23
Desperté con un regusto a quemado en la boca y un dolor de muelas terrible. Alguien estaba llorando cerca de mí. Debía de ser Zoe. No necesitaba verla para saber que se estaba meciendo sobre los pies, con la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta de par en par. Nadie en el mundo era capaz de aullar como ella. Debía de haberse muerto una de sus mascotas. Abrí los ojos para decirle que la ayudaría a cazar a otro monstruo si dejaba de hacer ese ruido tan horrible.
Parpadeé para protegerme de la intensa luz y los aullidos de Zoe se detuvieron de repente. Cerré los ojos y decidí utilizar mi sónar en vez de la vista, pero cuando me moví para emitir los chasquidos, sentí un dolor ardiente en el costado. Con un gemido, entorné los ojos para mirar a Zoe, que me devolvió la mirada llena de asombro. Luego mi cama se inclinó hacia delante y ella despareció de mi vista.
No, no era una cama, sino una camilla, comprendí cuando mi cabeza empezó a despejarse.
—Ahora tenéis que salir de la habitación —dijo una voz. La de Doc.
Algo me rodeaba tan fuerte el pecho que cada respiración era un suplicio. Eché la cabeza hacia atrás y vi que me estaban introduciendo en algo que parecía un cilindro metálico.
—Estás consciente —dijo Doc—. No te muevas; esto no te va a doler nada.
Cuando el cilindro se acercó, unas luces extrañas parpadearon en su interior. El pánico se apoderó de mí mientras los recuerdos invadían mi mente como fantasmas. Me estaban metiendo en un aparato de resonancia magnética. Me revolví y las costillas me ardieron.
—Ty, no te muevas —ordenó Doc.
Al incorporar la cabeza vi que tenía los labios apretados con decisión. Me tiré de la camilla y me sujeté al borde por si las piernas no me sostenían, pero lo hicieron. Corrí hacia la puerta sin llevar encima nada más que una bata de hospital.
—¡Vuelve! —gritó el médico, detrás de mí.
Empujé la puerta batiente y salí a la enfermería donde encontré a mi familia reunida junto a una hilera de camas. Gemma también estaba allí. Cuando mis padres me vieron, se acercaron corriendo. El primero en llegar fue mi padre, que me tumbó en una de las camas antes de que me desplomara.
Doc entró empujando la puerta con los ojos clavados en mí.
—¿Te has vuelto loco? —preguntó—. Ha salido corriendo como si fuera a matarle —les dijo a mis padres.
—Dale un minuto, Doc —pidió mi padre, a la vez me daba un apretón en el cuello para tranquilizarme.
Mi madre se sentó en la cama de al lado. Me cogió una mano con dedos temblorosos y se frotó la cara con mis nudillos. En el otro lado de la habitación, Gemma movía hacia delante y hacia atrás el carro de reanimación de la enfermería, como si estuviera meciendo una cuna.
—¿Quién sabe cuánta electricidad ha soportado? —dijo Doc—. Necesito comprobar su cerebro por si ha sufrido algún daño y…
—¡No! —grité.
Un movimiento a los pies de la cama captó mi atención. Era Zoe, todavía en camisón, que apretaba su tiburón de juguete como si su vida dependiera de ello.
—Por favor, no te mueras —murmuró.
—No me voy a morir —me burlé.
—No quería hacerte daño. —Sus sollozos hacían que fuera difícil entender lo que decía.
Los sucesos de la noche aparecieron de repente en mi cabeza. Mi miedo, el dolor intenso cuando se me rompieron las costillas… y Sombra. Sobre todo, Sombra. Encima de mí y aterrador; con ojos brillantes como brasas.
—Sombra —jadeé sacando las piernas de la cama.
Mi madre me apretó la mano y me sujetó.
—Está encerrado —me tranquilizó mi padre—. Grimes se lo va a llevar a la costa dentro de una hora y nunca volveremos a verle.
Mis ojos volaron hacia Gemma, que parecía tan afectada como yo. ¿Qué les había contado?
—¿Qué es esto? —preguntó mi madre, alarmada, mientras me tocaba el brazo.
Al mirar, vi una extraña señal en forma de pluma que empezaba en la cara interna del codo y me subía por el bíceps. Parecía como si alguien hubiera dibujado mis venas con tinta púrpura.
—Una figura de Lichtenberg —contestó Doc—. Grimes dice que Sombra tiene una exactamente igual.
Cuando recorrió con el dedo las ramificaciones, me encogí de dolor.
—Aparecen en la gente que ha sido alcanzada por un rayo —explicó Doc—, pero puede producirlas cualquier tipo de descarga eléctrica. —Miró a Zoe.
Ella se removió y abrió la boca para hablar, pero yo me adelanté.
—Fuiste muy lista al meter la picana en el charco, renacuajo. Verdaderamente inteligente.
En el otro extremo de la habitación, Gemma dejó de mover el carro y frunció el ceño.
—Sí —murmuró mi hermana secándose las lágrimas con la mano—. Eso es lo que hice.
—Antes has dicho que no te acordabas de lo que habías hecho —corrigió Doc.
—Estaba asustada —le interrumpí con los ojos clavados en Zoe—. Cogió la picana del suelo. Lo más probable es que no se diera cuenta de lo que estaba haciendo.
Zoe asintió, con los labios apretados.
—Yo le dije que la metiera en el charco —añadí.
El médico se puso delante de Gemma.
—¿Tú viste lo que pasó?
—¿Hay algún problema, Doc? —preguntó mi padre.
—Dentro de cuarenta y ocho horas me iré de aquí para siempre. —La mirada de Doc se posó en mí—. Si te pasa algo, esta es tu oportunidad para averiguarlo; después estarás solo.
Me tensé de rabia.
—A mí no me pasa nada —afirmé.
¡Cómo si fuera a confiar en él, después de saber que nos había mentido a propósito para que creyéramos que Seablite era una prisión!
—Vamos a darle a Ty un poco de tiempo y ya veremos cómo evoluciona —sugirió mi padre.
—¡Es un niño! —Doc se volvió hacia él—. No sabe lo que le conviene. ¿Es que no tienes ninguna autoridad sobre él?
—Alguna —contestó mi padre con ironía.
—Es una negligencia no hacer que le examinen. Pura negligencia —dicho esto, Doc salió muy ofendido de la habitación.
—Ahora que Sombra ha sido arrestado —dijo mi madre rápidamente para llenar el silencio—, todo el mundo cree que el resto de la banda desaparecerá. Creo que te gustará saber que nos estamos replanteando lo de irnos a vivir Arriba. —Sonrió y me entregó un montón de ropa doblada—. Puede incluso que la Comunidad ofrezca una recompensa por su captura.
Miré a mi padre, que me devolvió la mirada con una sonrisa. Eso fue suficiente para que las costillas dejaran de dolerme durante un momento.
En cuanto salieron de la habitación, me apresuré a ponerme unos pantalones ajustables a la cintura. Al quitarme la bata de papel me fijé en la marca en forma de pluma. Me dejé caer en la cama mientras me enfrentaba al hecho de que esa señal era la segunda cosa que Sombra y yo teníamos en común. Después de lo que había presenciado no había forma de negarlo: Sombra tenía un Don Oscuro.
Las felicitaciones y los aplausos estallaron en cuanto abrí la puerta del comedor. Jibby, Raj y los Peavey alzaron sus jarras.
—¡Por Ty!
Jibby me puso una copa en las manos.
—Estamos celebrando la captura de Sombra.
—¿Qué hora es?
—Medianoche —contestó Shurl sonriéndome.
Gemma se acercó a mí.
—Tenemos que hablar —susurró.
Me llevó hasta una mesa vacía.
Bien, ahora podríamos ponernos de acuerdo sobre lo que íbamos a contar.
—Tienes que decirles que los Dones Oscuros existen —dijo en cuando estuvimos sentados encima de la mesa.
—¿Qué? ¡Ni hablar!
—La gente tiene que saber que Sombra tiene la facultad de camuflarse.
—¿Por qué? Por mucho que cambie el color de su piel no puede escaparse de una cárcel.
—Para Zoe y Hewitt eres un ejemplo —me regañó—. Probablemente lo seas también para otros niños. Se fijan en ti porque eres mayor, ¿y qué les estás diciendo? Que se avergüencen de sí mismos.
Miré a Zoe, que parecía más pequeña que de costumbre, acurrucada en el regazo de mi madre y abrazando su tiburón de juguete. Aparté la mirada y pasé de la sensación de culpabilidad que se estaba apoderando de mí.
—Me pone malo que la gente me observe. Los colonos estarán pendientes de si estoy sano, porque si lo estoy pensarán que no tienen que preocuparse por sus hijos. Los Terrestres estarán pendientes de si me afecta la presión del agua. No quiero convertirme en un espécimen; quiero ser normal.
—Pero no lo eres —dijo Gemma—. Eres diferente. Especial. Eso tienes que admitirlo. Y para que lo sepas, no es normal querer ser normal. La gente normal quiere ser especial.
—¿Así? Aquí abajo quien es especial eres tú. Tanto que un forajido ha querido raptarte. Pero, para que lo sepas, lo contrario a «normal» no es «especial». Es «anormal». Y no voy a admitir eso delante de nadie. Jamás. Lo único que conseguiría sería un viaje solo de ida Arriba y más exploraciones médicas. No, gracias.
—Te necesito, chico —dijo una voz detrás de nosotros. Al darme la vuelta vi a Grimes. Le sonrió a Gemma—. ¿Creías que me habías engañado? No llevo aquí tanto tiempo como para no reconocer a una mujer cuando la veo. Tanto si es joven como si no.
Me interpuse entre ellos.
—Creo que va usted a llevar a Sombra a la costa.
—Eso es. Pero antes… —Me dio una palmada en la espalda—. Quiero que le identifiques como el delincuente que estuvo a punto de matarte.
—Yo también estuve allí —Gemma saltó de la mesa—. Y estuve consciente todo el tiempo. ¿Mi identificación no tiene valor?
—Por supuesto —contestó el policía encogiéndose de hombros—. Vamos a echarle un buen vistazo.