29
El océano inundó la habitación con tanta fuerza que el Intercambiador giró sobre sus cadenas de amarre. El agua de la piscina lunar se agitó por la vibración. La alarma de una sirena se elevó por encima del sonido de la inundación y de los gritos. Después se oyó una voz de mujer que decía con una calma irreal:
«Atención. Emergencia. La escama 2093 se ha visto comprometida. Evacuen inmediatamente la Estación Inferior».
—El conducto de servicio —gritó mi madre para hacerse oír por encima del estruendo—. ¡Deprisa!
Aunque todos estábamos dispersos por la habitación, corrimos hasta el conducto, luchando contra la corriente, con el agua hasta las rodillas.
—Tenemos que impedir que la escotilla se cierre. —Mi padre levantó la tapa de la caja de herramientas.
Volvió a escucharse la voz de mujer.
«Empieza el cierre al Muelle de Acceso».
—¡Raj! —llamó mi padre, a la vez que le tiraba una palanca.
Justo cuando Raj la atrapó, la escotilla se cerró con un siseo mecánico.
—¡No! —Raj golpeó la escotilla de acero con la palanca.
«Muelle de Acceso bloqueado», anunció el ordenador.
La sirena aulló a un ritmo demencial cuando otros dos chorros de agua de mar se abrieron paso a través de dos fisuras nuevas.
Luego, de repente, el Intercambiador dejó de moverse y todos tuvimos que hacer equilibrios para no caernos. Las cadenas de la estación estaban retorcidas al máximo. Antes de que me diera tiempo a dar la voz de alarma, las cadenas se desenroscaron; lentamente al principio y luego cada vez más rápido. Mi madre atrapó a Zoe cuando mi hermana perdió el equilibrio y la subió encima de una extensa hilera de taquillas metálicas. La estación protestó por la fuerza de la torsión y el mar entró aun más rápido. El equipo del Muelle de Acceso se hizo pedazos. Saltaron chispas. Las paredes temblaron.
Sujetándose a un tubo, Hewitt recitó por lo bajo unos números y después dijo a voces:
—¡El peso añadido del agua hará que el Muelle de Superficie se suelte dentro de dos minutos y treinta segundos!
Mi padre se movió por el agua, que ahora le llegaba a la cintura.
—Tiene que haber quedado algo. ¡Tabla mantas, motos acuáticas, cualquier cosa!
—No hay nada —dije—. Lo he comprobado. Ni siquiera queda una botella de Liquigen.
Las luces parpadearon y se apagaron. Las luces de emergencia se encendieron, causando un efecto irreal. Por primera vez, sentí una punzada de miedo.
—El agua está helada —dijo Gemma antes de ponerse al lado de Zoe, encima de la hilera de taquillas.
Todos la imitamos; excepto mi padre, que le dio la vuelta a una de las cabinas. Comprendí que estaba comprobando si se formaba una cámara de aire, pero no: se hundió.
—Vamos a tener que salir nadando —dijo Jibby.
Al oír el jadeo de Gemma, la cogí de la mano.
—No vamos a dejarte aquí.
—¿Estás loco? —le preguntó Raj a Jibby—. Estamos a mucha profundidad. Sin aletas, ni siquiera yo podría llegar a la superficie sin respirar.
Mi madre contempló el nivel creciente del agua.
—Nadie puede nadar tan rápido.
—Tenemos que hacer algo —avisó Hewitt—. El Muelle de Superficie se va a desprender dentro de ciento setenta y tres segundos. Y luego nos hundiremos.
Aunque los demás no le prestaron atención, yo sí. Y no me quedó ni la menor duda de que sus cálculos eran exactos. Las sirenas aullaron. La estación empezó a dar vueltas por el peso del agua que entraba. Las luces de emergencia parpadearon. Raj y mi madre tenían razón: nadie era capaz de nadar tan rápido como para llegar a la superficie conteniendo la respiración.
Al menos, nadie que fuera humano.
Me levanté de un salto.
—Enseguida vuelvo —grité.
A pesar de los gritos de protesta de mis padres, me tiré de cabeza al agua revuelta. El agua helada me agudizó los sentidos; nadé por debajo de la piscina lunar y salí al océano, emitiendo chasquidos sin cesar. Chasquidos de miedo. Una imitación perfecta de la llamada de auxilio de los delfines.
Y, como ya sabía yo que pasaría, ellos respondieron a mi llamada.
Di media vuelta y volví a la estación.
—He conseguido transporte.
—¿Qué has…?
Mi padre dejó de hablar cuando un delfín asomó a mi lado. Detrás de él aparecieron más que recorrieron la habitación inundada sin dejar de lanzar chasquidos de nerviosismo.
Mi madre me miró como si no me conociera.
—Confía en mí —le dije.
Ella asintió, conmocionada. De pronto se echó a reír.
—Dinos lo que tenemos que hacer. —Parecía tan ilusionada como Zoe después de su primer paseo en ballena.
—Nada más que sujetaros fuerte —contesté—. ¿Quién quiere ser el primero?
Zoe levantó la mano.
—¡Yo!
Mi padre le obligó a bajar la mano.
—Tú vendrás conmigo. Ese grande de ahí parece capaz de llevarnos a los dos.
Jibby se ofreció voluntario para ir el primero. Cuando saltó al agua, le llevé hasta un delfín.
—Nos vemos Arriba, palo brillante —se despidió, con una sonrisa nerviosa.
—No te pasará nada —le tranquilicé—. Tú deja que este chico haga todo el trabajo y olvídate de lo demás —añadí a la vez que le daba una palmada al delfín.
Jibby se sujetó a la aleta dorsal, respiró hondo y el delfín se sumergió en la piscina lunar. Los demás fueron haciendo lo mismo, uno detrás de otro, mientras Hewitt hacía la cuenta atrás de los segundos que quedaban para que el Muelle de Superficie se desenganchara.
—Tenéis noventa segundos para salir de aquí —me avisó, justo antes de que su delfín desapareciera bajo la superficie.
Gemma y yo éramos los únicos que quedábamos, junto con media docena de delfines. Cuando se metió en el agua, le temblaba todo el cuerpo.
—Nunca ha parecido tan buena la tierra firme, ¿verdad? —preguntó tiritando.
—No te sueltes pase lo que pase.
Rodeó con un brazo la aleta dorsal del delfín que tenía más cerca.
—Prométeme que me enseñarás a nadar si salgo viva de esto.
—Te lo prometo.
Me habría gustado darle un beso de buena suerte, pero tenía los labios entumecidos.
«El Muelle de Superficie se desprenderá dentro de cinco segundos», anunció de repente la voz de mujer.
—Gracias por el aviso —dije, haciendo sonreír a Gemma.
«Cuatro… Tres…».
La voz del ordenador tembló mientras la estación inferior se estremecía.
—Nos vemos en la superficie. —Elegí el delfín más grande que quedaba y me agarré a su aleta.
Gemma lanzó una risita de miedo y luego respiró hondo. Nuestros delfines se sumergieron juntos y salieron a través de la piscina lunar. Fuimos subiendo uno al lado del otro, siguiendo la curva de la estación inferior hasta que llegamos al cable del ascensor, situado en la parte superior. Hice que mi delfín se pusiera por fuera. Los delfines que no llevaban a nadie pasaron velozmente a nuestro lado, en dirección a la superficie.
Lancé unos chasquidos mientras ascendíamos. Debajo de nosotros no parecía haber nada, excepto la enorme mole de la estación inferior. Los emití hacia la izquierda y tampoco recibí ninguna respuesta inquietante. Sin embargo, cuando repetí la operación hacia arriba, la imagen que se representó en mi mente no tenía sentido. A unos quince metros por encima de nosotros había algo colgado en el cable del ascensor. Algo no, alguien.
¿Uno de los colonos se había caído de su delfín? Antes de que me diera tiempo a ir a investigar, quien quiera que fuese soltó el cable y se lanzó hacia nosotros. El hombre apareció ante nuestros ojos agitando los brazos, con la cara roja y los ojos desorbitados. ¡Doc! Un segundo después chocó contra Gemma y ella soltó la aleta del delfín. Mientras caía, intentó desesperadamente encontrar algo a lo que sujetarse.
Mi delfín continuaba ascendiendo mientras yo echaba un brazo hacia atrás, intentando, inútilmente, alcanzar a Gemma, que solo era una mancha. Las burbujas que provocaba con sus esfuerzos hacían que mi sónar no funcionara. Lo único que veía eran unas sombras que se hundían con el telón de fondo del brillo del Intercambiador, mucho más abajo.
Cuando Gemma resbaló por la cola de su delfín, las aletas posteriores le golpearon en la tripa. «¡Sujétate!», grité en silencio. Y ella lo hizo. Rodeó con los dos brazos la cola del delfín y se sujetó con fuerza. Doc la rozó mientras caía y se las arregló para coger uno de sus pies. Poniendo una mano sobre otra, consiguió subir hasta su pierna. Gemma daba patadas y se retorcía para intentar librarse de su peso. De su garganta salían un montón de burbujas. El delfín luchaba para mover la cola, mientras que el mío subía más y más, dejándoles muy atrás. Le tiré de la aleta para que se diera la vuelta. Lo intenté con chasquidos, pero no disminuyó la velocidad de ascenso.
De repente, otro delfín pasó velozmente a mi lado. El de Gemma. Sin jinete.
Me giré, lancé mi red de sónar y vi que caía como un peso muerto, con Doc todavía cogido a su pierna. La boca de Gemma estaba abierta en un grito silencioso.
Solté mi delfín y descendí hacia la estación hundida, pero no caía a la velocidad que necesitaba, sobre todo porque ellos dos juntos pesaban más que yo, lo que hacía que cayeran más rápido. Di una voltereta y nadé siguiendo el rastro de burbujas que dejaban tras ellos. El agua estaba tan fría que me dolía todo el cuerpo. Mi delfín me adelantó, dirigiéndose hacia abajo también. Yo iba más despacio y estaba mareado por llevar tanto tiempo conteniendo la respiración.
Busqué en el agua, emitiendo chasquidos, y sentí que mi delfín hacía esfuerzos para levantar a alguien. Salí a su encuentro con los oídos a punto de estallar. Lo que el delfín movía con el morro como si fuera una muñeca de trapo era Gemma. Extendí una mano y la cogí por la muñeca, mientras con la otra me sujetaba con fuerza a la aleta.
Con los pulmones ardiendo, la miré, mientras el animal se lanzaba hacia arriba a toda velocidad. Gemma estaba boca abajo, pero me preocupaba que su otra mano flotara inerte, así que me concentré en las tenues señales de luz que había en el agua de arriba. Por fin rompimos la superficie del mar. Mientras una ola nos arrastraba, estalló un aplauso por todo el muelle y los colonos empezaron a gritar de alegría y a estrecharse las manos.
Demasiado cansado para nadar, dejé que el delfín me empujara hasta el muelle. Gemma no se resistió cuando la puse de espaldas. Sus brazos y piernas oscilaron como las algas en la corriente. Lars y mi padre se lanzaron al agua y se quedaron, hundidos hasta la cintura, en el escalón sumergido que rodeaba la plataforma del muelle. Entre los dos sacaron a Gemma del agua y la dejaron en el suelo. Mi madre me ayudo a salir, mientras Shurl esperaba a su lado con mantas del salón.
Me derrumbé al lado de Gemma, gruñendo cuando mis costillas rotas chocaron contra el suelo del muelle. Me castañeteaban los dientes y me temblaba todo el cuerpo. Era raro, pero Gemma no parecía notar el frío. Ni temblaba ni se encogía.
Mi padre le levantó un párpado y miró a mi madre.
—Ponla boca abajo —insistió ella, con una nota de pánico en la voz.
—La policía está de camino —informó Jibby, saliendo de la puerta abierta del salón. Luego vio a Gemma—. ¡No!
Hice un esfuerzo para sentarme, asustado por el tono de Jibby. Gemma rodó inerte entre las manos de mi padre, como un pulpo tirado a la basura. Le salía agua por la boca y por la nariz. Mi madre se sentó encima de ella y le apretó la espalda con las dos manos. De los labios inertes de Gemma brotó agua de mar. Mi madre apretó una y otra vez, hasta que dejó de salir; entonces mi padre volvió a poner a Gemma boca arriba. Tenía la piel más pálida que la cera y su pecho no se movía. Los dos empezaron a trabajar juntos, mi padre bombeando el pecho de Gemma y mi madre metiéndole aire en la boca. Shurl se volvió de espaldas con un sollozo y abrazó a Hewitt.
¿Cuánto tiempo había estado abajo? ¿Cinco minutos? ¿Más? No lo sabía. De pronto, mis padres se echaron hacia atrás. ¡Se rendían! Me arrodillé al lado de Gemma y puse mi boca sobre la suya. Sus labios estaban fríos y fláccidos. Soplé con todas mis fuerzas en sus pulmones, intentando llenarlos de aire. Me incliné y le apreté el pecho con las manos, contando tal y como me habían enseñado.
—Ty —murmuró mi madre.
No le hice caso. Volví a respirar en la boca de Gemma. Volví a presionar su pecho.
—¡Vamos! —grité.
Pero ella no se movió.
Soplé en su boca hasta que tuve mareos. Cuando volví a poner las manos sobre su pecho, mi padre puso las suyas sobre las mías. Se había ido. Había tardado demasiado en encontrarla. Liberé las manos de un tirón y me senté sobre los talones. Mi madre cerró la boca de Gemma y le apartó el pelo mojado de la mejilla.
Pero Gemma era fuerte. ¿No decía ella eso cada vez que tenía ocasión? Le abrí de un tirón la camiseta, dejando a la vista su sujetador. Su pecho estaba frío e inmóvil.
—Zoe. —Indiqué a mi hermana que se acercara más—. Pon tus manos encima de ella.
—¡Ty, no! —exclamó mi madre.
Al ver que Zoe no se movía, le cogí las manos y le obligué a ponerlas sobre el pecho de Gemma, justo encima del corazón.
—Hazlo —ordené con suavidad.
Zoe sacudió la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Ty, no la obligues a hacerlo!
Rodeé a Zoe con un brazo, sin hacer caso a mi madre.
—No debería haberte dicho que lo guardaras en secreto. Es tu don.
—Hago daño a la gente —susurró ella—. Tú estuviste a punto de morir.
—A ella no puedes hacerle daño, Zoe, pero es posible que puedas ayudarla. —Me aparté para asegurarme de que no había nadie cerca de Gemma.
Zoe frunció el ceño y puso las manos sobre el pecho de Gemma, cuyo torso se elevó sin previo aviso. Mientras mis padres y los otros colonos lanzaban exclamaciones de asombro, el cuerpo de Gemma se relajó. Sin vida.
—Vuelve a intentarlo —insistí.
El torso de Gemma volvió a saltar y a caer, inerte. En el grupo se hizo el silencio. Zoe me miró con tristeza.
—Ya basta —dijo mi padre con firmeza.
—No hay nada que hacer, Ty —dijo Shurl con cariño, poniéndome una mano en el hombro.
Me aparté de ella, me acuclillé al lado de Zoe y volví a ponerle las manos sobre el pecho de Gemma. Me volví hacia los otros.
—¿Estáis seguros?
Mi madre no sabía qué decir.
—Es lo que parece. Ty, no es…
Me eché hacia atrás.
—¡Otra vez, Zoe!
Zoe volvió a intentarlo. Nada.
—Se acabó —dijo mi padre, poniéndose entre nosotros—. Ha muerto.
Me di la vuelta para discutir, para explicar que Gemma era fuerte, pero las palabras se me quedaron atascadas en la garganta. Me levanté y vi que Hewitt miraba boquiabierto algo que había detrás de mí. Giré sobre mí mismo, pero Gemma seguía tumbada en el muelle, tan inerte como antes. Y entonces lo vi… su mano se movió.
—¡Dadle calor! —gritó mi madre mientras se dejaba caer de rodillas al lado de Zoe.
Shurl empujó a mi padre, se puso al otro lado y empezó a frotar las piernas y los brazos de Gemma para activar la circulación de la sangre.
—¡Mantas! —gritó.
Al instante todos se quitaron las mantas que les cubrían y envolvieron a Gemma con ellas.
De rodillas junto a su cabeza, apoyé mis labios en los suyos y soplé hasta que mis pulmones se quedaron sin aire. Me aparté para respirar y Gemma tosió, débilmente al principio. Luego, de repente, volvió a la vida boqueando y llorando.
Alrededor de nosotros todo el mundo estalló en gritos y aplausos. Zoe se apartó con una sonrisa tan grande como una fosa oceánica.
El color asomó a las mejillas de Gemma mientras seguía tumbada, con los ojos cerrados y respirando con dificultad. Le aparte el flequillo de los ojos con mano temblorosa. Ella abrió los párpados. Se oyeron más aplausos. Parpadeó al vernos a todos gritando y sonriendo como si estuviéramos locos. Cuando intentó levantarse todos empezaron a gritar: «¡No!». «¡Quédate tumbada!». «¡No te muevas!».
Se incorporó sobre los codos y descubrió que tenía la camiseta abierta. A su lado, Zoe parecía más angelical que nunca, con su piel iluminada por los últimos rayos de la luna. Gemma se aclaró la garganta, tosió otra vez y se quedó mirando a Zoe.
—¿Me has electrocutado? —preguntó con voz cascada.
Zoe asintió, feliz.
—No vuelvas a hacerlo jamás —ordenó Gemma, haciendo que todo el mundo se riera.
—Ty me dijo que lo hiciera —dijo Zoe.
Las dos me miraron.
—Tenías razón —murmuré yo, porque tenía la garganta contraída por culpa de las lágrimas. Me incliné para hablarle al oído—. Eres fuerte.
Ella empezó a sonreír, pero al mirar más allá de mí contuvo el aliento.
—Es de día —dijo.
Los primeros rayos del amanecer empezaban a asomar por el horizonte, entre el cielo y el océano. Hizo un esfuerzo para sentarse.
—La policía vendrá a buscarme para llevarme a un reformatorio —añadió.
—No pueden. —Saqué el impreso de emancipación de la bolsa de mi cinturón y se lo enseñé—. Ya no estás bajo la tutela de la Comunidad. Sombra lo ha firmado.
—No lo hemos capturado exactamente, ¿verdad? —Shurl se sentó sobre sus piernas—. A ninguno de ellos. ¿Qué vamos a decirle a Tupper?
—Nuestro problema es Tupper, no la banda de los Seablite —dije enfadado.
—Eso es verdad —dijo Lars—, pero la Comunidad va a seguir presionándonos. Por lo que sea, el Gobierno quiere encerrar a esos chicos.
Contemplé el papel que tenía en la mano y se me ocurrió una idea.
—Necesitamos uno de estos. —Levanté el formulario—. Tenemos que entregarle a Tupper un impreso de emancipación a favor del Territorio de Benthic.
Shurl sacudió la cabeza.
—Dependemos demasiado de ellos para eso.
—No —la contradije—. La Comunidad es la que depende de nosotros. Si dejamos de pagar los impuestos con cosechas y pescado, tendrán escasez de alimentos.
Mi madre se contagió de mi entusiasmo.
—Si el Gobierno nos pagara un precio justo por las cosechas, no necesitaríamos subvenciones. Podríamos comprar nuestros suministros en el Continente.
—El Gobierno no nos va a dar nada —se rio Raj.
—¡Mirad! —exclamó Jibby—. La policía.
En el horizonte aparecieron dos barcos con alas. Sus velas giratorias de aluminio reflejaban la luz del sol del amanecer mientras se deslizaban sobre las olas.
Me puse de cara al grupo.
—Esa es la cuestión, no les vamos a pedir nada. Les vamos a informar que a partir de ahora nos vamos a gobernar solos.
Mi padre sonrió.
—¿Seguro que estás hablando de Benthic?