XXIII

Yo buscaré la oveja perdida, y amarraré la que está quebrada y, a la débil, haré más fuerte.

Ezequiel 34:16

Todo fue oscuridad. Sus ojos se habían ajustado a la débil luz, pero antes aun Arilan ya sabía que estaba cerca de la gran puerta que conducía al recinto del Consejo Camberiano, en el pequeño pasillo que se formaba alrededor del Portal de Transferencia. La zona estaba desierta; a esa hora, era previsible. No obstante, proyectó sus sentidos durante varios segundos antes de ir hacia las inmensas puertas doradas. No le agradaba la idea de ser interrumpido en ese instante.

Cuando se acercó a la cámara, la puerta se abrió de par en par, pero la sala que se extendía detrás estaba tan a oscuras como la antecámara. La luz del sol vespertino, ya pálida, atravesaba opaca la alta claraboya violeta.

Sin dejar de avanzar, Arilan levantó los brazos e hizo un pase al trasponer la puerta dorada. A su orden, las antorchas y los cristales violáceos se encendieron de pronto. El obispo hechicero se sentó en su silla, puso las manos con aire cansado sobre la mesa de marfil y reclinó la cabeza contra el respaldo alto para serenarse, un segundo apenas. Entonces, fijó la vista en el gran cristal plateado que pendía sobre la mesa octogonal y empezó a llamar a sus camaradas del Consejo.

Transcurrieron minutos incalculables; su llamada continuó. Varias veces Arilan se revolvió inquieto en su silla, tratando de conservar la energía, pero sin menguar la intensidad de su convocatoria, impaciente por la demora. Al cabo de un tiempo, dejó de llamar y se dispuso a esperar. Las puertas no tardaron en abrirse una vez más y, entonces, comenzaron a aparecer los miembros del Consejo.

Primero Kyri de la Flama, espléndida y encantadora en su atuendo de cacería color verde intenso. Luego Laran ap Pardyce, con su amplia túnica de erudito. Thorne Hagen, descalzo y con una bata anaranjada, puesta a toda prisa. Stefan Coram, algo encrespado, con ropas de montar de cuero azul oscuro. Finalmente, llegó el ciego Barrett de Laney, del brazo de Vivienne, seguidos por Tiercel de Ciaron. El joven traía un aire casi disoluto, con la túnica color burdeos abierta en el cuello.

Cuando entró el último, Arilan alzó los ojos para escrutar a sus siete compañeros, con expresión inquisidora. Mientras los siete ocupaban sus lugares, nadie habló, aunque todos miraron a Arilan con curiosidad; sabían bien de quién había provenido la llamada. El obispo deryni sostuvo sus miradas sin vacilar y, tras unir las yemas de los dedos, decidió dar a conocer el motivo de su convocatoria.

—¿Quién ofreció los servicios del Consejo para mediar en un duelo arcano dispuesto por Wencit de Torenth?

Silencio estupefacto. Inquietud. Asombro. Los siete se miraron con azoramiento, como si se preguntaran por la cordura de su camarada.

—He hecho una pregunta y espero la respuesta —apremió Arilan, y su mirada severa se posó sobre los otros siete—. ¿Quién autorizó la mediación?

Stefan Coram se puso de pie lentamente y todos los ojos se volvieron hacia él.

—Nadie ha venido al Consejo para solicitar una mediación, Denis. Debes de estar en un error.

—¿En un error?

Arilan miró a Coram, atónito, y, al ver que la expresión segura de Coram no cambiaba, su conmoción se convirtió en sospecha.

—Vamos, no finjáis inocencia. Wencit de Torenth tiene defectos de sobra, pero la estupidez no es uno de ellos. Ni siquiera él osaría sostener algo semejante si no tuviera argumentos. ¿Os atrevéis a decirme que no sabéis nada del asunto?

Tiercel se reclinó en su silla y suspiró, con una arruga de preocupación en sus rasgos apuestos.

—Coram dice la verdad, Denis. Y habla por todos. No ha habido ninguna comunicación por parte de Wencit sobre ningún tema y mucho menos sobre un duelo arcano. Sabes que estoy de tu parte y de la del rey. Nunca te mentiría en esto.

Arilan se obligó a distenderse. Entrelazó los dedos para que no le temblaran y los apoyó en el borde de la mesa. Descansó la espalda en el respaldo de la silla. Si Wencit no había acudido al Consejo…

—Comienzo a darme cuenta… —murmuró. Levantó la vista y volvió a recorrer los rostros familiares—. Caballeros, damas, debéis perdonarme. Al parecer, el rey y yo hemos sido víctimas de un fraude. Wencit nos dice que habrá arbitrio oficial del Consejo durante el duelo, con la esperanza de infundir en nosotros un sentimiento de falsa seguridad. Luego, se presenta al reto con tres… no, con cuatro hombres más, que fingirán ser los integrantes del grupo de arbitros del Consejo. No sabe que yo soy miembro de esta entidad y ni siquiera sospecha que soy deryni. Y ¿cómo podría Kelson conocer siquiera de vista a los integrantes del Consejo? Hasta hacía unas horas, ni siquiera sospechaba de nuestra existencia. ¡Traición, traición!

El Consejo seguía atónito. No tenía la costumbre de reaccionar rápidamente ante asuntos tan graves como ése. Hacía muchos años que nadie cuestionaba abiertamente la autoridad del Consejo. Los miembros de mayor edad seguían sin creer que pudiese ser cierto, mientras que los más jóvenes comenzaban a percatarse de las consecuencias de la noticia. Tiercel, que había hablado ya, miró a sus colegas y se inclinó hacia delante, pensativo.

—¿A quién ha retado Wencit, Denis?

—Será un duelo arcano de cuatro contra cuatro: Wencit, su pariente Lionel, Rhydon y Bran Coris, por el bando de Wencit; junto a Kelson estarán Morgan, McLain y, presumiblemente, yo. Wencit no nos nombró específicamente, pero no queda otro. —Hizo una pausa—. Pero no pienso contender contra Wencit si hay traición de por medio. ¡Al menos, no según sus términos! Solicito protección del Consejo para mí y mis camaradas, señores. La protección del verdadero Consejo.

Barrett se aclaró la garganta, incómodo.

—Temo que será imposible, Denis, aunque lo lamento por ti. No todos los que has nombrado son deryni.

—No son deryni de pura estirpe —convino Arilan—. Sin embargo, todos se verán obligados a actuar como si lo fueran. ¿Te opones a Morgan y a McLain, así y todo?

—Siguen siendo medio deryni —espetó Vivienne—. Eso no cambiará. No podemos alterar nuestras reglas por tu conveniencia.

—¡Khadasa! —Arilan descargó un puño contra la mesa y se puso de pie—. ¿Tan ciegos estáis, tan esclavos de las normas sois que todos tendremos que perecer por causa de ellas?

Se apartó de su lugar en la mesa y empezó a caminar enérgicamente hacia las puertas doradas. Cuando la puerta se abrió, se detuvo bajo el arco.

—Volveré enseguida, señores. Dado que participaré en el reto, reclamo vuestra intervención en mi beneficio y en el de mis nuevos aliados: mis aliados deryni. ¡Creo que es hora de que los conozcáis!

Giró sobre sus talones y se retiró de la cámara, dejando al Consejo atónito. Segundos después, volvía a trasponer las enormes puertas doradas, seguido de cerca de tres personas más. Cuando Arilan entró, se oyeron murmullos de estupor e indignación. Laran se puso de pie para protestar, pero, cuando Arilan lo miró de frente y recorrió con la vista al resto del Consejo, decidió cambiar de parecer. El obispo se detuvo detrás de la silla y aguardó hasta que Kelson, Morgan y Duncan se hubieron colocado, incómodos, a su espalda. Entonces, se dirigió al Consejo.

—Damas y caballeros, espero perdonéis mi falta de ortodoxia al traer a estos hombres aquí, pero no me habéis dejado alternativa. Si he de verme involucrado en un combate, donde tendré que poner en peligro la posición y el lugar que hasta hoy mantuve entre la comunidad de los hombres, debo reclamar las antiguas protecciones. Lo mismo ocurre con mis camaradas, ya que una cadena se quiebra por su eslabón más débil. Todos debemos tener garantías de que recibiremos la misma protección.

»Damas, caballeros, os presento a Su Majestad Kelson Cinhil Rhys Anthony Haldane, rey de Gwynedd, príncipe de Meara, señor de Rhemuth y lord de la Frontera Púrpura: vuestro soberano. También os presento a lord Alaric Anthony Morgan, duque de Corwyn, señor de Coroth y Paladín del rey. Y, por último, a monseñor Duncan Howard McLain, confesor de Su Majestad y, al parecer, por dudosa gracia de Wencit de Torenth, también duque de Cassan y conde de Kierney: su padre fue ejecutado hoy por orden de Wencit.

»Cada uno de estos caballeros es, al menos, medio deryni, según nuestros parámetros. Y, a partir de las disposiciones que este Consejo tomó recientemente, pueden ser considerados en las mismas condiciones que si fuesen deryni puros. —Se volvió para mirarlos—. Majestad, señores, tengo el honor algo dudoso de presentaros al Consejo Camberiano. Aún queda por ver si seguirá conservando su gloriosa herencia…

Los tres se inclinaron con cautela y Morgan hizo un gesto deferente hacia el obispo.

—Eminencia, ¿podría hacer unas preguntas?

—Por su…

—Nosotros haremos las preguntas, señor —le cortó Vivienne, con tono imperativo—. ¿Quién os dio permiso para dirigiros a este Consejo?

—Pues, lord Arilan, señora. ¿Debo entender que este Consejo habla por todos los deryni?

—Es el bastión de las viejas tradiciones —replicó Vivienne con frialdad—. ¿Acaso un medio deryni pone en duda nuestras antiguas costumbres?

Morgan enarcó una ceja, sorprendido, y posó sus ojos inmensos y candidos sobre la venerable mujer.

—Señora, de ninguna manera. Si no me equivoco, vuestras antiguas costumbres se respetaron el otoño pasado, cuando nuestro rey combatió contra lady Charissa. Sin la fuerza reguladora, que según me han hecho creer, ejerce este Consejo, Su Majestad tal vez no hubiese tenido el tiempo necesario para descubrir sus facultades. Hay buenas razones para estar orgullosos de él.

—Por cierto que sí —repuso Vivienne, irritada—. El joven Haldane es un digno descendiente de nuestra raza. Por parte de su madre, ha recibido un puro linaje deryni, aunque oculto durante muchos años. Por parte de padre, sus orígenes se remontan a los grandes Haldane, a quienes el Bendito Camber escogiera para restaurar la gloria y conferir el fruto de los Grandes Descubrimientos. Por la combinación de sus antepasados, lo consideramos unos de los nuestros. Siempre ha gozado del beneficio de nuestra protección, aunque él no lo haya sabido hasta hoy. La tendrá esta vez también, al igual que lord Arilan. El Consejo responde por ellos dos.

—¿Y por mí? ¿Y por Duncan?

—Ambos habéis nacido de madres deryni, hermanas de sangre, y, como tal, gozáis de nuestro aprecio. Pero vuestros padres fueron humanos, lo cual os hace ajenos…

—¿Pero qué hay de sus poderes? —intervino Tiercel con ansiedad, interrumpiendo osadamente a Vivienne—. Morgan, ¿es cierto que tú y McLain podéis curar?

Morgan escrutó los ojos de Tiercel de Ciaron y dejó que su mirada surcara a los demás miembros del Consejo. En ellos, encontró expectación, ansiedad, temor. En ese instante, Morgan no supo bien cuánto estaba dispuesto a revelar sobre sus propios poderes. Miró a Arilan en busca de orientación, mas el obispo no mostró ningún indicio. Muy bien. Cambiaría la táctica ligeramente, trataría de poner al Consejo a la defensiva y les haría saber que Alaric Morgan, deryni o no, era un hombre merecedor de su respeto.

—¿Si podemos curar? —repitió con suavidad—. Tal vez luego podamos decir algo sobre ello. Por ahora, vuelvo a preguntar sobre mi condición y la de Duncan. Si, como se me ha hecho creer, estamos en condiciones de aceptar un reto en virtud de nuestro linaje materno, ¿no podemos acaso exigir el derecho a ser protegidos? Si somos aptos sólo para el peligro y no para la protección por nuestra herencia de sangre, ¿dónde está la justicia deryni de la que tanto se habla, señores?

—¿Osáis desafiar nuestra autoridad? —preguntó Coram con cautela.

—Pongo en duda la autoridad para poner en riesgo nuestras vidas por circunstancias que están fuera de todo control, señor —replicó Morgan. Coram se reclinó en la silla y asintió lentamente, mientras Morgan continuaba—. No pretendo comprender todas las consecuencias de mi linaje, pero Su Majestad puede atestiguar, según creo, que tengo una recta idea de lo que es la justicia. Si se nos niega la protección que nos corresponde por derecho de sangre y se nos obliga a enfrentarnos a deryni de pura estirpe que han recibido instrucción formal sobre el uso de sus poderes, tal vez se esté decretando nuestras muertes. Y no hemos hecho nada para merecerlo.

Barrett, el ciego, volvió la cabeza hacia Arilan y la movió en señal de asentimiento.

—Por favor, pide a tus amigos que aguarden fuera, Denis. Esta petición exige un análisis muy franco. No deseo exponer nuestras diferencias internas a oídos extraños.

Arilan asintió y miró a su tres camaradas.

—Aguardad junto al Portal hasta que os llame —les dijo en voz baja.

No bien las puertas se cerraron tras ellos, Thorne Hagen se puso de pie y descargó su mano regordeta contra la mesa ornamentada.

—¡Esto es un escándalo! ¡No podemos permitir la protección del Consejo a un par de deryni de linaje impuro! ¡Habéis oído la beligerancia con que Morgan se dirigió a nosotros! ¿Pensáis permitir semejante conducta?

Barrett volvió la cabeza lentamente hacia Coram, ignorando el estallido de Hagen.

—¿Qué piensas, Stefan? Valoro tu opinión. ¿Crees que sería conveniente llamar a Wencit y a Rhydon y exigirles que nos den las razones de su supuesto comportamiento?

Los ojos claros de Coram se nublaron imperceptiblemente y su rostro adquirió una nota de determinación.

—Me opongo a invitar a la cámara del Consejo a cualquier extraño y, especialmente, a los dos que has mencionado. Tres intrusos son más que suficiente para un solo día.

—Vamos, Stefan —intervino Kyri, la de los cabellos rojos—. Todos sabemos tus sentimientos hacia Rhydon, pero eso fue hace muchos años. Estamos ante un asunto importante. Seguramente, podrás dejar de lado tus diferencias con Rhydon por la seguridad de todos nosotros.

—No se trata de nuestra seguridad, es cuestión de los dos medio deryni… Si el consejo desea llamar a Wencit y a ese otro ante su presencia, tiene ese derecho, desde luego; pero lo hará sin mi sanción y sin mi asistencia.

—¿Te irías de la cámara del Consejo? —preguntó Vivienne, con el rostro lleno de estupor.

—Así es.

—Yo tampoco deseo que Rhydon esté aquí —agregó Arilan—. No sabe que soy deryni y preferiría que siguiera ignorándolo el mayor tiempo posible. Ello podría proporcionarle al rey una ventaja muy necesaria en el duelo arcano, ya que, al parecer, tendremos que librarlo de todas formas.

Barrett asintió lentamente.

—Es una razón válida. Y el mismo argumento se aplicaría a la presencia de Wencit. ¿El Consejo está de acuerdo? Y, al margen de lo que opinéis sobre este particular, ¿cuál es vuestra opinión con respecto a Morgan y a McLain? ¿Debe extendérseles la protección del Consejo, sí o no?

—¡Claro que sí! —estalló Tiercel—. Wencit no se ha contentado con impugnar la dignidad del Consejo osando anunciar un falso ofrecimiento de arbitrio, sino que ha escogido de su lado a dos humanos sin una gota de sangre deryni, cuyos poderes son sólo adquiridos. Debido a ambas razones, ¿por qué no convenir en arbitrar formalmente este reto arcano? Que mañana aparezca una auténtica comisión de arbitros del Consejo en el duelo y que extienda su protección a las ocho partes involucradas. De todas formas, se trata sólo de una cuestión de formalidad, cuyo objeto es proteger de traiciones que provengan del exterior. El resultado dependerá de la fortaleza y de la aptitud de los contrincantes. Lo sabemos bien.

Se produjo un breve silencio, y Vivienne movió en sentido afirmativo su cabellera gris plata.

—Tiercel tiene razón, aun pese a sus modales impetuosos. No habíamos considerado a los dos combatientes no deryni que presentará Wencit y tampoco habíamos ponderado el hecho de que Wencit afrentara al Consejo con su falso alegato. Y, en lo que respecta a Morgan y a McLain —se encogió de hombros—, que así sea. Si ellos ganan y sobreviven, será amplia prueba de que merecían nuestra protección desde un principio. Al margen del resultado, nuestra posición está bien fundamentada.

—Pero… —comenzó Thorne.

—¿Quieres guardar silencio? —llegó la réplica de la otra integrante femenina del Consejo—. Señores, estoy de acuerdo con lady Vivienne y estoy segura de que Tiercel y Arilan pensarán lo mismo. Laran, ¿qué dices? ¿Tu orgullo y tu curiosidad te permitirán acceder a la petición?

Laran asintió.

—Estaré de acuerdo con cualquier disposición que haya que tomar para permitirlo. Y espero que venzan. Sería criminal perder esos poderes curativos, si Morgan realmente los posee.

—Es un argumento por demás pragmático y racional —se rió Vivienne—. ¿Y bien, señores? Cinco de nosotros apoyamos la medida. ¿Hace falta una votación formal?

Nadie dijo una sola palabra. Vivienne miró a Barett, con una ligera sonrisa.

—Muy bien, lord Barrett. Parece que nuestros augustos camaradas han convenido que extendamos nuestra protección a los deryni de linaje mixto y que arbitremos el duelo arcano que tendrá lugar mañana. ¿Estás preparado para cumplir con tus deberes?

Barrett asintió, con aire cansado.

—Lo estoy. Arilan, llama a tus amigos.

Con una sonrisa triunfal, Arilan fue hasta las puertas doradas, que se abrieron silenciosamente no bien se acercó. Los tres se volvieron para mirarlo con rostros afligidos, pero su expresión lo dijo todo. Entraron en el recinto detrás de Arilan, con el paso confiado y las cabezas erguidas. El Consejo Camberiano ya no los intimidaba.

Cuando los cuatro se acercaron al asiento de Arilan, Barrett ordenó:

—Quédate de pie con tus camaradas, Denis.

Arilan se detuvo y, a su alrededor, se colocaron Kelson, Morgan y Duncan, para mirar de frente a Barrett con porte resuelto.

—Kelson Haldane, Alaric Morgan, Duncan McLain oíd el veredicto del Consejo Camberiano. Se ha decidido que todos gocéis de la protección del Consejo en este asunto, por lo cual la garantía os es extendida. El duelo arcano será arbitrado por Laran ap Pardyce, lady Vivienne, Tiercel de Ciaron y quien os habla. Arilan, no podrás tener más contacto con el Consejo hasta el momento del duelo arcano. Además, deberás instruir a tus tres compañeros en lo que se requerirá de ellos para que cumplan con el debido comportamiento durante el duelo. Todo se hará según las normas rituales, como se viene haciendo desde antaño. Ninguno de vosotros podrá hablar de lo que sucederá mañana con ninguna persona que no haya estado presente en esta cámara en este momento. ¿Habéis comprendido?

Arilan manifestó su obediencia con una inclinación formal y elegante.

—Todo se hará según la antigua tradición, señor.

A continuación, guió a sus tres amigos hacia la oscura antecámara, donde los esperaba el Portal de Transferencia. Sabía que bullían de preguntas, mas no les permitiría hablar hasta que hubiesen salido de los confínes del Consejo. Se internaron en el Portal y partieron. Pero los primeros segundos posteriores a su regreso fueron confusos, como los que suceden a un sueño. Los cuerpos durmientes de Nigel, Cardiel y Warin, la alfombra enrollada y el octágono abierto en el césped les recordaron que acababan de vivir una experiencia real.

Kelson se volvió lentamente hacia Arilan.

—Todo fue verdad… ¿no es así?

—Todo fue verdad —sonrió Arilan—. Y, al parecer, los milagros se empeñan en suceder. Kelson, redacta la aceptación del desafío y se la enviaremos de inmediato a Wencit. —Suspiró, hizo a un lado los restos de velas con el pie y se hundió en una silla—. Podemos cubrir el Portal. Si es necesario, lo usaremos otra vez, pero ya no hace falta mantener el contacto con el suelo desnudo.

Kelson asintió con la cabeza y fue hasta una mesa portátil. Tomó un pergamino y una pluma.

—¿Qué tono hay que emplear? ¿Confiado? ¿Beligerante?

Arilan sacudió la cabeza.

—No. Ligeramente aprensivo, pero resignado, como si nos hubieran forzado a aceptar en contra de nuestro parecer. No queremos que sepan que hemos tenido contacto con el Consejo ni que adivinen nuestra pequeña estratagema. —De pronto, sus ojos adquirieron un brillo diabólico—. De hecho, que parezca una nota miserable y que transmita nuestro temor. ¡Cuando mañana aparezca el verdadero Consejo para arbitrar el duelo arcano, será algo digno de verse!