29. Sueños de una visión del pasado
Sentado delante del fuego de la cabaña, Andrew permanecía absorto en sus pensamientos. Anhelaba salir a correr, pero en cuanto había llegado a la cabaña se había desatado una incesante y peligrosa tormenta. Una parte salvaje de él deseaba correr libremente bajo la lluvia, pero desde el accidente el verano anterior se había vuelto mucho más cuidadoso. Igualmente, le gustaba estar allí, lejos de todo y de todos. Joshua le había dejado muy claro que no podía acercarse a su hermana bajo ningún concepto, así que lo único que le quedaba era refugiarse en su soledad.
Un ruido en la puerta le sobresaltó. Dudaba mucho que ningún cambiante hubiera salido en mitad de la tormenta. Abrió la puerta, y observó asombrado a Náyade, que, empapada, le miraba con aquellos ojos que parecían penetrarle.
—¿Qué haces aquí? —se apresuró a preguntarle mientras la hacía pasar.
—Quería hablar contigo, pensé que estarías aquí y que sería el único sitio en el que estaríamos solos para hablar —respondió ella, tiritando.
Andrew la miró, fijándose en que tenía el cabello suelto, totalmente mojado, cayendo en cascada sobre el vestido, que, también empapado, se ceñía sobre su cuerpo, al igual que las medias. Entre turbado y preocupado por la imagen comentó:
—No deberías haber salido bajo la lluvia. Puedes coger una neumonía.
—Tenía que hablar contigo, y cuando salí de la Hermandad no llovía —se explicó ella.
—Está bien, pero tienes que ponerte delante del fuego y quitarte esa ropa mojada. No puedes quedarte con ella puesta. Y será mejor que no salgamos durante un rato, la tormenta está arreciando y los relámpagos son peligrosos en el bosque.
Ella le miró indecisa y Andrew se dirigió a un armario cercano, donde tomó una manta que le tendió mientras le decía:
—Lo siento, no tengo ropa para dejarte, pero el fuego secará la tuya pronto. Puedes usar esta manta para cubrirte con ella. Y, si quieres, puedo salir de la cabaña.
—Eso no tendría sentido —replicó Náyade con la voz reflexiva que la caracterizaba—. Entonces tú también te mojarías, serías tú el que cogería la neumonía y yo tendría que sanarte. Será mejor que te quedes.
—De acuerdo, estaré en el rincón mientras te cambias —balbuceó Andrew.
La visión de Náyade en general le ponía nervioso, haberla tenido en su dormitorio le había puesto aún más nervioso, pero que fuera a quedarse desnuda bajo la manta en la cabaña del bosque era algo para lo que no estaba preparado. Miró a la pared, intentando concentrarse en cualquier cosa que no fuera lo que Náyade estaba haciendo. Cuando esta terminó, comentó suavemente:
—Ya estoy. Tenías razón, estoy mejor así, al menos he dejado de tiritar.
Andrew se giró lentamente. Náyade había colocado su ropa sobre una silla, delante del fuego, pero ella se había sentado al lado de la chimenea, cubierta por la manta, que sujetaba con una mano y dejaba parte de sus hombros al descubierto. Estaba descalza y le miraba con una sonrisa tímida, sin darse cuenta de lo arrebatadora que resultaba. Pero eso quizás fuera también parte de su encanto, el hecho de que no supiera lo bella que era. Andrew se acercó y se sentó también delante de la chimenea, a una distancia considerable de ella. Náyade torció el gesto y preguntó:
—¿Estás muy enfadado conmigo?
—¿Disculpa?
—No quisiste ponerte al teléfono, así que supongo que hice algo mal —aclaró ella con el semblante triste.
—¿Cómo se te ha podido ocurrir algo así? —protestó él.
—No quieres hablar conmigo —repitió ella.
Andrew suspiró, sabiendo que aquella conversación resultaría muy incómoda para ambos. Cuidadosamente le explicó:
—Tu hermano vino a hablar conmigo esta mañana, después de la visita de Lucius. Que por cierto, no sabes lo feliz que me hace que te haya dejado libre. Pero Joshua me pidió que no me acercara a ti, no quiere que seamos amigos, y creí que era mejor respetar su decisión. Acaba de coger tu tutela, y no quiero crearte problemas, no te lo mereces, ya has sufrido demasiado.
—Joshua no puede decidir quién es mi amigo y quién no, eso sería coartar mi libre albedrío.
A pesar de la situación, Andrew no pudo evitar sonreír ante su comentario. Náyade preguntó:
—¿He dicho algo incorrecto?
—No, en absoluto, pero no hablas como una adolescente. En realidad, nunca lo haces —contestó él.
Náyade esbozó una mueca tristona y Andrew se apresuró a decir:
—Era un cumplido, eres más madura que nadie que haya conocido, incluido yo.
Ella relajó la mirada y repuso:
—No es mérito mío. Los brujos sanadores evolucionamos antes, necesitamos entender la realidad más deprisa que el resto de personas, si queremos ayudar. Eso nos aleja de mucha gente.
—No veo porqué. A mí me gusta. La conversación que mantuvimos anoche en mi habitación… jamás había hablado así con nadie, nunca. Fue increíble.
Náyade esbozó una sonrisa y le preguntó:
—Entonces, ¿es cierto que únicamente te has mantenido alejado de mí por lo que te dijo Joshua?
Andrew apartó la mirada, intentando concentrarse en el fuego, hacer más fácil lo que tenía que decir:
—Hice lo que me pidió, en parte por respeto a él, en parte porque creo que tiene razón. No deberías estar cerca de mí, no soy bueno para ti.
Náyade le miró extrañada:
—¿Por qué dices eso? Tú me ayudaste y no solo llevándome a la Hermandad y ocultándome allí, también cuidándome cuando tenía pesadillas, hablando conmigo de lo que había pasado en el Círculo de las sombras… Hasta que te conocí no había podido comenzar a sanar esa parte de mi pasado, el miedo y el dolor que allí sentí. Pero gracias a que compartí mi visión contigo comencé a encontrar el camino.
—Eres sanadora, Náyade, no me necesitas.
—Te equivocas, sí que te necesito. Que sea una bruja sanadora no impide que tenga miedos, que no pueda perder la estabilidad que nos caracteriza. Tú me devolviste al camino adecuado; así que no puedo entender por qué crees que no eres bueno para mí.
—Soy un cambiante…
—Sí, y yo una bruja a la que su propia familia tiene miedo porque tengo un poder prohibido. Pero dijimos que dejaríamos todo eso fuera de nuestra amistad.
—Ya te lo dije, no hay nada malo en ti. Pero mis instintos, a pesar de que creía que estaban controlados, son más irracionales de lo que querría.
—Estuve en tu habitación a solas contigo. No creo que fueras irracional ni que tus instintos sean peligrosos.
—Eso no es del todo cierto —vaciló, pero luego añadió—. Te seré sincero. Náyade. En la habitación, y ahora que estoy de nuevo a tu lado, solos, una parte de mí se muere incontrolablemente por abrazarte y estar tan pegado a ti que sienta que jamás voy a perderte; justo lo que Joshua teme.
Ella suspiró, tomó fuerzas y confesó:
—Pero eso también me pasa a mí y no soy una cambiante.
Andrew clavó su mirada en la suya y susurró:
—No lo digas…
—Es la verdad… Desde que nos separamos, no dejo de pensar en que vuelvas a abrazarme. Nunca me había abrazado ningún chico, pero ahora es como si no pudiera estar sin hacerlo.
Andrew sintió como su corazón se desbocaba y se acercó más a Náyade, que le imitó. Ella le miraba con aquellos ojos claros, que ahora ya no se veían tristes, sino que mostraban por primera vez un brillo diferente. Andrew levantó la mano y rozó su mejilla con ella, provocándole un estremecimiento. Entonces, muy lentamente, posó sus labios delicadamente sobre los suyos. La boca de Náyade sabía dulce, como lo era ella, y se abría tímidamente en su primer beso. Andrew se acercó un poco más, poniendo sus manos sobre la cintura de ella, estrechándola contra sí y besándola más intensamente. Náyade le rodeó el cuello con sus brazos, y entonces, algo se abrió en su mente. Andrew notó su estremecimiento y se apartó un poco mientras la miraba preocupado. Ella musitó:
—Ahora lo recuerdo todo…
Andrew bajó los ojos, pero Náyade le obligó a levantarlos y, apoyando la mano sobre su pecho, le dijo emocionada:
—Eras tú… Por eso reconocí tu aura…
Él la miró asustado y entonces Náyade cerró los ojos, recordando, compartiendo su visión con él.
Su mente, libre ya de las barreras que ella misma se había creado, volvió rápidamente al momento justo después de haber devuelto a la vida al animal, cuando se generó el caos y los profesores la encerraron junto con este en una habitación; mientras debatían que hacer. Alguno de ellos había llamado al Círculo de las sombras, esperando instrucciones claras, pero parecía que la voz principal proponía volver a matar al animal, restablecer el orden que se había alterado. Náyade recordó cómo había mirado al animal a los ojos, que aún yacía semiinconsciente sobre la cama, sintiéndose conectada a él por la fuerza de la sanación. Suavemente, lo había acariciado mientras le decía:
—Tranquilo, no dejaré que te hagan daño.
Cuando sus manos se posaron suaves sobre él, el animal se transformó automáticamente en un guapísimo adolescente que tenía la misma mirada agotada y triste del animal. Náyade se apartó rápidamente, asustada, y él la miró temeroso, cubriendo su desnudez con una manta cercana.
—Eres un cambiante… —se atrevió a musitar Náyade, al fin.
—Sí, siento mucho haberte asustado. No sé qué ha pasado, solo que había una oscuridad fría y temible y entonces te sentí, tu luz me trajo de vuelta —balbuceó él, aún agotado tanto por la sanación como por el cambio.
Mientras lo decía, el fino oído de Náyade detectó un ruido procedente del pasillo y se apresuró a decirle:
—Los profesores están volviendo, y ellos no pueden saber que eres un cambiante. Creen que está mal que te salvara, quieren devolverte a la muerte, y si saben lo que eres será mucho peor.
Él la interrogó con la mirada y ella, colocando su mano sobre su pecho, le dijo:
—Sé que estás muy débil, pero tienes que convertirte otra vez y marcharte por esa ventana. Toma mi energía y hazlo.
Andrew la miró preocupado y Náyade añadió:
—No sabrán que ha pasado porque me haré un conjuro de olvido a mí misma en cuanto te hayas ido. Nunca te encontrarán a través de mí, te lo prometo.
—Pero no puedo irme, conozco al Círculo de las sombras, cuando vengan, irán a por ti… No puedo permitir que te pongas en peligro.
—Estaré bien. Y, ahora, vete y no le cuentes a nadie lo que ha sucedido. Por favor…
La voz de Náyade había sonado suplicante y autoritaria a la vez, mientras que con su energía le había dado a Andrew la fuerza que necesitaba para volver a cambiarse, para escapar por la ventana. Después, Náyade había escrito la nota para sí misma y se había hecho un conjuro para olvidar.
La finalización de la visión les dejó a los dos paralizados. Náyade soltó la mano de su pecho y le preguntó:
—Tú sabías quién era yo, ¿por qué no me lo dijiste? ¿Temías que te delatara?
Andrew la miró con tristeza y contestó:
—Jamás he temido eso, no cuando me contaste lo que habías pasado para mantener mi anonimato. Quise explicártelo anoche, pero tenía miedo de que me odiaras y no quisieras volver a verme.
—¿Por qué iba a hacer algo así? —preguntó Náyade extrañada.
—Todo lo que has pasado en ese maldito castillo, con tus tíos, tu huida… todo fue por mi culpa. Si no me hubieras salvado, nada de eso hubiera sucedido.
Náyade volvió a mirarle, pero esta vez levanto de nuevo la mano hacia el pecho y le dijo:
—Hice lo que estaba bien. Me da igual lo que piensen los demás, no era tu momento de morir o no hubiera podido salvarte. En el fino hilo entre la vida y la muerte puedo hacer que vuelvan a la luz los que aún no han pasado definitivamente; pero no a los que ya están al otro lado. Y nada de lo que diga el Círculo de las sombras puede convencerme de lo contrario, menos ahora que te he conocido.
Andrew la miró mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla. Hacía años que no lloraba y jamás lo había hecho delante de una chica hasta la noche anterior, en la que Náyade le mostró lo que había sufrido en el castillo. Pero ella era mucho más que una chica, era la sanadora cuya fuerza lo había salvado de la muerte, el alma que aceptaba todo lo que le había sucedido como algo válido si servía para mantenerle con vida.
Con cuidado, colocó su mano sobre la que Náyade tenía en su pecho y le dijo:
—Aún te siento, dentro de mí, tu energía, tu luz.
Ella le sonrió, tomó la mano libre de él y la colocó sobre su pecho y mientras una lágrima resbalaba también por su mejilla musitó:
—Y yo siento la tuya dentro de mí.
Permanecieron así largo rato, sintiendo el recuerdo de la experiencia vital que habían compartido. Cuando se soltaron, fueron acercando poco a poco sus cuerpos como antes lo habían estado sus almas; abrazándose con el mismo fuego que habían sentido con la visión. Andrew la besó nuevamente, sintiendo por primera vez que aquello estaba bien, que necesitaba tenerla entre sus brazos tanto como había necesitado su luz para volver a la vida. Náyade se dejaba hacer, con la confianza que le daba lo que habían compartido. Andrew había sido el primer chico que la había abrazado, el primero que la había besado, el primero por el que sentía toda la ebullición de contrastes en su interior con cada caricia. Lentamente, se dejó caer sobre el suelo con Andrew sobre ella y con la manta como única separación de sus cuerpos. El crepitar del fuego acompasaba sus besos dulces y pasionales, sus caricias aún algo tímidas. Andrew bajó la mano hasta su cintura y mientras la estrechaba contra él, oyó la puerta abrirse y la voz de Joshua gritando:
—Apártate de mi hermana.
Andrew se apresuró a separarse de ella y a incorporarse, sin saber qué decir; mientras Náyade recomponía la manta, que con los abrazos había dejado gran parte de su escote al descubierto. Carl impidió a Joshua acercarse más a ellos, así que este miró a su hermana con una dureza inusitada y le dijo:
—Vístete, Náyade.
—Pero…
—No hay peros, ya te lo dije esta mañana y parecía que lo entendías. Se supone que estás en la Universidad para que te protejamos del Círculo de las sombras, no para que te acuestes con el primer chico que encuentras.
Náyade le miró, dolida, y Andrew le espetó:
—No le hables así. No se lo merece. No ha pasado nada.
—No te estaba hablando a ti —recalcó Joshua, mientras insistía—. Náyade, por última vez, vístete.
—Mis ropas están mojadas. Por eso llevo la manta. No me desnudé a propósito cómo estás pensando —refutó ella retomando el tono natural con el que solía decir las cosas.
—No me importa si está mojada o no, ponte la maldita ropa y vuelve a la Hermandad con Carl. Él se quedará contigo hasta que yo vuelva.
Ella lo interrogó con la mirada y Joshua se explicó:
—Quiero hablar con Andrew, a solas.
—¿Para volver a prohibirle que me vea? —protestó Náyade.
—A la vista de lo que acaba de suceder, no era tan mala idea. —Rebatió Joshua.
—No ha pasado nada —repitió Andrew.
—Eso no es lo que yo he visto, pero, como te he dicho, prefiero hablarlo a solas.
Andrew miró a Joshua, al que por primera vez en su vida veía con los ojos centelleantes por la ira. Sabía que solo el hecho de que era un brujo sanador estaba evitando que la conversación fuera a mayores y quería evitar a toda costa una situación desagradable para Náyade; así que aceptó:
—Está bien. Náyade, vete con Carl. Parece que la tormenta ha disminuido y, en cualquier caso, él te cuidará.
Ella le miró, sus ojos habían perdido el brillo de hacía unos instantes y ahora volvían a estar llenos de preocupación. Él comprendió y añadió:
—Después te llamaré. Te lo prometo.
Joshua estuvo a punto de decirle que no prometiera cosas que él no dejaría que cumpliera, pero Carl se adelantó diciendo:
—Será mejor que nos vayamos. Náyade…
Ella les miró enfadada, pero, mientras los chicos se giraban para darle intimidad, se puso las ropas y los zapatos aún mojados. Cuando terminó de vestirse, se dirigió hacia Joshua y le dijo:
—Tú me enseñaste a ser justa. Así que, por favor, no te enfades con Andrew solo porque estés decepcionado conmigo.
Joshua sintió como una daga se clavaba en su corazón al oír esas palabras. Náyade y él jamás habían discutido, siempre habían mantenido una serena relación más propia de brujos adultos sanadores que de hermanos jóvenes. Y, sí, estaba decepcionado de ella, pero eso no era algo que fuera a decirle delante de Andrew, más cuando estaba convencido de que toda la culpa era de él.
Carl advirtió su pesar, pero también la mirada enamorada y triste que Andrew y Náyade se intercambiaban, así que antes de cerrar la puerta tras de sí les dijo:
—Tratad de escucharos. Eso evitará males mayores.