7
Un casco de buzo asomó a la superficie de la piscina lunar mientras yo patinaba por el suelo mojado de la sala.
—¿Qué pasa? —pregunté cuando Hewitt Peavey salió del agua.
Hewitt se dejó caer al suelo y trató de hablar antes de haber limpiado sus pulmones de Liquigen, lo cual era muy mala idea.
—Respira —le advertí mientras soltaba las sujeciones de su casco.
Hewitt tenía doce años, pero el miedo hacía que pareciera más joven. Sus ojos verdosos estaban desorbitados por el terror y el brillo que mostraban habitualmente, que normalmente hacía que su piel morena destellara como el cobre bruñido, estaba ahora apagado.
—Forajidos —tosió.
El miedo me golpeó como un mazazo.
—¿En tu granja?
—Han dejado inconsciente a mi padre. —Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Los forajidos solo atacan a los envíos de suministros —arguyó Zoe mientras se pegaba a mí.
Yo sabía que eso no era verdad, pero en vez de decirlo le entregué el casco.
—Guárdalo —ordené antes de ayudar a Hewitt a levantarse—. Vamos.
—Mi padre estaba en un edificio exterior, hablando conmigo a través de su pantalla, cuando esa cosa blanca apareció sin saber de dónde. Un hombre.
—Sombra —murmuré yo.
—Atacó tan rápido que no me dio tiempo de advertir a mi padre. Luego se apagaron todas las luces de la granja. —Por su forma de hablar, parecía que todavía no se lo creía.
—Pero fue solo un momento, ¿no? —dije—. Luego se pondría en marcha el generador de emergencia.
—No, sigue a oscuras. Mi madre me mandó venir a buscar a tu padre. Ella está cuidando al mío. Cree que solo está inconsciente, no… —No pudo terminar la frase.
¿Toda la granja seguía sin luz? No podía creérmelo. Todas las cosas de las granjas, desde los inyectores de aire que creaban la pared de burbujas hasta los calentadores de agua y los ventiladores, funcionaba por generadores alimentados por agua hirviendo que salía de las chimeneas de roca situadas a kilómetros de distancia, en el lecho marino. Las fumarolas negras no dejaban de expulsar agua caliente porque sí. Sin embargo, ¿qué probabilidad había de que dejaran de funcionar al mismo tiempo los dos generadores de una granja? Tenía que haber sido un sabotaje. Sin electricidad, el ganado de los Peavey se escaparía. Peor aún: su casa se derrumbaría.
—¿Quién es Sombra? —preguntó Gemma detrás de mí.
—El jefe de la banda de los Seablite —contesté.
Y el único miembro de la banda que no oscurecía el cristal de su casco mientras robaba. Según sus víctimas simplemente aparecía de la nada.
—Es albino —añadió Zoe, impaciente por contar los detalles más horripilantes—. Un albino con brillo. Todos los que le han visto dicen que la piel le brilla tanto que te arden los ojos solo con mirarle…
—Zoe, llama a papá y dile que vaya a casa de los Peavey. —Me dirigí a mi taquilla para coger mi casco. Por suerte, no me había quitado el traje de buceo—. Mi padre está en el Intercambiador —le expliqué a Hewitt—. Tardará media hora en llegar.
—¡Pero solo nos quedan dieciséis minutos y treinta y seis segundos! —Su pelo rizado apuntaba en todas direcciones—. Si el agua que rodea la granja, que está a sesenta y un grados, se mezcla con agua helada, la temperatura descenderá en treinta y dos minutos…
Yo no sabía la velocidad a la que podían enfriarse cuarenta hectáreas, pero no iba a ponerme a discutir sobre matemáticas en ese momento. Saqué una botella nueva de Liquigen de uno de los espacios de la pared.
—¿Vas a ir allí? —preguntó Zoe.
—Shurl necesitará ayuda. —Sujeté la botella al traje de buceo, a la altura del corazón e inserté el tubo que lo unía a la boquilla del casco.
—No puedes hacer nada —protestó ella—. No eres papá.
—Tú limítate a llamarle.
—Va a decir que no vayas.
Tenía razón.
—Llama primero a Doc —rectifiqué—. Dile que Lars está herido y que debería venir. Estamos más cerca de la enfermería. Y pásame una picana.
Hewitt miró a Gemma con nostalgia.
—Hueles como los Terrestres.
Ella se volvió hacia mí con la cara roja.
—Llamar a alguien Terrestre es insultarle, ¿verdad?
—Cuando lo dice Hewitt no —contesté mientras juntaba las costuras de mi traje de buceo. Inmediatamente, la tela se fusionó en un cierre invisible.
Desplomado en el suelo, Hewitt apoyó la barbilla en las manos.
—Ahí arriba los edificios no se desinflan.
—Voy con vosotros —Gemma cogió sus guantes y su casco.
—No puedes —dije, al tiempo que Zoe me lanzaba una picana. Me habría llevado el rifle de arpones más grande que teníamos, pero pesaba demasiado—. Es posible que los forajidos estén allí.
—Están allí —aseguró Hewitt.
Gemma se abrió el traje de buceo y se enganchó una botella de Liquigen.
—Los forajidos no me asustan.
—Pues deberían —dijo Zoe mientras presionaba los símbolos del videoteléfono—. Te desuellan viva, te arrancan los ojos y te hacen bailar.
—¿Dónde has oído eso? —pregunté.
—En ningún sitio. Me lo he inventado —confesó—. Pero podría ser verdad.
—Ty, puede que sufra el síndrome de descompresión —dijo Hewitt, señalando a Gemma con la cabeza.
—Que sea una Terrestre no significa que sea una inútil —replicó ella mientras se ponía delante de mí—. Vais a necesitar ayuda.
«Sí. Muchísima», pensé. Miré a Hewitt, que estaba hecho un ovillo en el suelo, y el miedo se apoderó de mí. No tenía ni idea de donde me estaba metiendo. Quizá nos viniera bien la ayuda de Gemma.
—Vale —cedí, al tiempo que ponía un pie en el borde de la piscina lunar—. Nos llevaremos la cosechadora.
—Doc dice que no vayas —chilló Zoe desde la otra punta de la habitación.
—Ty, espera a que llegue tu padre —gritó Doc desde la pantalla.
Aseguré el casco para no oírle.
—Sólo dispones de cincuenta minutos —avisó Hewitt.
Gemma se reunió conmigo al borde de la piscina lunar.
—¿Qué pasará dentro de cincuenta minutos?
—Todos morirán —contesté.
Sin añadir nada más, aspiré una fría bocanada de Liquigen y me tiré al agua.