XXXVIII
La llegada a Londres

Siguiendo el consejo que les había dado la familia B..., se hicieron conducir a London Bridge. En el London Bridge and Family Hotel, se hallaban cerca de la estación del ferrocarril de Brighton, que debía conducirles de vuelta a Francia. Les dieron una gran habitación oscura, con dos amplias camas con cortinas blancas; conducía a ella una de esas imposibles escaleras. Mientras procedía a los importantes menesteres del aseo, Jacques dijo:

—Hasta la fecha, las guías Richard y demás se han ingeniado en combinar itinerarios que permitan visitar Londres en poco tiempo; los más audaces exigen por lo menos cinco días. Nosotros sólo tenemos dos a nuestra disposición; ¡veremos, pues, Londres en dos días!

—No perdamos tiempo, y corramos primero a Correos para recoger las cartas que nos hayan podido enviar.

Jacques poseía un plano de la ciudad; lo consultó atentamente, y la excursión comenzó.

El puente de Londres, que tenían que volver a cruzar, tiene a esa hora una animación prodigiosa; cuatro filas de coches de todo tipo y de variados destinos: ómnibus, cabs, cupés, simones, carromatos, camiones, volquetes, carretas, atestan la calzada; los caballos parecen magníficos bajo sus relucientes arneses; las aceras están cubiertas de una muchedumbre apresurada, agitada, silenciosa, y resulta totalmente inútil intentar cruzar de una acera a otra; durante varias horas, ello es imposible; London Bridge es el último puente tendido sobre el Támesis antes de su desembocadura; los navios se detienen ahí, y sólo remontan el río los vapores y las grandes chalanas; es fácilmente comprensible que la muchedumbre sea enorme en un puente que une la City a la parte meridional de la ciudad; Jacques miraba estupefacto la afluencia de coches en la que, sin embargo, no entraba más que una pequeña parte de los tres mil ómnibus y cuatro mil cabs de la ciudad.

A la derecha, el río desaparecía bajo los barcos de vapor con destino al país entero, que no fondean en los atracaderos; hacia la izquierda lo surcaban pequeños barcos de vapor, los watermen, que realizan el servicio del Támesis; cuarenta o cincuenta circulaban a la vez, sin chocar, sin estorbarse en el amplio cauce del río. Se apiñaban junto a los embarcaderos, y sus atareados viajeros ni siquiera esperaban a que lanzaran la pasarela del muelle a cubierta: franqueaban la barrera del barco, aún bastante alejado del pontón, y caían en tropel, como los payasos por encima del caballo del circo.

London Bridge atraviesa el Támesis sobre cinco pilares de granito, y desemboca en King William Street; esta calle pasa delante del monumento al fuego, alta columna estriada que soporta una urna en llamas, of the italo vitruvian doric order, como dicen y pretenden los ingleses. Esa columna fue edificada en el lugar preciso en que se detuvo el gran incendio de 1666 que redujo a cenizas gran parte de la ciudad, y del que Jacques había leído una magnífica descripción en la novela anónima Whitefinars. Ese monumento tuvo como principal cometido el de permitir que los ingleses se precipitaran con su spleen desde lo alto de su capitel; pero como se estaba volviendo una moda, rodearon la balaustrada de una jaula de hierro, que permite ver pero no caer. Desde entonces, ya nadie sube al monumento. Cuentan de un inglés, estimable comerciante cuyos negocios se hallaban en aprietos, que subió a la plataforma con una loable intención el mismo día en que enrejaban la copa de la columna; al no poder llevar a cabo su suicidio según sus deseos, regresó a sus oficinas, volvió a intentar los azares de la especulación, y se hizo varias veces millonario; ahora encuentra que la jaula queda muy bien en lo alto del monumento: es el único.

Una serie de largas calles conduce de William Street a Correos; allí se encuentra uno en plena City; las boticas parecen grandes almacenes, y los tenderos, notables negociantes: la actividad es prodigiosa; no hay paseantes por las calles, sólo hombres de negocios, que parecen todos capaces de fundar sociedades en comandita con capital de muchos millones para la explotación de lo que sea: no se encuentran ni jóvenes, ni hombres maduros, ni ancianos, únicamente negociantes, los lores del algodón, los duques de la lana, los marqueses del azúcar terciado, los condes de la candela, en una palabra: los príncipes mercantes; esos citizen-nababs llegan misteriosamente a sus pequeñas oficinas, manejan los asuntos del día, y regresan a sus opulentos hoteles de Regent Street o de Belgrave Square. Cierto que esos millonarios se codean sin afectación con los «nihilionarios» en esa tumultuosa city; la miseria es allí tan completa como la riqueza, y si el rico no da al pobre de la calle, es porque éste no podría devolverle el cambio del millón que lleva en el bolsillo.

La General Post Office es un templo griego con un pórtico de columnas dóricas; el tiempo ya ha depositado su capa negruzca en las molduras de su entablamento y las esculturas de su frontón. Sin detenerse en los detalles de dicho edificio, Jonathan se presentó en el despacho de la lista de correos, y recibió a su pregunta una respuesta negativa; era cosa entonces de almorzar cuanto antes. Jacques advirtió una especie de taberna de aspecto insignificante; entró y se sentó junto con su acompañante en una sala poco iluminada, entre dos compartimentos de caoba oscura; un camarero muy distinguido ofreció sus servicios, y ambos amigos consumieron en el mismo plato una leve parte de los doscientos cincuenta mil bueyes y del millón setecientos mil corderos que devora al año la inmensa capital; bebieron igualmente dos pintas de los cuarenta y tres millones de gallons22 de cerveza que apenas alcanzan a saciar su sed.

Mientras tanto, unas gentes apresuradas se sucedían en las mesas vecinas, desayunándose con un artículo del Times o del Morning Chronicle y unas gotas de té apenas azucarado y servido en microscópicas tazas.

—Si con eso aguantan hasta la cena, los compadezco —dijo Jacques.

Tras una comida algo más seria, los viajeros abandonaron la mesa, y se dirigieron hacia Saint-Paul, cuya cúpula se asomaba por encima de las casas cercanas.

Viaje maldito por Inglaterra y Escocia
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_034.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_035.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_037.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_039.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_040.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_041.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_042.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_043.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_044.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_045.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_046.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_047.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_048.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_049.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_050.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_051.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_052.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_053.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_054.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_055.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_056.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_057.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_058.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_059.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_060.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_061.xhtml