6

Gemma se puso fuera del alcance del pez remo mientras yo saltaba por encima de sus anillos y corría hacia la rejilla donde estaban las armas. Clavarle un arpón al animal mientras se retorcía iba a ser casi imposible, de modo que me decidí por la picana eléctrica. Le quité el seguro al tiempo que giraba sobre mí mismo, pero antes de que me diera tiempo a acercar el extremo electrificado al pez, Zoe me dio un empujón.

—¡No le hagas daño!

Intenté esquivarla por la izquierda y ella hizo lo mismo. Cuando se interpuso entre el pez remo y yo por tercera vez, casi rozando la punta de la picana, perdí la paciencia.

—Zoe, quítate de en medio.

La aparté a un lado, pero en vez de resistirse, se dejó caer al suelo y se enroscó en mi pierna.

Por más que lo intenté, no conseguí quitármela de encima. Me tenía anclado, como un peso muerto, mientras gritaba:

—Lo he capturado yo. Es mío.

Mientras tanto, Gemma iba saltando de banco en banco por la habitación, intentando adelantarse al inquieto pez y a sus dentelladas.

—¡Gemma! —Le tiré la picana, esperando que fuera lo bastante lista como para no tocar la parte electrificada.

La atrapó con las dos manos.

—¿Por qué extremo?

Sin esperar respuesta, pinchó al pez remo como si pretendiera matarlo a golpes, solo que no dio en el blanco porque la bestia no dejaba de retorcerse. Al menos había acertado al elegir con cual extremo atacar.

Zoe se levantó del suelo.

—¡Basta!

Cuando se disponía a cruzar la habitación corriendo, la cogí por la cintura y la levanté del suelo. Se revolvió incluso más que el pez remo, el cual por fin había encontrado el camino hacia la piscina lunar.

—¡No! —gritó Zoe mientras la criatura se iba desenroscando a medida que se sumergía en el agua.

Me dio una fuerte patada en la espinilla, se libró de mi agarre y se deslizó tras el pez, pero antes de que pudiera sujetarlo por la cola, el animal despareció, dejando tan solo una ondulación en la superficie de la piscina lunar.

Zoe emitió un gemido de desesperación y corrió hacia la ventana para ver a la serpiente sobre el campo de algas. Luego se volvió hacia mí.

—Me voy a chivar a papá de que me has empujado y agarrado.

—Díselo —repliqué, agotado por la tensión—. Pero asegúrate de decirle también por qué lo he hecho.

Me dirigí hacia Gemma, que ahora estaba armada por partida doble, con su cuchillo verde y la picana.

—¿Os pasan cosas como ésta todos los días? —preguntó mientras me entregaba el arma.

—Bastante a menudo —admití observando su cuchillo.

Ella lo mantuvo en alto.

—Me lo envió mi hermano.

—¿Lo encontró en el fondo del mar?

—Sí —dijo ella, con excitación, mientras me lo ofrecía—. Es antiguo. Maya.

Asentí, aunque no me sorprendía.

—Los corrimientos de tierras que sumergieron la antigua Costa Este también desenterraron muchas cosas. —Le devolví el cuchillo—. Es muy valioso.

—Richard me escribió que había sido tallado a partir de un único trozo de jade y que se usaba solo para…

—Ya lo sabe —interrumpió Zoe.

Gemma nos miró con sorpresa, primero a ella y luego a mí.

—Para sacrificios humanos —terminé yo, antes de mirar a Zoe con enfado—. Interrumpir a los demás es de mala educación.

Como de costumbre, pasó de mí.

—Espera a ver la habitación de Ty —le dijo a Gemma.

—Ella no quiere ver…

—¡Sí que quiero! —me cortó Gemma—. Ya lo sé: interrumpir es de mala educación. ¡Pero es que quiero verlo todo!

Zoe sonrió con expresión victoriosa.

—Sígueme.

—Tú no te vas hasta que hayas recogido todos los peces —dije yo, pero ella subió corriendo las escaleras que recorrían la pared circular exterior—. Sabes que cuando papá y mamá no están, quien manda soy yo —grité, mientras ella desaparecía. Rechiné los dientes y cogí un puñado de peces—. Ve —le dije a Gemma—. Yo subiré enseguida.

Ella se mantuvo indecisa, con los ojos clavados en los peces que se agitaban en el suelo.

Quizá estuviera pensando que era una crueldad dejarlos fuera del agua.

—Van a morir de todas formas. —Eché un jurel en la cesta—. Zoe se los da de comer a sus mascotas.

Cuando Gemma levantó la vista, su expresión no era de asco sino de desconcierto.

—No tienen ninguna marca. ¿Cómo ha conseguido atraparlos Zoe si ni siquiera tenía una red?

Me arrodillé para coger más peces, para evitar su mirada.

—Pone trampas.

—¿Ha cogido a un pez remo con una trampa? —preguntó Gemma con escepticismo—. ¿Cómo se dejó atrapar?

No podía responder a eso. Por suerte, Zoe apareció en las escaleras.

—Gemma, ¿no quieres ver la habitación de Ty? Tiene tres cuchillos de jade iguales al tuyo.

Fruncí el ceño. La única manera de que Zoe pudiera saber eso era que hubiera entrado a cotillear en mi dormitorio otras veces.

Gemma me miró con curiosidad y luego siguió a Zoe hasta el piso superior.

Tardé un rato en recoger el pescado, pero cuando por fin llegué al segundo piso, vi que las chicas todavía no habían entrado en mi habitación. Gemma debía de haber estado preguntando sobre todo lo que veía. Ahora estaba examinando el fregadero de la cocina, que tenía tres grifos.

—Caliente, fría y salada —explicó Zoe con impaciencia—. Vamos.

—¿Para qué necesitáis agua salada aquí dentro? —preguntó Gemma.

—Conserva la comida fresca —contesté poniéndome detrás de ellas.

Señalé con el dedo los tanques de peces y calamares vivos colocados a lo largo de las paredes. Gemma asintió con la cabeza, pero no dijo nada. Sin embargo, cuando Zoe abrió la puerta de mi habitación (algo que no le habría permitido hacer ningún otro día), su voz sonó asombrada.

—¡Alquitrán caliente! —susurró—. ¿Todo esto es tuyo?

Ahora que estaba en mi dormitorio deseé poder sacarla de allí. Las paredes estaban cubiertas de estantes cargados de tesoros que había sacado del fondo del mar. Había dagas y anillos; hachas y cálices; instrumentos náuticos e incluso un brillante casco de cobre, de buzo. Collares y amuletos colgaban de los postes de mi cama, mientras que primitivas deidades de piedra flanqueaban la ancha ventana. De repente, mi hobby parecía avaricia y obsesión.

—Ty ha recogido todo esto con sus propias manos. —Zoe giró sobre sí misma con los brazos extendidos.

—No son mías —dije en respuesta a la pregunta de Gemma—. Nadie puede adueñarse de estas cosas. Yo solo las restauro y luego las mando a los museos.

—Desearía que las chicas de la pensión pudieran ver esto. —Gemma se detuvo junto a un estante sobre el que había una docena de coronas y me miró—. ¿Puedo tocar una?

—Elige la que quieras —contesté.

Escogió una corona de oro con rubíes incrustados. Española, hacia 1400, catalogó de manera automática mi cerebro.

Zoe dejó de dar vueltas.

—¿Qué es una pensión?

—Es el sitio donde los padres mandan a sus hijos en cuanto cumplen los seis años. Bueno, si la familia se lo puede permitir. Mi estancia la paga la Comunidad.

—¿La gente manda lejos a sus hijos? —preguntó Zoe.

Fue una de las pocas veces que vi horrorizarse a mi hermana.

—Los padres van a verlos los fines de semana y los días de fiesta. —Al levantar la mirada de la corona, Gemma descubrió la expresión compasiva de Zoe—. Lo hace todo el mundo. —Se puso la corona en la cabeza—. Las pensiones no están mal, en serio. En la que yo estoy ahora hay un gimnasio y una biblioteca. —Se volvió hacia mí—. ¿Tienes un espejo?

Toqué el regulador de luz que había junto a la puerta y señalé hacia la ventana con la cabeza. El cristal se fue oscureciendo hasta reflejar la habitación.

—Alucinante. —Su sonrisa se hizo más ancha—. Es increíble.

—Lo controla el ordenador de la casa.

—No me refería a la ventana, sino a la corona. —Le sonrió a su imagen en el espejo—. Hace que parezca especial.

El estómago me dio un vuelco. ¿Por qué iba a querer nadie parecer especial? Esa no era más que una forma educada de decir «diferente», lo cual solo era ligeramente mejor a que te llamaran bicho raro a las claras.

—¿Tú no quieres vivir con tu familia? —preguntó Zoe.

La fulminé con la mirada para que se callara.

—La única familia que tengo es mi hermano —contestó Gemma—, y quiero vivir con él. —Sacó un papel doblado de la bolsa de su cinturón—. ¿Ves esto? Es un formulario de emancipación. Una vez que Richard lo haya firmado, seré responsable de mi propia vida. Nadie podrá decirme lo que tengo que hacer ni a donde tengo que ir.

—Necesito uno de esos —bromeé.

Ella recorrió con el dedo la línea de la firma.

—Por eso tengo que encontrarlo.

—Pon ahí su nombre y ya está —sugirió Zoe—. Nadie se va a enterar.

—La señora Spinner sí —Gemma volvió a guardar el impreso—. Tiene su firma archivada.

—¿Él también estuvo bajo la tutela de la Comunidad? —pregunté.

—Hasta que cumplió los dieciocho. —Se quitó la corona—. ¿Puedes volver a convertir eso en ventana?

Giré el regulador en dirección contraria. Gemma contuvo la respiración cuando el espejo se aclaró. Algo largo y oscuro se precipitaba hacia nosotros. Se estrelló contra el plexiglás, la casa se sacudió y nosotros caímos al suelo.

Nada más ponerme de pie, me pegué a la ventana e intenté ver dónde había ido a parar lo que nos había golpeado. Zoe me apartó de un codazo para asomarse también.

—¿Qué ha sido eso?

—Hewitt.

Di media vuelta y le ofrecí a Gemma una mano.

Ella se levantó sin mi ayuda.

—¿Qué es un Hewitt?

—Nuestro vecino.

—¿Por qué ha golpeado la casa? —gritó Zoe a mi espalda, mientras yo salía corriendo del dormitorio—. Ha sido una estupidez.

Fuera cual fuera la razón, sabía que no podía ser nada bueno.