XXIV

Así dijo Jehová: He aquí que yo traigo mal sobre este lugar y sobre los que en él moran…

II Reyes, 22:16

Esa misma noche, horas más tarde, desde la puerta de la tienda real, Arilan contemplaba un firmamento profusamente estrellado. A su alrededor, oía los sonidos del campamento que se disponía a dormir; un sueño que acaso fuera el último. Los caballos tironeaban de las cuerdas y resoplaban sus temores nocturnos; los hombres se anunciaban ante los centinelas y recorrían sus puestos de guardia; otros se preparaban para dormir y murmuraban alguna conversación en voz grave y baja. Alrededor de Arilan, ardía un anillo de antorchas, enclavadas en la tierra ante el pabellón del rey, y formaba un velado resplandor rojizo. Pero, esa noche, el fuego no podía competir con las estrellas.

Arilan pensó que nunca había visto un cielo estival tan estrellado. Acaso nunca volviese a verlo.

Detrás, oyó un rumor de pies calzados en cuero. Kelson se había detenido a sus espaldas, para mirar el firmamento por encima de su hombro. El joven rey permaneció un instante en silencio, con la cabeza desnuda y un sencillo manto de soldado alrededor del cuerpo. También él sentía el hechizo de la noche estival.

Por fin, preguntó.

—¿Ya vienen Alaric y Duncan?

—Les he mandado llamar. Enseguida estarán aquí.

Kelson suspiró y extendió los brazos ante sí, con los dedos entrelazados. Miró ociosamente el círculo de antorchas y a los guardias que custodiaban su pabellón, en el límite de la lumbre rojiza.

—Será una noche corta. Probablemente tengamos que estar listos antes de que amanezca, en caso de que Wencit intente algo furtivo. El mensajero que entregó nuestra aceptación dijo que no parecía muy complacido.

—Estaremos preparados para Wencit —afirmó Arilan—. Y, en lo que respecta a las sorpresas, me temo que será Wencit quien se las lleve, una vez que asome el sol.

Se detuvo, al percibir un movimiento fuera del círculo de luz. Con un codazo, anunció a Kelson que se acercaban Morgan y Duncan.

Los guardias los saludaron con una breve reverencia.

—¿Algún problema, Kelson? —preguntó Morgan.

El rey negó con la cabeza.

—No. Estoy un poco nervioso. Quería subir a la colina y volver a mirar el emplazamiento de Wencit. No me fío de él.

—Ah, más te vale… —murmuró Duncan por lo bajo, mientras Morgan enarcaba una ceja y miraba la tienda por detrás de Kelson.

—¿Cómo está Derry? —preguntó ignorando el comentario de Duncan.

Kelson siguió la mirada de Morgan y se apartó de la entrada.

—La última vez que me fijé dormía plácidamente. Vamos, quiero ir a la colina. Estará bien.

—Me sumaré en unos minutos. Quiero verlo con mis propios ojos.

Los demás partieron hacia la oscuridad y Morgan se volvió para entrar en la tienda. Cerca de la gran cama real, ardía una vela protegida, en un candelabro de hierro forjado. Guiado por su luz y por el resplandor del fuego que había en la parte trasera del pabellón, Morgan avanzó hacia el cuerpo que yacía bajo las pieles, en el lado opuesto de la recámara. Se hincó de rodillas al lado de Derry, las pieles se sacudieron y el joven quedó boca arriba. Tenía los ojos cerrados, pero era evidente que se hallaba en los comienzos o en el final de una pesadilla. Gemía en voz baja. En un momento, se cubrió los párpados con una mano y, luego, se relajó para regresar a un sueño más profundo. Una vez, Morgan creyó oír que murmuraba el nombre de Bran, pero no pudo asegurarlo. Le tocó la frente con suavidad, preocupado, y no recibió ninguna impresión de su mente atribulada en el contacto. La pesadilla había concluido. Quizá ahora Derry pudiese dormir bien…

Morgan habría querido desechar su aprensión y seguir con sus asuntos, pero no pudo. Derry seguía descansando irregularmente, cuando tendría que haber sanado ya; mencionaba a Bran Coris; continuaba pareciendo enfermo, desde todo punto de vista… Ah, Derry debía de haber sufrido mucho. Pero nadie sabría cuánto hasta que Derry emergiera de su sueño profundo y escogiera compartir sus tormentos con ellos.

Pero ¿por qué no se había recuperado aún? ¿Y si sus balbuceos anteriores al sopor hubiesen tenido algún significado más oscuro? ¿Y si los lazos que Wencit impusiera en su mente torturada aún no se hubieran roto por completo?

Designó a un guardia adicional fuera de la entrada y se internó en la noche. No tuvo consciencia de dirigirse a ningún sitio en particular, sólo quería caminar para consumir la energía que lo inquietaba y para calmar su desazón. De pronto, sin saber cómo, se encontró ante las tiendas del obispo Cardiel… Algo lo había impulsado a ir en busca de Richenda.

Se detuvo y estudió la luz de las antorchas, preguntándose por sus motivos. Pasó ante los guardias del prelado y se encaminó hacia la tienda de ella. Sabía que no debía estar allí después de lo que había pasado entre ellos la noche anterior, pero acalló sus escrúpulos, diciéndose que tal vez ella pudiese ayudarlo a comprender las razones de la deserción de Bran. Tal vez pudiera descubrir por qué Derry había gritado el nombre de Coris en su delirio. Pero nada le haría negar que ansiaba verla con toda su alma, por mucho que supiera que no tenía derecho a estar allí.

Fue hasta el anillo de luz que rodeaba la entrada de la tienda y saludó al guardia que había en el perímetro, antes de avanzar suavemente hasta las cortinas. En la primera mitad del pabellón, no había nadie pero, más allá de la división, oyó una voz de mujer que entonaba una canción de cuna. Se detuvo ante el palo central de la tienda a escucharla cantar.

Cierra los ojos, pequeño que Dios proteja tu sueño que ningún miedo te asuste, que el Señor siempre te alumbre.

Tu madre vela contigo, vamos, cierra los ojitos, que Dios y yo te daremos un cofre de lindos sueños.

Capturado por la melodía, Morgan se acercó hasta la cortina y atisbo a través de los pliegues. En la recámara interior, vio que Richenda se inclinaba sobre la cama de Brendan y que cobijaba bajo las pieles a su hijo de cabecita bermeja. El niño parecía estar a punto de dormirse pero, al tender los bracitos para estrechar a su madre, vio a Morgan desde el lecho. De inmediato se despabiló y se puso de rodillas, con los ojos azules desmesurados de asombro.

—¡Papá! ¿Has venido a contarme un cuento?

Incómodo, Morgan intentó retirarse de la cortina, pero no antes de que Richenda llegara a verlo. Su sobresalto ante las palabras del niño desapareció no bien comprendió que se trataba de Morgan y no de su esposo; tomó al niño en sus brazos y fue hasta el general con una sonrisa nerviosa.

—No, querido, no es tu padre. Es el duque Alaric. Buenas noches, Excelencia. Parece que, en la penumbra, Brendan os confudió con su papá.

Hizo una breve reverencia y Brendan se apretujó contra ella. Veía que el hombre que había en la puerta no era su padre, mas no sabía bien cómo reaccionar. Miró a su madre en busca de alguna señal y, al verla sonreír, juzgó que probablemente no se tratase de un enemigo, de modo que miró a Morgan con timidez y, luego, volvió a posar los ojos sobre su madre.

—¿El duque Alaric? —murmuró.

El nombre no significaba nada para un niño tan pequeño; sólo trataba de repetir un título extraño. Pero, antes de que el pequeño tuviera tiempo de pensar en ello, Morgan avanzó unos pasos y lo saludó con una corta reverencia.

—Hola, Brendan. He oído cosas muy interesantes sobre ti.

Brendan miró a Morgan con suspicacia y se dirigió a su madre.

—¿Mi papá es un duque?

—No, querido. Es conde…

—¡Y eso es tanto como duque?

—Bueno, casi… ¿Dirás hola a Su Excelencia?

—No.

—Pero cómo que no… Di: «Buenas noches, Excelencia.»

—Huenas noches, Celencia…

—Buenas noches, Brendan. ¿Cómo estás?

Brendan se llevó dos dedos a la boca y bajó la vista, con nueva timidez.

—Bien… —balbuceó.

Morgan sonrió y se acercó hasta la altura del niño.

—Tu madre te estaba cantando una canción muy bonita. ¿Crees que querría cantarla otra vez, si se lo pides con todo cariño?

Brendan sonrió con picardía, los dedos aún en la boca, y sacudió la cabeza.

—No quero canciones. Las canciones son para los chiquitines. Yo quero cuentos. ¿Sabes algún cuento?

Morgan se irguió, sorprendido. ¿Un cuento? Nunca se había considerado muy dotado con los niños, pero Brendan parecía responder notablemente. Un cuento. Dios sabía que, hacía muchos años, había oído cuentos, pero ninguno aconsejable para un crío de cuatro años. ¿Qué podría…?

Richenda vio su indecisión y comenzó a llevar a Brendan a la cama.

—Tal vez otro día, corazón. Su Excelencia ha tenido una jornada muy difícil y me temo que está muy cansado para contarle cuentos a un pequeñín…

—No necesariamente… —la detuvo Morgan. Fue hasta ella, que otra vez cobijaba al niño entre las mantas—. Hasta los duques podemos sacar tiempo para divertir a los niños, cuando son tan inteligentes. ¿Y qué cuento querías escuchar, Brendan?

El niño se arrebujó contra la almohada, con una sonrisa felizy se llevó las pieles hasta el mentón.

—Hablame de mi papá. Es el hombre más valiente y listo del mundo. Cuéntame un cuento sobre él.

Morgan se detuvo helado un instante y miró a Richenda, quien también se asombró de la petición. El niño no sabía —no podía saber— de la traición de su padre, y semejante iniquidad nada tenía que ver con el pequeño. Pero Morgan no podía avenirse a ensalzar a Bran Coris. Ni siquiera en beneficio de su hijo encantador. Le lanzó una de sus sonrisas despreocupadas y se sentó sobre el borde del lecho para acariciarle el cabello sobre la frente.

—Brendan, creo que esta noche, no. ¿Qué te parece si, en cambio, te cuento una historia de cuando el rey era pequeño como tú? Resulta que el rey, que entonces era sólo un príncipe, tenía un hermoso pony negro llamado Ventarrón. Un día, Ventarrón se escapó del establo y…

Mientras Morgan inventaba el relato, Richenda se apartó para observarlos, feliz de que Brendan hubiese sido fácilmente contentado. El niño seguía con fruición las palabras de Morgan, pero Richenda sólo captaba una que otra palabra. Deliberadamente, Alaric hablaba en voz baja, para que ese instante con el niño fuese algo sólo compartido por los dos. Observó al duque rubio y apuesto que se inclinaba sobre el niño fascinado y ella misma se encontró, una vez más, presa de la atracción irresistible que emanaba del hombre.

Al cabo de un tiempo, el duque tendió la mano y la posó sobre la frente del pequeño. Minutos atrás, las pestañas de Brendan habían caído, vencido por el sueño, y Morgan bajó la cabeza un instante. Cuando se irguió, fue en direción a Richenda, los ojos fijos en la mujer.

En él había un aura extrañamente serena, un sentimiento de paz, desconocido y a la vez hermoso. Extendió una mano hacia ella y la mujer se aproximó hacia él, sin decir una palabra. Después de unos instantes, volvió la mirada al pequeño dormido.

—Es deryni. Lo sabes, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza solemnemente.

—Lo sé.

Morgan meció el peso del cuerpo de un pie al otro, con repentina inquietud.

—Se parece mucho a como yo era cuando tenía su edad: inocente, vulnerable. Sé que hay riesgos implícitos, pero debe recibir instrucción. Su identidad dejará algún día de ser un secreto y deberá poseer los medios para protegerse.

Richenda volvió a asentir y posó su mirada sobre el niño durmiente.

—Pronto, un día, lo descubrirá por sí mismo, cuando vea que es diferente a los demás niños. Debe de advertírsele lo que encontrará, pero me da miedo ser la que destruya su inocencia. Y, luego, está la cuestión de su padre. Adora a Bran; como todos los pequeños tiene en la gloria a su padre. Pero, ahora…

Su voz se perdió, no terminó la frase, pero Morgan supo en qué pensaba. Le soltó la mano y fue hasta la recámara exterior. La hermana Luke había regresado de sus quehaceres y se afanaba con eficiencia entre copas y una botella de vino tinto. Morgan se ruborizó al verla y se preguntó cuánto tiempo llevaría allí, pero la hermana no dijo nada. Encendió más velas y se inclinó para saludarlo. Morgan pasó a esta recámara y le devolvió el saludo. La hermana desapareció en el sector de los dormitorios. Al cabo de un instante, Richenda volvió junto a él y Morgan disimuló su incomodidad sirviendo dos copas de vino.

—¿Lo ha oído? —musitó, mientras Richenda tomaba la copa y paladeaba un sorbo.

La mujer negó con la cabeza y se sentó ante él, en una silla de campaña.

—No, pero si lo hubiera oído, sé que sería discreta. Además, estoy segura de que los guardias le advirtieron de que no estaba sola —sonrió— y de que no llevabas aquí el tiempo suficiente para que mi honor se pusiera en duda.

Morgan le lanzó una sonrisa fugaz y miró la copa que tenía entre las manos.

—Y, con respecto al día de mañana, Richenda —comenzó con voz grave—, para que Gwynedd sobreviva, Bran debe morir. Lo sabes.

—Era previsible —murmuró ella—, pero, así y todo, tengo miedo. ¿Qué será de todos nosotros?

En la tienda de Kelson, otro se debatía con la misma pregunta. Cerca de los rescoldos, bajo las pieles, Derry se agitó, inquieto, y abrió los ojos. Ya no podía seguir ignorando la llamada. Estaba despierto y el impulso crecía. Se sentó con vacilación —la tienda estaba desierta—, apartó las pieles y se puso de pie, tembloroso. Se tambaleó una vez, como si le hubieran asestado un duro golpe; pero, luego, sacudió la cabeza ligeramente, como para desembarazarse de una obsesión. Sus ojos se cerraron brevemente y las manos acariciaron el anillo que llevaba en el dedo. Cuando los volvió a abrir, en su mirada brillaba una determinación nueva. Sin más vacilación, giró sobre los talones y fue hasta la entrada de la tienda, con ojos centelleantes.

—¿Guardia?

—¿Sí, señor?

El guardia parecía atento y solícito y lo saludó con agrado al entrar en el pabellón.

—¿Podrías echarme una mano? Parece que se me ha perdido el broche del manto. —Señaló la pila de pieles donde había estado durmiendo y sonrió con vergüenza—. Lo buscaría yo, pero la cabeza me duele cuando me agacho.

—No hay problema, señor —sonrió el guardia. Dejó la lanza en el suelo, para inclinarse sobre las pieles—. Me alegra ver que se ha repuesto y que se siente mejor. Estuvimos un poco preocupados por vos…

Mientras el hombre hablaba, Derry cerró la mano alrededor de la hoja envainada de una pesada daga de cacería y se acercó hasta el guardia. Sin previo aviso, la pesada empuñadura se enterró tras la oreja derecha del centinela, que se desplomó sin exhalar un solo sonido.

Derry no perdió tiempo. Después de arrastrar al guardia inconsciente hasta el Portal de Transferencia, se dirigió a la entrada y dejó caer la cortina. Regresó hasta el hombre exánime, se arrodilló ante él y puso las yemas de los dedos sobre las sienes del guardia, mientras un extraño letargo lo invadía. Los ojos del guardia parpadearon y se abrieron, pero ya no lo miraban con la inteligencia candida y honesta de su dueño. El propio estremecimiento involuntario que experimentó Derry se vio superado por el nuevo poder que lo obligaba a comportarse así, mas no pudo sino obedecer impotente y su mirada se hundió en la del guardia sometido para establecer contacto con esa nueva inteligencia ajena.

—Bien hecho, Derry —murmuró el centinela con una voz que no era la suya—. ¿Qué has sabido? ¿Dónde están el principito deryni y sus amigos?

—Fueron al perímetro a observar nuestro campamento, Majestad. —Derry se oyó decir, sin poder evitarlo.

El centinela parpadeó e hizo un ligero movimiento afirmativo con la cabeza.

—Bien. ¿No te vieron doblegando al guardia?

Derry negó.

—Creo que no, Majestad. ¿Qué deseáis de mí, ahora?

Se produjo una nueva pausa y el hombre clavó sus ojos sobre los del joven lord, con nueva intensidad.

—Lord Bran desea el regreso de su hijo y de su esposa. ¿Sabes dónde se encuentran?

—Puedo encontrarlos. —Derry se despreció por sus palabras.

—Bien. Entonces, encuentra alguna treta para atraerlos hacia el Portal. Dile a la condesa que…

Se oyó un ruido de voces fuera de la tienda. Derry se detuvo, helado. No podía estar seguro, pero parecía que uno de los guardias hablaba con ¿Warin? Se puso de pie con rapidez y fue hasta la cortina. Se mantuvo a un lado, para quedar resguardado por el toldo cuando éste se abriera. Oyó pisadas al otro lado de la tienda y, entonces, una mano abrió la cortina. La cabellera recortada de Warin asomó por la abertura. Warin vio al centinela tendido en el centro de la recámara, pero, antes de que pudiera volverse para dar la alarma, Derry lo derribó y lo arrastró hacia dentro del pabellón, ahogando su grito con una mano brutal impuesta sobre la boca. En segundos, Warin yacía también inconsciente en el centro de la tienda. Pronto, se vio sujeto de pies y manos y debidamente amordazado y oculto tras los pliegues de un pesado manto. Después de arrastrar a Warin de un lado a otro de la estancia, Derry salió del pabellón.

Morgan bajó los ojos, incómodo, y se miró los pies. Richenda estaba a unos metros de él, mas no permitió que su mirada se posara sobre ella. Ya habían bebido el vino y dicho todas las palabras que podían decirse por el momento. Si él mataba a Bran al día siguiente, podría destruir el amor que esa mujer increíble sentía por él; pero, si Bran no moría, ninguno de ellos tendría futuro siquiera.

Alzó los ojos hacia ella y, de pronto, comprendió que nunca la había sostenido entre sus brazos y que nunca la había acariciado, salvo ese breve contacto que los uniera la noche anterior, en el que ambos compartieran el poder de su corazón deryni. Mañana, tal vez fuese demasiado tarde. Mañana, la oportunidad podría desaparecer para toda la eternidad. Sus ojos se hundieron en los de ella durante un largo rato y también leyeron su indecisión. Entonces, la estrechó en un abrazo y sus labios buscaron saciarse en el beso que ella le ofrecía mientras, a su alrededor, la luz de los cirios se velaba en una penumbra.

Después de lo que sólo pareció un instante, se separaron y Morgan permaneció un largo tiempo mirándola a los ojos, acariciando apenas sus manos. Pero, desde el mismo momento en que entrara allí esa noche, había comprendido que no podría quedarse. El honor se lo impedía.

Durante unos minutos, el único sonido de la tienda fue la música de sus corazones desbocados. Luego, él se dispuso a marcharse y los dedos de seda de Richenda se posaron sobre sus labios para despedirlo antes de que se internara en la oscuridad. Morgan no podía saber que otro acechaba cerca y desapareció en la noche para unirse a Kelson y a los demás. No podía saber que Derry aguardaba la oportunidad de actuar, fuera de la tienda de Richenda, bajo el influjo de un conjuro enemigo.

Richenda se detuvo ante la entrada de la tienda y lo vio partir. Luego, su mirada se paseó por la estancia vacía. Las velas parecían arder con más fuerza ahora que él ya no estaba, pero algo allí aún conservaba la penumbra de la intimidad. Se preguntó cómo había podido enamorarse de ese desconocido alto y rubio, que no era su esposo. Se llevó los dedos temblorosos a los labios y los acarició suavemente.

Entonces, aún sonriendo, fue a la estancia interior y se hincó de rodillas al lado de su hijo. Su sonrisa pronto se trocó en preocupación.

¿Qué les depararía el futuro, después de mañana? Sea cual fuere el resultado del duelo, el espectro de Bran siempre estaría acechando sobre sus cabezas, en vida o muerto, pues estaba ligada a Bran por ese niño, por lazos mucho más inexorables que las meras palabras o la ley. Y si Alaric Morgan mataba a Bran Coris al día siguiente… ¿dónde estaba la lealtad?

Pensó en lo que le habían enseñado, pero ya no sabía dónde residían las respuestas. La lealtad de una mujer se debía a su esposo. Así decían. Pero ¿si el esposo de una era un traidor? ¿Estaría obligada a odiar al hombre que hacía justicia con ese traidor? Creía que no.

Suspiró levemente y cubrió a Brendan con los mantos de piel. Entonces, un ruido que provenía desde el exterior la hizo alarmar. Se puso de pie sin hacer ruido, fue hasta la entrada de la estancia interior y vio a un hombre recortado contra la cortina, afuera. Los guardias no lo habían hecho detener ni parecía querer acercarse más. Pero ¿quién sería? Dio unos pasos hacia la cámara exterior, y frunció los ojos para distinguir mejor sus rasgos.

—¿Quién sois? —dijo en voz baja. No quería despertar a Brendan ni a la hermana Luke—. ¿Traéis algún mensaje para mí?

El hombre dio un paso hacia el interior y se dejó caer sobre una rodilla.

—Soy lord Sean Derry, señora, el ayudante de Morgan. ¿Podríais venir a la tienda del rey conmigo en este momento? Lord Warin se encuentra muy enfermo y Morgan no puede asistirlo ahora. Pensó que tal vez vos pudierais ayudarnos.

—Bueno… Desde luego, podría intentarlo —repuso. Tomó un manto que había al otro lado de la estancia interior y comenzó a cubrirse los hombros con él—. ¿Qué le pasa a Warin? ¿Tenéis alguna idea?

Derry negó con la cabeza y se puso de pie.

—No, señora. Me temo que no. Tiene fiebre y delira.

Richenda terminó de abrocharse el manto y fue hacia él.

—Estoy lista. Indicadme el camino.

Derry miró al suelo, incómodo.

—Señora.., antes de que salgamos.. No sé cómo decir esto sin que me toméis por un necio, pero el rey… en fin, el rey desea que traigáis a lord Brendan.

—¿Queréis que lleve a Brendan? ¿Y por qué tendría que…?

—Por favor, señora. El obispo Arilan y el padre Duncan temen que Wencit y vuestro esposo intenten raptar al niño si lo dejáis solo. No está de más tomar precauciones. Además, Morgan me ha indicado ciertas medidas de protección…

—Ay, mi pobre niño… —murmuró Richenda.

Se persignó rápidamente y corrió hasta la entrada que conducía al dormitorio. Permaneció allí varios segundos sin moverse, mirando al niño que dormía, y se volvió para mirar de frente a Derry.

—Tenéis razón, podría ser una artimaña. Bran ama a Brendan con todo su corazón y podría persuadir a Wencit de que intentara alguna treta para raptarlo. Envolvedlo en la manta, Derry. —Le tendió un manto con bordes de piel, mientras iba hacia la cama del pequeño—. Pero tratad de no despertar a la hermana Luke. Creo que no habrá motivo de alarma.

Derry sonrió para sus adentros, pero Richenda no vio la expresión de su rostro, pues el joven se había inclinado sobre el niño dormido.

—Claro que estaréis bien, señora. —dijo en voz baja—. Pero, a veces, hay que darles gusto a estos sacerdotes. Vamos, Warin necesita de vuestra ayuda.

Minutos más tarde, Richenda y Derry entraban en el pabellón real. Derry llevaba en los brazos a Brendan, que aún dormía. Después de la oscuridad del campamento, el interior de la tienda les resultó intensamente iluminado y los ojos de Richenda tardaron en ajustarse a la poderosa luz. Derry cruzó la estancia, dejó al niño sobre una pila de mantas y pieles que había en el centro y le indicó con un gesto el sitio donde yacía Warin. Cuando Richenda fue hacia él, Derry dio un paso atrás y cruzó los brazos sobre el pecho, con una ligera sonrisa; pero Richenda no lo advirtió.

—Está muy rígido —dijo la mujer, y se hincó de rodillas para tocarle la frente—. ¿Warin? ¿Podéis oírme?

Al tocarlo, retrocedió de pronto, pues se encontró con una boca burdamente amordazada. Ahora comprendía por qué los hombros de Warin parecían tan extraños bajo el manto: tenía las manos atadas. Espantada, alzó los ojos con expresión inquisidora hacia Derry y lo encontró yendo hacia Brendan con pasos resueltos, ya sin reparar en su presencia. La mujer se detuvo, sobrecogida: cuando Derry se internó en una zona de penumbra vio que, alrededor de su cabeza, comenzaba a formarse un débil fulgor.

—¡Derry!

De pronto, supo sus intenciones y percibió el Portal de Transferencia, que comenzaba a resplandecer alrededor de su hijo. Se puso de pie de un salto y se abalanzó contra Derry, llegó al Portal justo cuando la escena comenzaba a cambiar. El Portal se estabilizó al ejercer la mujer sus poderes para detenerlo pero sólo hasta que Derry irrumpió en el círculo detrás de ella, sujetándola firmemente contra su pecho para arrastrarla.

Trató de gritar el nombre del niño para despertarlo, pero se encontró con que una mano le cubría la boca con fuerza. Cuando el primer guardia asomó la cabeza por la cortina en respuesta a su primer grito, una segunda figura sombría comenzaba a recortarse en el círculo y, luego, una tercera, que avanzó hacia su hijo.

—¡No! —aulló Richenda, tirando para liberarse de Derry, mientras el hombre cogía al pequeño—. ¡No, Bran!

De las puntas de los dedos de Richenda comenzó a brotar una corriente de poder hacia el hombre pero, como Derry la estaba sujetando, no podía controlar su dirección. Los guardias parecían lamentablemente lentos. Incapaz de detener la acción, vio que el círculo se iluminaba y que se oscurecía a continuación.

—¡Brendan! —clamó una vez más, mientras los guardias trataban de someter a Derry y de apartarlo de ella.

Pero ya era demasiado tarde para salvar a Brendan. El pequeño había desaparecido.