17
Todavía conmocionado por mi encuentro con Sombra, dirigí el mini submarino a toda velocidad hacia la superficie y atravesé las olas. ¿Por qué había dejado que me fuera? ¿Por qué no me había matado?
No había sido por piedad.
No, había sido por otra razón. Aunque no estaba seguro de cuál.
Cuando las gotas se asentaron alrededor del mini submarino en forma de huevo que pilotaba, vi a Gemma en el muelle, con una bolsa de lona grande en el suelo, junto a sus pies. De espaldas a mí, se quitó rápidamente los sucios pantalones anchos y los lanzó a través de una puerta abierta al interior de la sala de visitantes.
Conduje hasta una rampa vacía que había varios postes de atraque más allá y abrí la escotilla. A pesar de que solo era media tarde, el cielo era tan oscuro como el del anochecer, lo que para mí era perfecto. Levanté la cara hacia las nubes grises y di la bienvenida a la sensación de la lluvia sobre mi piel. El agua me despejaba la mente. Incluso desapareció la palpitación que sentía en la zona del cuello por donde me había agarrado Sombra.
Los fines de semana no había mercado de pescado, de modo que el Muelle de Superficie estaba casi desierto; exactamente como a mí me gustaba. Solo una pareja de pescadores se abría paso a través del aguacero.
Mientras permanecía en el asiento, un escalofrío recorrió mi cuerpo: y no por el aire, sino que fue una sensación de alarma. ¿Por qué? Revisé el Muelle de Superficie. Algo no estaba bien, pero no sabía exactamente qué.
—¡Gemma! —grité—. Aquí…
El resto de la frase se quedó atascado en mi garganta cuando un movimiento atrajo mi atención. En el paseo, una forma oscura se deslizaba contra el telón de fondo del cielo gris. El perfil era humano, pero la figura carecía de rasgos. Una sombra, aunque no había ni sol ni un hombre cerca para proyectarla.
—¡Ty!
Gemma me saludó con la mano, ajena al parche de oscuridad que se iba agrandando según se acercaba a la barandilla situada sobre ella. Recogió su bolsa de lona y echó a correr por el muelle en mi dirección. La sombra dejó de moverse. Cuando levantó la cabeza para verla marchar, contuve la respiración. Donde deberían haber estado los ojos, refulgían dos brasas gemelas… que después se extinguieron y la sombra desapareció.
—¿De verdad vas a decirles a los otros colonos que Sombra no es albino? —preguntó Gemma cuando se lo conté todo.
Habían pasado quince minutos desde que la extraña sombra se había esfumado. El mini submarino descendía hacia el azul oscuro de las profundidades a través del agua.
—En cuanto lleguemos a casa.
—¡Pero Sombra ha dicho que te matará!
—Me da igual lo que dijera. Yo no obedezco órdenes de forajidos, ni guardo sus secretos.
Nivelé la nave a una profundidad de veinte metros, donde solo los rayos más intensos del sol penetraban en el agua, pero en esa cota no era probable que encontráramos submarinistas ni redes de pesca.
—¿Y qué pasa si va a por ti?
—Espero que lo haga. Aquí abajo hay más de doscientas granjas. Si Sombra las registra una a una para encontrarme, alguien se verá obligado a dispararle un arpón.
—Quizá espere a que vuelvas a aparecer por el Intercambiador.
Me dio un vuelco el estómago ante tal idea.
—Puede. Pero si los colonos saben que no es albino, es posible que podamos cogerle. Con Sombra en la cárcel, Benthic tendría una oportunidad.
—Quieres decir que tus padres se quedarían y tú podrías reclamar tierras dentro de tres años.
—Dos y medio. Sí, esa es mi esperanza —admití.
—Bueno, yo espero que se lo coma una ballena asesina.
—Las orcas no comen personas. —Cogiendo el timón con una mano, abrí con la otra la bolsa de mi cinturón—. Todavía tengo la foto de tu hermano.
Mientras se la entregaba, me di cuenta de que la impresión que tenía del chico delgado y pecoso había cambiado. El día anterior solo me había fijado en que su hermano y ella tenían el mismo pelo rojizo y los mismos ojos azules. En ese momento vi el brillo en los ojos de Richard y que esa sonrisa era sincera y cariñosa. Por supuesto, ahora sabía que había puesto en peligro su libertad para asegurarse de que su hermanita no se sintiera abandonada.
—Sería más fácil si tuviera un aspecto menos corriente —dijo Gemma, cogiendo la foto—. Como tú.
Sus palabras tuvieron el efecto de un golpe bajo.
—Yo no tengo un aspecto fuera de lo normal.
Ella sonrió.
—Si no fuera por el brillo de mi piel, sería completamente normal. —Sabía que parecía como si estuviera a la defensiva, pero no podía evitarlo. Gemma se rio por lo bajo y yo enrojecí—. ¿Te estás riendo de mí?
—Sí —contestó—. ¿Crees que aquellas mujeres de ayer querían tocarte solo por tu piel?
—Nunca habían visto brillar a nadie. Pasa continuamente.
¿Por qué se empeñaba en hablar de cosas que yo ya había olvidado?
—Eres idiota —afirmó, conteniendo a duras penas la risa—. Si estuviéramos en tierra firme, las chicas me romperían un brazo para poder ponerse a tu lado.
—Si pretendes decir que les gustaría, te equivocas. Las chicas de tierra firme vienen al Intercambiador. No sucede muy a menudo, pero si paso por allí cuando están ellas, ¿sabes lo que pasa? Dejan de hacer lo que estaban haciendo y se quedan mirándome.
—Estoy segura.
—No me miran en el sentido que tú piensas. Es como si yo formara parte de un espectáculo flotante. —Igual que me estaba mirando ella en ese momento.
—¿Sabes qué? Que tienes razón —dijo pasado un momento—. Si no fuera por tu brillo serías igual que todo el mundo. —Una sonrisa curvó sus labios—. Y si las chicas te miran, no les hagas ni caso.
Yo me relajé.
—No soy tan susceptible.
—No, en serio, ignóralas por completo.
Gemma estaba muy contenta por algo, pero vete a saber por qué. Sus palabras eran confusas, como el limo enturbiando el agua.
Volvió a mirar la foto, cerró un puño y presionó la imagen contra su pecho.
—¿Qué significa eso?
—Algo que solíamos hacer a través del patio interior de la pensión —contestó—. Richard se quedaba junto a la ventana del dormitorio de los chicos y me esperaba. —Alzó el puño—. Esto significaba «Sé fuerte», y esto —se llevó el puño al corazón—, que me quería.
Volví a mirar el panel de control y a comprobar nuestra posición para no tener que hablar, por si se me quebraba la voz. No era de extrañar que para ella fuera tan importante ser fuerte. ¿A Zoe le importaba tanto lo que pensara de ella? Lo dudaba mucho; pero, claro, yo no era su único pariente vivo.
—¿Qué estás mirando? —preguntó Gemma.
—Todo lo que hay a nuestro alrededor y por encima —contesté, encantado de cambiar de tema. Pasé el dedo por el gráfico ondulante del suelo marino y luego me incorporé al darme cuenta de algo—. ¿Sabes una cosa? Estamos cerca del edificio que Doc dijo que era la prisión Seablite.
—¿En serio? Vamos… ¿Qué es eso? —Se inclinó sobre mí para poner un dedo en una esquina de la pantalla.
La tela metálica de mi traje de buceo evitó que notara el calor de su brazo extendido sobre mi pecho, pero me lo imaginé.
—Ahí está —dijo, señalando la ventana.
Seguí su gesto con la mirada y vi algo grande y oscuro a la derecha. De repente, lo que fuera aquello se echó hacia atrás. Maldije en silencio. Me había dejado distraer tanto por ella que no había prestado atención al monitor. Dirigí el mini submarino hacia arriba y una silueta apareció en la pantalla del sónar. Se me secó la boca.
—¿Es una ballena? —preguntó Gemma, apoyándose en mí para ver mejor el monitor.
La mole volvió a desaparecer de la pantalla con la misma rapidez con la que había aparecido. Levanté la vista para mirar a través del techo de cristal de la cabina.
—Las ballenas no evitan las lecturas del sónar.
Intenté conservar la calma.
—¿Crees que eso ha desaparecido de nuestra pantalla a propósito?
—Sí.
Necesitaba un plan; y rápido. Aunque enviara una señal de socorro, nadie podría llegar a tiempo.
—¿Es un submarino?
Sólo existía un submarino con esa forma. Cogí aire.
—Es el Specter. Sombra debe de habernos seguido desde el Intercambiador.
—¡Acelera!
—No podemos ir más rápido…
El golpe de un centenar de piedras al chocar contra el techo interrumpió mis palabras.
—¿Qué ha sido eso?
—Una red.
Señalé con la cabeza hacia el cristal panorámico, que estaba cubierto de una malla de titanio. Imposible atravesarla. Empujé la palanca del timón para que la nave cayera en picado, en un intento por pasar bajo la red. Pero la trampa ya se había cerrado. Nos habían atrapado como a un fletán y lo único que tenían que hacer era recoger la captura.
Al mirar a través de la escotilla, vi al Specter suspendido sobre nosotros en el agua azul. Un círculo de luz apareció en la parte inferior del submarino de los forajidos cuando se abrió la cubierta de babor. Una gruesa cortina de plástico con una X recortada en el centro protegía la entrada. Los forajidos recogerían su captura situando nuestra nave justo debajo de la entrada hasta que la escotilla pasara por el centro del corte. Aseguré el cierre de la escotilla, aunque sabía que eso solo los entretendría un poco, pero no evitaría que abrieran la cabina como si fuera una almeja.
—Pero Sombra dijo que te iba a dar una oportunidad —dijo Gemma.
Luché con el mando para poner el submarino marcha atrás. El motor respondió con un chirrido.
—Mintió —dije—. ¿Te lo puedes creer?
—No hace falta que te pongas sarcástico.
—Lo siento. No estoy acostumbrado a que me cace un forajido.
El Specter se lanzó hacia delante, arrastrándonos consigo. Aporreé el panel de control. Nuestro motor no tenía nada que hacer frente al del Specter. Me di por vencido y lo apagué. El mini submarino saltó hacia arriba de inmediato.
—De ninguna manera voy a permitir que Sombra nos capture.
—Ty, ya nos está capturando.
—No, está cogiendo el submarino. —Puse en marcha un pulso de baja frecuencia que me permitiría encontrar la nave más tarde—. Pero nosotros no vamos a estar dentro. Vamos a saltar.
Ella se quedo boquiabierta.
—A este ritmo, para cuando consigan tenerlo en posición y rompan la escotilla, habrán recorrido un kilómetro y medio. Sombra no va a saber por dónde empezar a buscarnos.
—¡Ahí fuera puede haber tiburones!
—¿Prefieres que te secuestren los forajidos? —Le puse un casco en las manos.
—¿Es eso o que me coman viva? Mmm, difícil elección.
—¿Quién está siendo sarcástica ahora?
Me miró como si fuera culpa mía que estuviéramos atrapados en una red. Estuve a punto de señalarle que era ella la que se había empeñado en ir al Saloon.
—Nadaremos hasta la casa de los Peavey.
—No pienso salir de este submarino.
—Allí hay muchos colonos.
—No sé nadar.
Yo me quede mudo de la sorpresa.
—¿Has venido al fondo del mar y no sabes nadar?
—No lo conviertas en un drama.
—Vale, escucha —dije, intentando que el tono de mi voz sonara tranquilizador—. No hace falta que sepas nadar. Vamos a caer. ¿Caer sí que sabes, no?
—A los tiburones nos les importa si nadas o…
—Si aparece alguno sacaré mi picana. Te lo prometo. Tenemos que irnos; ya.
Ella no se movió.
—Ni hablar. A esta profundidad es imposible ver un tiburón hasta que ya te ha arrancado la cabeza.
—Si un depredador viene hacia nosotros, lo sabré.
—¿Cómo?
No tenía más remedio. Tenía que decírselo. Tenía que confiar en ella.
—Tengo un Don Oscuro —confesé sin mirarla. Me concentré en ponerme el casco y sujetarlo en su sitio.
«Tengo un Don Oscuro». ¿De verdad había dicho eso en voz alta?
—Dijiste que no existían —me acusó ella.
—Mentí. A veces no soy «tan bueno». Ponte el casco.