27
—¿Pretende silenciarme, Doc? —gruñó Sombra. Al oírle, Gemma salió de debajo de la pasarela para ver lo que estaba pasando más arriba—. ¿Le da miedo que le cuente a esta buena gente cómo comprobaba sus teorías utilizando a un puñado de niños?
—Delincuentes juveniles con antecedentes criminales —replicó el médico antes de hacerle una señal a Lars con la cabeza para que le entregara la soga a Raj.
Sombra se puso de rodillas a pesar de tener las manos atadas a la espalda.
—Huérfanos. Todos bajo la tutela de la Comunidad. —Su piel se volvió completamente roja—. Pudo experimentar con nosotros a su voluntad. Sin interferencias de nadie.
—¡Cállate!
Doc hizo un gesto de impaciencia y Raj lanzó al aire un extremo de la cuerda, que se enroscó en una viga de acero que pasaba por debajo de la segunda pasarela.
Agité la escalera.
—No podéis hacer eso —grité, a pesar de que el dolor de mis costillas era un recuerdo de lo que Sombra era capaz de hacer.
Cuando Raj tiró de la cuerda, la lazada se hizo visible.
—¡No! —Gemma subió a toda velocidad hasta la primera pasarela.
Yo me quedé quieto junto a la segunda escalera. Si mi padre estuviera allí, habría puesto fin a aquella pesadilla, pero no estaba y no había tiempo para ir a buscarlo al comedor.
—¡Jibby! —gritó Lars—. ¡Llévatela de aquí!
El corazón me dio un vuelco al ver que Gemma intentaba obligar a Lars a soltar la barandilla para poder pasar.
—Es mi hermano —protestó ella.
Estaban a seis metros del suelo del Saloon y, sin embargo, Gemma peleaba con tanta ferocidad que si Lars se hubiera apartado de repente, ella se habría caído.
Jibby apoyó su foco contra una viga y se acercó más.
—Puede que no sea una buena idea, ¿eh?
—¿Te has olvidado de ese submarino lleno de sangre? —preguntó Lars.
—¡Era la sangre de Sombra! —dije yo, avanzando—. ¡No ha matado a nadie!
Detrás de Sombra, Raj ató el extremo de la cuerda a la viga de acero que bordeaba la pasarela.
—Podríamos llamar a la policía —sugirió Jibby con voz hueca—. Que se lo lleven ellos.
—¿Para que pueda volver otra vez? —Doc apretó tanto la barandilla que los nudillos se le pusieron blancos—. Ya os lo he dicho, no existe celda ni prisión de la que no pueda salir.
—Tiene una opinión demasiado alta de mí —dijo Sombra arrastrando las palabras—. Y solo porque me escapé de su casa de los horrores. Eso no quiere decir nada.
—De esto no vas a poder escaparte. —Raj dejó caer el lazo de la soga sobre la cabeza de Sombra.
El alarido de Gemma despertó a Jibby, que se puso detrás de ella y la obligó a darse la vuelta para que quedara de frente a él.
—Lo siento —murmuró, antes de que ella se recobrara de la sorpresa. Luego se la echó al hombro como si fuera la pesca del día.
Subió rápidamente la segunda escalera, con Gemma gritando y dándole puñetazos en la espalda.
Yo me coloqué al pie de la escalera por si la dejaba caer. Al ver en esa posición la distancia que la separaba del suelo del Saloon, Gemma dejó quietos los puños.
—¡Ty, no les dejes hacerlo!
Echó el brazo hacia atrás, por encima del hombro de Jibby, y después me tiró algo. Me aparté y dejé que lo que fuera que me había lanzado rebotara en la malla del suelo. Era su cuchillo de jade.
Cuando me agaché a recogerlo, pensé que me iban fallar las piernas. ¿Qué les detuviera armado con un cuchillo? Vale. Pero, aunque pudiera hacerlo, ¿quería? Con Sombra muerto, Benthic tendría una oportunidad, Mis padres conservarían su granja. Lo único que yo tenía que hacer era… nada.
Por encima de mí, Jibby se metió en el ascensor con Gemma y las puertas se cerraron. Ahora que la estructura había dejado de moverse, Raj se subió a la barandilla. Pasando un brazo por un poste vertical, atrapó el lazo y tiró del nudo corredizo. La delgada barandilla se dobló con su peso, crujió por la parte que estaba soldada a la viga y se rompió. Raj saltó a la pasarela justo a tiempo.
Aunque Lars tenía la pistola de arpones apuntándole a la sien, Sombra sacudió la cabeza como si quisiera aclarársela. Se había desplomado por el tranquilizante que le habían disparado, pero le iban a colgar de todas formas. Allí mismo. Sin juez ni jurado.
Raj le dio una patada al otro extremo de la barandilla, que al tercer intento se rompió y cayó con estrépito al suelo, mucho más abajo. Quedó una pieza de forma irregular que asomaba del poste como la cabeza de un hacha.
Me lancé hacia delante, horrorizado, pero Doc me sujetó por el brazo.
—Esto lo hacemos por el bien del territorio, Ty. Para que siga en marcha. Quieres tener tu propia granja, ¿no?
Sí, quería; pero no así.
Raj rodeó a Sombra y levantó el pie. La realidad me sacudió como una bofetada. Iba a tirarlo de la pasarela de una patada. En el preciso instante que echó la pierna hacia atrás para coger impulso, liberé mi brazo de un tirón y me situé de un salto entre el bandido y el borde de la pasarela.
—¡Apártate, Ty! —rugió Raj.
Si le daba una patada a Sombra me tiraría a mí al suelo del Saloon.
—No sabes lo que es capaz de hacer —gruñó Doc.
—No —asentí—, pero he visto lo que es capaz de hacer usted.
Cuando Sombra se apartó para darme un poco más de espacio, vi que le brillaban los ojos bajo sus espesas pestañas. El tranquilizante no le había afectado tanto como quería hacer creer.
Por encima de nosotros, las puertas del ascensor se abrieron.
Esa era la única distracción que yo necesitaba. Mientras los otros levantaban la vista yo alcé el cuchillo de jade.
—Arrodíllate —susurré.
Sombra obedeció al instante, tensando la cuerda que iba desde su cuello a la viga. Descargué el cuchillo sobre ella a la vez que intentaba mantener el equilibrio cuando unas botas resonaron dos pasarelas más arriba, haciendo que toda la estructura oscilara. A pesar de ello, seguí cortando, muy pendiente del precipicio que tenía detrás. El cuchillo cortó por fin la última hebra de cuerda y Sombra se levantó de un salto. Me di la vuelta y me encontré delante del cañón de una pistola de arpones.
—Apártate, Ty —ordenó Doc.
A su lado estaban Raj y Lars, con expresión preocupada de repente.
—Traiga a un juez y me apartaré.
Miré hacia atrás y vi que Sombra se contorsionaba para pasar el cuerpo entre los brazos, de manera que ahora tenía las manos atadas por delante.
—Haz lo que te ha dicho Doc antes de que salgas herido, hijo —dijo Lars, con tono preocupado.
—Si fuera como cualquier otro forajido —Doc apuntó a Sombra—, podríamos actuar según las reglas. Pero no lo es.
Gemma apareció en lo alto de las escaleras con mi padre y Jibby, uno a cada lado de ella. Detrás venía más gente. No iban a poder bajar a tiempo para impedir que Doc disparara. En ese instante, Gemma contuvo la respiración y yo noté que Sombra desaparecía detrás de mí. Giré en redondo y descubrí que no se había caído, sino que había saltado y ahora colgaba del trozo de barandilla en forma de sierra que asomaba de la viga. Se contorsionó para que el borde afilado del metal cortara la cuerda que le ataba las manos.
—¡Aparta! —Doc me empujó a un lado y apuntó la pistola de arpones hacia Sombra, que se retorcía en el aire justo debajo de nosotros.
Respiré hondo y dije a voces:
—Tengo un Don Oscuro. ¿Me va a quitar mis derechos?
Mi confesión resonó en el Saloon. Todo el mundo dejó de moverse. Mis padres se quedaron inmóviles en las escaleras, con Zoe y Hewitt asomando por detrás de ellos. Todo el grupo, hombres a quienes conocía de toda la vida, se me quedó mirando. Y Doc también, con la diferencia de que él me miraba con expresión triunfante, probablemente porque por fin había conseguido que admitiera lo que él siempre había sospechado.
La cuerda que rodeaba las muñecas de Sombra se rompió con un sonoro chasquido y él cayó al suelo.
Todos bajaron corriendo las escaleras que daban al Saloon; menos yo, que rodeé la viga con una pierna, me deslicé por ella y llegué el primero. Pero para cuando mis pies tocaron el suelo, no se veía a Sombra por ninguna parte.
Mis padres fueron los primeros colonos en llegar y la expresión de sus caras era de tristeza.
—Lo sabía —dijo mi madre. Miró a mi padre—. Te dije que esa cosa no había desparecido.
—¿Por qué nos dijiste que ya no podías hacerlo? —me preguntó mi padre.
Los demás, incluidos Hewitt y Zoe, se reunieron alrededor de mis padres.
—Habríais abandonado la granja —contesté.
Mi madre parecía a punto de llorar.
—Solo es una casa.
—El océano es mi hogar.
—Ty —dijo mi padre—, vivir aquí no merece la pena si…
—A mí no me pasa nada malo, soy como cualquier otro chico, excepto que yo tengo ese don.
Detrás de mí, alguien se puso a aplaudir de forma lenta y rítmica. Me di la vuelta y vi a Sombra, en su versión verde oscuro translúcido, apoyado contra la ventana, donde debía de llevar todo ese tiempo, fundido con el telón de fondo del mar.
Zoe se soltó de la mano de mi padre, corrió a ponerse a mi lado y miró a los colonos.
—¡Yo también tengo un Don Oscuro! —declaró—. Puedo electrocutar a la gente. —Señaló a Sombra con un dedo—. A él le dejé sin sentido.
Hewitt dio un paso adelante, aunque a regañadientes, y se puso al lado de Zoe.
—Yo también tengo uno.
Lars frunció el ceño.
—¿Qué?
—Soy un genio —masculló Hewitt.
Su padre soltó un bufido.
—No he dicho que no fuera un crío —dijo Hewitt a la defensiva—, pero no necesito pensar para hacer cálculos.
—Eso te convierte en un genio de los números, cariño —dijo Shurl con suavidad—. Hay mucha gente con ese don.
—¿Puede esa gente decirte la presión atmosférica que hay en cualquiera de las salas de este edificio solo con pasear por ellas? —preguntó Hewitt—. ¿O la temperatura exacta del agua con solo meter en ella un dedo del pie?
Nuestros padres se removieron inquietos. En sus caras se veía una expresión de asombro, pena y, lo peor de todo, arrepentimiento.
—Tenemos que alejarlos de la presión del agua —dijo mi madre de pronto.
—Si nos trasladamos Arriba ahora —continuó Shurl, mirando a Lars—, mientras es todavía joven…
—¿Su don desaparecerá? —se burló Sombra—. Yo viví Arriba durante un año, después de lo de Seablite, y no me «curé».
—¡Esto no quiere decir que no debamos trasladarnos Arriba! —Hewitt corrió hacia sus padres—. Vale la pena intentarlo.
—Yo no me muevo de aquí —declaré con firmeza—. Estoy perfectamente.
—Eso no lo sabes seguro. —La expresión de mi madre era feroz.
—Yo sí. —Sombra dio un paso adelante—. Estamos más sanos que vosotros, los «normales». Nuestro sistema inmunitario es mejor. Pero no hace falta que me creáis a mí, preguntadle a Doc. No hay ni un centímetro de mí que no haya estudiado.
Nos volvimos unos hacia otros y vimos que el médico no estaba entre nosotros. Luego, al mirar hacia arriba, vimos que estaba parado delante del ascensor, esperando a que las puertas terminaran de abrirse.
—¡Detenedle! —gritó Lars.
Gemma era la única que no había abandonado la pasarela después de que yo hiciera mi gran anuncio. Mientras los otros colonos subían la primera escalera, ella terminaba de subir la segunda y corría a por la tercera. Desde el Saloon vi que Doc se metía en el ascensor.
—Niña, aprieta el botón —rugió Raj—. No dejes que se vaya.
Gemma llegó a la pasarela superior, donde se paró un instante para mirar hacia abajo. Yo sabía que no le gustaban las alturas, pero el miedo no la detuvo. Toda la estructura de pasarelas se movió de un lado a otro mientras ella corría hacia el ascensor y yo estuve a punto de animarla a gritos.
Con la mano abierta se lanzó hacia el botón de llamada, pero Doc asomó lo suficiente del ascensor como para cogerla por la muñeca y arrastrarla al interior con él.
—¡No! —grité, pero las puertas se cerraron con Gemma atrapada dentro.
Los demás continuaron subiendo, pero no llegaron a tiempo. Para ir al Muelle de Acceso tendrían que esperar a que el ascensor volviera, y yo estaba seguro de que allí era a donde se dirigía Doc para huir en un submarino. Noté que Sombra me miraba.
—¿Conoces un camino más rápido? —me preguntó.
—El conducto de servicio. —Señalé una escotilla situada en el eje central.
Cuando corrió hacia la escotilla y apretó con fuerza el botón de apertura, le seguí, pisándole los talones.
Mientras bajaba por la escalera del estrecho conducto, oí que abría de una patada la escotilla de abajo y se aupaba para salir.
Un momento después lo seguí al Muelle de Acceso y vi que alguien había puesto una tabla manta entre las puertas del ascensor para que no pudieran cerrarse.
En el otro extremo de la habitación, Doc sostenía una pistola de arpones mientras sujetaba al Gemma por el brazo como si su vida dependiera de ello.
—Un paso más —le advirtió a Sombra—, y la meto ahí dentro. —A su lado, en la enorme piscina lunar, flotaba un mini submarino.
—¿Cree que no voy a seguirle? —preguntó Sombra con voz suave.
—Ese es el último submarino —contestó Doc apuntándole con la pistola.
Recorrí la sala con la mirada y comprobé que era verdad. Allí no quedaba ningún vehículo.
—Y este es el único Liquigen que queda. —Doc señaló con la cabeza las ranuras vacías de la pared.
Arrastró a Gemma hacia la escalera que había en el borde sumergido de la piscina lunar, se puso la botella de Liquigen debajo del brazo y la pinchó con el arpón alojado en su pistola. La botella dejó escapar su contenido con un siseo. El médico la tiró entonces a la piscina lunar, donde se quedó flotando mientras se vaciaba.
—Antes de que me vaya, vamos a dejar una cosa clara —dijo, clavando la mirada en Sombra—. Vivir en el fondo del océano te estropeó el cerebro a ti, no a mí. Yo solo traté de averiguar por qué.
—No dejó piedra sin remover —asintió el forajido—. Debió de ponerle furioso que después de tanta dedicación la Comunidad le convirtiera en el chivo expiatorio y dijera que era usted un farsante.
Sin hacerle ni caso, Doc apartó la soga de amarre del submarino.
—No debería haber escrito ese artículo, Doc —le regañó Sombra con burla—. Sabe que no es bueno desobedecer a la Comunidad.
Debió tocarle algún recuerdo sensible, porque Doc le dirigió una mirada asesina.
—Todo lo que escribí en ese artículo era verdad.
—Pero no pudo demostrarlo. —Los tatuajes de Sombra se movieron por su espalda como las serpientes de Medusa—. Se quedó sin pruebas cuando estas escaparon.
—Entra. —Doc empujó a Gemma hacia el casco del mini submarino.
Ella agitó los brazos para recuperar el equilibrio, luego trepó por el casco y se metió por la escotilla abierta.
—¿Por eso volvió a Benthic? ¿Para recoger evidencias nuevas? —Sombra me señaló con un dedo—. ¿Para demostrar al mundo que usted tenía razón?
Noté que los dedos se me entumecían mientras toda la sangre de mi cuerpo se acumulaba en mi cerebro y entendía lo que significaban aquellas palabras. «Yo era la razón de que Doc hubiera venido al fondo del océano. ¿Para poder demostrar su teoría sobre los Dones Oscuros?».
—Yo no soy un huérfano —escupí—. Mis padres no habrían permitido que nadie me utilizara de esa forma.
—Puede que no hubieran tenido nada que decir —reflexionó Sombra—. ¿Cómo iba a quitárselos de en medio, Doc? Estoy seguro de que tenía un plan.
La sensación de entumecimiento se extendió más allá de mis brazos hasta casi pararme el corazón.
—¿Por eso ha llamado hoy negligentes a mis padres? —pregunté—. ¿Para poder denunciarles y que les declararan incapaces?
Doc me miró por espacio de un segundo y eso me bastó para ver su expresión culpable.
Sombra también debió de verla, porque resopló con desprecio.
—No te lo tomes como algo personal, chaval. Doc tiene una reputación que recuperar.
—Cállate —gruñó el médico.
Sin dejar de apuntar a Sombra, se subió en el armazón del mini submarino, y se encontró con que cabeceaba bajo sus pies.
A través de la ventana del submarino vi que Gemma estudiaba el panel de control con expresión decidida. Empujó la palanca de mando hacia delante y el submarino se puso en marcha, hundiéndose. El repentino movimiento hizo que Doc cayera de espaldas y que golpeara el agua con un sonoro chapuzón. Mientras salía a flote, la nave chocó contra el extremo más alejado de la piscina lunar y yo atravesé corriendo toda la habitación para ayudar a Gemma. Pero ella no parecía necesitar mi ayuda. Se levantó del asiento y se aupó por la escotilla, mientras el agua del mar caía sobre ella e inundaba la cabina.
Justo cuando el submarino se hundía bajo la superficie, Gemma saltó desde la escotilla al borde sumergido de la piscina. Llegué a tiempo de ofrecerle la mano para ayudarla a subir al vestuario y entonces oí que algo caía al agua detrás de mí.
Al darme la vuelta, vi que Sombra patinaba por el borde sumergido, hacia Doc, que se alejaba de la escalera de espaldas, lo más rápido que podía.
—La mayoría de los chicos no pueden dormir —murmuró Sombra, mientras se daba la vuelta para intentar atrapar a Doc, que se dirigía a nado hacia otra escalera—. Y cuando lo consiguen se despiertan gritando. Incluso ahora. Cada vez que cierran los ojos, ahí está usted, con sus agujas y sus bisturíes…
Cada vez más desesperado, Doc sacó la pistola de arpones que llevaba a la espalda. Volvió a acercarse al borde, nadando de lado y apuntando el arma con una mano.
—Dispare —le provocó Sombra, separando los brazos—. Es la única oportunidad que va a tener.
El médico disparó y falló por unos centímetros. Sombra ni siquiera parpadeó, se limitó chasquear la lengua con desaprobación. Los movimientos de Doc eran cada vez más lentos. Me levanté de un salto, cogí una pértiga larga de la pared y volví para ayudarle, pero el bandido, con sus tatuajes ondulando sobre sus brazos, me bloqueó el paso.
—¡Está a punto de ahogarse!
—¿En serio? —A pesar de su tono frío, no había forma de ocultar la ira que ardía en sus ojos—. ¡Qué pena!
Doc empezó a dar manotazos para alcanzar la botella de Liquigen que flotaba en la piscina lunar. Cuando la cogió, presionó los labios contra el agujero abierto en uno de los lados y succionó todo el Liquigen que pudiera quedar.
Detrás de mí, unos pasos resonaron en la escalera situada en el interior del conducto de servicio. Me giré y vi que mi padre salía por la escotilla, seguido de mi madre.
—¡Ayudadme a coger a Doc! —grité.
Pero cuando volví a mirar hacia la piscina lunar, Doc había desaparecido. Corrí hasta el borde y revisé las oscuras aguas, pero no vi ni rastro de él.
—Puede que haya absorbido Liquigen para diez minutos —dijo Sombra a modo de consuelo.
Gemma apoyó la frente en la ventana para mirar hacia abajo.
—Desde aquí no puede nadar hasta la superficie. —Seguí a Sombra por el vestuario, pasando por delante de los otros colonos que salían del conducto de servicio—. ¡Va a morir!
—De nada. —Sacó la tabla manta medio aplastada que había entre las puertas del ascensor y la tiró a un lado.
—No queda Liquigen —gritó mi madre desde la zona de rellenado de las botellas. Todos los soportes estaban vacíos—. No podemos ir a buscarle.
Mi padre se acercó a la ventana.
—El Muelle de Acceso está a más de sesenta metros de la superficie. Si nada deprisa puede que lo consiga. —Se volvió hacia mí—. ¿Se ha llenado bien los pulmones?
—No lo sé. —Ni siquiera sabía si quedaba algo de Liquigen en la botella después de que Doc la hubiera perforado.
—Sin aletas va a tener que ser un nadador de primera para llegar —dijo Jibby.
Mi madre sacudió la cabeza con tristeza.
—La ropa le arrastrará hacia abajo.
—Entonces iremos a por él —intervino Lars—. De todos modos, lo intentaremos.
—¿Crees que vas a poder contener la respiración hasta que le encuentres? —se burló Raj—. Buena suerte.
—Eso da igual —dijo mi padre con voz grave—. Sin Liquigen no podemos nadar a tanta profundidad. La presión nos mataría.
Sombra puso una mano en la puerta del ascensor para evitar que se cerrara.
—Os preocupáis demasiado por un hombre que quiere convertir a vuestros hijos en ratas de laboratorio. Os diré lo que voy a hacer: si le veo ahí fuera le subiré a bordo.
Mi madre le miró con extrañeza.
—¿Para que puedas hacerle algo peor?
—¿A bordo de qué? —preguntó mi padre.
Sombra señaló hacia un lugar detrás de nosotros y al darnos la vuelta vimos que el Specter asomaba a la superficie de la piscina lunar.