26

Sombra le ha dejado fuera de combate con su propia arma —me explicó Gemma mientras introducía la mano por debajo de la chaqueta del policía.

—No te molestes en comprobar si le late el corazón. Está respirando —dije poniéndome de pie—. Asegúrate nada más de que no le sangra la cabeza. Enseguida vuelvo.

Salí corriendo por el pasillo hasta llegar al inmenso vestuario, donde había un videoteléfono. Llamé a Doc y le hice un rápido resumen de lo que había pasado.

—Daré la voz de alarma y les diré a los otros colonos que Sombra anda suelto —dijo él—. Tú quédate con Grimes. Ahora mismo voy para allá.

Cuando volví, Grimes no solo había vuelto en sí, sino que intentaba levantarse.

—Suéltame —le ladró a Gemma, que estaba procurando que no se moviera.

—Está usted herido —dijo ella.

Doc viene de camino —le anuncié—. Conviene que le eche un vistazo a su cabeza. Ha recibido un buen golpe.

Grimes apartó las manos de Gemma y se levantó.

—Mi cabeza está perfectamente. Y mi memoria también —añadió lanzándome una mirada elocuente—. Así que no vengas a decirme…

Una sirena de alarma cortó sus palabras mientras el sonido se extendía por todo el Intercambiador avisando de una Alerta Roja. Aunque Grimes afirmara que su memoria estaba en perfecto estado, ahora parecía desconcertado.

—Es por Sombra —le expliqué—. Ha escapado…

El policía dio media vuelta y se dirigió al vestuario.

—¿Qué está haciendo? Doc viene para acá.

—Y no me va a encontrar —replicó Grimes sin dejar de andar.

Gemma y yo nos miramos.

—Bueno, no es un chichón demasiado grande.

A pesar de todo, le seguí hasta el borde de la piscina lunar a la vez que paseaba la mirada por el vestuario por si Sombra estaba escondido en alguna parte. Como era medianoche, el Muelle de Acceso estaba desierto. De todas formas, la mayor parte de la gente atracaba sus submarinos a lo largo del anillo interior del Muelle de Superficie. Podía imaginarme el caos que debía de reinar allí ahora mismo con la Alerta Roja. Aunque a esas horas no habría demasiada gente, solo los que estuvieran bebiendo en el Saloon o acostados en la Colmena. Seguro que la alarma había interrumpido el tiempo de relajación y descanso de unos y otros.

—¿Se va a marchar sabiendo que hay un delincuente suelto? —le pregunté a Grimes mientras se subía al submarino.

—Tú has sido el idiota que le ha dejado salir —replicó antes de meterse en la cabina y cerrar la escotilla de golpe.

—Esa no es excusa para que salga corriendo —grité, aunque sabía que lo más probable era que no pudiera oírme.

Cuando empezó a sumergirse bajo las aguas, paseé la mirada por la habitación desierta y no vi a Gemma. La imagen del vestuario lleno de sangre del submarino de su hermano invadió mi mente y me estremecí. Esperaba que Gemma hubiera vuelto al Muelle de Servicio y se hubiera reunido con mis padres.

Cuando por fin llegué al comedor, me encontré con que Hewitt y nuestras familias estaban allí. Mi madre corrió hacia mí.

Doc ha dicho que los dos estabais bien, pero no ha tenido tiempo de contárnoslo todo. ¿Qué ha pasado ahí abajo?

—¿Cómo ha escapado Sombra? —quiso saber Lars.

Pasé de sus preguntas y revisé las mesas vacías.

—¿Gemma está aquí? —pregunté intentando dominar el pánico.

—No. No la hemos visto desde que se fue contigo —contestó mi madre.

Una puerta se abrió detrás de nosotros y entró Jibby.

—Nunca había visto que un sitio se vaciara tan deprisa —afirmó Raj, que entró justo después de él.

—¿Quién queda? —preguntó Lars.

Raj se encogió de hombros antes de contestar.

—Nosotros.

—¿Habéis visto a Gemma por algún lado? —pregunté.

Los dos negaron con la cabeza.

—Voy a ver si está en el Muelle de Superficie —les dije a mis padres.

—Venimos de allí —intervino Jibby—. No queda nadie.

—Tendríais que haberlo visto. —Raj sonrió y desenfundó su pistola de arpones—. Todos los barcos y submarinos saliendo al mismo tiempo por culpa de un forajido de nada que se ha fugado. Cobardes.

—¿Dónde está Grimes? —me preguntó mi padre.

—Se ha ido.

—¿Que se ha ido? —preguntó Shurl—. ¿Habiéndose fugado un prisionero?

—Ni siquiera quiso esperar a que Doc vendara su estúpida cabeza —contesté.

—Parece que estamos solos.

Raj parecía muy contento al decir eso mientras se entretenía en llenar de pequeños arpones su arma.

—Lo que no consigo entender es cómo un criminal de ese tamaño ha podido sorprender a Grimes —observó Lars—. Puede que ese policía sea un fanático, pero no está ciego.

Al comprobar que todos se volvían a mirarme, se me contrajo el estómago.

—Yo estaba encerrado en el hangar de almacenamiento, de modo que no vi lo que pasó. —Lo cual era verdad, pero Gemma tenía razón cuando decía que ocultar información era una forma de mentir—. Tengo que encontrar a Gemma —anuncié, antes de salir corriendo de allí.

Corrí por el pasillo y al girar en la esquina vi que las puertas del ascensor se cerraban. Aporreé el botón de llamada con los ojos clavados en el luminoso que indicaba los pisos, y me sorprendí al ver que el ascensor se detenía en el Muelle de Entretenimiento. Sin embargo, Raj había dicho que en el Intercambiador solo quedábamos nosotros…

Cuando el ascensor volvió a subir, por fin, vi el nombre escrito en la tarjeta de identificación que había en la ranura y supe, exactamente, quien había bajado al Saloon, aunque no sabía por qué. La tarjeta era de un tal Policía Matt Grimes. Genial. Gemma había robado a un hombre inconsciente.

En cuanto pisé la pasarela, vi a Gemma, tres pisos más abajo, paseando por el Saloon, que estaba desierto y a oscuras, aunque se veían jarras medio llenas en las mesas y cigarros de algas que se consumían en los ceniceros. Bajé corriendo el primer tramo de escaleras y me detuve en el segundo. Acababa de abrir la boca para llamarla cuando un movimiento detrás de ella hizo que se me cerrara la garganta. Una sombra se despegó de la ventana. ¡Sombra! Se fue acercando a ella, aclarándose a cada paso que daba.

—¡Detrás de ti! —grazné.

Pero era demasiado tarde. Con la velocidad de ataque de una cobra, Sombra le rodeó la cara con una mano y le tapó la boca. Pasé por encima de la barandilla de la escalera y me deslicé hacia la primera pasarela. Yo no llevaba ningún arma encima, de manera que no tenía forma de impedir que le hiciera daño. Caí sobre la malla del suelo y me levanté de un salto.

—¡Déjala en paz!

Sombra la puso de cara a mí. Salí disparado hacia el lado contrario de la plataforma colgante, en dirección a las escaleras que llevaban al Saloon, mirando de vez en cuando por encima de la barandilla.

Mientras Gemma levantaba la mirada hacia Sombra, la piel de este se transformó hasta que su color oscuro desapareció; incluidos los tatuajes. Pero no se convirtió en albino. Aparte del vendaje de su herida, solo la quemadura en forma de pluma marcaba su piel. La marca de la descarga, idéntica a la que él tenía, me provocaba dolor en el brazo. Me detuve patinando en el descansillo de la última escalera. ¿Por qué Gemma no estaba haciendo nada para escapar? Sombra no la estaba sujetando con fuerza, todo lo contrario. Sombra levantó la vista. A medida que sus ojos me buscaban se iban poniendo blancos y luego se volvieron azules. De repente lo entendí.

Sombra era el hermano de Gemma.

Era un Richard muy distinto al de la fotografía, pero, a pesar de su cabeza afeitada y sus músculos, era evidente que el hombre que estaba delante de ella era su hermano; el hermano pálido, pecoso y de ojos azules. Cuando la transformación se completó, Gemma le rodeó con sus brazos y yo me sentí enfermo. ¿Había sabido todo el tiempo que era Richard? Por su forma de abrazarle estaba claro que no se acababa de enterar.

Incapaz de apartar la mirada del encuentro entre ambos, bajé, mientras lo que había pasado se repetía en mi cabeza, con un sentido nuevo. La silueta oscura del muelle era Sombra observando a Gemma mientras ella se quitaba el disfraz. Puede que fuera entonces cuando la reconoció. Así que cuando nos persiguió el Specter no era a mí a quien quería, sino que estaba intentando recuperar a Gemma. Y la noche anterior, cuando se metió en nuestra casa, había ido a por ella.

El mal cuerpo dio paso a la rabia cuando comprendí que me había engañado para ayudarle a escapar. Pisé el suelo del Saloon con un golpe seco que reflejaba lo que sentía.

Gemma se dio la vuelta y me vio. Tras un momento de silencio, quedó claro que no sabía qué decir, de manera que hablé yo.

—Ha sido una actuación muy buena. De verdad me hiciste creer que estabas muerta de miedo.

—¡No sabía que era Richard hasta que te fuiste a buscar al policía y nos quedamos solos!

—Seguro —dije.

—¿Cómo iba a saberlo? —preguntó antes de volverse hacia Sombra—. ¿Por qué no me dijiste anoche quien eras?

—Quería verte a solas. El resto del mundo cree que he muerto. —Me lanzó una mirada dura—. Y será mejor que siga siendo así.

¿Qué me importaba su amenaza tan poco sutil? Ahora sí me creí que Gemma no sabía quién era hasta hacía media hora, y eso hizo que me sintiera algo mejor en vez de un imbécil total.

—¿Llenaste el interior de ese submarino con tu propia sangre? —le preguntó Gemma—. Pero Doc dijo que nadie podía perder tanta y seguir vivo.

—La almacenó —aventuré—. La fue congelando, litro a litro, a lo largo del tiempo.

Sombra sonrió de oreja a oreja.

—Ya sabía yo que eras un chico listo.

—¿Y en qué te beneficia a ti que yo me calle? —pregunté enfadado—. Se te busca como Sombra.

—La policía no me preocupa. Tengo una amenaza más grande pendiendo sobre mí. Tú también, solo que no lo sabes.

—¡Cómo si me fuera a creer algo de lo que dices! La Comunidad está abandonando al territorio por culpa tuya y de tu banda.

—Es lo mejor que podría pasar. No es bueno depender de la Comunidad, chaval. —El tono de su voz se volvió irónico—. Alguien podría aprovecharse de la situación.

Le fulminé con la mirada.

—Ty, por favor —suplicó Gemma suavemente.

Sin embargo, no acababa de creerme que ese malnacido fuera su hermano. A pesar de sus ojos claros y sus pecas, ese hombre irradiaba peligro y tenía la voz hipnótica de Sombra.

—¿Tienes el dinero que te mandé? —le preguntó a Gemma a la vez que le tiraba de la trenza.

Ella asintió.

—Es dinero limpio, no robado. Guárdalo para el colegio.

—¿Colegio? —se burló ella—. Me voy a ir contigo.

Él le soltó la trenza, sorprendido.

—Esto es una visita, nada más.

—No he hecho todo este viaje, ni me he arriesgado a ser devorada, solo por una visita. Dijiste que algún día tendríamos una casa propia. Con nuestra propia sala privada.

Una leve sonrisa curvó los labios de Sombra.

—Cuando dije eso eras una niña pequeña.

—¿Y qué? Ese recuerdo es el que me ayudó los fines de semana, cuando se reunían todas las familias —dijo ella—. Y en las vacaciones. No me importaba estar sola porque tú habías dicho que cuando crecieras haríamos todas las cosas que las familias de verdad hacían juntas. —Se cruzó de brazos como si quisiera recobrar la compostura—. El día que cumpliste veintiún años te estuve esperando. Tenía un regalo y un pastel para ti, y las maletas hechas…

Miré a Sombra, pero saber lo que estaba pensando a partir de su expresión era como intentar adivinar lo que sentían los dioses de piedra que tenía en mi habitación.

—Y cuando Doc dijo que estabas muerto, yo… —Se calló—. Da igual, volvía a estar sola, con la diferencia de que esta vez no me quedaba ni siquiera la esperanza de estar contigo para que las cosas fueran bien. —Le miró a los ojos—. ¿Pensabas decirme siquiera que estabas vivo?

—Sabes que lo habría hecho —contestó él, y parecía que lo decía en serio—. Pero eso no cambia nada. Esta noche vas a volver Arriba.

—¿Por qué no puedo vivir contigo en el Specter?

Sombra echó la cabeza hacia atrás y se rio. Su risa era como el retumbar de un terremoto subacuático.

—¿Vivir con delincuentes? —resopló—. ¿Para eso me he pasado tres años destripando peces?

Gemma se quedó rígida, pero, antes de que pudiera seguir discutiendo, un ruido retumbó en el Saloon y una luz cegadora cayó sobre nosotros.

—¡Quietos! —ordenó una voz desde arriba, mientras unos pies, calzados con botas, resonaban en la escalera.

Sombra se dio la vuelta y corrió hacia la ventana mientras una ardiente luminosidad caía sobre él y le seguía. Situado sobre la primera pasarela, el foco proyectaba una luz tan intensa que era imposible saber quien lo dirigía.

—¡Mira! —exclamó alguien cuando la piel de Sombra se volvió de un verde translúcido.

A pesar de haberse mimetizado con la ventana que tenía detrás, el haz de luz hacía visible su contorno, evitando que desapareciera por completo. El segundo foco le encontró también, iluminando sus piernas enfundadas en unos pantalones oscuros.

Hecho una fiera, Sombra levantó una mesa del bar y se la tiró al hombre que estaba en las escaleras y que sostenía uno de los focos. El hombre dio un grito, soltó el reflector y se apartó de un salto, aterrizando con un golpe sordo. Sombra se lanzó a por él, oscureciéndose mientras lo hacía. La otra luz le persiguió por todo el Saloon mientras él iba apartando mesas y sillas a patadas. El hombre que estaba en el suelo gritó cuando un puño casi invisible le arrebató la pistola de arpones de la mano. Sombra se paró encima del caído… Lars.

Un afilado arpón mortal se clavó en la parte superior de una de las mesas metálicas del bar, haciendo que Gemma y yo nos apartáramos a toda velocidad.

—Deja de disparar —ordenó una voz familiar desde la primera pasarela.

Aunque a esa distancia quien había hablado no era más que una sombra, supe que era Doc.

—Jibby, nos vas a dar a nosotros con tus disparos —ladró otra voz. La de Raj.

Los que habían venido para detener a Sombra no eran policías; era gente que yo conocía.

Sombra saltó para cogerse a una barra vertical y fue subiendo a pulso por ella, con la pistola de Lars metida en la cinturilla de los pantalones. Al llegar a la primera pasarela, saltó por encima de la barandilla. Gracias al foco vimos cómo subía por la segunda escalera e iba palideciendo escalón a escalón hasta que su piel se puso del color del marfil y sus ojos de un rojo encendido.

—Aparta —gruñó poniendo un pie en el peldaño inferior.

Jibby se apartó a toda prisa, sin soltar el foco.

—No vas a ir a ninguna parte —gritó Raj, apuntándole con su pistola de arpones.

El haz de luz enfocaba a Sombra, convirtiéndole en una diana perfecta.

—Diles que paren —me pidió Gemma cogiéndome del brazo—. A ti te escucharán.

Me libré de su mano.

—Puede que sea tu hermano, pero sigue siendo un forajido. Se merece ir a la cárcel.

Sombra se tambaleó a mitad de la segunda escalera, como si le hubieran disparado en el vientre. Doc se puso bajo la luz, enseñando la pistola de aire comprimido que usaba para poner vacunas, aunque esta vez debía de estar cargada con algún tranquilizante.

Buscando los escalones a tientas con los pies, Sombra se sujetó a la escalera con una mano mientras con la otra buscaba la pistola que llevaba en la cintura, pero se retorció como si un puño invisible le hubiera golpeado en el hombro. Sus dedos se fueron soltando uno a uno y cayó a la pasarela inferior, haciendo que toda la estructura se moviera de un lado a otro peligrosamente.

Gemma corrió por el Saloon hasta llegar justo debajo del lugar donde yacía Sombra. Tenía las mejillas llenas de lágrimas y respiraba con dificultad, pero se lo quedó mirando sin decir nada.

—¡Caramba! Tenías razón, Doc —dijo Lars, asombrado, mientras se ponía de pie al lado de Gemma—. ¿Cómo sabías que ella nos llevaría hasta Sombra?

Sentí una oleada de asco. Doc había sabido todo el tiempo que Sombra era Richard Straid y había dejado que Gemma creyera que su hermano había muerto, aunque sabía que habíamos visto a Sombra vivo pocas horas antes, en el Saloon.

Cuando Sombra se puso de lado, en su piel parpadearon luces como si su sistema nervioso se hubiera vuelto loco.

—Lo está volviendo a hacer —avisó Raj bajando con estrépito las escaleras.

Doc se agachó sobre Sombra, que intentaba ponerse de rodillas.

—¿Cómo puede hacer eso? —La voz de Jibby era una octava más alta de lo normal.

—Ya os lo dije —contestó Doc apuntando la pistola de aire comprimido contra el pecho de Sombra—. No es normal.

Yo me encogí.

Sombra se sentó y se arrancó una gruesa aguja del brazo.

—Me sorprende que haya vuelto al océano, Doc. Sobre todo teniendo en cuenta que la última vez las cosas no fueron demasiado bien —dijo—. Su reputación quedó destruida, ¿verdad?

Doc le disparó otra aguja que brilló como un dardo de plata entre sus costillas, pero Sombra se limitó a sonreír.

—¿Le siguen doliendo las manos? Al menos no se las corte del todo.

Me puse enfermo al saber que Sombra era el responsable de las cicatrices que Doc tenía en las palmas de las manos.

Raj le dio una patada en el estómago. La aguja salió volando de la mano de Sombra, rodó por la pasarela y cayó por una grieta. Gemma se apartó de un salto mientras la aguja rebotaba, con un sonido metálico, en el suelo del Saloon.

Lars pasó corriendo a mi lado y subió las escaleras mientras Raj le ataba las manos a la espalda a Sombra y le quitaba la pistola. Los dos tenían la misma expresión que Grimes: una mueca de miedo y odio. El Don Oscuro de Sombra le convertía en un monstruo y no pude evitar preguntarme si algún día me mirarían a mí también de esa forma.

Cuando Lars entró en la pasarela, me quedé paralizado de miedo. Miré a Gemma, pero ella estaba mirando a Sombra y no había visto la soga que Lars llevaba enrollada al hombro. Ni que terminaba en un lazo.