.

Las cicatrices se presentaban, especialmente si no recibías bacta en la herida lo suficientemente rápido.

—Vau te dio esas también, ¿no?

—Vau casi me mata, así que cuando finalmente dejé el tanque de bacta, me dijo que algún día me mataría. Justo lo suficiente, ¿no crees?

No es de extrañar que Corr dijera que encontró comandos un poco «relajados». Ellos deben haber parecido peligrosamente caóticos ante un soldado clon criado y entrenado por las sobrias y rápidas instrucciones y simulaciones kaminoanas.

—Matarlo es un poco fuerte, —dijo Fi—. Que tal, nada más romperle la nariz.

—Eso ya lo hizo Skirata. Mira, si Vau sentía que te faltaba algo para llegar al borde del asesinato, te presionaba un poco. Hacia qué lucharas con tu hermano. Teníamos la opción de luchar entre nosotros, hasta que uno estaba demasiado lastimado para ponerse de pie, o podíamos luchar con él.

Fi pensó en Kal Skirata, tan duro y despiadado como ninguna persona que hubiera conocido, asegurándose de que sus escuadrones estuvieran bien alimentados y descansados, buscando golosinas prohibidas para ellos, enseñándoles, animándolos, diciéndoles lo orgulloso que lo habían hecho sentir. Parecía que eso había funcionado bastante bien.

—¿Y? —dijo Fi.

—Yo opte por luchar con Vau. Tenía un verdadero sable de hierro mando, y yo estaba desarmado. Fui por él. Nunca quise matar en mi vida y sólo me cortó. Y Skirata golpeo al osik de Vau cuando se enteró. Nunca se llevaron bien, los dos.

—Así que… el asunto con Sev. Le contaste a Skirata.

—No, Skirata se enteró. Yo ni siquiera sabía que él me conocía hasta que nos encontramos en el asedio del puerto espacial. —Atin cogió su armadura y comenzó a limpiarla de nuevo—. Así que ya sabes.

Fi pensó que un cambio rápido en Vau, podría purgar el odio de Atin. Entonces se le ocurrió que su hermano sería absolutamente literal.

—At’ika, ¿alguna vez has pensado que te pasara si lo matas?

—Esta noche he matado a gente rompiendo mis reglas legítimas de enfrentamiento. Uno más no va a hacer la diferencia. De todos modos voy a morir pronto.

—Sí, pero allí está Laseema.

Atin hizo una pausa, sosteniendo el paño con una mano.

—Sí, allí está.

—¿Y con que vas a matar a Vau?

—Con un cuchillo. —Cogió su guante derecho y expulsó la vibrocuchilla emitiendo un alto shunk—. A la forma mando.

Esto no era una bravata. Fi luchó por un momento, preguntándose qué podría ser lo correcto por hacer. Realmente iba a hacerlo.

Fi decidió que esperaría cerca de las puertas de la plataforma de aterrizaje, listo para el momento en que Vau caminara hacia ellos.

Etain encontró imposible conciliar el sueño. Se sentó junto con Jusik en la plataforma de aterrizaje, meditando. Por toda la violencia del día que ella misma se había puesto detrás, encontró un núcleo sereno dentro de ella que nunca antes había estado allí, la calma interior que había buscado tantos años a través del estudio y la lucha.

Todo lo que tenía que hacer era tener una vida a mi lado para cuidarla. Ese es el verdadero desapego que debemos buscar, poniendo otra persona por encima de nosotros mismos, sin negar nuestras emociones. El apego a uno mismo es el camino hacia el lado oscuro.

Los intrincados hilos de plata de su hijo en la Fuerza eran más complejos, ahora estaban más interconectados. Sintió que tenía un propósito y claridad y pasión. El sería una persona extraordinaria. Casi no podía esperar para llegar a conocerlo.

Y cuando fuera el momento adecuado, podría explicarle a Darman lo que sentía. Se imaginaba la alegría en su rostro.

Se llamó a sí misma para salir del trance, Jusik estaba de pie a unos metros de distancia, viendo hacia el barranco de torres en dirección del Senado.

—Bardan, tengo una pregunta que sólo tú puedes responder.

Se volvió y sonrió.

—La responderé si puedo.

—¿Cómo le digo a Darman en mandaloriano que lo amo? —Esperaba que Jusik expresara sorpresa o desaprobación. Pero solo parpadeó un par de veces, centrándose en un lugar inexistente a pocos metros por delante—. No creo que él maneje fluidamente el mando’a. Sin embargo, los Null’s si lo manejan.

—Gracias, pero no quiero declararle mi amor a Ordo.

—Está bien. Trataré… ni kar’tayli gar darasuum.

Ella lo repitió en voz baja un par de veces.

—Lo tengo.

—Kar’taylir es la misma palabra para «conocer» y «para tenerte en el corazón». Pero puedes agregar darasuum, «para siempre», y se convierte en algo muy diferente.

—Eso me dice mucho acerca de la opinión mandaloriana sobre las relaciones.

—Ellos creen que el conocimiento completo de una persona es la clave para amarla. No les gustan las sorpresas y facetas ocultas. Los guerreros tienden a ello.

—Gente pragmática.

—Una pena que los Jedi no fueran más amigables con ellos. Ya que podríamos disfrutar en ser pragmáticos juntos.

—Gracias, por no haberme dados sermones sobre el apego.

Jusik se volvió hacia ella con una amplia sonrisa, que sólo podría haber venido de estar en completa paz consigo mismo. Indicó su cuerpo con un gesto de sus manos: una aburrida armadura mandaloriana verde, con las formas del cuerpo y espinilleras. El casco a juego con su siniestra hendidura en forma de T en la visera, estaba en el suelo junto a él.

—¿Tú crees —dijo—, que voy a entrar caminando de nuevo en el Templo Jedi llevando esto? ¿Crees que esto no es apego?

Jusik realmente lo encontró gracioso. Riéndose. Ellos eran todo lo que la Orden Jedi no aprobaría.

—Zey se convulsionaria.

—Kenobi lleva armadura de soldado.

—El general Kenobi no habla mandaloriano. —Ella encontró la risa de Jusik contagiosa y teñida de agotamiento, también con el alivio asustado que a menudo era tan evidente en Fi—. Y sus soldados no se dirigen a él como el pequeño Obi-Wan.

Jusik se volvió sobrio de nuevo.

—Nuestro código fue escrito cuando éramos soldados de paz. Nunca habíamos luchado en una guerra, no en una como esta, sin utilizar a otros. Y eso lo cambia todo. Así que voy a permanecer apegado a esto, porque mi corazón me dice que eso está bien. Si esto es incompatible para un Jedi, entonces sé la elección que voy tomar.

—Ya la hiciste —dijo Etain.

—Y tú también tienes que hacerla. —Hizo un gesto vago en dirección a su vientre—. Puedo sentirlo. Te conozco demasiado bien ahora.

—No.

—Esto va a ser muy difícil para los dos, Etain.

—Darman todavía no lo sabe. No debes mencionárselo a nadie. Promételo.

—Por supuesto que no lo voy a hacerlo. Le debo mucho a Darman. De hecho a todos los hombres.

—Vas a matarte tratando de vivir de acuerdo con ellos.

—Entonces eso estará bien, —dijo Jusik.

Jusik no quería ser un pacificador. Si la Fuerza no se hubiera manifestado en él, podría haber sido un científico, un ingeniero, un constructor de cosas asombrosas. Pero él quería ser un soldado.

Y Etain también tenía que ser uno, quisiera o no, porque sus tropas la necesitaban que fuera uno solo. Pero tan pronto como la guerra terminara, ella dejaría la Orden Jedi y seguiría un destino más difícil, pero más dulce.

Skirata colocó el speeder verde debajo de la plataforma de aterrizaje con cierta satisfacción. Pondría a Enacca a cambiar el color y hacerlo desaparecer del sistema de licencias, pero todo esto era trabajo de rutina para ella. Estaba furiosa por tener que recoger los speeders del equipo, abandonados a veces cuando no tenían otra opción, pero algunos créditos extra la calmarían.

Vau salió de la escotilla en el lado del pasajero y mird trotó hasta él, gruñendo y gimiendo felizmente.

—Voy a regalarme un vaso de tihaar, —dijo Skirata—. Si el strill quiere dormir en el interior esta noche, es bienvenido.

—Puede ser que te acompañe con esa bebida. —Vau levanto de nuevo a mird en sus brazos—. No es un procedimiento establecido en un libro de texto, pero los hombres deben zanjar decentemente con la oposición durante un tiempo muy corto.

Se sentía casi como una relación civilizada. Se sentía de esa manera hasta el momento en que las puertas se abrieron y casi tropiezan con Fi. Extendiendo los brazos como una barrera.

—Sarge, Atin está de un humor de perros. —Se volvió hacia Vau, que bajo a mird sobre la alfombra y se quitó el casco—. No creo que deba estar cerca de él, sargento Vau.

Vau simplemente bajó la barbilla ligeramente, mirándose resignado.

—Vamos a acabar con esto de una vez.

—No…

—Fi, esto es entre él y yo.

El instinto de Skirata le decía que era tiempo de intervenir, pero esta vez sospechaba que para Vau saldría mal, y eso tenía un cierto sentido de justicia. Mientras que respetaba la habilidad y la integridad del hombre, lo detestaba a nivel intestinal por su brutalidad. Y para él, eso borraba todas las virtudes de Vau.

Se dijo a sí mismo que era por su propio bien: era para reforzar la identidad mando, para salvar sus vidas, para salvar sus almas. Sus muchachos incluso así lo creían. Pero Skirata nunca lo haría.

—Lo he estado esperando, sarge, —dijo la voz de Atin.

Skirata quitó a Fi. Ordo y Mereel, que seguían trabajando en la neutralización del plastiode térmico, levantaron la vista, precavidos, esperando la señal para participar. Les mando una sacudida discreta con la cabeza. Todavía no. Déjenlo.

Atin llevaba el guante derecho y su mono. Extendió la vibrocuchilla de los nudillos y sostuvo su puño a la altura de su hombro, luego la envainó de nuevo.

—Si el strill se me abalanza, me lo llevo también.

Era un lado de Atin que Skirata nunca antes había visto, pero que Vau había construido. Tenían un poco de Jango, el gen que le decía ponte de pie y a luchar, no corras, otra tendencia genética que podía ser alimentada y desarrollada y entrenada, en algo mucho más grande que ella misma.

Vau con sus brazos a los lados, parecía realmente frustrado. Atin nunca entendió por qué lo había hecho. Y yo tampoco, pensó Skirata. Salvas a un hombre de ser dar’manda enseñándole su herencia, no por hacerlo un animal salvaje.

La voz de Vau se había suavizado.

—Atin, tenías que ser mando. Si yo no te hubiera hecho mando, también podrías haber muerto, porque no existirías como un mando ‘ad, no sin tú espíritu y tú coraje. —Era casi como una disculpa—. Tenías que ser capaz de cruzar ese umbral y estar dispuesto a hacer cualquier cosa para ganar. Fierfek, si los estúpidos Jedi no los hubieran utilizado como infantería en Geonosis, todos y cada uno de mis lotes de comandos estarían vivos hoy. Te hice un hombre duro porque me importabas.

Skirata se alegró de que Vau no hiciera uso de la palabra amor. Pondría su propio cuchillo en las entrañas de ese hombre si tenía que hacerlo. Eso estaba claro, arrastrando del brazo a Fi, Atin se lanzó hacia delante sujetando a Vau por las placas de los hombros, dándole un cabezazo. Vau retrocedió unos pasos, la sangre le brotó de la nariz, pero no cayó. Mird chilló frenéticamente preparándose para defender a su amo, pero Vau lo detuvo con una orden de su mano.

—Udesii, mird. Puedo manejar esto.

—De acuerdo, entonces maneja esto, —dijo Atin, lanzando un puñetazo.

Era difícil luchar contra un hombre con armadura mandaloriana, pero Atin, fiel a su nombre, iba a hacerlo. Su golpe atrapó a Vau justo debajo del ojo y siguió con feroces estocadas, golpeándolo contra la pared poniéndole el brazo en el cuello. Vau volvió al instinto animal y levantó su rodilla hacía el estómago de Atin, alejándolo lo suficientemente para aplastar el codo en su cara.

¿Detengo esto? ¿Puedo hacerlo? Skirata estaba listo.

El golpe detuvo a Atin durante unos segundos. Después sólo se abalanzó directamente hacia Vau cargando contra él, golpeándolo con los puños manteniendo su distancia, dándole tanto a la armadura como a la carne. En ese momento el ruido de los cuerpos y crujidos de protesta de la armadura, habían despertado a la gente y Jusik llegó corriendo, cuando Atin expulsaba su vibrocuchilla con el repugnante sonido ¡shunk! levantándola, con el codo en alto, para darle un golpe en el cuello expuesto de Vau.

Los dos hombres salieron volando como en una explosión silenciosa. Atin chocó contra una mesa y Vau se impactó contra la pared. Hubo un aturdido momento de silencio.

—¡Esto se detiene ahora! —Jusik gritó voz en cuello—. ¡Es una orden! Yo soy su general y no voy a tolerar peleas, ¿me oyen? No por cualquier razón. ¡Levántense, ustedes dos!

Vau obedeció tan mansamente como cualquier nuevo recluta. Los dos hombres lucharon por ponerse de pie y Atin se puso en posición de firmes como era costumbre. El pequeño Jusik —de pelo despeinado—, llevaba sólo una túnica arrugada y ásperos pantalones, estaba de pie mirando a los dos hombres mucho más grandes que él.

Skirata nunca antes había visto utilizar la Fuerza para detener una pelea. Fue tan impresionante como cuando abrió aquella puerta.

—Quiero que esta pelea se detenga ahora —Jusik continuó, con su voz convertida ahora en un susurro—. Debemos tener disciplina. Y no podemos permitir dañarnos el uno por el otro. Tenemos que estar unidos. ¿Entienden?

—Sí, señor, —dijo Atin impasible, con sangre cruzándole el rostro—. ¿Tengo algún cargo ahora, general?

—No, sólo estoy pidiendo que pongan fin a esto por el bien de todos.

Atin estaba en calma una vez más. Ni siquiera parecía estar sin aliento.

—Muy bien, señor.

Vau parecía alterado, o por lo menos tan perturbado como un hombre como él podría estarlo.

—Soy un civil, general, así que puedo hacer lo que quiera, pero pido disculpas a mi antiguo alumno por cualquier dolor que le causé.

Skirata hizo una mueca. Eso era suficiente para iniciar la lucha de nuevo. Pero era tan buena como una concesión para que cualquiera, se pudiera deshacer del hecho de creer que le había hecho un favor a Atin.

—Fue mi culpa, señor, —dijo Skirata, haciendo lo que un buen sargento haría—. Debo mantener una mejor disciplina.

Jusik le lanzó una mirada que decía que no creía en eso, pero le gustaba eso en vez de ser censurado. Skirata esperaba nunca tener que mostrarle al muchacho que no le obedecía, pero sospechaba que Jusik nunca querría probar eso.

El Jedi miró en silencio por encima del hombro a la audiencia que se había reunido.

—Todos podemos volver a la cama. —Los comandos se encogieron de hombros y desaparecieron en sus habitaciones. La expresión de Corr de estar en shock total era fascinante. No había ni rastro de Darman—. Y tú, Fi. Ha sido un día pesado.

Jusik cogió un spray de bacta, con una expresión de cansada exasperación, sentó a Atin en una silla para limpiar su rostro. No hizo ningún intento de atender a Vau, que se marchó a los refrescadores, con mird lloriqueando a sus talones. Ordo y Mereel desaparecieron de la plataforma de aterrizaje con los paquetes de explosivos envueltos.

Skirata esperó a Jusik, para que terminara con Atin, regresándolo a su habitación.

—Así que, sin sable de luz y sin armadura. —Jusik era aún más bajo de lo que él era. Empujó al chico por el pecho—. Te dije que es lo que hay debajo de la armadura lo que hace a un hombre. Unos pocos miles de Jedi como tú y la República no sería el osik que es ahora. Es usted un soldado, señor, y un buen oficial. Y creo que nunca le he dicho eso a alguien en mi vida.

Skirata hablaba en serio en ese momento. No amaba a los Jedi como un tipo cualquiera, pero apreciaba mucho a Bard’ika y cuidaría de él. Jusik bajó los ojos, con una extraña mezcla de vergüenza y deleite, estrechando el brazo de Skirata.

—Quiero lo mejor para mi gente, eso es todo.

Skirata esperó que cerrara las puertas de su dormitorio y fue en busca de la botella de tihaar, así como la más rara de las cosas en la cabaña de Qibbu, un vaso limpio. Arrancó el tapón de la botella y derramó un poco en una copa astillada.

No podía identificar qué fruta había sido destilada en ese momento, y el sabor no era muy bueno. Nunca lo había sido, pero al tomarlo conseguía dormir más a menudo. Dejó que quemara el interior de su boca antes de tragarlo, sentándose en la silla, cuidando el vaso en sus manos ahuecadas, con los ojos cerrados.

Espero que Atin haya encontrado algún tipo de paz de esto.

Él creyó detectar un toque leve de frutas-joya en el tihaar.

Cuatro millones de créditos.

Eso era satisfactorio, mucho más que cualquier prima o tarifa, que hubiera invertido en los últimos años en Aargau. Nadie lo había mencionado. Ordo y Mereel sin duda debían haber pensado en ello, que conocían sus planes. Vau era un mercenario, pero no interferiría porque ya le habían pagado. Etain podría hacer preguntas. Pero los escuadrones de comandos tenían poco interés en las realidades de la economía. A los clones no se les paga. Nunca codiciarían posesiones porque habían sido resucitados con nada que pudieran llamar suyo. A pesar del deseo de Fi por la fina armadura mando de Ghez Hokan, o la lujuria en general de sus muchachos por los rifles verpine, eran más una mezcla de pragmatismo y valores culturales mandalorianos que él les había enseñado, que la codicia básica de los civiles.

También tenía una copia restringida de un datapad del departamento del tesoro para jugar.

Y tendré que pedirle a Meerel, que más tarde haga una copia del datapad de Perrive, antes de que se lo entregue a Zey… o le daré la mayor parte a él, como sea.

Abrió los ojos, conscientes de que alguien estaba de pie frente a él. Ordo y Mereel estaban impacientes y emocionados, pareciendo mucho más como jóvenes normales y atolondrados, que soldados eficientes y disciplinados.

Mereel sonrió, incapaz de contener su alegría.

—¿Quieres oír sobre Ko Sai, Kal’buir? Volvió de nuevo.

Skirata apuró el vaso. Esto era lo que más deseaba.

—Soy todo oídos, ad’ike.