16

El agua rodeaba el ascensor, dándole un brillo fantasmal. Congelado en el sitio, tomé nota de cada detalle del forajido. La piel salpicada de cicatrices, los tatuajes negros que cubrían su cabeza, su cuello y sus brazos como tentáculos, y sus ojos oscuros… completamente normales. No era de extrañar que se pusiera lentillas negras cuando intentaba pasar por albino.

Me aparté de la columna.

—No sé quién eres…

—No me mientas. —Apretó el botón de PARADA DE EMERGENCIA con un nudillo. El ascensor se detuvo con un salto—. Sé cuándo me han descubierto.

Su furia no fue más que un destello, pero más que suficiente para que me olvidara de fingir.

—¿Qué es lo que quieres?

—Empecemos con lo que le has contado al policía.

—¿Sobre qué? —Deslicé los dedos hacia la funda de mi cuchillo, negándome a dejarme llevar por el pánico.

—Me has visto tal como soy en realidad. Eso bien vale una palmadita en la espalda. —El forajido avanzó un paso—. Teniendo en cuenta que Grimes lleva un año nadando en círculos, buscando a un albino.

Bajó la mirada y sus ojos se clavaron en mi mano.

—Le he dicho que eras de piel oscura. —Me enderecé y dejé el cuchillo en la funda. Solo entonces levantó Sombra la mirada—. Pero no me ha creído.

—¿De verdad? —preguntó.

Intenté imitar la actitud despreocupada que había mostrado Anguila en el Saloon.

—Grimes odia a todos los colonos. Cree que estamos locos y que somos idiotas por vivir bajo el mar. —Hubiera jurado que los tatuajes se estaban moviendo por sus brazos como serpientes de mar—. Me ha echado de su oficina por hacerle perder el tiempo.

Parpadeé y los tatuajes de Sombra volvieron a estar en su sitio.

—No me has contestado —me regañó Sombra.

—Sí, yo…

—Cualquiera habría desaparecido en mar abierto. Habría sido devorado. Sin embargo tú no. ¿Por qué?

—Suerte —dije.

La sombra de una sonrisa asomó a sus labios.

—Algunos lo llamarían don. —Me observó un instante—. Un Don Oscuro.

—Eso no existe —dije con rigidez—. Los Dones Oscuros son un mito.

Unos dientes blancos destellaron en las sombras cuando rodeó la columna.

—Yo debería saberlo —insistí siguiéndole con la mirada—. Si algún niño tuviera uno, ese sería yo, puesto que nací bajo el mar.

—Eso es interesante…

Cuando me giré para no perderle de vista, Sombra me agarró por la nuca.

—Estaba planeando ahogarte. —El tono de su voz era tan duro como su agarre—. Silenciarte… para siempre.

Se me desbocó el corazón.

—Pero has nacido y has crecido como Abisal —continuó—, y eso es importante. —Sus dedos se clavaron en mi piel—. No dejes que nadie sepa nunca —apretó más fuerte— que eres diferente. Y menos un títere del Gobierno.

Me soltó y volvió a apretar el botón de emergencia.

Cuando el ascensor reinició su descenso, apreté los dientes para contener la tos. No quería darle esa satisfacción.

Sombra me miró como si supiera, exactamente, lo que estaba haciendo.

—Chaval, te voy a dar una oportunidad. Una. —Las puertas del ascensor se abrieron—. Como vuelvas a hablar de mí, te mato.

Sin más, salió del ascensor y desapareció en las sombras.