VI
Las palabras de los sabios y sus dichos oscuros.
Proverbios, 1:6
Thorne Hagen, deryni, rodó sobre la cama, abrió un ojo y se desencantó al ver que estaba tan oscuro. Miró por encima del hombro terso y blanco de su compañera y vio que un sol cubierto de niebla se hundía lentamente por detrás del pico Tophel, arrojando un manto de color difuso y encarnado sobre las blancas murallas del castillo. Bostezó delicadamente y flexionó los dedos de los pies. Dejó que su mirada regresase al hombro niveo y tendió una mano para acariciar la cabellera castaña y desordenada. Cuando sus dedos rozaron la curva de la espalda, la joven se estremeció sensualmente y se volvió, para mirarlo con adoración.
—¿Descansó usted bien, milord?
Thorne le devolvió una sonrisa perezosa y lanzó sus ojos a recorrerla, con experimentado aplomo.
La joven se llamaba Moira y acababa de cumplir quince años. La había encontrado una desolada mañana de febrero, en que cruzaba el mercado de Kharthat en su litera cubierta de pieles: era una criatura flacucha, hambrienta y extraviada, de ojos oscuros teñidos con el espanto de la noche. Algo inefable pasó entre ellos en ese instante, pues muchas personas comparten terrores profundos y semejantes.
Thorne se inclinó desde su litera de cortinas de terciopelo y estiró la mano. La invitó con los ojos y con una sonrisa incierta y temerosa y ella aceptó.
No podría haberle explicado el motivo de su oferta. Tal vez ella le recordó a la hija que había perdido: la sombría Cara, de cabellos negros como la noche aleteando en la bruma matinal. Pero él la llamó y ella acudió. De haber seguido viviendo, Cara habría tenido la misma edad que Moira.
Con un gesto impaciente, Thorne dio una palmada a la joven en las nalgas y apartó el pensamiento de su mente. Se sentó, para estirar el cuerpo, y la joven deslizó un dedo incitante por el brazo desnudo, con una sonrisa. Con loable control de sí mismo, Thorne le apartó la mano y meneó la cabeza.
—Lo siento, pequeña, pero ya tendrías que marcharte. El Consejo no espera, ni siquiera a los más altos señores deryni. —Se inclinó para besarle la frente en un gesto paternal—. Pero no tardaré mucho. ¿Por qué no vuelves a medianoche?
—Claro, milord. —Se incorporó y comenzó a envolverse con una ondulante bata de gasa amarilla. Fue hasta la puerta y lo acarició con la mirada—. ¡Quizás hasta le traiga una sorpresa!
La puerta se cerró tras ella. Thorne meneó la cabeza una vez más y suspiró, satisfecho, con una sonrisa boba en el rostro. Recorrió la sala en penumbra con divertido contento, se puso de pie y caminó descalzo hasta la puerta de su guardarropa. Musitó una frase por lo bajo y trazó un gesto informal con los dedos de la mano derecha. Alrededor de la cámara se encendieron las velas. Thorne se pasó la mano por el cabello castaño, que comenzaba a ralear, y contempló su figura en el bruñido espejo de pared.
Sin duda, tenía muy buen aspecto. Su cuerpo era, a los cincuenta años, casi tan firme y viril como veinticinco años atrás. Desde luego, había perdido cabello y sumado unos kilos desde entonces, pero prefería pensar que los cambios habían otorgado madurez a su aspecto. Durante su juventud, las mejillas sonrosadas y los ojos azules, abiertos en un perpetuo gesto de asombro, habían sido una verdadera maldición: cuando estaba a punto de cumplir los treinta, la gente creía que acababa de trasponer la edad legal.
Sin embargo, por fin, eso comenzaba a actuar en su beneficio, pues mientras que los camaradas de Thorne habían envejecido y se hallaban firmemente instalados en la edad madura, Thorne podía pasar fácilmente por un hombre de treinta años, con las ropas apropiadas y el rostro rasurado, tal y como era su preferencia. Y no había dudas, pensó al recordar a la joven del lecho, de que su apariencia juvenil era a menudo una ventaja innegable.
Thorne pensó en llamar a sus ayudas de cámara para que lo ayudaran a bañarse y a vestirse para la sesión del Consejo, pero desistió. Tenía tiempo de sobra. Si era cuidadoso, podría emplear ese conjuro para el agua que Laran había intentado enseñarle el mes pasado. Lo irritaba no poder dominar el hechizo. Parecía haber cierto grado de coordinación más allá del cual, sencillamente, no podía ir. Pero volvería a hacer la prueba.
Fue hasta el centro de la habitación. Thorne plantó los pies desnudos a un metro de distancia y se irguió en toda su estatura. Unió las palmas de las manos por encima de la cabeza, para formar una silueta en forma de cuña iluminada por la tenue lumbre de las velas. Comenzó a invocar las palabras de un conjuro por lo bajo y una nube de vapor de agua empezó a condensarse a su alrededor, como un cúmulo en miniatura, cargado de lluvia y hasta de relámpagos. Cerró los ojos con firmeza y retuvo el aliento cuando el agua se abatió sobre su cuerpo. Se retorció de placer ante el contacto estremecedor de los rayos dóciles. Hasta ese momento, había mantenido un total control de la operación, pero, entonces, se puso en tensión para la parte más difícil.
Alejó los relámpagos y la lluvia de su cuerpo, y deseó que todo formara una esfera delante de su pecho, una diminuta nube de tormenta que crujía y arrojaba escupitajos bajo la luz pálida. Entreabrió apenas los ojos y la vio suspendida allí. Había comenzado a manipularla con la mente para desplazarla hacia la ventana y dejarla caer al otro lado cuando, detrás de él, en dirección al Portal de Transferencia, estalló un resplandor brillante. Giró la cabeza sobresaltado para ver quién venía y, en ese instante, perdió el control del conjuro.
Un rayo en miniatura saltó de la nube al cuerpo del hechicero en un arco doloroso; el agua cayó al suelo, provocando un estrago de salpicaduras y de charcos sobre las losas de mármol, sobre una alfombra de precio incalculable y sobre la dignidad de Thorne. Rhydon se apartó del Portal de Transferencia y el otro comenzó a imprecar sin freno, con sus ojos aniñados cargados de ira e indignación.
—¡El diablo te lleve, Rhydon! —escupió Thorne, cuando por fin logró hilar dos palabras—. ¿No puedes anunciarte? Esta vez lo habría logrado. ¡Ahora me has hecho anegar la habitación entera!
Salió del charco y pataleó con los pies desnudos, en un vano intento de secarlos y de conservar algo de dignidad en su desnudez. Su camarada hechicero cruzó la sala y recibió la mirada furibunda de Thorne.
—Lo siento, Thorne —rió Rhydon—. ¿Puedo limpiarte este estropicio?
—Lo siento, Thorne. ¿Puedo limpiarte este estropicio? —lo imitó Thorne. Los ojos pequeños y voraces se nublaron en su rostro de crío—. Seguramente también puedes hacer eso. Debo de ser el único que no logra dominar este conjuro.
Rhydon controló una sonrisa, extendió las manos abiertas por encima del suelo mojado y murmuró varias frases breves. Sus ojos grises se ensimismaron en un instante. La humedad desapareció, Rhydon se encogió de hombros y enarcó una ceja hacia Thorne, a modo de disculpa. El frustrado hechicero no dijo nada y giró sobre sus talones, con aire petulante. Fue hasta el guardarropa y, al cabo de unos segundos, la puerta volvió a abrirse, con un rumor de géneros finos.
—Realmente siento haberte interrumpido, Thorne —dijo Rhydon en tono coloquial. Dio una vuelta por la recámara y examinó los diversos artículos que contenía—. Wencit quería que te pidiera un favor.
—Si es para Wencit, puede ser. Pero no para ti.
—Vamos, no rezongues. He dicho que lo lamentaba.
—Muy bien, muy bien.
Se produjo una pausa. Luego, con curiosidad regañona, preguntó:
—¿Qué quiere Wencit?
—Quiere que intercedas en el Consejo para que declaren a Morgan y a McLain en condiciones de aceptar un reto como los deryni de sangre pura. ¿Puedes hacerlo?
—¿Que los declaremos en condiciones de…? ¿Hablas en serio? —se produjo otra pausa y Thorne prosiguió hablando. En apariencia, la ira se había desvanecido—.. Bueno, podría intentarlo. Pero ojalá Wencit recordara que ya no tengo la misma influencia que antaño. El mes pasado cambiamos de coadjutores.
¿Por qué no presentas la propuesta tú? Eres deryni de pura estirpe y, aunque ya no eres miembro de Círculo Interior, se te sigue permitiendo hablar ante el Consejo…
—Tu memoria es débil, Thorne. La última vez que estuve ante ese Consejo, juré no volver jamás a poner mis pies allí, ni en ningún otro recinto donde estuviera Stefan Coram. Hace siete años que mantengo ese juramento y no pienso romperlo hoy. Wencit dice que debes ser tú quien presente la moción.
Thorne salió del guadarropa ajustándose los pliegues de una túnica violeta bajo el manto de brocado color oro.
—Muy bien, muy bien. No necesitas encocorarte tanto por este asunto. Pero es una lástima. De no haber sido por Coram, tú mismo serías coadjutor hoy en día. En cambio, tú y Wencit… bueno, ya sabes.
—Sí, somos tal para cual, ¿no crees? —zumbó Rhydon, mirando a Thorne con ojos grises y oblicuos—. Wencit es un zorro; no lo oculta. Y yo… si mal no recuerdo, ese día Coram me comparó con Lucifer: el ángel caído que se sumió en la oscuridad exterior y que desertó de las filas del Círculo… —Sonrió con aire tenebroso y se miró las uñas mientras se reclinaba contra la repisa de la chimenea—. En realidad, Lucifer siempre me resultó un personaje agradable. Después de todo, fue el más brillante de todos los ángeles, antes de caer…
El fuego ardió con fuerza detrás de Rhydon y lo iluminó por un fugaz instante con un fulgor rojizo. Thorne contuvo el aliento. Con esfuerzo, reprimió el impulso de persignarse por las dudas.
—Por favor, no digas esas cosas —musitó con voz culpable—. Alguien podría escucharte.
—¿Quién? ¿Lucifer? Tonterías. Mucho me temo, querido Thorne, que nuestro buen Príncipe de las Tinieblas es un diablo de patrañas, un legendario personaje de cuento de hadas con que atemorizar a los niños díscolos. Los verdaderos diablos son los hombres como Morgan y McLain. Te convendría no olvidarlo.
Con un gruñido, Thorne se ajustó meticulosamente la capa y se puso una delgada faja de oro sobre la frente con dedos ligeramente temblorosos.
—Muy bien: Morgan y McLain son dos diablos. Tú lo has dicho, por lo tanto ha de ser cierto. Pero no puedo decir eso en el Consejo. Aunque Morgan y McLain sean lo que sostienes, cosa que no podría asegurar pues jamás he estado ante ellos, sólo son medio deryni y, por tanto, inmunes al reto arcano por parte de cualquiera de nosotros. Tendré que presentar razones muy contundentes para modificar esa situación.
—En tal caso, los convencerás —dijo Rhydon, mientras se acariciaba la cicatriz con un índice—. Sólo tendrás que recordarles que tanto Morgan como McLain parecen ser capaces de cosas que, en principio, deberían serles imposibles. Y, si eso no los persuade, agrega que, si esto continúa, los dos podrían plantear una grave amenaza para la existencia misma del Círculo Interior.
—Pero si ni siquiera saben que existe el Consejo.
—Pero los rumores tienen la costumbre de echar a correr —replicó Rhydon con aspereza—. Y puedes también recordarles, estrictamente para tu propia edificación, que Wencit desea ver aprobada la moción. ¿Hace falta que sea más explícito?
—Eso… no será necesario.
Thorne se aclaró la garganta nerviosamente y se volvió para contemplar su imagen en el espejo. Ajustó el cuello por última vez mientras controlaba el temblor de sus manos.
—He dicho que haría lo que me pides —prosiguió con voz más firme—. Confió en que tú, a tu vez, le recuerdes a Wencit el riesgo que corro al hablar en su nombre. No sé qué ha planeado para Morgan y McLain ni quiero saberlo, pero se supone que el Consejo debe ser un cuerpo neutral; considera gravemente la intromisión de cualquiera de sus miembros en cuestiones políticas. Wencit podría ser parte del Consejo, como sabes, si hubiera sido un poco más obediente.
Terminó su discurso con una nota petulante.
—La obediencia no es una de las virtudes más descollantes de Wencit —advirtió Rhydon ligeramente—. Ni de quien te habla. Sin embargo, si tienes alguna querella con cualquiera de los dos, estoy seguro de que podrá convenirse una oportunidad de arreglar la disputa hasta que alguno se pueda dar por satisfecho.
—Seguramente no pensarás que yo retaría a… —Una sombra del viejo terror nocturno asomó fugazmente en los ojos celestes.
—Desde luego que no.
Thorne tragó saliva con dificultad y recuperó la compostura.
Luego, se internó deprisa en las flores y enredaderas grabadas que formaban los mosaicos del Portal de Transferencia.
—Te informaré del resultado por la mañana —dijo, mientras se envolvía con los pliegues de su manto con toda la dignidad que aún podía conservar—. ¿Te parece bien?
Rhydon se inclinó en silencio, con ojos ligeramente burlones.
—En tal caso, te deseo unas muy buenas noches —se despidió Thorne. Y desapareció.
En lo alto de una meseta resguardada, en una gran cámara octogonal con una cúpula que parecía de amatista facetada, se reunía el Consejo Camberiano.
Bajo la bóveda púrpura, el vasto suelo de ónix reflejaba el brillo de las puertas de metal forjado que, en un sector de la pared, iban del techo al suelo. Las otras siete paredes eran de antiguo marfil enmarcado en madera, ricamente ornamentado. Y, sobre las figuras talladas de célebres personajes de la historia deryni, titilaba la luz de cien nuevas velas de cera. Sobre la madera que separaba los paneles, en faroles de oro, ardían cirios gruesos como el puño de un hombre. El centro de la habitación contenía sólo una inmensa mesa de ocho lados y ocho sillas de alto respaldo. Cinco de ellas parecían estar ya ocupadas por ilustres deryni.
Los tres hombres y las dos mujeres estaban tranquilamente de pie, bajo la cúpula roja. Todos menos uno lucían el atuendo oro y violeta del Círculo Interior deryni. La única excepción era Denis Arilan, solo y sombrío en su sotana negra, envuelto en su manto púrpura de obispo. Asentía ocasionalmente en respuesta a una conversación entre la imponente lady Vivienne, a su derecha, y un joven de cabello oscuro, expresión intensa y ojos almendrados: Tiercel de Ciaron.
Del otro lado de la mesa, un hombre de cabello blanco y ojos claros y translúcidos hablaba con una joven de unos cincuenta años menos que él. La joven sonreía y escuchaba con interés. Llevaba el cabello rojizo sujeto en la nuca. Arilan contuvo un bostezo y se volvió para mirar las puertas doradas, que se abrieron para dejar paso a Thorne Hagen.
Thorne estaba disgustado. Su rostro pálido, salvo por las mejillas rosadas, no lucía la habitual expresión compuesta. Al ver que Arilan lo miraba, apartó la vista y se apresuró a cruzar el recinto para iniciar una conversación con la chica y con el anciano, en el lado opuesto de la mesa. La conversación le devolvió la calma y el aplomo que lo caracterizaban, pero Arilan alcanzó antes a ver que subrepticiamente se frotaba las manos sudorosas contra los muslos y que ocultaba su temblor escondiéndolas bajo las anchas mangas. Arilan apartó la vista y fingió seguir su conversación con los otros dos compañeros. Adoptó una expresión interesada, pero su mente no podía concentrarse en el relato de cacería que contaba lady Vivienne.
Esa noche, algo había perturbado la calma de Thorne. Pero ¿qué? Seguramente, ningún humano. Si había sido algún deryni, Thorne no tenía nada que temer en ese sitio. Aunque Thorne se hubiese convertido en blanco de otro deryni, allí estaría a salvo. Dentro de los confines de esa cámara, ningún deryni podía alzar su poder contra otro semejante. En verdad, a menos que la mayoría de los presentes estuviera de acuerdo y hubiese una causa válida, tampoco podían realizarse actos de magia en el lugar. El lazo de protección estaba sellado por el juramento de sangre de cada uno de sus miembros, que se renovaba cuando alguno de los integrantes del Círculo Interior debía ser reemplazado. Thorne Hagen no corría ningún peligro allí.
Arilan deslizó los dedos por el borde de la mesa de marfil, con una ligera sonrisa. Sintió la fría tersura del oro que dividía los segmentos.
Desde luego, cabía otra posibilidad. Tarde o temprano, Thorne tendría que abandonar el recinto del Consejo y, cuando estuviese fuera, podría toparse con deryni ajenos al Círculo Interior, que no reconocieran los dictados del Consejo y que no sintieran respeto por el cargo que Thorne ocupaba en el cuerpo. Siempre había deryni renegados, como Lewys ap Norial, Rhydon de Eastmarch, Rolf MacPherson en el siglo pasado… Hombres que habían rechazado la autoridad del Consejo, que habían sido expulsados de sus filas, o que incluso se habían alzado en rebelión abierta. ¿Podría ser que alguno de ellos amenazara a Thorne Hagen? ¿Habría alguna conspiración contra el Consejo?
Arilan volvió a mirar al hombre y ocultó una sonrisa. Comprendió que sólo podía apoyarse en suposiciones sin fundamento. Quizá Thorne sólo hubiera tenido una rencilla con su última amante o hubiese reñido con los guardias de su castillo. Todo era posible.
Detrás de Arilan se oyó un ligero rumor de brocado. Se volvió para ver entrar a los dos miembros restantes del Consejo a través de la alta puerta. Cada uno de ellos llevaba el cetro de marfil que lo señalaba como coadjutor. Barrett de Laney, el mayor de ambos y quien presidía el Consejo esa noche, tenía una figura impactante. Pese a que era totalmente calvo, su cabeza era esbelta y estaba bien moldeada y sus ojos color esmeralda ardían en el rostro de ángulos delicados. Ni siquiera Stefan Coram, con su cabello prematuramente plateado y su aplomo elegante y contundente, podía compararse con Barrett a la hora de juzgar el impacto que causaba.
Coram se acercó en silencio al lado de Barrett y acompañó al hombre hasta la silla que había entre Laran y Tiercel. Luego, fue hasta su propio lugar, en el lado opuesto. Cuando cada uno de los ocho posó su cetro sobre la mesa, Coram extendió los brazos a ambos lados del cuerpo, con una palma hacia arriba y la otra hacia abajo. Los demás lo siguieron y posaron las manos sobre las de sus compañeros. Coram se aclaró la garganta y habló:
—Atención, damas y caballeros. Prestad atención y acercaos. Escuchad las palabras del Amo. Que todos seamos Uno en Espíritu con la Palabra.
Barrett inclinó la cabeza un instante y, luego, volvió sus ojos esmeralda hacia una esfera de cristal que pendía de una larga cadena de oro en el centro de la bóveda. La esfera tembló ligeramente en el aire quieto y silencioso y Barrett habló con las sílabas graves y líquidas del antiguo ritual deryni.
—Ahora nos hemos reunido. Ya somos Uno con la Luz. Observemos el antiguo ritual. No transitaremos esta senda otra vez —se detuvo y volvió a la lengua vernácula—. Que así sea.
—Que así sea.
Los ocho ocuparon las sillas con un rumor de finas telas, y algunos hicieron comentarios a sus vecinos. Cuando todos se hubieron dispuesto cómodamente, Barret se reclinó contra el respaldo y posó ambas manos sobre los brazos de la silla. Parecía prepararse para comenzar la sesión. Antes de que pudiera hablar, el hombre de cabellos plateados y aspecto frágil que había a su derecha se aclaró la garganta y se inclinó hacia delante. Las armas del escudo que había en su sitio lo identificaban como Laran ap Pardyce, decimosexto barón de Pardyce. Tenía una expresión sombría.
—Barrett, antes de que comencemos los procedimientos formales, me pregunto si podríamos referirnos a un rumor que he oído.
—¿Un rumor?
—Laran, no tenemos tiempo para rumores —lo interrumpió Corara—. Hay asuntos urgentes que…
—No. Esto también es urgente —insistió Laran, cortando el aire con su mano pálida y translúcida—. Creo que debemos acabar de una vez con este rumor. ¡He oído decir que Alaric Morgan, un medio deryni, exhibe el antiguo don de la curación!
Se produjo un silencio de estupor. Luego:
—¡El don de la curación!
—¿Morgan ha curado?
—Laran, debes de estar en un error —dijo una voz de mujer—. Ya nadie puede curar.
—Es cierto —acotó Barrett en tono tajante—. Todos los deryni sabemos que los dones de la curación se perdieron en épocas de la Restauración.
—Bueno, tal vez nadie se ha dignado informarle a Morgan de este pequeño detalle… —espetó Laran—. ¡Como sabéis, sólo es medio deryni! —Le lanzó a Barrett una mirada de hielo durante un instante y, luego, meneó la cabeza platinada con aire compungido—. Lo siento, Barrett. Si alguien siente la pérdida de los dones curativos, ése eres tú…
Su voz se perdió, incómoda. Recordó la forma en que Barrett había perdido la vista hacía cincuenta años: le habían aplicado un hierro candente sobre los ojos como pena por haber salvado a un grupo de niños deryni de la espada de sus perseguidores. Barrett inclinó la cabeza y tendió una mano hacia el hombro de Laran para consolarlo.
—No te lamentes, Laran —murmuró el anciano ciego—. Hay cosas más valiosas que la vista. Dinos qué sabes de ese Morgan.
Laran se encogió de hombros, sumiso.
—No tengo pruebas, Barrett. Sólo lo oí decir y, como médico, no pude evitar sentir curiosidad. Si Morgan…
—¡Morgan, Morgan, Morgan! —estalló Tiercel, plantando una mano sobre la mesa—. Últimamente no hacemos sino hablar de él. ¿Acaso vamos a iniciar una caza de brujas dentro de los nuestros? Creía que ésa había sido una de las cosas que, afortunadamente, habían acabado con la Restauración.
Vivienne lanzó una risa desdeñosa. Volvió su fina cabellera gris hacia el hombre, con un gesto despectivo.
—¡Tiercel, compórtate como un hombre! Morgan no es uno de los nuestros. Es un traidor de sangre impura, una deshonra para la raza deryni. ¡Hay que ver la forma en que se pasea por todo el reino haciendo uso indiscriminado de sus poderes!
Tiercel echó la cabeza hacia atrás y lanzó una risotada.
—¿Morgan? ¡Pero es el colmo! Claro que es medio deryni. Que sea traidor o no depende del lado donde uno se sitúe. Dudo que Kelson esté de acuerdo contigo; pero una deshonra, señora… Que yo sepa, Morgan jamás ha hecho nada que desacredite el nombre de los deryni. Por el contrario, es el único deryni que conozco que no teme ponerse de pie ante todos y defender su estirpe con orgullo. ¡Si nuestro nombre fue mancillado, eso ocurrió mucho tiempo atrás y sus artífices fueron hombres mucho más experimentados que un medio deryni como Alaric Morgan!
—Ja! Tú lo consideras un medio deryni —terció Thorne. No pensaba perder una oportunidad tan propicia para presentar la moción que Wencit le había encomendado—. Y también a Duncan McLain. Todos vosotros los consideráis medio deryni. Habláis de ellos en esos términos, como si no pertenecieran a nuestra raza, pero una y otra vez ellos actúan de un modo que no responde a su supuesto linaje. ¡Ahora, además de todo lo anterior, pueden curar! ¿Alguno ha considerado la posibilidad de que no sean medio deryni, después de todo? ¿Y de que estemos ante un par de deryni renegados de pura estirpe?
Kyri, a la derecha de Thorne, la del cabello rojizo, frunció el ceño y le tocó el brazo con suavidad.
—¿Deryni de pura estirpe, Thorne? No creerás eso. No guarda coherencia con lo que sabemos de sus antepasados.
—Bueno, sus madres han sido deryni puras, sin duda —argüyó Vivienne—. Y, con respecto a sus padres, ¿quién puede estar totalmente seguro?
Enarcó una ceja y se oyó una risilla grave de aprobación alrededor de la mesa. Tiercel enrojeció.
—Si piensas arrojar suspicacias sobre el parentesco de Morgan y de McLain, quisiera recordarte que, entre nosotros, hay más de uno cuyos antepasados sería mejor no examinar de cerca. Todos somos deryni, nadie cuestiona eso; pero ¿hay alguno de nosotros que pueda estar absolutamente seguro, más allá de la más mínima duda, de quién ha sido su padre?
—Suficiente —espetó Coram, posando las manos sobre el cetro de marfil, con gesto autoritario.
—Paz, Stefan —se oyó la voz de Barrett—. Tiercel, no nos permitiremos insultos verbales. —Volvió el rostro ciego lentamente hacia el joven, casi como si sus ojos esmeralda pudieran ver—. La legitimidad del origen de Morgan o de McLain o del tuyo o del mío no es una cuestión pertinente en esta reunión, a menos que tenga relación con el asunto mencionado por Thorne. Si, como él ha sugerido, esos dos no se han estado comportando de acuerdo con su supuesto linaje impuro, nos corresponde preguntarnos por qué. Pero esto no es motivo para incurrir en una retórica inflamada por parte de ninguno de nosotros. ¿Está claro?
—Os ruego que me perdonéis si me expresé con impetuosidad —dijo Tiercel, mas la frase ritual de disculpas no concordaba con la expresión oscura de su rostro.
—En tal caso, indagaré más en este rumor que has traído a colación, Laran. ¿Dices que Morgan ha curado, supuestamente?
—Así se dice.
—¿De qué forma? ¿Y a quién?
Laran se aclaró la garganta y miró en derredor.
—Recordaréis que hubo un intento de acabar con la vida del rey la noche anterior a la coronación. Para poder entrar en su recámara, los atacantes se lanzaron contra los guardias nocturnos. Asesinaron a algunos y otros resultaros heridos. Entre estos últimos, se encontraba el ayudante militar de Morgan, lord Sean Derry, el joven noble de la Frontera. Uno de los cirujanos reales, que estuvo presente allí, sostiene haber examinado a este lord Derry poco antes de que Morgan regresara de la recámara del rey, y que el hombre estaba al borde de la muerte. Cuando Morgan llegó, el cirujano le dijo el pronóstico y se retiró para atender a los que aún tenían posibilidades de subsistir. Minutos más tarde, Morgan llamó a otro cirujano y le dijo que acudiera, que el joven lord no estaba tan gravemente herido como habían pensado. Días más tarde, los dos cirujanos compararon sus anotaciones y descubrieron que había sucedido algo muy semejante a un milagro. Aunque Derry había sido herido de gravedad y llegó a estar a las puertas mismas de la muerte y pese a que no pudo aplicársele ningún tratamiento conocido dado su estado crítico, sobrevivió. Y asistió a la coronación de Morgan al día siguiente.
—¿Qué te hace creer que estamos ante una curación deryni? —intervino Coram, lentamente—. También yo tenía entendido que ese conocimiento se había perdido mucho tiempo atrás.
—Sólo comunico lo que he oído —respondió Laran—. Como médico, no puedo explicar lo acontecido de ningún otro modo. A menos, desde luego, que se haya tratado de un auténtico milagro…
—Ja! ¡No creo en milagros! —dijo Vivienne sarcásticamente—. ¿Qué dices, Denis Arilan? Tú eres nuestro experto en esas cuestiones. ¿Es posible algo así?
Arilan miró a Vivienne, a su derecha, y se encogió ligeramente de hombros.
—Si creemos en lo que nos dicen los Padres de la Iglesia en los antiguos registros, pues sí, supongo que es posible…
Trazó un dibujo sobre la mesa con la punta del dedo. Su amatista reflejó la luz de las velas.
—Pero en los tiempos modernos, al menos durante los últimos cuatro o cinco siglos, los milagros han podido explicarse, en general, o, en todo caso, repetirse por alguna expresión de nuestra magia. Esto no significa que no haya milagros; sólo que nosotros, a menudo, podemos provocar mediante nuestra magia lo que, en apariencia, es un milagro. Y, con respecto a lo que sostienes de Morgan, no tengo conocimiento de que haya sucedido. Sólo he hablado una vez con él.
—Pero sí estuviste presente durante la coronación al día siguiente, ¿verdad? —dijo Thorne lentamente—. Según lo que se cuenta, Morgan recibió una herida muy fea durante su duelo con lord lan pero, cuando llegó la hora de jurar fidelidad, caminó erguido y sin dolor para posar sus manos entre las de Kelson. Estaba algo ensangrentado, pero no como un hombre a quien le han sacado diez centímetros de acero del hombro. ¿Cómo se explica?
Arilan se encogió de hombros.
—No puedo explicarlo. Quizá su herida no fuera tan grave como parecía. Monseñor McLain lo asistió. Tal vez su habilidad como…
Laran meneó la cabeza.
—Creo que no, Denis. Este McLain es un médico de talento, pero… Desde luego, si también él poseyera el poder de curar… Vaya, ¡esto es increíble! Si dos medio deryni…
El joven Tiercel ya no pudo contenerse. Se reclinó en la silla con un suspiro explosivo.
—¡Ah, me enfermáis! Si es cierto que Morgan y McLain han redescubierto los dones perdidos de la curación, tendríamos que estar buscándolos de rodillas y suplicándoles que compartan este gran conocimiento con nosotros. ¡Y no sometiendo sus nombres a esta insensata inquisición!
—Pero son medio deryni… —aventuró Kyri.
—Ah, ¡malditos sean los medio deryni! Acaso Morgan y McLain no lo sean. ¿Cómo podrían serlo si, en efecto, saben curar? Los antiguos relatos nos dicen poco sobre el don de la curación, pero sabemos que curar fue una de las tareas más difíciles de emprender, mediante el uso de poderes deryni, y que requería extrema concentración, así como un prodigioso control de la energía. Si Morgan y McLain saben hacerlo, creo que debemos aceptar la posibilidad de que sean deryni de raza pura y de que, en sus antepasados, haya algo que aún no hemos averiguado o, si no, considerar bajo una nueva luz toda nuestra concepción de lo que significa ser deryni.
»Quizá la naturaleza deryni no sea algo acumulativo. Tal vez se es deryni o no se es y no hay instancias intermedias. Sabemos que los poderes en sí no son acumulativos entre dos personas, más que para conseguir que un individuo débil o poco instruido adquiera todo su potencial. De no ser así, los deryni podrían aliarse para sumar sus poderes y los grupos más fuertes derrotarían a los más débiles permanentemente.
»Pero no es así. Sabemos, al menos, que la batalla no se libra de ese modo. Realizamos nuestros duelos sobre una base recíproca de uno contra otro y prohibimos retar a más de un individuo a la vez. La costumbre se remonta a las leyendas, pero ¿por qué comenzó siendo así? Tal vez por el mismo hecho de que los poderes no son acumulativos.
»Tal vez la herencia se rija sobre los mismos principios. Otras cosas se heredan plenamente de uno solo de los progenitores, ¿por qué no la estirpe deryni?
Se produjo un largo silencio mientras el Consejo pensaba en lo que su miembro más joven acababa de decir. Entonces, Barrett alzó su calva cabeza.
—Nuestros menores nos hacen reflexionar oportunamente… —dijo con serenidad—. ¿Alguien sabe dónde se encuentran Morgan y McLain en este momento?
Nadie respondió. Los ojos ciegos de Barrett siguieron escrutando la mesa.
—¿Alguna vez alguien ha establecido contacto con la mente de Morgan? —aventuró Barrett nuevamente.
Otro silencio.
—¿Y qué hay sobre McLain? —continuó Barrett—. Obispo Arilan, entendemos que Duncan McLain mantuvo relación contigo durante un tiempo. ¿Jamás tomaste contacto con su mente?
Arilan meneó la cabeza.
—No había razón para sospechar que Duncan pudiera ser deryni. Y, si hubiera tratado de leer su mente con cualquier otro propósito, habría revelado mi identidad oculta.
—Bueno, ojalá lo hubieras hecho —replicó Thorne—. Se dice que Morgan y él van camino de Dhassa para verte, que pretenden demostrar su inocencia sobre la excomunión que tus colegas les impusieron. Personalmente, no me sorprendería que quisieran asesinarte.
—Dudo que exista ese peligro —dijo Arilan, confiado—. Aunque Morgan y Duncan tuvieran razones para odiarme, lo cual no es así, son lo bastante sagaces para reconocer que el reino está al borde de la guerra civil y de la invasión y que debemos resolver lo primero para evitar lo segundo. Si las fuerzas de Gwynedd siguen divididas a raíz de la controversia sobre Morgan, no podremos repeler a los invasores. Las relaciones entre humanos y deryni parecen haber retrocedido unos dos siglos.
—Olvida eso por ahora —dijo Thorne con impaciencia—. En caso de que alguien lo haya olvidado, sigue pendiente la cuestión de qué vamos a hacer con Morgan y con McLain. Toda esta controversia se remonta a la época de la coronación de Kelson. Entre otras cosas, ésa fue una de las causas por las cuales se censuró a Morgan. Y McLain también fue convocado ante los arzobispos por su actuación durante la ceremonia. Lo que se cuestiona es el uso ilícito e impredecible de poderes que no deberían tener, ya sea según los parámetros de la Iglesia y del Estado, que los condenan, ya sea según los nuestros, que determinan la necesidad de prever dichos poderes.
»Ahora bien; no me opongo particularmente a que los deryni que ignoran cómo usar sus poderes anden sueltos por ahí, eso sucede desde hace años y no hay forma de impedirlo. Pero Morgan y McLain saben cómo usarlos y, aparentemente, cada día aprenden más. Hasta ahora han gozado de cierta protección, pues, como siempre los hemos considerado medio deryni, han sido inmunes a nuestro reto personal. Pero las cosas han cambiado y creo que deberíamos considerarlos en igualdad de condiciones para afrontar el reto arcano, como si fueran deryni de pura estirpe. Yo, al menos, no quisiera verme obligado a desacatar las disposiciones del Consejo en caso de que tuviera que detenerlos.
—Hay poco peligro en ese sentido —intervino Arilan—. Además, la disposición del Consejo nada dice sobre la defensa propia. La intención de la regla fue proteger a los de menor poder de posibles ataques que jamás podría resistir por parte de un deryni pleno. Si un deryni de poderes inferiores desea retar a otro de pura sangre y muere en consecuencia, ha sido su propia elección.
—Pero sería interesante averiguar si realmente son deryni puros —comentó Laran—. Podríamos limitar el reto a un combate no letal. Salvo, desde luego, que se tratara de defensa propia. Creo que sería muy interesante medir fuerzas contra Alaric Morgan.
—Una sugerencia excelente —convino Thorne—. Voto por ello.
—¿Votas por qué? —preguntó Coram.
—Voto a favor de que se les conceda a Morgan y a McLain plena capacidad para aceptar un reto arcano, excluyendo el combate a muerte, salvo que sea en defensa propia. Debemos zanjar esta cuestión de la curación, después de todo.
—Pero ¿es necesario retarlos a duelo? —preguntó Arilan.
—Thorne Hagen ha estipulado que no se permitirá un reto a muerte —precisó Barrett—. No creo que sea una propuesta improcedente. Además, se trata de un asunto principalmente teórico. Nadie sabe siquiera dónde están.
Thorne reprimió una sonrisa y entrelazó sus dedos regordetes.
—Entonces, ¿convenido? ¿Podremos retarlos?
Tiercel meneó la cabeza.
—Voto en voz alta, uno por uno. Solicito que se aplique el antiguo derecho y que cada persona señale sus razones.
Barrett volvió sus ojos ciegos hacia Tiercel por un instante, tocó su mente en un contacto fugaz y asintió lentamente.
—Como gustes, Tiercel. Voto en voz alta. Laran ap Pardyce, ¿qué dices?
—Estoy de acuerdo. Me agrada la idea de un reto con limitaciones. Y como médico, estoy más que ansioso por descubrir esta faceta de la curación.
—¿Thorne Hagen?
—Yo lo propuse, por las razones que señalé al principio. Desde luego, estoy de acuerdo.
—¿Lady Kyri?
La joven de cabellos rojos asintió lentamente.
—Si alguien puede encontrarlos, creo que el reto es válido. Acepto la medida.
—Stefan Coram, ¿qué votas?
—Voto a favor. Deben ser sometidos a prueba cuando sea el momento oportuno. No veo peligro para nadie si se trata de un reto que impide la muerte.
—Bien. ¿Obispo Arilan?
—No.
Arilan se inclinó hacia delante y entrelazó los dedos. Jugueteó con el anillo de amatistas y prosiguió:
—No sólo creo que se trata de algo injustificado, sino peligroso. Si obligáis a Morgan y a Duncan a usar sus poderes para defenderse de los de su propia raza, los ponéis directamente en manos de los arzobispos. En todo caso, habría que persuadirles a ambos de que no usaran sus poderes en ninguna circunstancia, al menos, que los arzobispos pudiesen llegar a descubrir. Kelson necesita su ayuda desesperadamente para poder mantener unido el reino y contener a Wencit al otro lado de las montañas. Yo estoy en medio de esta controversia y conozco la situación. Vosotros, no. No me pidáis que vaya contra algo en lo que creo.
Coram sonrió y miró de soslayo al joven obispo.
—Nadie te pide que los desafíes, Arilan. En realidad, probablemente seas el primero en verlos, de todas formas. Y todos sabemos que no podemos obligarte a revelar su paradero contra tu voluntad.
—Creí que tú te mostrarías solidario, Coram.
—Solidario, sí. Admiro su posición. Son medio deryni y están siendo atacados como si pertenecieran plenamente a nuestra raza. Humanos y deryni los censuran por igual. Pero yo no hice las reglas, Denis, sólo las respeto.
Arilan se miró el anillo y meneó la cabeza.
—Mi respuesta sigue siendo no. No los retaré.
—Ni les hablarás de la posibilidad de un reto —insistió Coram.
—No —musitó Arilan.
Coram asintió en dirección a Barrett, enviándole una imagen mental de la escena, y Barrett le devolvió el gesto.
—¿Lady Vivienne?
—Estoy de acuerdo con Coram. Hay que poner a prueba a los jóvenes para conocer su verdadera aptitud. —Giró la cabeza platinada, para recorrer la mesa—. Sin embargo, deseo que se comprenda que mi voto no se apoya en la malicia, sino en la curiosidad. Nunca hemos tenido ante nosotros a dos medio deryni tan prometedores, pese a lo que antes pueda haber dicho sobre ellos. Al menos, yo tendría interés en ver de qué son capaces.
—Es una observación sensata —convino Barrett—. ¿Tiercel de Ciaron?
—Sabéis que voto en contra. No repetiré mis razones.
—Y yo debo votar a favor —concluyó la ronda con la voz de Barrett—. Creo que no hay necesidad de proceder a un escrutinio formal.
Se puso lentamente de pie.
—Damas y caballeros, se promulga la medida. Desde este momento en adelante, hasta que el Consejo decida cambiar de parecer, los medio deryni conocidos como Alaric Morgan y Duncan McLaín quedan declarados en condiciones de aceptar el reto arcano, exceptuando el combate a muerte. Esta disposición contra la fuerza letal, desde luego, no es válida en caso de defensa propia, si cualquiera de los hombres mencionados demostrara poseer plenos poderes e intentara una represalia de intensidad mortal. Pero, si algún miembro de este Consejo o algún deryni, de los que se atienen a los términos del Consejo, se sintiera tentado a desacatar este decreto, quedará sujeto a la censura del Consejo. Que así se asiente por escrito.
—Que así sea —replicaron los consejeros al unísono.
Horas más tarde, Denis Arilan deambulaba por su habitación, en el Palacio del Obispo, en Dhassa. Esa noche, ya no podría conciliar el sueño.