22

No podía moverme. Unas correas me sujetaban los brazos y las piernas y me mantenían tumbado. Al incorporar la cabeza vi que estaba atado a la cama de un hospital, sin camisa ni zapatos. Me moví de un lado a otro con desesperación, pero lo único que conseguí fue que las correas se me clavaran en la carne. No sé de dónde apareció una máscara de gas que se cernió sobre mi cabeza. Me retorcí hasta que noté calambres en el cuello por el esfuerzo. Unos dedos de acero me sujetaron la cabeza mientras la máscara cubría mi boca y mi nariz. Sofoqué los gritos y contuve la respiración. Al intentar ver a la persona que me estaba sujetando, descubrí a un hombre con un gorro de cirujano que presionaba la máscara. Mis pulmones se llenaron de gas. Se me nubló la visión y…

Me desperté de un salto en la oscuridad, con las sábanas empapadas de sudor. Otra pesadilla. ¿Es que no iban a terminar nunca? Me puse de lado y escuché los sonidos de la casa: el suave zumbido del generador y los purificadores de aire. Eso ayudó a que mi corazón se tranquilizara. Salí de la cama y apoyé la frente contra el frío cristal de la ventana. Nada sospechoso acechaba en el campo de algas. De repente, una zambullida un nivel más abajo rompió el silencio. Era un ruido bastante familiar, pero no era frecuente oírlo en mitad de la noche. ¿Quién estaba entrando o saliendo por la piscina lunar a esas horas?

Bajé corriendo las escaleras y descubrí que las luces del vestuario estaban apagadas. Eso me preocupó. Me deslicé por el palo central del hueco de las escaleras y aterricé con un golpe sordo en el nivel inferior. La única luz que iluminaba la habitación era la de los focos que marcaban los límites de la propiedad y estaban al mínimo. A pesar de todo, pude ver a Gemma revolviendo el contenido de una taquilla; probablemente buscando su traje de buceo, porque volvía a llevar puesto el mini camisón de Zoe. El mini submarino cabeceaba en el centro de la piscina lunar, lo cual me tranquilizó. Utilizar la pinza para coger un mini submarino, llevarlo hasta la piscina lunar y soltarlo en el agua era una operación bastante complicada en una habitación iluminada, pero, por lo que veía, el duro borde de la piscina no le había arañado los costados ni rajado el cristal.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, mientras encendía las luces situadas al final de las escaleras.

Ella giró sobre sí misma, con expresión culpable y decaída.

—Vas a escaparte otra vez —dije.

Ver su bolsa de lona al lado de la piscina lunar me produjo un vacío en el pecho.

—Solo estaba cogiendo prestado vuestro submarino —balbuceó ella—. No se me ocurre otra manera de ir al Intercambiador. Lo iba a dejar allí.

—¿Qué vas a conseguir con eso?

—Pediré que me lleven al Continente en un hidroavión o en una casa barco. O viajaré de polizón.

—No pares en el Intercambiador —le aconsejé, deseando poder dominar el temblor de mi voz—. Podrías toparte de repente con Grimes. Sigue hasta Paramus y deja el submarino en el muelle de la Policía Marítima. Nosotros lo recogeremos luego.

—¿Vas a dejar que me lleve el submarino? —preguntó ella, desconcertada.

—¿Y cómo podría impedírtelo? No voy a dispararte.

—Podrías ir a despertar a tus padres.

—Sí. Y a Zoe también. Y luego los cuatro nos sentaríamos encima de ti hasta que apareciera la Policía Marítima.

Ella se relajó.

—Eso no parece que vaya a ser divertido para ninguno.

Toqué su bolsa con el pie.

—¿Llevas comida?

Cuando negó con la cabeza, abrí la puerta del invernadero, saqué una cesta hecha de algas marinas y se la lancé. Luego arranqué dos manzanas del árbol más próximo y se las tiré también.

—Siento mucho lo de tu hermano.

Ella asintió, pero no me miró a los ojos.

—Te pareces mucho a él —murmuró mientras metía las manzanas en la cesta—. Él también se preocupaba por los demás. No solo por mí, sino también por los chicos que había en su dormitorio. Daba la cara por ellos aunque eso significara meterse en problemas. —De pronto pareció que se le ocurría una idea—. Ven conmigo.

—¿Al Continente?

—No, más lejos. Tú no quieres vivir Arriba. Compraremos un barco con el dinero que me mandó Richard y nos iremos.

—¿Adónde?

—A cualquier sitio. ¿Qué tal las Islas Colorado?

Yo me puse como un tomate al imaginarnos a los dos juntos en un barco.

—No puedo.

Ella desvió los ojos hacia la ventana situada detrás de mí.

—Ty…

Respiré hondo para resistir. No sabía cómo volver a decir que no cuando la idea me gustaba tanto.

—Dijiste que las luces de fuera nunca se apagan del todo —continuó ella, señalando detrás de mí. Todos los focos que delimitaban la granja se estaban apagando uno a uno. Corrí hacia la ventana. La última luz se apagó y los campos se quedaron a oscuras. Gemma se pegó a mí—. ¿Qué está pasando?

La luz del interior de la casa iluminaba las algas que estaban más cerca. Excepto una zona que, por lo que noté, se correspondía con la sombra de la casa. No, eso era imposible. La casa era la fuente de luz, de modo que no podía proyectar su propia sombra. Ahí fuera, un piso más arriba, había algo. La sombra se fue oscureciendo y agrandando. Fuera lo que fuera, estaba descendiendo.

Pegué la cara a la ventana para tratar de ver más arriba, pero no vi nada. Era una pena que no pudiera utilizar el sónar a través del espeso plexiglás. Lo que fuera mantenía su posición un piso más arriba. Me aparté de la ventana. Las ballenas no se quedaban quietas y los tiburones no alcanzaban ese tamaño.

—¿Ty?

Gemma siguió mi mirada. Luego, cuando se inclinó para ver mejor, algo enorme y negro cayó por delante de la ventana. Se apartó de un salto.

La cogí de la mano, con el corazón acelerado.

—¿Eso era…? —preguntó mientras la arrastraba hacia los árboles frutales.

—Forajidos.

Abrí de un tirón la puerta del invernadero y echamos a correr hacia las escaleras, pero nos paramos de golpe en el centro del vestuario cuando la sombra se deslizó junto a otra ventana; esta vez lo bastante cerca como para ocultar todo lo demás. El Specter fue describiendo círculos, cada vez más rápido, como un tiburón acercándose a su presa. Empujada por el movimiento del agua, la casa empezó a retorcerse sobre las cadenas que la anclaban al suelo, obligándonos a balancear el cuerpo para conservar el equilibrio.

—¡Vete! —grité empujándola hacia las escaleras, mientras yo corría hacia el intercomunicador de la casa y le daba un puñetazo al botón—. ¡Papá, despierta!

—¿Ty? ¿Qué está pasando? —La voz de mi padre estaba despejada; sin duda se había despertado cuando la casa empezó a moverse.

—¡John, los focos de fuera están apagados! —oí gritar a mi madre.

—El Specter está dando vueltas sobre nosotros —les dije—. Creo que los forajidos han desconectado la energía de fuera, pero no sé cómo.

La respuesta de mi padre fue un juramento que habría hecho enrojecer a un minero.

—¿Dónde estás…? —Su voz se apagó, al mismo tiempo que todos los sonidos de la casa. Y todas las luces.

—¡Ty! —Gemma solo había llegado a la mitad de las escaleras.

—No pasa nada.

El generador de emergencia se pondría a funcionar enseguida. Aunque en casa de los Peavey no había sido así, aquí sería distinto. Era mi casa y sabía cómo funcionaba cada centímetro. Pero los segundos pasaron y lo único que se oían eran los pasos nerviosos de mis padres en el piso de arriba. Por fin, una hilera de luces rojas de emergencia parpadeó alrededor de la piscina lunar, mientras por fuera, unas lucecitas verdes señalaban la estructura de la casa. Me relajé un poco y esperé a oír el familiar zumbido del purificador de aire al ponerse en marcha. Luego recordé que todas las luces de emergencia se alimentaban de una batería. El generador auxiliar seguía más callado que un muerto.

El miedo hizo que se me encogiera el estómago. Otra vez la misma pesadilla. Íbamos a perder nuestro criadero, nuestras cosechas y nuestra casa en cuestión de treinta minutos, igual que Shurl y Lars. Eché a correr, me quité la camiseta y la tiré al vestuario.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Gemma inclinada sobre la barandilla, con la cara pálida bajo la tenue luz.

Me paré debajo de ella.

—No va a pasar nada. Los forajidos robarán algunas cosas y luego se irán, igual que hicieron en casa de Hewitt.

Al menos eso esperaba yo, pero por otro lado me preguntaba si lo que estaba pasando era culpa mía. Sombra había amenazado con matarme si le contaba a alguien lo que sabía de él, y lo había hecho. ¿Y si había venido a por mí?

—¡Ty! —gritó mi padre desde arriba.

—¡Estoy abajo! —contesté—. Ve a despertar a Zoe —le dije a Gemma—. Luego encerraos en su dormitorio. No abráis la puerta hasta que me oigáis al otro lado.

No esperé a que me contestara; corrí hacia la otra punta de la habitación, abrí de un tirón mi taquilla y saqué mi traje de buceo.

Mis padres bajaban a toda velocidad por las escaleras, cerrándose los trajes de buceo, obstaculizados por Gemma, quien por fin estaba subiendo.

—El Specter viene por estribor —anuncié mientras me ponía el traje de buceo.

El Specter apareció junto a la ventana del extremo más alejado del vestuario, dejando a su paso una tormenta de burbujas.

—Están intentando asustarnos para que no salgamos —gruñó mi padre—. Lo más probable es que quieran el equipo y los suministros de los edificios auxiliares.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó mi madre al tiempo que enfundaba su pistola de arpones.

—Te diré lo que no voy a hacer, y es entregar nada sin pelear —juró mi padre.

Mi madre asintió con nerviosismo, sacó dos botellas de Liquigen de los soportes de la pared y le entregó una a mi padre.

Cuando el Specter pasó por delante de la ventana más próxima, me aparté. Estaba tan cerca que parecía como si quisiera atravesar la envoltura acrílica de la casa. En algún lugar del interior de ese submarino estaba Sombra, una idea que me provocó escalofríos.

Mi madre me entregó una picana.

—Vete arriba con las niñas.

—Ni hablar. Disparo tan bien como vosotros dos, y desde luego mis ojos ven mejor que los vuestros en el agua.

—¡Sí, pero quiero que veas que tienes dieciséis años! —dijo mi madre en voz baja y amenazante.

—Le necesitamos, Carolyn —intervino mi padre—. Vigila la piscina lunar —me dijo—. Dispara a cualquier cosa o persona que intente pasar.

—Menos a vosotros.

Mi padre sonrió con ironía.

—Menos a nosotros.

Mi madre me cogió del brazo.

—Si vienen muchos, no te hagas el héroe. Sobre todo si uno de ellos es Sombra. Esconderse no es ninguna vergüenza. ¿Me has entendido?

—Si es Sombra, intentaré acertar.

Mi madre no discutió. Siguió a mi padre al interior de la piscina lunar, con la pistola de arpones en la mano. Al verles desaparecer bajo el agua, sentí un escalofrío de miedo. Los tiburones no tardarían en llegar a darse un festín con los peces moribundos del vivero. Mis padres tendrían que hacer frente a los depredadores, tanto humanos como animales, a oscuras. Pero que yo me quedara ahí, temblando de miedo, no iba a ayudar a nadie. Subí corriendo las escaleras para ver si las chicas se habían encerrado en el dormitorio de Zoe, pero me las encontré en el descansillo, con sus camisones blancos y una expresión de ansiedad en la cara.

—Es culpa mía —susurró Gemma—. Esto no habría pasado si no te hubiera convencido para que me llevaras al Saloon.

—¿Habéis estado en el Saloon? —preguntó Zoe en voz tan alta que me estremecí.

—A Hewitt no le convenciste para que te llevara al Saloon y sin embargo atacaron su casa —señalé. Si alguien tenía la culpa de todo aquello, lo más probable es que fuera yo—. Venga —hice un gesto hacia los dormitorios—, encerraros por dentro.

—No —Gemma sacó su cuchillo de jade—. Quiero ayudarte.

—Ayúdame manteniendo a Zoe a salvo.

Zoe gritó de indignación.

—¡Puedo cuidarme sola!

Gemma cruzó su mirada con la mía por encima de la cabeza de Zoe, y asintió en respuesta a mi súplica silenciosa.

—Ty lo ha dicho solo para que no me sintiera mal —le dijo a Zoe—. Lo que quiere en realidad es que tú me vigiles a mí. La Terrestre inútil soy yo.

Rodeó a Zoe con un brazo e intentó llevarla de vuelta al pasillo con amabilidad.

Zoe no estaba dispuesta a irse y se zafó de su brazo.

—Voy a ir contigo —anunció—. Quiero ver un forajido.

Parecía muy excitada por la idea.

—Vas a poner en peligro a papá y a mamá —susurré enfadado—. Si te atrapa un forajido, morirán intentando salvarte. —Ahora Zoe parecía asustada y yo me aproveché de ello—. Ve a tu habitación, echa el cerrojo a la puerta y bloquéala.

Mientras las chicas se marchaban, oí un chapoteo en el vestuario.

Bajé con cuidado, con la picana preparada. A pesar de las luces de emergencia del suelo, la habitación estaba a oscuras. Aun así, distinguí una sombra ovalada que flotaba en la piscina lunar. Emití varios chasquidos, con la esperanza de estar equivocado, pero no, mi sónar confirmó lo que ya suponía. Junto a la cosechadora cabeceaba mi nave, con la escotilla abierta. Supe al instante cómo me había encontrado Sombra. Era asquerosamente fácil. No había tenido más que entrar y pulsar el icono que ponía CASA. Me asusté. Sombra estaba dentro de la casa. Los círculos del Specter solo habían sido una distracción para hacer salir a mis padres. Ahora, en algún lugar, entre la oscuridad, Sombra esperaba el momento oportuno para atacar.

Unos golpes resonaron en la ventana que tenía a mi izquierda. Al girar, vi un grupo de atunes que chocaban contra el cristal. Un tiburón martillo se lanzó entre ellos y se llevó uno. ¿Dónde estaban mis padres?

No podía dedicarme a pensar en eso. Sombra estaba cerca y esa certeza borró cualquier otro pensamiento de mi cerebro. Me fui acercando a la zona de equipamiento sin dejar de emitir chasquidos. Allí lo único que había era vehículos. Por supuesto, el sónar no podía decirme si había algo escondido detrás de ellos. Avancé otro paso y apoyé mi pie descalzo en un charco de agua fría. El repentino escalofrío que recorrió mi cuerpo agudizó todos mis sentidos. Mis padres no habían salpicado agua al sumergirse. El charco lo había hecho alguien al salir de la piscina lunar.

Debería estar asustado por saber que Sombra había venido a matarme, pero lo que estaba era furioso; muy, muy furioso.

¿Por qué no había cambiado de arma antes de ir a ver cómo estaban las chicas? Para usar la picana tenía que tocar a mi objetivo con ella, y no tenía intención de ponerme al alcance de las manos de Sombra. Emití más chasquidos, pero no descubrí nada, aparte de máquinas. Bajo la tenue luz verde, las paredes de espuma metálica emitían un brillo fantasmal.

Reuní valor y me moví deprisa hacia la estantería de las armas, pero tropecé con algo. Lo levanté con la punta de la picana para intentar averiguar qué era.

Una chaqueta de piel de tiburón.

Por si todavía me quedaba alguna duda de que Sombra estaba ahí, esto dejaba las cosas claras. Solté la chaqueta como si fuera la camisa de un reptil, enfundé la picana y corrí hacia la estantería de las armas. Una vez allí, mis dedos pasaron por encima de la escopeta de arpones de tamaño normal y se cerraron alrededor del frío acero de la otra, más grande, que pertenecía a mi padre. La saqué con las dos manos. Era larga, pesada y del tamaño de un hombre. Mi padre la tenía para las raras ocasiones en las que un tiburón atravesaba nuestra red de burbujas. No me gustaba la idea de disparar a un hombre con ella, pero no tenía elección. Un arpón pequeño puede que no detuviera a Sombra, a menos que le atravesara el corazón.

Me dirigí hacia el centro de la habitación emitiendo chasquidos otra vez. Presté atención al eco y visualicé mentalmente el vestuario, tan claramente como si todas las luces de la casa estuvieran encendidas. Y ahí estaba el intruso, saliendo de detrás de un submarino, pegado a la pared. Mis ojos no podían verlo, pero en mi mente, la sombra que había al otro lado de la habitación tenía la forma tridimensional de un hombre. Un hombre tan grande y alto que solo podía ser Sombra. Mi sónar era tan potente que incluso sabía que tenía el torso desnudo por la forma en que rebotaban en él los sonidos. La piel del forajido producía un eco más agudo que el de la tela de sus pantalones.

Sombra encendió una linterna pequeña e iluminó el suelo y las paredes para echar un vistazo rápido a la habitación. Me tranquilicé al comprender que yo tenía ventaja. Sombra no podía ver en la oscuridad. Mientras yo permaneciera apartado de la luz de la linterna, y no me acercara a las luces de emergencia, no me descubriría.

Levanté el rifle de arpones, apoyando la culata contra mi hombro. Los brazos me temblaban por el esfuerzo de estabilizar la pesada arma. Emití otra serie de chasquidos y luego utilicé la imagen que se formó en mi mente para apuntar. Iba a ser difícil, porque Sombra se movía con rapidez a lo largo de la pared. Sin embargo, si no me daba prisa, al cabo de un minuto habría llegado a las escaleras y, una vez en el segundo piso, con todas sus habitaciones, sería mucho más difícil encontrarle, y no digamos tener un disparo limpio. Cogí aire, lancé otro chasquido, localicé a mi blanco y apreté el gatillo.

El retroceso del arma me mandó volando hacia atrás mientras expulsaba el arpón. En el mismo instante en que aterricé en el suelo, se oyó el golpe del acero al clavarse, acompañado de un grito estrangulado. El arpón había dado en el blanco. ¿Le había matado? Me estremecí ante la idea.

Al incorporarme, vi que la linterna de Sombra rodaba por el suelo. Cuando utilicé el sónar, me quedé sin respiración ante la imagen que se formó en mi cerebro. Sombra estaba pegado a la pared. Clavado en ella. El arpón sobresalía de su brazo izquierdo, justo por debajo de su hombro. Su respiración se volvió jadeante y dejó de intentar liberarse. Mi sónar no podía decirme por qué había dejado de moverse. ¿Había muerto o solo lo fingía para que me acercara? Giré en redondo y corrí hasta el otro extremo del vestuario, patinando en un charco. Necesitaba saber si Sombra seguía siendo una amenaza. Cogí una linterna de emergencia y desenfundé mi picana.

Dejé la linterna en el borde de la piscina lunar, desde donde iluminaria toda la habitación, me puse frente a la pared a la que Sombra estaba clavado y encendí la linterna. Lo que apareció ante mis ojos me dejó paralizado en el sitio. El cuerpo de Sombra estaba completamente rojo. Incluso sus ojos. ¿Sangre? Intenté dar algún sentido a la espeluznante visión que tenía delante. Estaba demasiado conmocionado para darme cuenta de que Sombra había cogido el arpón con las dos manos hasta que, con un grito de dolor, lo desprendió de la pared que tenía detrás. Luego apoyó las palmas de las manos en el extremo sin punta y empujó para sacarse el arpón por la espalda, sin dejar de gritar.

El sonido del arpón al caer al suelo me devolvió de golpe a la realidad. Sombra estaba libre. Y venía a por mí.

Levanté la picana, pero había perdido mi oportunidad. Corrió hacia mí, pasando del rojo al negro hasta que volvió a hacerse prácticamente invisible. Debería haber apagado la linterna para tener ventaja, pero él estaba casi encima de mí antes de que tuviera la posibilidad de hacerlo.

Giré sobre mí mismo, apuntando la picana hacia el forajido que me acosaba, pero con la piscina lunar a mi espalda no tenía por donde escapar. Sombra me arrebató la picana de las manos y la lanzó hacia la otra punta de la habitación, donde se estrelló contra los armarios de herramientas. Quise sacar el cuchillo, pero él era demasiado rápido. Me arrancó el cuchillo del cinturón y lo tiró a la piscina lunar. Antes de que yo pudiera zambullirme también, cayó sobre mí con tanta fuerza que mi cabeza chocó contra el suelo y un intenso dolor atravesó mi cerebro.

Me obligué a conservar la consciencia. El brillo de la linterna jugaba sobre la piel negra y resbaladiza de Sombra. Mientras yo retrocedía sobre el charco, sus ojos se fueron enrojeciendo hasta que sus pupilas quedaron convertidas en dos rendijas de fuego. Me plantó su pie descalzo en el pecho y me dejó clavado en el suelo.

—¿Dónde está la chica? —gruñó.

Sacudí la cabeza. Antes dejaría que me matara que entregarle a Gemma y a Zoe. Una gota de sangre de Sombra cayó sobre mi mejilla. Al apartar la cara para evitar que la sangre que salía de su herida me cayera encima, un movimiento captó mi atención. Entre las piernas separadas de Sombra vi a Zoe asomada a los barrotes de las escaleras.

Gemma la cogió por el brazo y trató de obligarla a subir. Zoe intentó soltarse, pero Gemma tiró de ella, peldaño a peldaño, poniéndola casi fuera de la vista, hasta que… Zoe le mordió en la muñeca. Con fuerza. Cuando Gemma abrió la mano y la soltó, Zoe echó a correr escaleras abajo. Al oír los ruidos, Sombra se dio la vuelta. Le clavé las uñas en la pierna para intentar liberarme, pero lo único que conseguí fue que me pisara con más fuerza.

Zoe se paró al pie de las escaleras, con su camisón, sus rizos revueltos y un tiburón de juguete en los brazos mientras Gemma desaparecía de la vista en la parte superior de las escaleras.

—¡Apártate de él! —ordenó Zoe con voz temblorosa, pero cargada de amenaza.

Sombra la miró de arriba abajo.

—Un encanto —dijo—, pero no es la que quiero. ¿Dónde está la otra? —Al ver que no contestaba, me pisó con tanta fuerza que el dolor me quitó la respiración—. Busco a la del muelle de atraque.

—¡Basta! —gritó Zoe.

—Dímelo —me advirtió. Sus pupilas se fueron agrandando hasta que sus ojos estuvieron completamente rojos—, o se lo preguntaré a ese ángel de ahí.

—Adelante, pregúntame, cara de idiota.

—¡Zoe! —grazné mientras le hacía señas para que se marchara, pero acabé gritando cuando una de mis costillas se rompió bajo la presión del talón de Sombra.

—¿Dónde está? —preguntó el forajido, escupiendo cada palabra.

—¡Aquí! —Gemma bajó a toda velocidad las escaleras y se puso delante de Zoe, apartándola de la vista de Sombra—. Por favor, no le hagas daño.

Tiró al suelo su cuchillo de jade.

Sombra le hizo señas con un dedo para que se acercara. Cuando me moví con fuerzas renovadas, me miró como si mirara a un insecto y estuviera decidiendo si matarlo o no. Sombra se iba a llevar a Gemma y yo no podía hacer nada para evitarlo… Pero había alguien que sí podía.

—¡Zoe! —jadeé—. ¡Hazlo! —Entre las piernas separadas de Sombra, vi que mi hermana salía de detrás de Gemma—. ¡Ahora! Toca el…

Mis palabras acabaron en un grito cuando el pie de Sombra volvió a apretar y me rompió otra costilla. A pesar del dolor, obligué a mis ojos a permanecer abiertos para ver a Zoe de rodillas junto al charco que se había extendido por el suelo del vestuario. Sumergió un dedo en el agua.

Un segundo después, sentí una oleada de dolor producida por una descarga eléctrica que atacó a todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Sobre mí, Sombra se convulsionó como si le hubiera caído un rayo y luego se quedó rígido. Cuando se desplomó, sentí otra oleada de dolor y todo se volvió negro.