XI
¡Por fin, rumbo a Escocia!

El gran salón del Hamburg, acondicionado con todo el confort inglés, ofrecía todos los recursos posibles; rodeado de vastos divanes, sus puertas estaban decoradas por elegantes cortinas; una consola, apoyada al entrepaño del fondo, estaba repleta de libros, y dos esferas, de reloj y de barómetro, indicaban simultáneamente la hora presente y el tiempo venidero.

Dos puertas se abrían a ambos lados de la biblioteca, y daban acceso a los camarotes; cada camarote se componía de cuatro literas superpuestas de dos en dos, orientadas según el eje del navio; la pared opuesta, donde se abrían pequeñas ventanas, permitía que la vista se explayase sobre el mar; un amplio canapé se extendía debajo, y en la esquina izquierda un lavabo proporcionaba agua abundante por medio de unos grifos que ostentaban las palabras: up, shut.

Los nuevos pasajeros eligieron por cama las dos literas inferiores, provistas de colchones, de sábanas de lienzo demasiado cortas y de almohadas demasiado estrechas, a la usanza inglesa; se deslizaron en ellas entre risas, y Jacques se durmió con el tomo III de las Memorias de Saint-Simon.

Al día siguiente, entre el rugido de las calderas, el Hamburg ejecutó un primer movimiento en el puerto de Burdeos, bajo las órdenes de un piloto desagradable y gruñón. Ese hombre no sabía ni una palabra de inglés, lo que hacía penosa su relación con el capitán Speedy.

El barco descendió el Garona, pero no fue todavía una partida definitiva; se detuvo en Bacalan, donde debía completar su cargamento. Las escotillas de la bodega, repleta de trigo, estaban cerradas y recubiertas de lonas impermeables; faltaba disponer en la cubierta una gran cantidad de materiales de apuntalamiento destinados a las minas que trajeron dos chalanas acostando junto al barco.

Fue en ese momento cuando Edmond se unió a sus amigos. El capitán esperaba aprovechar la marea de la tarde activando su estiba; pero era una faena bastante larga, ya que ese montón de madera debía colocarse de manera que dejase algo de sitio, y sujetarse con cadenas por las sacudidas del balanceo.

Viendo que aún tenían unas horas libres, Edmond propuso ir a almorzar a Lormont, a una legua al sur de Bacalan; invitó incluso al capitán; pero éste prefirió permanecer a bordo para acelerar las últimas disposiciones. El bote del Hamburg transportó a los invitados hasta la orilla derecha, no sin que antes hubiesen prometido formalmente que estarían de vuelta antes de la marea.

Jacques no tenía el menor deseo de fallar, por lo que se mostró harto desagradable durante la comida, que tuvo lugar en un florido cenador a la orilla del Garona; a las dos, los tres amigos saltaron a una barca y remontaron a vela la corriente del río; tras una tremenda discusión entre Jacques y Edmond sobre si la vela debía cambiarse a babor o a estribor, discusión que estuvo a punto de marear al pobre Jonathan, acostaron el Hamburg: pero —¡oh, desdicha!— los fuegos estaban apagados; el cargamento no podría terminarse antes de la noche, y una vez más, había que aplazar la salida hasta la mañana siguiente.

Aquello ya no era de sentido común, y si el equipaje de Jonathan no hubiese estado a bordo, éste habría abandonado el navio al instante. Jacques juró que ya no se alejaría de la cubierta del Hamburg. Sin embargo, Edmond logró llevárselos bastante lejos para cenar, y los retuvo hasta las nueve de la noche. Entonces intercambiaron emotivos adioses, entre mutuos apretones de manos. Edmond, riéndose, expresó su esperanza de volver a ver a sus amigos antes de ese imposible viaje, y se separaron.

La noche era muy oscura: Jacques y Jonathan bajaron hasta el muelle frente a los Quinconces; en lugar de seguirlo hasta Bacalan, donde temían no encontrar un medio para llegar a bordo, cogieron una barca en ese mismo lugar; no sin dificultad pudieron decidir al barquero que los condujese, pues había que atacar la marea montante; pero al final, seducido por el alto precio de 3,50 francos, y ayudado por su hijo, un niño de doce años, decidió intentar la aventura; tomó los remos y se dirigió en línea recta hacia la Bastide, para aprovechar los remolinos y descender más fácilmente el río; la travesía fue laboriosa; la corriente era tan rápida que la barca apenas avanzaba; al cabo de una hora no había recorrido todavía ni la mitad del camino; Jacques se despojó de su chaqueta, cogió el remo del niño, y bogó vigorosamente.

No tardó otra dificultad en añadirse a la fatiga; había que encontrar al Hamburg; ¿cómo reconocerlo en esa noche oscura, entre tan numerosas embarcaciones? Cierto que Jacques había fijado su posición en su memoria; pero no había contado con la oscuridad. Durante una hora, la barca erró al azar, ¡y el barquero exhausto hablaba de volverse sin más!

—¡Sólo nos faltaba esto! —dijo Jonathan, profundamente desanimado—; ¡ya veréis que no encontraremos al Hamburg, y que se irá sin nosotros!

Jacques se sobresaltó.

—¡Y para esta bonita gira, habremos pasado diecisiete días en Burdeos!

Jacques no contestó; abría desmesuradamente los ojos y rechinaba los dientes. En ese momento el barco bogaba entre la orilla y una goleta amarrada a unos metros. Jonathan, que se había levantado del banco, se golpeó súbitamente el cuello contra el cable tendido entre el navio y la tierra, y cayó patas arriba con un grito.

—Te está bien empleado —dijo Jacques, que se estaba poniendo feroz.

Pero en ese momento, creyó reconocer un leve resplandor producido en la proa de un navio por un tajamar dorado; la masa oscura que se erguía ante sus ojos le recordaba las formas estilizadas del Hamburg; hizo poner rumbo hacia él, y pronto se cercioró de que no se equivocaba. Por fin, tras dos horas de búsqueda, seguido de su fiel compañero, subía a bordo y se acostaba con ese viejo resto de esperanza que nunca le había abandonado.

Al día siguiente, con la marea baja, el Hamburg navegaba rápidamente hacia la desembocadura del Gironda.

Jacques contemplaba con altivez las orillas del río; saludaba con desdén el pico de Ambés, Pauillac y Blaye. Y el propio Jonathan sonreía al aspirar la vivificante atmósfera matutina.

—¡En ruta hacia Escocia! —exclamó el uno.

—¡En ruta! —respondió el otro.

No sucedió nada en particular a bordo. Unicamente, el compositor tuvo que hacer de intérprete entre el capitán y el piloto para ajustar los movimientos del Hamburg en el puerto de Burdéos; no lo logró sin dificultad, y sudaba la gota gorda para regurgitar ese inglés poco familiar.

En la desembocadura del río, una chalupa se acercó al barco; el piloto cascarrabias había terminado su servicio en el río y cedía su puesto a un compañero encargado de dirigir el barco hacia el mar; se alejó en el bote de la chalupa, y ésta, amarrada a la popa, fue remolcada por el Hamburg. Hubo un tiempo de espera más mientras se cumplían los trámites con un barco vigía del Estado, y el navio, dejando atrás la torre de Cordouan, surcó con su estrave las olas del océano.

Viaje maldito por Inglaterra y Escocia
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_034.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_035.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_037.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_039.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_040.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_041.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_042.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_043.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_044.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_045.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_046.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_047.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_048.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_049.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_050.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_051.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_052.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_053.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_054.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_055.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_056.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_057.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_058.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_059.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_060.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_061.xhtml