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Los vamos a estar vigilando, lo prometo. No nos verán y tampoco nos oirán, incluso no sabrán si estamos a su lado. ¿Cómo se siente eso, Jedi? ¿Qué se siente estar a merced de una especie con poderes que incluso ustedes no tienen? Ahora ya sabes cómo los demás te miran. Mantenga sus promesas, General, o va a ver lo difícil que puede ser atacar a un pequeño e invisible ejército.
—Jinart la gurlanin, al general Arligan Zey, sobre la promesa de reubicar a todos los colonos humanos de Qiilura en un plazo de dieciocho meses.
A las 2225 horas tiempo Triple Cero, Fi y Mereel rompieron desde detrás del murete, del extremo sur de la pista de aterrizaje y se posicionaron entre los camiones repulsores, estacionados en el lado más alejado respecto al almacén.
Fi ajustó la mira infrarroja de su DC-17, sobre el camión verde y vio una mancha brillante del calor sobre el fuselaje. Inclinó la cabeza y vio el mosaico tenue que indicaba las variaciones de temperaturas de la parte superior del cuerpo de un ser humano, un piloto a la espera de partir.
—Tengo un objetivo en el asiento del piloto del camión verde, y su operador aparece tibio en la mira infrarroja. ¿El explosivo está cargado? ¿Alguien puede confirmar?
—Puedo ver la parte trasera del camión. Han cerrado la escotilla con dos objetivos en el interior, además del piloto. —Ordo hizo una pausa—. Confirmándose como cargado el camión verde. Tenemos que mantener esa nave en tierra, vode. No podemos volarlo, no aquí.
—Dar, ¿tienes un tiro claro sobre el piloto?
Se oyó el sonido de una respiración rápida y un gruñido, como si alguien se hubiera dejado caer a su lado. Fi miró a la izquierda y vio a Darman de rodillas sobre una pierna, con su rifle verpine bien sujeto, el codo apoyándose en la rodilla. Un proyectil de la verp garantizaba un agujero en el parabrisas del camión y mataría al piloto, sin disparar los explosivos de quinientos grados termales.
—Casi lo tengo en la mira. Esperen.
Fi blandió su Decé para localizar a Ordo en el techo. No podía ver a Sev, pero el casco del Ordo era apenas visible cuando volteaba la cabeza.
—Delta, —dijo Ordo—, listos para tomar la parte trasera del camión verde, cuando eliminemos las luminarias. Omega, apunten a todos los objetivos que caminen por la pista de aterrizaje.
La voz de Kal interrumpió.
—Ord’ika estamos en la parte trasera del almacén bloqueando las puertas posteriores. Estimamos una fuerza total de veinticuatro objetivos vivos, es lo que me han dicho.
Fi reorientó su mira hacia el interior del almacén. Podía ver al menos nueve hombres y mujeres corriendo por el interior, y dos más visible a través del infrarrojo, abriendo cajones y colocando pequeñas cajas y blasters dentro de bolsas.
—Tengo un mínimo de once contactos alrededor y dentro del almacén y parece que tienen un pequeño arsenal allí. La buena noticia es que es sólo hay un gran espacio vacío con oficinas divididas debajo de una pared.
—Una vez que las luces se apaguen, van a cerrar las escotillas…
Sev interrumpió.
—Tengo dos cargando lo que parecen ser rifles DC-15, en un pequeño speeder rojo en la cerca perimetral norte.
—Seis en el camión aparecen cálidos y marcados en mi infrarrojo, —dijo Mereel—. No puedo ver ninguna actividad en el resto de los speeders. Debería haber cuatro listos para volar.
—Entonces golpéalos a todos, sólo para estar seguros, —dijo Ordo—. Dale a todo excepto al camión verde.
—Estoy en visión nocturna ahora, —dijo Darman—. Cuando estés listo, Capitán Ordo.
Corr corrió para colocarse a la derecha de Fi, deslizando detrás de un camión, con el blaster giratorio apoyado contra el cinturón y su mano izquierda apretada en la agarradera superior. Desde su posición parecía un hombre que se sentía muy cómodo acerca de sus posibilidades. Ni siquiera estaba destinado a ser un comando; sólo había aceptado el reto.
Fi esperaba que Skirata encontrara la manera de que lo absorbiera de forma permanente en la compañía Arca. Cambió a la mira nocturna y alineo la marca del objetivo, en un hombre y una mujer que llevaban una caja plana entre ellos hacia uno de los camiones.
El dedo de Fi descansaba en el gatillo.
—¡Luces! —silbó Ordo.
Él y Sev dispararon sus cohetes Plex, y ambas illumimallas fueron tragadas simultáneamente por dos bolas de fuego amarillo.
El rugido mató cualquier posibilidad de escuchar cómo se despedazaba el parabrisas de transpariacero del camión verde. Pero oyó a Darman un instante después.
—Piloto del camión, ¡listo!
—¡Hemos perdido a uno! —dijo Jusik.
—¿De nuevo?
—Uno de los objetivos pegó una carrera, más allá de la esquina noreste. Sentí que se iba.
Hubo un segundo congelado en el tiempo, antes de que un fuego láser azul, saliera pulverizado desde la posición de Fi, derribando a las dos personas que desplazan la caja. Dos de los camiones explotaron en bolas de fuego, lo que representaba seis objetivos más abatidos. La pista de aterrizaje era ahora un oscuro vacío iluminado por las llamas agonizantes de dos camiones destrozados y esporádicos rayos por fuego de Decé. Desde el otro extremo del depósito, el distintivo staccato azul del ataque del blaster giratorio, rociaba cada vehículo estacionado en ese lado de la avenida. Corr estaba definitivamente pegado al blaster, tal y como Kal’buir lo había ordenado. Corrió a la izquierda de Ordo, disparando mientras corría, removiendo al último speeder gris y plata en una bola de luz blanca.
—¿Jusik? —Ordo se debatía si debía preocuparse por el fugitivo—. Jusik, ve con Vau y Etain por el que salió corriendo.
Debajo de Ordo, Boss, Fixer y Scorch corrieron a la parte trasera del camión verde, Atin llegó desde el otro lado. Boss disparó una corriente de rayos de su Decé con un ángulo pequeño, cercenando media carcasa del mecanismo repulsor del camión. Cayendo en el suelo con un golpe masivo que arrugó la aleación. Definitivamente ahora si no iba a ir a alguna parte.
Scorch concentró su fuego dentro del almacén. Ordo se balanceó sobre el borde de la azotea bajando a rappel para unirse a la refriega, disparando uno de sus blasters gemelos mientras se dejaba caer. Los disparos sacaban chispas y humo de las puertas. Probablemente había nueve o diez terroristas encerrados dentro del almacén, con un buen suministro de armas. Y en estos momentos no eran los peores problemas para Ordo.
Sev se clavó en el suelo junto a él, rebobinando su línea de rapel.
—Dos muertos con verp. Eso es todo.
—Dos siguen vivos en el interior del camión, —dijo Boss—. Si tuvieras cien kilos de explosivo térmico, una gran cantidad de detonadores y no tienes escapatoria, ¿qué harías?
—Llevarme por delante a la mayor cantidad de enemigos que pueda, —dijo Ordo—. Ataquen ahora ese dik’utla camión, antes de que nos ponga en órbita.
Dos minutos en el combate se sentían como si fueran segundos. Fi corrió hacia el camión verde, pisándole los talones a Mereel, con Corr, Darman y Niner muy cerca detrás de él.
—Deje diez cuerpos en la pista de aterrizaje —dijo Niner.
—Un piloto muerto y dos objetivos vivos en este camión. —Ordo indicó a Niner y Scorch que fueran hacia la parte delantera del vehículo—. Distráiganlos mientras Fixer y Boss entran por la escotilla trasera.
Ordo dio un paso atrás sosteniendo los dos blasters, con Fixer y Boss colocados a los lados de la escotilla. Disparó a los soportes del bastidor y se abrió de golpe. Hubo un fuerte pee-eww pee-eww de los fragmentos que rebotaban de la parte delantera de la nave, Fixer y Boss irrumpieron con sus vibrocuchillas desenvainadas que salían de sus guantes.
Luces blancas se encendieron y silbaron, con los blasters en las manos. Ordo tuvo una fracción de segundo para pensar que esto era todo, esto va a explotar, estamos muertos, se acabó, y luego se hizo el silencio de nuevo. Las Batallas le parecían una masa de ruido ensordecedor intercalada con breves silencios de muerte.
—Fierfek, ni siquiera tenían alineados los detonadores, —dijo Scorch.
—Amateurs. —Saltó del camión destrozado, con su armadura ennegrecida por fuego láser. Boss hizo lo mismo detrás de él y sacudiendo la sangre de su vibrocuchilla antes de enfundarla de nuevo.
Ordo respiró.
—¿Kal’buir?
—Todavía estamos en las puertas traseras. A estado un poco tranquilo aquí. Bard’ika dice que dentro hay once.
—Confirmado once en la mira infrarroja, —dijo Niner, que siempre tenía que estar seguro.
—Se han encerrado. Estamos retirando los explosivos del camión. —Ordo le hizo un gesto a Corr, Niner y Boss para que lo hicieran—. Mereel y yo vamos hacia las puertas delanteras. Dar y Fi, abran un hueco en la pared del lado sur.
—¿Quieres que entremos por atrás, hijo? —dijo Skirata—. Estoy bombeando adrenalina y me gustaría tener algo de acción. Por los viejos tiempos.
—Recuerda que no tienes armadura Katarn, —dijo Ordo, preocupándose al instante más por Kal’buir que por cualquier otro.
Skirata resopló.
—Recuerda que tú no está usando hierro mandaloriano.
Ordo le hizo un gesto a Mereel. Su hermano rozó una capa de escombros con su hombrera azul de teniente, y estiró sus dos manos sobre sus hombros, para alcanzar el desintegrador masivo Cip-Quad atado a su espalda.
—En tres… —dijo Ordo.
—¿Qué paso con los cinco?
—Solo estoy impaciente.
Skirata tomó la verpine con su mano izquierda y el cuchillo con la derecha, escuchando como Jusik desenvainaba su sable de luz, un Caballero Jedi con un casco mando.
—Bard’ika, me llevare esta imagen a la tumba.
Comprobó el haz infrarrojo de la mira, más por un hábito nervioso que otra cosa, esperando que los hut’uune no tuvieran visión nocturna.
El ensordecedor doble martillazo del blaster desintegrador de Mereel, rompió la breve calma y las puertas traseras salieron volando. Hubo una explosión y luego una lluvia de escombros provenientes de un lado del almacén. Por un momento pensó Skirata que las puertas habían sido destruidas por la explosión, pero Jusik golpeó el aire como si estuviera dando un toque bastante inteligente.
—Fierfek. Así que esa es la Fuerza, ¿verdad?
No había luz derramándose fuera del acceso. Entonces alguien dentro del almacén corrió hacia las puertas y una figura granulada disparó a través de su pantalla de visión nocturna.
Skirata reaccionó instantáneamente, sin pensar, cargó hacia él, rompiéndole la cara con su codo blindado, para después llevar duramente su cuchillo hasta sus costillas, antes de que cayera hacia atrás. Fue sólo cuando apuntó la verp en su próximo aliento y concentró su cara en su HUD por un segundo, se dio cuenta de que era la mujer que lo había llamado matón mandaloriano. Disparó el arma antes de que haber pensado incluso en una réplica adecuada. La guerra era así. Rara vez pensabas en decir algo satisfactorio hasta días más tarde, si tenías algo que decir.
—Diez en el infrarrojo, —dijo Niner.
Los infrarrojos te decían quién aún estaba caliente. Pero los infrarrojos no podía decirte quien estaba vivo. Skirata prefería seguir solo el movimiento.
—¡Granada! ¡Cubranse! —gritó Atin.
La onda de choque levantó a Skirata y le dejó sus oídos sonando. Estaba seguro de que estaba fuera, pero ahora ya estaba dentro, Jusik lo arrastró por sus pies limpiamente con un brazo. No podía oír el comunicador con claridad.
El rápido martilleo de un blaster rotatorio se puso en marcha y luego se detuvo abruptamente. Para un hombre formado en el delicado arte de desactivación de bombas, Corr se había apoderado con cierto entusiasmo, de la cruda técnica de pulverización con seis barriles.
—Granada.
Otra explosión sacudió el almacén.
—¡Hombre caído! —Alguien estaba maldiciendo—. ¿Sev? ¿Scorch? —y Ordo gritó—: ¡Sácalo! ¡Despeja el edificio!
Skirata corrió tras Jusik, siguiendo el resplandor verde de su sable de luz. A medida que pasaban las puertas, un sonido masivo «whoomp» golpeó a Skirata simultáneamente bajo las plantas de los pies y en la espalda. Estando a punto de perder el equilibrio.
Se hizo el silencio. Skirata se esforzó por escuchar.
—Un montón de manchas dispersas en el infrarrojo. —Ese sonó como Niner.
—Y no tengo idea de lo que está vivo y lo que solo está… caliente.
—Scorch, ¿estás bien?
—Sí, sí. Realmente sólo me sacudió.
—Hasta aquí, —dijo Jusik—. Voy a volver a entrar, Ordo. —Se dio la vuelta y echó a correr de nuevo hacia el almacén. Skirata lo siguió—. Puedo encontrar a los vivos. Déjenmelo a mí.
El almacén estaba ahora casi a oscuras y en silencio excepto por un crujiente tintineo, sonidos del desmoronamiento de desechos y de la aleación de los sistemas de refrigeración. El aire olía a ozono por las descargas de los blasters y por el olor animal de los cuerpos destrozados. Nada se movía.
Esto tomaría horas, Skirata estaba seguro de eso. No, se trataba de minutos. Su cerebro se había deslizado dentro del tiempo irreal de combate.
El sable de luz verde de Jusik dejaba un rastro misterioso. No parecía asustado en dejar dibujos de fuego, ya que lo había balanceado como si hubiera un insecto molestándolo, Skirata estaba seguro.
—Puedo sentir tres vidas.
Bueno, ellos sabrán que los Jedi están ahora en el caso.
Skirata se imaginó tumbado en el piso, en el caos silencioso y oscuro, probablemente ensordeció, sin duda herido, vislumbrando movimientos de soldados acechando la habitación. Los comandos habían apagado las luces de sus viseras, y Fi, Atin y Darman serían casi invisibles en su armadura negra incluso para él.
Debe ser aterrador. Se hubiera escondido de los soldados, con seis años de edad y lo suficientemente asustado como para mojar sus pantalones.
Ahora ya saben lo que se siente, hut’uune.
Alguien hizo un sonido, escuchó un poco de media palabra, y sonaba como por favor. Skirata blandió su verpine en dirección al ruido. Vio a un hombre arrodillado con las manos levantadas, fierfek, no quería tomar prisioneros. Esto era lo último que necesitaban. Oyó como Jusik tragó saliva.
—Contra la pared, —Jusik silbó. Haciéndole gestos a la persona para que se rindiera. ¿Podría el hut’uun ver que era un Jedi?—. ¡Contra la pared!
Entonces la voz de Darman interrumpió.
—¡Sarge! ¡Abajo! Flama.
Skirata giró y se puso de rodillas al igual que Jusik, sumergiéndose en una sábana al rojo vivo, de rugiente fuego líquido, que iluminó el destrozado almacén, abrumando su visión nocturna por una fracción de segundo. Bombeando arcos superficiales, que envolvieron por completo a Darman. Los Comandos y los soldados saltaron hacia atrás instintivamente, Skirata sintió el calor incluso a través de la capa de antiguo hierro mandaloriano. Darman se iluminó como un jet en una estatua negra, con el rifle todavía levantado, envuelto en llamas líquidas. Ni siquiera gritó.
—¡Dar! —Skirata encontró su cuerpo respondiendo sin intervención de su cerebro mientras disparaba varias rondas de su verpine en dirección al lanzallamas. Alguien cayó. El río de fuego se detuvo. El golpe seco de una célula de energía golpeando a un blaster, lo desvió del terrible espectáculo de Darman ardiendo como una antorcha—. ¿Fi? ¿Niner? —se apresuraron a rodar a su hermano en el suelo en un intento de sofocar las llamas. Skirata captó la tenue luz de un indicador de carga en su visión periférica y apunto la verpine en esa dirección, pero Jusik se cruzó en instante, blandiendo su sable generando un borrón de luz. Skirata ahora podía ver que el hombre arrodillado, el que aparentemente se había rendido, había sacado un blaster. El cual todavía estaba aferrado a su mano inerte. Por alguna razón ese intento enfureció a Skirata más que nada.
—¡Todo despejado! —gritó Jusik—. ¡Dar! —Levantó la vista hacia el techo.
—Aguanta, Dar.
La armadura Katarn podía soportar altas temperaturas, pero el producto químico había quemado el recubrimiento de las placas de Darman. Resistiendo los intentos de Niner y Sev para sofocar las llamas, al pegarle con costales que habían agarrado. Skirata tiró su chaqueta sobre él. De repente una fina y pegajosa lluvia llenaba el aire.
Se había activado el sistema automático contra incendio.
—Me alegro de que haya funcionado, —murmuró Jusik.
Una nube blanca de siseante gas envolvió a Darman, hundiéndose él almacén de nuevo en la oscuridad. Las llama se habían extinguido; retardante de fuego llovió desde el techo.
Skirata estaba de cuclillas sobre Darman, quitando a Niner y Ordo fuera del camino. Su armadura todavía irradiaba calor.
—¡Hijo! ¿Estás bien?
—Sarge.
—¿Estás herido?
—En realidad no… Pero esa cosa líquida desagradable, me hizo parpadear un poco, —las placas de Darman silbaban audiblemente al enfriarse. Su voz era temblorosa—. Gracias.
—¿Esto fue obra tuya, Bard’ika? —Skirata ayudó a Darman a ponerse de pie. Sus placas aún estaban calientes al tacto—. ¿Tu activaste el sistema contra incendio?
—No sólo soy bueno para volar cosas. —Jusik se abrió paso entre los escombros y los pedazos de duracero, sus botas crujían, y luego se paró en seco—. Eso es todo, —dijo en voz baja—. Definitivamente nadie quedó con vida.
El chico parecía estar muy tranquilo al respecto, o al menos su voz estaba bajo control. Darman se sacudió el polvo y Ordo le entregó su Decé. Ocho lámparas en los cascos estallaron barriendo el interior, destacándose un escenario de paneles de tablaroca y cosas que Skirata había visto demasiadas veces en demasiados campos de batalla. Una viga en el techo se sacudió.
—Volamos la mitad del shabla techo, —dijo Boss.
—Última vez que me fío del infrarrojo…
—¡Kandosii, Bard’ika! Eres mejor que una mira en cualquier día.
—¿Eso es todo? —Era la voz de Fixer—. Todo esto y ¿todavía no conseguimos verlos?, por lo menos a los droides puedes verlos. Ellos vienen hacia ti. Esta escoria.
—¿Quieres mirar, ner vod?
—Son tan… ordinarios.
—Y ahora están bien muertos, —dijo Sev.
Ordo corto la conversación.
—Hemos terminado aquí, vode. Es hora de irnos. —Puso su mano enguantada sobre el hombro de Skirata—. Nueve minutos, Kal’buir. Podría haber sido más rápido, pero está hecho. Vámonos.
Skirata tomó el brazo de Darman y siguió a Jusik. Todavía puedo luchar, sigo siendo bastante bueno. Pero ya no era tan bueno como los jóvenes en la cima de sus capacidades, y que tenía que hacer algo al respecto, si no iba a ser una carga para ellos algún día.
Se preocuparía de eso más tarde, al igual de su tobillo. Ahora tenían que esperar en Vau y Etain, que todavía estaban de cacería.
El strill era un poco de luz brillante de alegría pura, corriendo a lo largo de la banqueta por delante de Etain y Vau. Todavía había unos pocos peatones alrededor, saliendo de fábricas y talleres durante la noche, y Vau se había quitado el casco. Al parecer, una placa blindada negra opaca no llamaba la atención, pero esto no era un barrio donde el distintivo visor mandaloriano pasaría desapercibido.
El strill tenía el olor del hombre. Quien tenía ventaja sobre ellos, pero mird no se preocupaba por eso, y Etain podría seguir el rastro de pánico y miedo casi tan bien como podía hacerlo el animal. Ella podía localizar la zona, mird podría rastrear el olor, una vez que se hubiera reducido el área de búsqueda.
Es algo extraño que una mujer embarazada esté haciendo esto. ¿Puede mi hijo sentir qué es lo que está sucediendo a su alrededor? Espero que no.
Vau se mantuvo detrás de ella, corriendo a un ritmo constante.
—Estoy muy impresionado, —jadeó—. Tú y el strill trabajaban muy bien juntos. Me hubiera gustado que Kal pudiera ver esto.
Etain imaginaba que así era como Vau cazaba con mird, de manera silenciosa y persistente, cubriendo terreno hora tras hora, hasta acorralar a sus presas o corriendo sobre ellas. El hombre que había logrado huir del ataque en la pista de aterrizaje, les había llevado a un laberinto de torres de apartamentos, en el borde de la zona industrial.
Después de un tiempo Etain se topó con mird y lo encontró agazapado e impaciente, por una serie de puertas que conducían a un edificio de viviendas en mal estado. Una pareja de jóvenes-desagradables que descansaban en la esquina de la acera, empezaron a caminar hacia ella, mirando de reojo, pero entonces mird abrió sus enormes fauces y dejó escapar un rugido de advertencia. Vau apareció por la esquina, con el rifle verpine levantando en una mano.
Los jóvenes huyeron.
—Y dicen que los jóvenes de hoy no son inteligentes, —dijo Vau. Tomó un disruptor manual de su cinturón, metiéndolo en el panel de la puerta. Las puertas se abrieron—. En marcha.
Mird se adelantó corriendo y patinó hasta detenerse en el turboascensor, girando la cabeza con una mirada suplicante hacia su amo. Vau se llevó un dedo a los labios y señaló hacia arriba. Entraron al turboascensor y el strill presionaba su nariz en el pequeño espacio entre las puertas al estar ascendiendo. Mientras pasaban los pisos 134 y 135, se puso frenético golpeando el suelo con su cola, pero no emitía ningún sonido. Vau detuvo el ascensor en el piso 136 y salió. Había una escalera de emergencia entre estos pisos. Etain rompió el sello con un empuje asistida por la Fuerza y empezaron a bajar las escaleras.
—¡Oya, mird! ¡A cazar!
Mird salió disparado pasando a un lado de ella. Podía sentir la perturbación en la Fuerza, y sus respectivos instintos los llevaron a ambos al piso 134. Mird resopló por el pasillo y se detuvo fuera de la puerta de un apartamento, sentado sobre sus patas traseras, quedándose mirando fijamente al panel de la puerta.
Vau puso una mano en el brazo de Etain.
—Sé que los mandalorianos tratan a las mujeres guerreras como a sus iguales, pero creo querida, que debo ofrecerme para realizar este trabajo.
—Yo lo haré, —dijo Etain. Tenía que hacerlo.
Vau uso el disruptor para abrir la cerradura. El strill corrió dentro del recibidor, casi plano contra el suelo, Etain lo siguió, empuñando los dos sables de luz.
Se le ocurrió que podría haber tropezado con una familia, y luego se le presentó un dilema, un Jedi con dos sables de luz desenvainados, una habitación llena de testigos, y un terrorista acobardado. ¿Qué debería hacer? ¿Qué haré? Pero sentía que este no sería el caso. Sólo era otro temor de cuán lejos estaba preparada para llegar.
Abrió las puertas con un golpe de la Fuerza, moviéndose ligeramente en cuclillas, mirando dentro.
Un torrente de fuego de blaster, fue escupido de una de las puertas, dándole al al strill en los cuartos traseros. Etain escuchó a Vau jadear. Mird aulló y se dio la vuelta arrastrando una pata, preparándose para entrar por su agresor, pero ella le tendió un brazo y lo detuvo en seco.
—¡Vete mird! —susurró.
Etain aspiró entrando en la habitación para obtener otra andanada de fuego láser. Cruzó las hojas azules de energía y bateó los rayos a un lado con un solo movimiento de sus brazos al separarlos. No sabía que podía hacer eso. Fue puro instinto, elaborado a partir de lo profundo de su ser y de muchos años en el pasado.
Se lanzó hacia adelante para la matanza. Como siempre, vio poco y no sintió nada tangible, ningún choque con sus brazos, sin resistencia mientras barría las hojas, pero ella sintió el cambio de la Fuerza. Una breve luz resplandeció y murió.
Apagó el sable láser del Maestro Fulier y lo deslizó dentro de su túnica con una sola mano, manteniendo el propio aún desenvainado por si acaso. No sintió a alguien más. Mird entró cojeando en la habitación después de ella, y ella sabía que el animal le estaba mirando a la cara, a pesar de que no había más que la luz dispersa que entraba por la ventana, de una ciudad que nunca estaba completamente a oscuras.
—¡Oya!, —susurró ella, sin saber muy bien lo que dicha orden podría significar en este caso.
Pero mird ronroneo en silencio y saltó sobre el cuerpo del hombre al que ella había matado. Apagó su sable de luz y salió del apartamento, mird salió cojeando unos momentos después gruñendo feliz. No vio muy de cerca lo que tenía en sus mandíbulas. Lo cual tragó ruidosamente.
—Pobre mird. —Vau suspiró—. Ven, bebé, ven aquí. —Recogió al strill en ambos brazos y lo llevó al turboascensor. Una de sus patas estaba chamuscada por el blaster.
Etain abrió su comunicador.
—Kal, todo el mundo paso lista.
—Buen trabajo, —dijo la voz de Kal. Se oía cansado—. Nos vemos en el punto de encuentro.
Mird dejó que Etain colocará sus manos sobre su pierna para sanarlo, cuando el ascensor inició su camino hasta la planta baja. Vau lo cargo todo el camino de vuelta hasta el speeder. Era un animal grande y pesado, pero se negó a dejarlo caminar. Etain lo tomó en su regazo y alivió su dolor, cuando Vau encendió el speeder dirigiéndose al punto de encuentro.
Parecía que no había nada que Vau no haría por mird. Amaba a ese animal.
El punto de reunión del equipo de ataque, era un sitio en construcción operado por droides al norte del depósito. Los droides no necesitaban luz para trabajar y la presencia de unos humanoides extrañamente vestidos con la oscuridad cercana, no llamarían ninguna atención.
Skirata contó de nuevo los seis speeders, con el estómago revuelto hasta que el último de los speeders llegó con Mereel y Corr a horcajadas. Corr seguía sosteniendo el blaster rotatorio como si fuera un amigo que no veía desde hacía mucho tiempo.
Buen chico. Moveré Coruscant y todos sus culos podridos se aferraran de él, Zey. Siempre podemos formar a más soldados como comandos. Solo mírame.
—¿Está todo el plastoide térmico?
—Sí, sargento. —Respondió Boss apoyado sobre un speeder—. ¿Quieres comprobarlo?
—Confío en que saben contar. Ordo puede deslizarlo de nuevo en las bodegas mañana, después de que haya sido neutralizado.
—¿Cuál fue el resultado final? —dijo Fi.
Niner se sacó el casco. Incluso con el control ambiental dentro de su traje sellado, se veía como si hubiera sudado un océano. Se frotó la cara lentamente con la palma enguantada.
—Er… creo que tomamos a veintiséis tipos malos.
—Veinticuatro en el sitio —dijo Mereel—, barrimos el lugar e hicimos un recuento. Fue un poco difícil decir en qué lugares estaban, pero contamos los blasters que habían sido disparados por sus huellas electromagnéticas. Por eso digo que fueron veinticuatro.
—Además de Perrive y nuestro amigo en el bloque de apartamentos, —dijo Etain.
—Definitivamente fueron veintiséis. —Jusik comentó—. Yo los sentí.
—De acuerdo, fueron veintiseis chicos brillantes, hut’uune nil, —dijo Corr. Estaba captando rápidamente el mando’a—. Yo llamo a eso una victoria en casa.
Jusik se quedó mirando el interior de su casco, mientras lo sostenía en sus manos.
—No quedaron testigos en pie. Sólo un desagradable encuentro entre bandas criminales.
—Nunca vas a obtener alguna alabanza pública por esto, —dijo Skirata—. Pero déjenme decirles ahora que cada uno de ustedes me hizo sentir un hombre orgulloso. —Miró al strill, cojeando de una de sus seis patas, rodeando a Vau, con un gruñido profundo de su garganta—. Incluso tú mird, apestoso montón de baba.
El strill miró a Etain y emitió un gorgojeo musical. Ella había envuelto con un brazo la cintura de Darman, con la cabeza apoyada en la placa del pecho con los ojos cerrados, pero los abrió y observó a mird.
—Le gustas a mird, —dijo Vau—. Lo cuidaste y dejaste que matara.
Fi le dio una fuerte palmada en la espalda a Darman.
—Ella tiene modo para los animales mudos, ner vod.
Un cansado silencio se instaló en el equipo. Los droides trabajaban alrededor de ellos ajenos, llevando vigas y apilando placas de duraplástico. Si alguien pensaba que en las operaciones como estas, seguía una celebración salvaje, estaba equivocado. La euforia instantánea de ver una nave en llamas o la caída de un enemigo por un tiro bien colocado, era muy efímera. La hiperactividad de la adrenalina se desmorono por un tiempo, luego fue tragada rápidamente por la fatiga y una sensación de… vacío, de falta de propósito, de búsqueda de la siguiente tarea.
La adrenalina tenía que ser drenada. Volverían a la normalidad después de descansar un poco. Skirata estaba determinado a que obtendrían algo de sosiego.
—Volvamos a la base, —dijo—. Podemos salirnos de lo de Qibbu por la mañana.
No obtuvo respuesta.
—¿Alguna persona tiene hambre? ¿Tal vez una cerveza o dos?
—Refrescadores, —dijo Niner—. Una ducha.
—¿Quién está en el programa de vigilancia esta noche?
—Yo, —dijo Vau antes de que Skirata pudiera abrir la boca—. Vayan, Bardan. Regrésate junto con Etain y mird. Yo llevare a Kal.
Skirata rengueo hacia el speeder de Vau. El analgésico se estaba disipando y el dolor había comenzado a roerle de nuevo el tobillo. Abrió su comunicador y llamó a Jailer Obrim.
—Aquí Kal. ¿Cómo te va?
Obrim sonaba como si estuviera en medio de un motín. Había un montón de gritos de fondo y luego un audible y ahogado whump. Entonces los comandos no eran los únicos que colocaban cargas explosivas para entradas rápidas.
—Ocupado, —dijo el capitán de las FSC—. Hemos detenido alrededor de sesenta sospechosos hasta ahora. Bastante bajos en la cadena alimenticia, pero nos conducirán hacia otros tipos de interés para las FSC, y que estarán en las calles después de un rato. —Hizo una pausa cuando otro fuerte whump interrumpió—. Sin embargo, no sé dónde vamos a poner a todos. Nuestra bodega se está llenando rápidamente.
—Nunca he tenido ese problema. Tampoco nuestros objetivos salen en libertad condicional.
—Eso lo apuesto. ¿Todos ustedes están bien?
—Todos caminando sin ninguna lesión sería. Sin embargo, será todo un lío para ti aclararlo.
—Es un placer. De parte del personal de las FSC y del Club Social, todo sea por ustedes. Al final de la semana. No aceptaré un no por respuesta. Debes estar allí.
—Cuenta con eso.
Skirata cerro el enlace y dejó caer la cabeza para que su barbilla descansara sobre la placa de su pecho.
Vau se apretó en el asiento frente a él encendiendo el speeder. Tomó de su espalda el datapad y se lo pasó a Skirata.
—El datapad de Perrive. Disfruta de su contenido en tú tiempo libre, ner vod. ¿Así que, copa o pelea? ¿Qué será?
—Walon, eres muy afortunado estoy demasiado cansado. —Skirata guardó el datapad, otro pequeño tesoro para que jueguen sus muchachos Null—. Solamente te daré una palmada.
—Tengo que hacer las paces con Atin.
—Todavía te mataría después de una buena noche de sueño.
—La breve unión del triunfo, y luego de nuevo a la carga. Machacando, ¿no? Las victorias parecen tan insignificantes en comparación con el tamaño de la guerra.
—Eso no significa que no debemos tratar, —dijo Skirata—. Es sólo lo que los individuos hacen lo que sé suma a la historia.
—Entonces, nosotros hemos escrito la nuestra.
Esta era una de las pocas veces que Skirata miraba la espalda de Vau, sin sentir la necesidad de alcanzar su cuchillo.
—Te diré algo, —dijo. Sacó el detonador remoto deshabilitado de su bolsillo—. ¿Por qué no pasamos por el barrio diplomático y recogemos ese bonito speeder verde? Perrive ya no lo va a necesitar. ¿Es posible que tomes un atajo hacia el speeder?
—Puedes apostarlo —dijo Vau.