Epílogo
En el agua turbia de los alrededores del Cañón del Sueño Frío, observé a Gemma mientras se acercaba poco a poco al borde del acantilado. Seguía sin verse ni un solo indicio de la Costa Este que, sin embargo, estaba ahí abajo, en algún lugar, escondida en la oscuridad. Ahora que mis padres me dejaban ir por donde quisiera, algún día la descubriría.
De repente, Gemma extendió una mano hacia mí. Al cogérsela y acercarme, percibí lo que ella había notado: un géiser de agua helada surgía desde el fondo del cañón. El suelo onduló bajo nuestros pies como una raya asustada. Nos apartamos del precipicio de un salto. Cuando volvimos a posarnos en el suelo, el fondo del mar había dejado de moverse. A pesar de eso, Gemma nadó como una loca hacia el mini submarino. La seguí, asombrado por su velocidad. Las lecciones de natación que le daba en la piscina lunar estaban dando sus frutos.
—Me dijiste que veríamos algo maravilloso ahí abajo —me acusó en cuanto se metió en la nave y recuperó el aliento—. ¡No dijiste nada sobre terremotos!
—Eso no ha sido un terremoto. —Estiré el brazo por delante de ella para guardar mi casco—. Ha sido un temblor.
—Si esta noche sueño que me caigo por un precipicio —me puso su casco en las manos—, te voy a meter una de las mascotas de Zoe en la cama.
—Caerse no siempre es algo malo. A veces es divertido.
—Estás como una cabra.
—La ladera que hay detrás de la granja de Hewitt no es una ladera. Es una caída a pico hacia la llanura abisal. Un descenso alucinante.
A Gemma se le desorbitaron los ojos de horror.
—No pienso hacerlo nunca.
—También decías que nunca te acercarías al borde del cañón —señalé.
—Me has engañado para… ¡Oh, Ty! —exclamó. Su forma de pronunciar mi nombre hizo que un hormigueo me recorriera la espalda.
Tenía los ojos clavados en la ventana que había detrás de mí. Seguro que por fin había aparecido alguna criatura marina que brillaba, pero no giré la cabeza para comprobarlo; me interesaba más mirarla a ella. Tenía la boca abierta de asombro, lo que me recordó que hacía semanas que no la besaba; desde que el Territorio de Benthic había solicitado tener la categoría de Estado. Tampoco lo había intentado porque, como vivía con nosotros, no me parecía bien hacerlo. Pero eso no quería decir que hubiera dejado de pensar en ello. Quizá cuando se hubiera adaptado más me enviaría una señal para decime que le parecía bien, pero por ahora me conformaba con compartir el océano con ella.
—Ty, date la vuelta —insistió ella.
Al girarme sobre el banco acolchado vi algo que parecían fuegos artificiales en un cielo lleno de estrellas. Bolas de luz roja colgaban de las mandíbulas de un pez víbora, las medusas brillaban como si fueran nubes rosadas y unas anguilas pelícano, con sus puntos de neón, pasaron a toda velocidad, como cometas.
El temblor de tierra debía de haber inquietado a las criaturas que habitaban en el cañón, que ahora lo abandonaban, lanzando destellos y chispas en la oscuridad. Todas y cada una de esas criaturas era una gema del océano.