veinte
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Blasfema geometría
Chumakova tenía razón. Sí que se estaba restaurando el orden en la Unión Europea. Mientras nosotros nos ocupábamos de la frustrada conspiración de Volkov, se estaba produciendo otro golpe bastante mejor planeado en Bruselas y las capitales de las regiones. Oskar Jilek, comandante general del Ejército del Pueblo Europeo, apareció en las pantallas, las gafas y los monitores para anunciar la formación de un Comité de Emergencia y la honorable cesión del cargo por parte del secretario general Gennady Yefrimovich. Se emprenderían firmes acciones contra los alborotadores, provocadores, elementos militaristas, el revisionismo, el dogmatismo y la corrupción en el seno del Partido y el aparato del estado, así como contra los agentes del imperialismo infiltrados en los organismos de seguridad estatales. Se abrirían negociaciones de carácter urgente con los Estados Unidos para conseguir un acceso genuinamente cooperativo a los recientes avances en la exploración del espacio.
En un alarde de astucia, el Comité de Emergencia rescindía todas las «medidas administrativas» contra miembros de cuerpos electos. Weber y otros eurodiputados y consejeros que habían sido arrestados fueron liberados de inmediato. Esto eliminaba un agravio democrático y obstruía a los cuerpos electos por medio de procedimientos iniciados por el Partido para librarse de ellos a través de los canales adecuados. También distraía la atención de una rápida redada de ciudadanos peor conectados, en su mayoría acusados de ofensas amañadas tiempo ha. Los controles sobre la importación y las normativas sobre seguridad cerraron bazares de hardware y software como Waverley Market en cuestión de horas. Los oficiales corruptos que se habían llenado los bolsillos permitiendo que los estafadores del mercado negro pusieran en peligro el sustento y las vidas de los ciudadanos de la U.E. fueron sacados a la luz y arrestados con un gran despliegue de asombro e indignación.
—Estarán en las calles dentro de un par de días —dijo Camila—. Esto vuelve a ser mil novecientos noventa y uno, ya lo verás.
—Este agosto no.
Otro bloque de noticias recibió una gran cantidad de atención: estaba preparándose una nave en Baikonur para rescatar a los científicos y cosmonautas del Mariscal Titov de la pequeña cábala rebelde que los mantenía como rehenes.
Imágenes de elevadores levantando equipo pesado y un gran número de personal camino de reunirse en órbita con un enorme aparato. Tenía que ser grande porque alojaba a una guarnición de un centenar de hombres.
Dos eran cosmonautas de la AEE. Los demás, miembros de las Fuerzas Especiales de las FAEP: marines espaciales.
Levanté la mirada del plato para ver cómo Driver avanzaba igual que un cangrejo detrás de la larga mesa. Se apretujó frente a nosotros con un plato de la pegajosa pócima de carne y arroz que tocaba esa noche y una botella de plástico de un litro de tinto. Era la primera vez que lo veía en el refectorio; ahora que me paraba a pensarlo, era la primera vez que lo veía fuera de su oficina.
Apretó el plato contra la mesa y ofreció el vino.
—Servíos.
Comimos durante un rato, haciendo un alto de vez en cuando para probar el vino. Driver lo cató bastante más que nosotros.
—Pareces muy tranquilo —comentó Camila.
—Oh, y lo estoy. ¡La antigravedad funciona! Se me ha quitado un peso de encima, si sabes a lo que me refiero.
Soltamos una risita educada.
—Nah, el truco ha consistido en pescar a Volkov con su ruin conspiración. Cristo, se vuelve tedioso saber que la gente planea algo contra uno, sin saber cuándo piensan dar el paso. Mañana voy a delegar la responsabilidad del mando de esta estación al primer comité que elijan los científicos. Que sea otro el que pase el mal trago por un rato.
—¿Seguirás controlando los proyectos? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—Si todavía me quieren.
—Espero que sí.
Camila nos miraba a uno y a otro.
—Sois increíbles, tíos. Acaba de producirse un maldito golpe militar en vuestro país, y os comportáis como si hubiera pasado algo bueno.
Driver hizo una pelota con su plato y encendió un cigarrillo sin humo.
—No es que sea algo bueno. Pero tampoco es tan malo como lo pintan. Sigue siendo el Partido el que ostenta el poder, no el ejército, ni el BFS, gracias a Dios. Y son los centristas del partido, no cualquier gilipollas ideológico.
—¡Ja! Pues a mí todas esas paparruchas de rojo que soltó Jilek me sonaban ideológicas de sobra.
Driver y yo nos reímos.
—Eso no tiene nada que ver con la ideología —dijo Driver.
—Bueno, ¿pues con qué?
—¿Tú crees que los seres humanos están investidos por su Creador, o su propia naturaleza, con ciertos derechos inalienables?
—¡Claro que sí!
—¿Por qué?
—Pues, porque, como dijo ése, está claro. O lo crees, o no lo crees.
—Vale. Eso sí que es ideología. A lo que apelaba el comandante general en su serio discursito era vocabulario. Nada más que una estructura de ideas, símbolos y organizaciones que ayudaron a los rusos a colaborar los unos con los otros hace una generación, y que ayudó a los europeos a unirse poco después. En lo que cree de veras nuestra gente no es el brezhnevismo de microondas, sino en la auténtica ideología del Partido, que es algo bastante más insidioso.
—¿Y en qué consiste?
Driver se encogió de hombros.
—Proteccionismo, creo. Qué más da, a la mierda. El golpe es casi un alivio. Es como si hubiéramos dejado de esperar que se cayera la otra herradura.
—El que se va a caer con todo el equipo eres tú —dijo Camila—, cuando lleguen aquí.
Driver negó con la cabeza, entornando los ojos como si quisiera protegerlos de un humo inexistente.
—Nah. Ya no ahorcamos a nadie. Ni los fusilamos, ni siquiera a los espías y a los traidores, a pesar de lo que dijera Aleksandra. Tampoco somos dados a la horrible silla eléctrica de los yanquis. —Dio un golpe al aire con el canto de la mano—. Guillotina. Rápida y humana… por lo menos, nadie ha salido quejándose después.
Doblé el plato sobre los restos de mi cena y di un rápido sorbo de vino. Asteroide 2048. Con cuerpo, pero era innegable que no había sido una buena cosecha.
—¿De veras crees…?
—No nos engañemos. A vosotros no os pasará nada. Camila, tú sólo eres una americana haciendo su trabajo, no pueden tocarte. Matt, en fin, a lo mejor tiran de leyes contra ti, pero me extrañaría. La emigración no es un crimen, aunque se haga ilegalmente. En cuanto al resto de la tripulación…
Se retrepó, y en ese momento me di cuenta de que el resto de la concurrencia del refectorio había dejado de hablar para ponerse a escuchar. Sin duda esto estaba siendo retransmitido a más de un par de anteojos. Driver fingió no darse cuenta.
—La mayoría de los científicos saldrán indemnes, pueden alegar que no se les dio a elegir. Como mucho, se les expulsará de la estación y les darán trabajo en otra parte. Incluso mi buen amigo Paul… bueno, oye, no creo que quieran entregar un mártir a la facción de la Reforma. Cinco años, máximo, en un clima templado. —Sonrió y me guiñó un ojo—. He oído que los campos de leñadores de las Tierras Altas no están tan mal, aparte de los enanos. He visto a tíos que se han currado diez años allí, sin problemas. Paul tiene contactos. Yo no.
—¿Es porque eres inglés? —inquirió Camila.
—Sí. Mis padres eran de izquierdas e ingleses. Estábamos de vacaciones en el sur de Francia el verano que los rusos arrollaron a los yanquis en los Urales y siguieron avanzando. No vieron el motivo por el que debíamos regresar a Londres. Recibí una buena educación y no me ha ido mal en el BFS, pero, ya sabéis lo que dicen. Si alguna vez hubo un candidato perfecto para terminar con la cabeza en el tajo, ése soy yo —Se levantó y se desperezó—. En fin, no ha estado mal. No puedo quejarme. Nos veremos mañana… pasaremos del parte esta noche y celebraremos una reunión general por la mañana. Aseguraos de que se entere el equipo, ¿vale?
Se hubo marchado antes de que ninguno de nosotros pudiera pronunciar palabra.
*
No se adelantó demasiado trabajo esa noche. La gente estaba enganchada a la intranet de la estación, conversando o viendo las noticias. El Comité de Emergencia estaba esforzándose de lo lindo por reconstruir antiguos puentes: con su propia población, con China y la India, y con los Estados Unidos. Habían amenazado a Japón. Como señaló Avakian, poco tenía de arriesgado enemistarse con un país que no le importaba una mierda a nadie.
Yo estaba siguiendo los debates de forma más bien poco metódica cuando me llegó una llamada desde Nevada.
—Oye, qué tal. Matt —dijo Jadey. Sonrió, resplandeciente a segundos luz de distancia. Sentí que me embargaba la alegría; y un pinchazo de culpa, que no había anticipado.
Coloqué el lector donde su cámara pudiera verme y respondí.
—Hola. ¡Es estupendo volver a verte! ¿Te encuentras bien? Tienes buen aspecto.
Su respuesta llegó con unos cuarenta segundos de retraso.
—Sí, estoy bien. ¡Yo también me alegro de volver a verte. Matt! Me han tratado bien, aparte de la sarta de mentiras que pusieron en mi boca… todavía sigo cabreada. Gracias por los mensajes, me llegaron y me fueron de gran ayuda. Oye, ¿y estos mensajes instantáneos son mejores que el teléfono? Porque, la verdad, no son nada instantáneos. Lo mejor será que siga hablando y luego te deje hablar a ti, para no estar cruzándonos todo el rato. Tú no parece que estés fresco como una lechuga. Matt.
—Ah, estoy bien, pero reventado. Hemos estado ocupados. ¿Te has enterado de que vamos a hacer volar un platillo volante?
Observé cómo esperaba.
—Ajá. Camila Hernández ha estado en contacto con Alan. Pero mira, Matt, que no te enteras, tienes que hablar un poco más, de lo contrario nos vamos a pasar la mitad del tiempo esperando. Así que dime qué noticias tienes, y qué te parece este golpe de estado de los rojos y demás. Y mientras tú te lo piensas, te diré que aquí el ambiente se está caldeando un poco… hay todo tipo de trabas legales. Los federales nos acusan de robar la tecnología alienígena a los comunistas sin autorización, y de dársela a los comunistas. Es como si no supieran qué hacer con nosotros.
Cuando se hubo callado yo seguía pensando en las implicaciones de que Camila hubiera seguido en contacto con su base. No es que tuviera nada de malo, pero no me lo había dicho; tampoco es que tuviera que hacerlo, pero…
—Te he echado de menos —dije—. Creo que a lo mejor he tenido que ver algo con tu salida.
Relaté mi ingeniería social con Volkov, y lo que tramaba éste.
—Y —continué— tu supuesta confesión era falsa, claro, pero creo que básicamente tenía algo de razón. Vuestros federales, la CIA o lo que sea, y algunas facciones de la U.E. nos han estado utilizando, y deben de tener algún plan para encubrirlo todo.
—Ya, ya —asintió con impaciencia—. Todos tienen el mismo sueño, una sociedad estable con nosotros en la cima. ¡Gilipollas estadistas! Diez puntos para vosotros por haber desperdigado las matemáticas decodificadoras por toda la Red, pero ya están hablando de formas de eludir eso: mantener los secretos en papel o en la cabeza de la gente, utilizar mensajeros de confianza en lugar de electrónicos. Te puedo asegurar que los códigos nucleares ya son invulnerables a la infiltración, ahí han actuado deprisa, lo que está bien, supongo. Pero van a procurar que la tecnología alienígena se quede en buenas manos… ¡las suyas! Piensa en esto. Matt. Oye, tengo que irme, éste es uno de los pocos canales seguros que nos quedan, y hay cola. Pero sigue enviando mensajes de voz y yo te responderé en cuanto pueda. Y gracias por liberarme. Procura volver a casa de una pieza, ¿vale? Hazlo por mí.
—Lo haré —prometí—. Y cuídate. Ten cuidado con los helicópteros negros.
—Estás tenso —dijo Camila. Estaba dándome un masaje en los hombros, con los muslos en torno a mis caderas.
—Pues sí. —Me reí—. He estado hablando con Jadey.
—Jesús, ¿eso es todo? Oye, va. A ella no le hace daño, y a ti te está ayudando. En cuanto a mí, debo decir, no ha cambiado nada. Así que dale un respiro a tu conciencia, ¿vale?
—No es sólo eso. —Rodamos y comencé a devolverle el favor—. Es todo lo que está ocurriendo. No es que esperase que la campaña informativa fuese a cambiar el mundo, pero sí esperaba que consiguiera algo más que volver a los gobiernos todavía más paranoicos que antes. Y, dios, esto suena tan infantil, ni siquiera esperaba que fuésemos a meternos en problemas por lo que estábamos haciendo.
—Ah. No te preocupes por eso. Se acabó la partida, vale, pero todavía no hemos perdido, ni de lejos. Y venga. Matt, ¡hoy he estado a punto de tripular un puñetero platillo volante! ¡Nada va a conseguir que me deprima después de eso! —Movió los hombros bajo mis manos y suspiró—. Tú sigue así un poco más, y ya veremos si consigo que te sientas mucho mejor enseguida.
El anfiteatro de Éfeso… no estaba mal como lugar de reunión. Esta vez Avakian había resistido el impulso de trastear con los diales. El escáner era reciente: ruinas, maleza, basura y lagartos. Todo el mundo estaba representado por su propio avatar, una pequeña multitud en un espacio construido para albergar una enorme. Aparte de eso, y de las implicaciones subliminales de democracia de élite del emplazamiento, la localización virtual parecía lo bastante neutra.
—Es igual que un partido de fútbol —dijo Camila, sentándose a mi lado e indicando con un gesto a la gente que ocupaba sus asientos en las desgastadas gradas.
—No, eso sería en un estadio.
Me propinó un puñetazo, atravesando el puño de su avatar el torso del mío.
—No pienso volver a hacer eso —dijo—. Me revuelve el estómago.
—A mí también. —Cerré los ojos. Era algo parecido a marearse viajando.
Cuando volví a levantar la vista me concentré en el escenario que teníamos enfrente y abajo, donde Driver había ocupado su puesto. Cuando alzó la cabeza, levantó una mano, con la palma hacia arriba igual que un orador clásico. No pude adivinar si la imitación era intencionada.
—Bien, camaradas. Todos sabemos por qué estamos aquí. —Miró en torno suyo—. Vale, algunos no están aquí. He dado a los, ah, camaradas detenidos la oportunidad de tomar parte. Ninguno de ellos la ha aceptado. De acuerdo… podemos asumir que los marines vienen de camino. Las imágenes que mostraban ayer cómo se preparaban las naves no habrían sido emitidas antes del lanzamiento. El problema es que no sabemos cuándo habrán partido, pero disponemos de un mínimo de ocho días, un máximo de trece. Tenemos que decidir ahora qué vamos a hacer, porque poseemos un amplio abanico de opciones, empezando por la rendición incondicional y elaborando a partir de ahí. Hasta la fecha, todos vosotros habéis tenido ocasión de decir que hicisteis lo que yo os dije que hicierais, y que me obedecisteis por el motivo que fuera… coacción, o la creencia de que yo ostentaba algún tipo de autoridad constitucional, o por falta de cualquier otra alternativa. Esa opción se acaba aquí. A partir de ahora, renuncio al mando provisional de la estación. Lo que decidáis hacer con respecto a la, eh, misión de rescate, y lo que hagáis conmigo, dependerá tan sólo de vosotros.
Bajó del estrado para ocupar un asiento algunas filas por delante del escenario. Por un momento todos se miraron entre sí, sin saber qué hacer a continuación. Eché un vistazo a Avakian, que estaba encorvado sobre su teclado virtual. Se encogió de hombros y negó con la cabeza. No era propio de Driver dejar algo así al azar; estaba seguro de que habría elegido a alguien para que saliera al frente en este momento. Lemieux, también sentado cerca de la primera fila, se levantó sin acercarse al escenario.
—Por distintos motivos, asumo la misma posición que Colin.
En medio del incómodo silencio que siguió a esas palabras, el científico Louis Sembat se incorporó de un salto y ocupó el estrado del orador.
—Por el momento, a menos que haya alguna objeción, presidiré esta reunión.
No hubo objeciones.
—Muy bien. —Apuntó con el dedo—. Ángel, ¿quieres decir algo?
Pestaña se irguió, girándose para dirigirse a la congregación en vez de al estrado, aunque mantuvo las formalidades.
—Colin debe saber que sus comentarios de anoche han sido muy discutidos. Nadie, aparte de algunos de los detenidos, va a permitir que toda la responsabilidad recaiga sobre él. Lo que es seguro es que no pensamos permitir que lo ejecuten, ni que encierren a Paul. Por encima de todo, seamos francos, no estamos dispuestos a que nos arrebaten nuestra obra.
—Tal vez os den a elegir —dijo Driver, desde su asiento—. Permitid que se queden conmigo y con cualquier otro al que hayan etiquetado de cabecilla, y conservad vuestro trabajo.
Pestaña negó con la cabeza.
—No sería políticamente posible condenarte por incitarnos a hacer algo que todavía se nos permitía hacer. Además, no has hecho nada que no hayamos hecho nosotros. Reemplazarnos sería difícil. Yo digo que tenemos serias posibilidades de negociar.
La matemática Ramona Gracia habló a continuación.
—Yo no estaría tan segura de eso. Podrían retener a aquellos de nuestros colegas que no están aquí presentes, y éstos formarían una nueva ola de científicos. Se perdería parte del trabajo, pero podrían considerar que es un precio justo a cambio de disponer de una tripulación de confianza.
Jon Letonmyaki, cosmonauta finlandés:
—Me gustaría preguntar qué es lo que hemos hecho, o Colin, o Paul, que sea ilegal. De todos es sabido que hemos evitado una maniobra muy peligrosa por parte de los militaristas. Hemos hecho de dominio público cierta información, pero el secretario general, el antiguo secretario general, ya había recibido una solicitud de colaboración internacional. Colin renunció al BFS y, supongo, al Partido de manera más bien tajante, ¡pero eso no es ningún crimen! Así que, ¿qué hemos hecho?
Driver levantó la mano.
—¿Puedo?
Sembat asintió.
—Bien —dijo Driver, poniéndose en pie—. Permitid que os diga lo que he hecho yo, y lo que habéis hecho vosotros. Yo he transmitido deliberadamente la noticia del contacto alienígena y los planes de la guerra criptográfica de los americanos. Eso fue una traición consciente y deliberada, que me preocupé de ocultar a mi amigo Paul Lemieux. Él sólo es responsable de haber intentado aprovecharlo con fines políticos. En cuanto al resto de vosotros, todos habéis colaborado en la liberación de herramientas matemáticas que han tornado inservibles la mayoría de las formas existentes de codificación, y habéis desestabilizado la mayoría de los gobiernos del mundo. Eso tal vez no baste para meteros en la cárcel, pero podéis apostar a que os apartará de esta clase de trabajo, o cualquier otro trabajo relacionado con la seguridad, para el resto de vuestras condenadas vidas. Si las autoridades de la U.E. recuperan el control de esta estación, vuestras carreras habrán tocado a su fin.
Nadie se apresuró a pedir la palabra. La mayoría de los presentes, supuse, ya se habían imaginado algo así, pero de algún modo habían elegido aferrarse al tipo de esperanza tan ingenuamente expresada por Letonmyaki y, no tan ingenuamente, por Ángel Pestaña. Muchos de ellos parecieron adquirir un súbito interés por la realista renderización de latas de Coca-Cola aplastadas y chicles solidificados que poblaban los escalones, o en la bruma y los cipreses a lo lejos.
Telesnikov, al que yo hacía mucho que había etiquetado de hombre de Driver dentro de la cuadrilla de cosmonautas, se levantó y anduvo hasta la primera fila.
—¡Ya basta! No estamos desamparados, no tenemos por qué quedamos sentados y esperar a que lleguen los marines. Podemos elegir un comité para que nos represente en una negociación con la AEE y, a ser posible, con esta nueva CE. Podemos apelar a la opinión pública, preferiblemente siguiendo la línea sugerida por Jon Letonmyaki: haciendo lo posible por parecer inocentes y razonables. Y mientras tanto, nos prepararemos para lo peor. Disponemos del vehículo espacial más avanzado, a la espera de ser completado. Sabemos que funciona, y sólo hemos comenzado a hacernos una idea de cuáles son sus posibilidades. Avakian me ha dicho que cree que puede llegar a la Tierra en cuestión de horas. ¡Podemos hacer muchas cosas con una máquina así! También tenemos el motor espacial, que podemos construir en unos diez días. Cabe dentro de lo posible que logremos completarlo antes de que lleguen los marines. Y si lo hacemos…
Hizo una pausa y miró en rededor, desafiándonos.
—… podemos utilizarlo, ¡y estar en cualquier otra parte cuando aparezcan aquí!
Esta vez, fue tanta la gente que quiso hablar a la vez que Avakian apenas consiguió contener la oleada.
La astrofísica bengalí Roxanne Kahn planteó la objeción más sólida, después de que la mayoría de los obvios «y si» hubieran sido rebatidos. Si el chisme no funcionaba, no estaríamos peor que antes. Era improbable que volara por los aires, o que nos destruyera de cualquier otra manera, a menos que las inteligencias alienígenas fueran más retorcidas de lo que nos imaginábamos; y si lo eran, sería mejor estar muerto que en manos de unos dioses asesinos o suicidas.
—El problema, tal y como yo lo veo —dijo Kahn—, es el de la navegación. Mikhail habla de realizar un pequeño salto controlado de escasos minutos luz… una prueba de concepto que serviría para otorgarnos la voz cantante en la negociación. Pero ya sabemos que la información que nos es facilitada resulta ambigua a veces, difícil de interpretar. ¿Y si cometemos un error? Dejemos de lado la macabra idea de terminar nuestro salto en el interior de un sol. ¿Y si nos plantamos en el centro de la galaxia? ¿O en el centro del universo?
Telesnikov tenía una respuesta a eso. Sospechaba que llevaba algún tiempo dándole vueltas.
—Somos aproximadamente trescientas personas, divididos casi a partes iguales entre ambos sexos. No es un mal número para iniciar una colonia.
—¿A base de qué? —gritó alguien, en medio de un clamor de comentarios más obscenos—. ¿De recursos cometarios?
—Podemos excavar en los dioses —dijo Avakian, como entre dientes, pero de modo que todos lo oyeran, y muchos se rieron.
—No todos los cuerpos pequeños del Sistema Solar están… deshabitados —continuó Telesnikov, impertérrito—. No tenemos motivos para pensar que éste sea excepcional. Así que en principio, sí. Podríamos.
No es que eso pusiera fin a la discusión, pero de algún modo alivió las tensiones. Según pude recoger a la postre, la mayoría estaba contenta de tener algo que hacer aparte de esperar a que nos arrestaran, y de saber que si fallaban las negociaciones tendríamos una última oportunidad de escapar.
También existía la extrañamente reconfortante consideración de que, en el peor de los casos, perderíamos la vida, pero no la dignidad.
—Estoy preparado —dije.
Mi aliento sonaba alto dentro del casco. A diez metros de distancia del visor, en una dirección que me negaba a reconocer como «abajo», se encontraba la superficie del asteroide; el lado nocturno, en ese momento, con sus detalles de escoria de hulla apenas visibles a la tenue luz de mi traje. En las demás direcciones había estrellas, más centelleantes que la escarcha. No podía imaginármelas como destino. La hipótesis copernicana parecía absurda. Aquellos puntos de luz desperdigados no podían ser soles.
—Apaga la luz —dijo Armen.
Ante mí ahora, nada más que negrura.
—Tira muy despacio de las cuerdas, y para cuando lo veas.
Las cuerdas parejas, una para cada mano, estaban tensadas entre dos altos mástiles separados por cien metros. Había avanzado unos cuarenta y cinco, deslizando la presilla de mi traba bajo una mano. Me impulsé más lejos, escrutando la oscuridad. A mis pies —delante de mí— vi el aparato alienígena. Refulgía lo suficiente como para resultar visible. Parecía un agujero, un pozo, lo bastante grande como para caerse dentro.
—Ahora —dijo Armen—, tira de las cuerdas hacia ti y suéltate, y déjate flotar hacia su interior. No te preocupes por caer fuera, eso no va a suceder, y recuerda que sigues estando sujeto a las cuerdas. Apaga la radio.
Así lo hice, antes de dar el tirón más flojo que pude, y me solté, y me hundí hacia delante entre las cuerdas. En los segundos que tardé en cubrir aquellos metros escasos, el aparato se tornó más frágil y cristalino, como si estuviera a punto de estrellarme a cámara lenta contra una lámpara de copos de nieve.
Cuando Avakian nos había enseñado lo que él llamaba «el conjunto» del interior del asteroide, asumí que estábamos viendo una escena directa del mismo, de algo que nos era mostrado en una forma disminuida en gran medida, manejable, por medio de la interfaz. En realidad, lo que habíamos presenciado eran grabaciones de encuentros previos como el que yo estaba a punto de experimentar. Interfaz aparte, no había vista directa del interior. La interfaz estaba alimentada por un cable de fibra óptica tan grueso como mi brazo que se extendía desde el arbusto que cubría el costado del asteroide de la estación, pero para la acción en directo real teníamos que utilizar esta otra interfaz, construida —o cultivada— por los propios alienígenas. Por qué motivo, sólo los dioses lo sabían; y por una vez esa frase que solía enunciarse tan a la ligera era una verdad literal.
El aparato no se hizo añicos cuando colisioné contra él. Algunas de sus ramas se movieron o apartaron, otras se aunaron, unidas por sus puntas hasta formar enormes pétalos. Absorbió mi impulso y me sostuvo. Una de las formas planas cubrió mi visor. Por un segundo de completa oscuridad me sentí, irracionalmente, como si esa cobertura fuera a asfixiarme. Luego descubrí que todavía podía ver las lecturas de coordenadas en el visor, impresas en la esquina superior izquierda en tenues dígitos rojos. Ese despliegue, y un dispositivo de entrada situado en el casco, y los controles de orientación bajo mis dedos extendidos, eran las únicas interacciones con el aparato que se habían dignado a permitir los alienígenas.
Se produjo un pequeño incremento de la luminosidad, o tal vez mis ojos se adaptaron. Vi paredes de obsidiana discurriendo a ambos lados, más y más deprisa conforme la panorámica me impulsaba a través de interminables pasillos ramificados, cada uno algo más ancho que el anterior. Los números rojos del lector parpadearon. Se me ocurrió que tal vez estuviera viendo las ramas del arbusto de cristal, desde el interior. La sensación de movimiento era ineludible. Cerré los ojos, y descubrí que seguía viendo los pasadizos negros por los que volaba impotente. Por algún medio que sólo podía aventurar, esta escena estaba siendo proyectada directamente sobre mis retinas. Sólo el lector se perdió de vista. Cuando abrí los ojos lo vi de nuevo, convertidos los números en un borrón rojo.
Descendí por un último pozo recto y pulido, y salí volando al espacio interior del asteroide. La belleza se apoderó de mi mente. Si cerrar los ojos me hubiera impedido verla, me habría esforzado por no parpadear siquiera.
Esta vez no disponía del jarro de agua fría que era la risa de Avakian para salvarme. Necesité toda mi fuerza mental para concentrarme en los tres largos números del lector de coordenadas, y para presionar los dedos contra el aparato a fin de controlar mi vuelo virtual. Y una vez lo hube hecho, la tentación de utilizarlo para jugar, para volar y surcar los aires, fue casi irresistible, pero sólo casi. Me moví hasta que los números hubieron coincidido con las coordenadas que me habían dado, y encontré mi panorámica flotando a centímetros por encima de un intrincado dibujo floral y fractal, semejante a un banco de musgo.
Esta panorámica me era proporcionada por una lasca de hielo que flotaba a lomos de ráfagas de viento moleculares, transmitiendo información al aparato y de éste al dispositivo de entrada. O eso se suponía. Mi rostro se sumergió en aquel jardín diminuto y perfecto, y una planta que tenía delante fue arrancada de raíz. La sensación del daño provocado me llenó los ojos de lágrimas tan deprisa como se reparó sola la estructura. Parpadeé, y la panorámica se desvaneció. El aparato me expulsó con la misma fuerza que le había proporcionado mi llegada. Mientras flotaba de espaldas, a punto estuve de olvidarme de agarrar las cuerdas.
—Eso es —dijo Avakian—. ¿Quieres echar un vistazo?
Negué con la cabeza.
—Dímelo tú.
—Te lo mostraré. —Pasó de sus anteojos a un monitor encajado en la pared, tecleando con el pulgar.
En las horas que habían transcurrido desde que regresara de mi encuentro, no había querido entrar en la RV, posiblemente no hubiera podido aunque me lo propusiera. Incluso la interfaz, al recordar, me parecía insoportablemente arcaica. Avakian me había asegurado que el efecto se disiparía: «Es como una droga… te enciende las endorfinas, o algo así. Ya volverás».
Con una burda imitación de interés contemplé cómo aparecía en la pantalla plana un diagrama y hojas de datos. Alta resolución, pero para mis ojos hastiados era tosco, como si pudiera ver los píxeles. Se mostraba el motor, sutilmente modificado. No me di cuenta de la diferencia al principio. Avakian señaló la pantalla con un haz láser.
—Ahí. Un sistema de control, y se parece a una interfaz de orientación humana. Las columnas de datos que hay debajo son escenarios. Hemos dado en el clavo, tío. Ya sólo nos falta construirlo.
Lo único en lo que podía pensar era el tedio de volver a retocar todo el plano del proyecto, alterándolo trozo a trozo para incluir este resultado alterado.
—Bueno. Me pondré manos a la obra.
—Eso sí que no. A lo mejor luego nos vamos a las estrellas, pero tú ahora te vas a la cama.
—¿Servirá eso de algo? —La perspectiva sonaba vagamente intrigante, pero irrelevante.
—Hazme caso. Soy médico.
—¿Te he despertado?
Camila se había desprendido de su mono.
—Sí, habrás tropezado conmigo. ¿Qué hora es?
—Medianoche.
—Así que me he perdido la reunión.
Enganchó un pie en la red y me atrajo hacia sí, envolviéndome en sus brazos.
—No te has perdido gran cosa. El nuevo comité sigue recibiendo negativas de la AEE, por no hablar de la junta. La buena noticia es que hemos terminado el Blasfema Geometría. Realizo el primer test de vuelo mañana.
—¡Oye, qué pasada! ¡Es genial!
Me cogió por los hombros; los suyos se agitaban a causa de la risa contenida.
—¡Matt, despiértate ya! Eso era rutina, sabíamos que lo conseguiríamos. Todos hablaban de lo que hiciste.
—Lo que hice… ¡Oh!
El recuerdo de lo que había hecho regresó, pero era igual que el recuerdo de un sueño que se recordara, no al despertar, sino entrada la mañana, desmenuzándose en elusivos fragmentos de colores. Al mismo tiempo sentí una oleada de bienestar. Mis endorfinas, o lo que fuera, volvían a circular como era debido.
—Los datos que conseguiste, lo que Armen llama escenarios, Roxanne y Mikhail los han comprobado y están dispuestos a realizar un pequeño salto, como tú pediste. ¡Y te metiste allí en medio con los alienígenas para conseguirlo!
—Sí, eso hice. Ahora casi me cuesta creerlo. Y, oh, rayos…
Apoyé la frente en su hombro por un momento.
—¿Qué pasa?
Tragué saliva.
—Me doy cuenta de por qué insistieron tanto para que me presentara voluntario para hacerlo. Si lo haces una vez… no querrás volver a hacerlo.
Un escalofrío recorrió su cálido cuerpo. Se apartó y me miró a los ojos.
—¿Tan espantoso es?
—¡No! No, es precioso. Es la cosa más hermosa que he visto en mi vida.
—¿Más hermosa que yo?
—Sí —respondí, sin vacilación—. Te viola la mente, igual que una tormenta de paquetes sobrecarga la memoria intermedia.
—Vaya, menudo vocabulario evocativo que gastamos.
Me tuve que reír.
—Pero se me está olvidando —dije—. Y quiero que se me olvide. La belleza que tengo delante ahora mismo es mucho más real.
—Así se habla.
Parte de la sinergia de la excitación de Camila ante la perspectiva de tripular el Blasfema Geometría por fin con su nuevo motor, y mi sobrecarga de endorfinas, y tal vez mis últimos retazos del recuerdo de aquel jardín de máquinas inteligentes, nos embargaron de energía, inventiva y afecto, y nos mantuvieron despiertos durante casi toda la noche.
No me sentía cansado en absoluto por la mañana; lo cierto era que me sentía inmensamente revitalizado. Seguí a Camila a la pista de recepción donde habíamos aterrizado por vez primera, hacía tan pocos días y hacía toda una vida.
Una pequeña tripulación de técnicos cosmonautas la esperaba. Roxanne Kahn estaba nominalmente al mando como directora del recientemente elegido comité. Colin Driver se paseaba por allí en calidad de mero consejero.
Camila sacó su traje-g de una caja de rejilla.
—¿Es eso necesario? —preguntó Driver.
—A lo mejor no —respondió Camila, introduciéndose en él con una limpia voltereta—. Pero por si acaso.
Con el casco bajo el brazo igual que un astronauta posando para una fotografía previa al lanzamiento, flotó hacia mí y dejó la burbuja de cristal en el aire antes de darme un abrazo tan fuerte como inesperado.
—Deséame suerte —susurró.
—Todo saldrá bien. Eres la mejor. Buena suerte.
—A ti también. —Se dio la vuelta igual que un pez. Desapareció por la escotilla. Sus comprobaciones y mensajes de rutina comenzaron a llegar por el comunicador, hasta que hubo terminado—. Todos los sistemas en orden.
Driver miró de soslayo a un técnico situado junto a la pared.
—Cierra la compuerta de aire. Muy bien, todo el mundo fuera de la pista.
—¿Por qué? —quiso saber Kahn—. Es segura.
—Eso no lo sabemos. —Se rascó la garganta, haciendo ruidos por el micrófono—. Podrían producirse algunos, eh, fenómenos electromagnéticos.
—¿Qué te hace pensar eso? —inquirí.
Si no hubiera estado suspendido en el aire en perpendicular conmigo habría jurado que arrastraba los pies y agachaba la cabeza.
—Si, en fin, por si fuese cierto lo que oye uno acerca de encuentros próximos con este tipo de máquinas.
Oh.
Salimos todos de la pista y nos conectamos a las cámaras de la superficie. La nave no había variado su apariencia interna, su aspecto seguía siendo igual de improbable. Los sonidos del desenganche traquetearon y golpetearon por las paredes y el suelo.
—La nave está lista para partir.
—Encendiendo turbinas secundarias —dijo Camila.
Un fogonazo que duró dos segundos impulsó a la nave, otro estabilizó su posición a un kilómetro del asteroide.
—Conectando AG.
Esta vez no se hizo visible ningún nimbo azul, ni se produjeron cambios en la nave.
—Bien —se escuchó la risueña voz de Camila—. Así está encendida en punto muerto. Voy a llevarla hacia delante.
La nave se movió. Ahora estaba allí, ahora aparecía a un kilómetro de distancia. Incluso a los que habíamos presenciado el espectáculo del trineo nos costaba creerlo. Roxanne Kahn, que no lo había visto, llegó a taparse los ojos por un segundo. Me vio mirándola, y sus mejillas, pálidas por un instante, se ruborizaron.
—Descanse en paz, sir Isaac —musitó. A continuación, en voz alta—: Cosmonauta Hernández, adelante.
—Gracias, señora —dijo Camila—. Conectando impulso hacia delante.
El Blasfema Geometría se fue.
Una revisión instantánea de la imagen de las cámaras, y luego otra del radar, no mostraron más que breves atisbos borrosos antes de que desapareciera de ambos.
Driver exhaló un largo suspiro.
—Igual que un murciélago salido del infierno. —Se volvió hacia los técnicos—. ¿Podemos recogerla?
—Claro.
Hizo un gesto con la cabeza en dirección a Kahn, que, con mucha formalidad, dijo:
—Estación espacial Cuanto más oscura sea la noche, más brillará la estrella llamando a Blasfema Geometría. Informe, por favor.
No hubo respuesta. Kahn repitió la llamada.
Al cabo de otro segundo, escuchamos la voz de Camila.
—Blasfema Geometría a Estrella Brillante, eh, negativo.
—¿Hay algún problema? —preguntó Roxanne.
Esta vez el retraso fue de dos segundos. Comprendí de repente que el aparato ya estaba a un segundo luz de distancia: trescientos mil kilómetros.
—Ningún problema. Regreso a la base. Groom Lake, Área 51.
En ocasiones, sólo cuando una asunción es destruida nos damos cuenta de lo que era, o de que nos lo habíamos inventado todo. Había asumido que si Camila se iba a casa me llevaría con ella. También había asumido que ya que estaba enamorado de Jadey, no podía estarlo de Camila.
Me debatí entre la rabia contra Camila y la esperanza de que regresara. Eso era un sueño. Tanto Camila como Jadey estaban —definitiva e indefinidamente— en el auténtico País de los Sueños. Recibí un mensaje de voz remitido por Jadey minutos después de la llegada de Camila.
—Eh, Matt, tengo que decirte una cosa. El disco que te di no era el que le cogí a Josif. Ese disco contenía la información que filtró Driver a uno de nuestros agentes dentro del aparato de la AEE, acerca del contacto alienígena, las matemáticas alienígenas y lo que significaban para la criptografía. Lo envié a Nevada desde mi oficina esa misma mañana. No sabía lo que había en él, naturaca, pero no creo que estuviera codificado. No tendría sentido, ¿no? Y el BFS debe de haberlo leído, lo que echó a rodar la pelota, impulsando a la U.E. a realizar aquel anuncio. Los datos del disco que te entregué se encuentran en distintas páginas por toda la Red, desde hace más de un año. Lo descargué de una de ellas. Creemos que los alienígenas enviaron la información del motor espacial a páginas dispersas sin que lo supiera nadie de la estación. Se encontraba en el formulario que los sistemas AEE de la estación enviaban por defecto para solicitar material de producción. Nevada Orbital Dynamics dispone de gente que hace búsquedas en la Red para rastrear cualquier cosa relacionada con los platillos volantes. Esto es porque la empresa ha descubierto unas cuantas, ah, anomalías en los informes. Ya sabes a lo que me refiero. Basta para que merezca la pena al menos tener un ojo puesto en este tipo de cosas. La mayoría no es más que basura, claro. Encontraron los datos en medio de toda esa basura, los comprobaron y les parecieron interesantes, pero carecían de las habilidades necesarias para ocuparse de los protocolos de la AEE y ejecutar los análisis de sistemas y la planificación de la producción porque, como ya sabrás, para eso se necesitan complejas combinaciones de tecnología norteamericana y europea. En cualquier caso, conocían a un hombre que sí reunía esas habilidades… a ti, gracias a mí. Y siempre supimos que se podía contar contigo, políticamente hablando. Se mantuvieron a la espera, no obstante, hasta que pudo identificarse esa cosa. Yo ya había conseguido una descarga, algo encriptada… no sabía lo que era. Cuando les envié el mensaje en el que Driver confirmaba el contacto alienígena, respondieron con una frase preestablecida que significaba que debería pasarte el disco de datos del platillo volante, y cuando estuvieras convencido, llevarte a América. Los datos no eran importantes… tú sí. De no ser por la muerte de Josif, pura mala suerte, y el período de represión, te habría acompañado. Así las cosas, al menos mi arresto ha servido de distracción. Porque era a ti al que necesitábamos, a ti al que habría perseguido la poli. Los datos estuvieron allí todo el tiempo.
Me quedé colgado de la red por un momento, en el lateral de un pasillo muy transitado, observando cómo la gente pasaba junto a mí igual que bancos de peces, moviendo las bocas en silencio mientras conversaban en la otra red, la invisible. Me quité el lector de mano, descargué todos los planos de producción, y los envié por medio del transmisor de la estación a tantos nodos como pude.
No es que hiciera falta, pero me proporcionó una pequeña satisfacción.
Yo no era el único cuyas presunciones estaban equivocadas. Toda la nave asistía boquiabierta al intercambio de recriminaciones en el seno del comité científico.
—Nadie se imaginaba que Hernández fuera a llevarse el aparato a la Tierra —dijo Roxanne—. ¡Porque asumimos que nuestro experto en seguridad tenía un buen motivo para confiar en Hernández, o si no nunca le habría permitido realizar el test!
—Oh, confiaba en Camila, sí —dijo Driver—. Confiaba en que se escaparía a la menor oportunidad. Igual que un murciélago salido del infierno.
—En ese caso, ¿por qué lo permitiste?
—Porque eso era lo que quería.
Cuando el vocerío se hubo apaciguado, Lemieux dijo:
—Colin, amigo, haznos el favor de decirnos, ahora que ya no hay nada que perder ni ganar… ¿eres, al final, un agente americano?
—No. Con la mano sobre el corazón, compañero, no lo soy. Ni lo soy ahora, ni lo he sido nunca.
—Entonces, ¿qué eres?
—Soy inglés.
Los boletines de la CNN que mostraban temblorosas grabaciones de videoaficionados en Groom Lake apenas acababan de terminarse cuando el general de división Oskar Jilek apareció en una retransmisión de ámbito europeo.
—Ha surgido una grave situación referente a la estación espacial Mariscal Titov, tomada por los rebeldes. Los conocimientos científicos obtenidos por sus logros históricos, que por derecho deberían haber sido utilizados en beneficio de toda la humanidad, han sido usurpados por agentes extranjeros y aplicados de manera unilateral para poner en peligro la paz. El Comité de Emergencia de la Unión Europea lamenta anunciar que su paciencia para con los rebeldes se ha agotado. Sus repetidas provocaciones e insolentes demandas han llegado demasiado lejos. A partir de este momento, la Unión Europea se encuentra en estado de guerra con ellos. Sus acciones ponen igualmente en peligro a los Estados Unidos, y urgimos al gobierno de esa nación para que emprenda las medidas apropiadas a la gravedad de la situación. No tenemos nada que negociar con los rebeldes. Cualquier comunicación que establezca con la AEE cualquier otra persona de la estación aparte del mayor Sukhanov, será considerada como otro acto hostil. El mayor Sukhanov y sus camaradas rehenes deberán ser liberados sin condiciones, y el control absoluto de la estación habrá de ser devuelto al mayor Sukhanov en el plazo de una hora. De lo contrario, las Fuerzas Especiales de la Fuerza Aeroespacial de los Pueblos de Europa responderán con toda la fuerza necesaria y sin previo aviso.
Tampoco Driver perdió el tiempo. Ignoró al comité de científicos. Su rostro y su voz ocuparon la nave.
—Jilek no habla en serio. Ahora sabemos cuándo abandonó la expedición la órbita de la Tierra. Un astrónomo de Kazajstán sacó la foto, y un pirata informático de Sídney acaba de hacérnosla llegar. El lanzamiento se produjo hace siete días. Disponemos de cinco más para construir el motor y separar la estación del asteroide. Y luego, compañeros, daremos el gran salto.