V

Honra al gran sacerdote, quien en sus días supo complacer a Dios.

Eclesiástico, 44:16, 20

Ese mismo día, cuando la tarde se iniciaba, otras dos personas analizaban la suerte del deryni renegado. Eran prelados, miembros exiliados por propia decisión de esa misma Curia de Gwynedd que Wencit mencionara con tanto desdén horas antes. Los mismos prelados que habían causado, en gran medida, el cisma que dividía el clero de Gwynedd en dos facciones divergentes.

Thomas Cardiel, en cuya capilla se celebraba la conferencia, jamás había sido considerado un candidato a la rebelión. Durante casi un lustro, había sido titular de la prestigiosa diócesis de Dhassa y tenía apenas cuarenta y un años; pero jamás había creído convertirse en adalid de los acontecimientos que sucedieran dos meses atrás. En épocas de su consagración como obispo, había sido un clérigo reflexivo, aunque joven, de constante disposición y de irreprochable fidelidad a la Iglesia a la que servía, eminentemente dotado para el papel neutral que, por tradición, debía representar el obispo de Dhassa.

Su camarada, Denis Arilan, tampoco había soñado jamás que la convocatoria de hacía dos meses iba a conducir a la crisis actual. A los treinta y ocho años, el obispo más joven de Gwynedd ostentaba ya una trayectoria incomparable, que había comenzado a forjarse desde el día en que entrara en el seminario.

Pero a menos que, en ese momento, los hechos mejoraran drásticamente, ni él ni Cardiel podrían esperar más progresos en sus carreras eclesiásticas. En realidad, tendrían que darse por satisfechos si lograban conservar la vida a lo largo de las semanas próximas.

Según la Curia de Gwynedd, los pecados de Cardiel y de Arilan eran graves. Ellos y cuatro de sus colegas habían desobedecido a la Curia de Gwynedd en sínodo abierto, al declarar su intención de separarse de la Curia si no se abandonaba la moción de decretar el Interdicto sobre Corwyn.

Pero la moción no se abandonó. El arzobispo Loris, quien ya había decidido de antemano continuar con su plan por la fuerza, denunció la maniobra de los Seis. Así, Gwynedd mantenía dos Curias: los Seis de Dhassa, que habían expulsado a Loris y a sus seguidores de las puertas de la ciudad, y los Once de Coroth, la capturada capital de Morgan, quienes se aliaron con el rebelde Warin de Grey y sostenían ejercer la verdadera autoridad de la Iglesia. La reconciliación, si alguna vez llegaba a lograrse, no sería un asunto sencillo de abordar.

Cardiel iba y venía aguadamente ante la cerca del altar de la pequeña capilla. Leía una y otra vez un pergamino arrugado. Meneaba la cabeza de cabellos plateados, sin comprender, mientras los ojos recorrían el texto. Exhaló un suspiro perplejo y volvió a las primeras líneas. Su compañero, Arilan, parecía estar sentado serenamente. Lo observaba desde el banco del frente y lo único que delataba su tensión era el tamborileo incesante de sus dedos sobre el respaldo del asiento. Cardiel meneó la cabeza y se restregó la barbilla con un nuevo suspiro. En su mano izquierda, la amatista de la sortija capturó la luz pálida de las velas.

—No tiene sentido, Denis —decía Cardiel—. ¿Cómo es posible que los habitantes de Corwyn se hayan vuelto contra el príncipe Nigel, justamente? ¿Acaso el baldón que cayó sobre Kelson también afecta ahora a su tío? Nigel no tiene sangre deryni.

Arilan detuvo el tamborileo de sus dedos el tiempo necesario para esbozar un gesto de impotencia. Entonces, comprendió lo que estaba haciendo y se detuvo. A él también le habían causado malestar las nuevas de la derrota sufrida por Nigel en valle de Jennan, dos días antes, pero su mente aguda ya estaba sopesando todos los elementos conocidos de la situación para formular un plan de conducta. Se pasó la mano inquieta por el cabello oscuro y se quitó el casquete violeta de la cabeza. Palpó el objeto brevemente antes de posarlo sobre el asiento, a su lado. La seda violeta resplandeció en su mano y en la gruesa cruz pectoral de plata cuando cruzó los brazos sobre el pecho.

—Tal vez hayamos cometido un error al mantener nuestro ejército aquí en Dhassa —habló por fin—. Quizá hubiéramos debido ir donde Kelson para ayudarlo, meses atrás, no bien estalló el conflicto. O acaso nuestra misión se encuentre en Coroth, para atenuar los ímpetus caldeados de los arzobispos. Hasta que no haya reconciliación con ellos, no se logrará la paz de Corwyn.

Se miró la cruz antes de proseguir en voz más baja.

—Los obispos pastores de Gwynedd hemos instruido bien a nuestro pueblo. Cuando suena el trueno del anatema, las ovejas obedecen, aun cuando el anatema esté mal fundamentado y las ovejas se dirijan al rumbo errado. Y aun cuando aquellos sobre quienes cae el anatema sean inocentes de los cargos que se les endilgan.

—Entonces, ¿crees que Morgan y McLain son inocentes?

Arilan meneó la cabeza y se miró la punta de una pantufla que asomaba por debajo de la sotana.

—No. Según los principios, son culpables. Eso no se cuestiona. El templo de San Torin fue quemado. Hubo muertos. Y Morgan y McLain son deryni.

—Pero si hubiera circunstancias atenuantes y si ambos pudieran presentar una explicación… —murmuró Cardiel.

—Tal vez. Si, como sugieres, Morgan y Duncan actuaron en defensa propia, para escabullirse de una situación que se originó con traición o con trampas, pudiera ser que se les retirara la culpa por los sucesos acaecidos en el templo de San Torin. Hasta el homicidio puede ser perdonado, si es en defensa propia —suspiró Arilan—. Pero siguen siendo deryni.

—Ah, eso es cierto.

Cardiel había dejado de pasear. Se había reclinado contra la cerca de mármol del altar, frente a Arilan, con expresión melancólica en el rostro. La luz de una lámpara votiva, que pendía a pocos pasos de él, arrojaba una lumbre rojiza sobre el cabello gris acerado y el color púrpura de su casquete. Cardiel miró distraídamente el pergamino que sostenía en la mano, antes de doblarlo y deslizarlo bajo el cinto escarlata. Puso ambas manos en la cerca, por detrás, y recorrió con la vista la cúpula que se alzaba en lo alto. Por fin, volvió a mirar a Arilan una vez más.

—¿Crees que vendrán hasta nosotros, Denis? —preguntó—. ¿Crees que Morgan y Duncan se atreverán a fiarse de nosotros?

—No lo sé.

—Si nos fuera posible hablar con ellos y descubrir lo que sucedió realmente en San Torin, podríamos actuar como mediadores ante los arzobispos y tal vez acabar con esta ridicula disputa. No deseo dividir la Curia en vísperas de una guerra, Denis, pero tampoco podía apoyar el Interdicto que Loris pensaba decretar sobre Corwyn.

Se detuvo un momento y continuó en tono grave:

—Indago a mi conciencia y trato de pensar qué otra cosa podía haber hecho para haber evitado la encrucijada en que hoy nos vemos, mas sigo llegando a la misma respuesta. La lógica me dice que hice lo único que podía hacer sin tener que cargar con una conciencia culpable. Pero otra parte de mí insiste en que debe de haber otro camino. Qué insensatez, ¿verdad?

Arilan meneó la cabeza.

—No tiene nada de insensato. Loris hizo un poderoso alegato emocional, cargado de gritos contra la herejía, el sacrilegio y el homicidio. Planteó sus argumentos de tal forma que el Interdicto parecía el único castigo apropiado para un ducado cuyo señor había ofendido a Dios y a los hombres.

»Pero tú no te dejaste influir. Despojaste su discurso del histrionismo y de los excesos verbales, calculados para conjurar el escándalo colectivo. Te mantuviste fiel a los principios que has sostenido durante toda tu vida. Hace falta coraje para actuar como tú, Thomas. —Arilan sonrió afablemente y enarcó una ceja—. Hizo falta coraje para seguirte, también. Pero no hay uno de nosotros que lamente su decisión o que no siga apoyándote, sea cual fuere el próximo paso que escojas tomar. Todos compartimos la responsabilidad del cisma.

Cardiel sonrió débilmente y bajó la vista.

—Gracias. Valoro tus palabras, viniendo de ti. El problema es que no tengo la menor idea de lo que debemos hacer a continuación. Estamos tan solos…

—¿Solos? ¿Con toda la ciudad de Dhassa a nuestras espaldas? ¿Con tu milicia personal? Ellos no se dejaron influir por las imprecaciones de Loris, Thomas. Desde luego, saben que Morgan y Duncan fueron responsables de la destrucción del templo de San Torin y les llevará su tiempo olvidarlo, por muy buenas que parezcan ser las intenciones que albergaran Morgan y Duncan. Pero su lealtad a Kelson permanece inmutable, pese a todo. Mira las dimensiones de nuestro ejército.

—Sí, míralas. Un ejército que, allí donde está, no le sirve de nada a Kelson, asentado en las afueras de Dhassa. Denis, no creo que debamos aguardar mucho tiempo más a que se presenten Morgan y McLain. Pienso seriamente enviar otro despacho a Kelson y decirle que nos reuniremos con él donde y cuando lo estime conveniente. Cuanto más tardemos en actuar, más fuertes serán las tropas de Warin y más obstinados los arzobispos.

Arilan meneó la cabeza una vez más.

—Realmente, creo que deberías esperar un poco más, Thomas. Unos días más o menos no determinarán la victoria en lo que respecta a Warin o a los arzobispos; pero, si podemos aclarar la situación con Morgan y con Duncan, antes de unirnos a Kelson, eso haría mucho por evitar cualquier sospecha sobre nosotros. Luego, podríamos marchar sobre Coroth y sobre Loris y mostrar un frente unido, con cierta esperanza de lograr la reconciliación. Veámoslo así: cuando nos negamos a aceptar el Interdicto de la Curia, indirectamente nos aliamos con Morgan, con Duncan y con toda la causa deryni, a sabiendas o no. Sólo podremos resolver esta ruptura si demostramos que teníamos razón sobre la inocencia de Morgan y de Duncan, en primer lugar.

—Bueno, ¡ruego a Dios que podamos demostrarlo! —musitó Cardiel—. Personalmente, me agrada casi todo lo que he oído acerca de Morgan y de McLain. Hasta comprendo por qué Mclain ocultó sus poderes deryni durante todos estos años. Y, aunque no puedo perdonarle que ingresara en el sacerdocio, sabiendo, como fue su caso, que era deryni, parece haber sido muy buen sacerdote.

—Lo cual, en sí, puede decirnos algo de valor sobre los deryni —sonrió Arilan—. ¿Recuerdas cuando me preguntaste, meses atrás, si creía en el mal inherente a los deryni?

—Claro. Dijiste que, sin duda, había deryni perversos, como en cualquier grupo. También dijiste que, en tu opinión, Kelson, Morgan y McLain no eran malas personas.

Los ojos de Arilan refulgieron con profunda luz azul violeta.

—Sigo creyéndolo.

—¿Y? No veo adonde quieres llegar.

—¿No lo ves? Tú mismo has señalado que Duncan parecía haber sido un muy buen sacerdote, pese a ser deryni. El hecho de que haya ingresado en el sacerdocio, en directa desobediencia a las reglas, y de que haya sido un buen clérigo pese a todo, ¿no sugeriría quizá que el Concilio de Ramos estuvo en un error? Y si el Concilio se equivocó en un asunto tan importante, ¿no podría haberlo hecho en otras cuestiones? —Enarcó una ceja en dirección a Cardiel—. Eso podría obligarnos a examinar bajo una nueva luz toda la cuestión deryni contra humanos.

—Hum… No había pensado sobre ello en estos términos. Extendiendo tu lógica, podríamos eliminar las limitaciones al sacerdocio, al ejercicio de funciones públicas, a la posesión de tierras…

—Y acabar con la gran conspiración deryni —asintió Arilan, con un asomo de sonrisa.

Cardiel frunció los labios y el ceño y meneó la cabeza.

—Tal vez no, Denis. Oí un extraño rumor días atrás. Pensaba mencionártelo antes. Se murmura que podría haber una verdadera conspiración deryni, y de carácter formal. Según el rumor, existe un concilio deryni, de encumbrada estirpe, que se adjudica el derecho a hablar en nombre de su raza y que, de algún modo, supervisa las actividades de los deryni conocidos. Hasta ahora, no se han movido públicamente, pero…

Se puso de pie y comenzó a retorcerse las manos. Jugueteó con la amatista, los ojos velados por la preocupación.

—Denis, supon que exista una conspiración deryni. ¿Y si Morgan y McLain formasen parte de ella? ¿O Kelson, Dios lo proteja? El Interregno terminó hace más de dos siglos. En gran parte de los Once Reinos, el poder lleva doscientos años en manos de sus dueños humanos; pero la gente no ha olvidado cómo era la vida bajo la dictadura de los hechiceros que emplean sus poderes para el mal. ¿Y si algo de esto volviera a suceder?

—¿Y si? ¿Y si? —La voz de Arilan dejó asomar una pizca de irritación. Posó los ojos sobre Cardiel—. Si hubiera una conspiración deryni, Thomas, se encuentra en la mente de Wencit de Torenth. Él y sus agentes son responsables, sin lugar a dudas, de muchos de los rumores que has oído. Con respecto a las amenazas de una dictadura deryni, es una descripción precisa de la monarquía de Wencit en su reino: su familia rige en Torenth desde hace doscientos años. Esa, amigo mío, es la única conspiración deryni que podrás ver en el futuro cercano. Y, con respecto a ese concilio deryni… —se encogió de hombros, con aire algo sumiso—, todavía no he visto ninguna evidencia de sus actos, si acaso existe.

Cardiel parpadeó rápidamente, al ver que Arilan se detenía. Lo había dejado azorado la intensa elocuencia de sus palabras. Entonces, los ojos violáceos se suavizaron y el fuego frío se extinguió. Casi con un suspiro de alivio, Cardiel recogió su manto del asiento y arriesgó una tímida sonrisa al tenderse el abrigo sobre los hombros.

—¿Sabes, Denis? A veces me inquietas. Nunca sé cómo vas a reaccionar. Y, no sé cómo, logras tranquilizarme al mismo tiempo que me asustas de muerte.

Arilan se puso de píe y estrechó el brazo de Cardiel, en un gesto de consuelo.

—Lo siento. A veces, me dejo llevar por la impetuosidad.

—Lo sé —sonrió Cardiel—. ¿Querrás tomar un refrigerio conmigo? Tanta aflicción sobre los asuntos deryni me ha secado el gaznate.

Arilan lanzó una risilla y acompañó a Cardiel hasta la puerta.

—Dentro de un rato, quizá. Pensé que podría meditar unos minutos antes de retirarme a descansar. Mi temperamento es un grave obstáculo para mí.

—En tal caso, espero que logres atemperar ese genio con éxito —le deseó Cardiel—. Si consigues arreglar las cosas con El —señaló con la cabeza el crucifijo que pendía sobre el altar—, ven luego a verme. No creo que me duerma enseguida, después de este debate…

—Quizá más tarde. Buenas noches, Thomas.

—Buenas noches.

La puerta se cerró detrás de Cardiel y el otro obispo se enderezó la sotana. Miró hacia la nave. Con un suspiro, la recorrió lentamente y recogió su manto de seda. Se lo echó sobre los hombros, ató los lazos violeta por delante del cuello y volvió a ponerse el casquete sobre el cabello oscuro.

Paseó la mirada por la capilla una vez más, como si quisiera guardar en la memoria cada detalle, y, finalmente, tras inclinar la cabeza respetuosamente ante el altar principal, avanzó por el transepto hacia la izquierda. Se detuvo ante un pequeño altar lateral. La losa de mármol carecía de otro adorno fuera de un mantel blanco de hilo y una única lámpara blanca de vigilia, pero Arilan no tenía interés en el altar. Examinó el suelo de mármol que había bajo sus pies, se detuvo sobre un dibujo ligeramente redondeado que formaba el embaldosado y sintió un cosquilleo familiar; se había situado en el lugar preciso.

Entonces, tras mirar por última vez hacia la puerta cerrada de la capilla, se envolvió con los pliegues de su manto y cerró los ojos.

En lo profundo de su mente, pronunció las palabras indicadas, fijó los pensamientos en el destino que quería alcanzar… y desapareció de la capilla de Dhassa.

Minutos más tarde, la puerta de la capilla se abrió. Cardiel asomó la cabeza y abrió la boca para decir algo, esperando ver la figura esbelta de Arilan de rodillas en algún confín del recinto; pero se quedó con la boca abierta, al ver que no tenía a quién dirigirse en la capilla vacía.

Frunció las cejas, consternado, pues no había ido muy lejos antes de regresar. Deseaba comentarle a Arilan otro rumor que había llegado a sus oídos. Arilan no estaba, cuando había dicho que se disponía a meditar…

Pues bien. Quizá el joven obispo se hubiese referido a que meditaría en su habitación, en cuyo caso Cardiel no lo perturbaría. Sí, eso era, se dijo Cardiel. Arilan debía de estar orando en su propia celda. Muy bien. El otro rumor podía esperar hasta el día siguiente.

Pero el obispo Arilan no estaba en su habitación. Ni tampoco en Dhassa.