18. Sueños de mentiras
Náyade entró en la casa de sus tíos lentamente, cerrando la puerta con parsimonia. A la tristeza que la acompañaba desde que estuviera encerrada en el Círculo de las sombras se sumaba la desazón que siempre sentía cuando volvía a casa después del instituto y sabía que su tío estaba de viaje. Él era un buen hombre, honrado y trabajador, que siempre tenía una cálida sonrisa para ella, sobre todo después de que recibiera alguna de las frecuentes reprimendas de su tía. Lamentablemente, era un hombre poco ávido de discusiones y acataba sin reservas todo lo que su esposa decía o hacía, lo cual solía ir en contra de su sobrina. Su tía era quién le había convencido de que permitieran que el Círculo de las sombras la encerrara y Náyade estaba convencida de que le hubiera encantado que se la hubiesen quedado allí para siempre. Al fin y al cabo, que viviera con ellos era la única concesión que le había hecho a su marido en veinte años de matrimonio. Y se lo había hecho pagar tanto a él como a su sobrina cada día que habían pasado desde entonces. Náyade sintió un escalofrío, al recordar la repentina muerte de sus padres en un extraño accidente, poco después de que Joshua se hubiera ido a la Universidad. Ojalá ella hubiera sido también adulta para ir con él y evitar estar en aquella casa donde no era bienvenida. Su tía siempre había odiado a su cuñada, la consideraba una estúpida bruja que había cometido el grave error de casarse con un brujo y engendrar más brujos; y para ella su sobrina era la viva imagen de su madre; con el agravante de ser una bruja mucho más poderosa. Jamás era amable con ella, sino que la trataba, sobre todo cuando su esposo estaba fuera, con tiranía y desprecio. Náyade sabía que podía haber hablado de ello con Joshua, pero quería que este disfrutara de la Universidad libre de preocupaciones, así que jamás le contaba nada de lo que sucedía en aquella casa. Por ello, desde el principio y acorde a su carácter placido, había aceptado la situación e intentaba llevarse con su tía todo lo bien que esta le permitía. Aquel día, sin embargo, a juzgar por la mirada que esta le lanzó en cuanto entró, no parecía que fuera a ser un buen momento. Náyade la saludó suavemente, pero su tía le espetó:
—Dame tu bolso. Lo necesito.
Náyade la miró extrañada, pero no quería problemas, así que se lo entregó. Su tía extrajo su móvil de él y antes de que pudiera darse cuenta de lo que iba a hacer, lo estrelló contra el suelo. Su sobrina la miró extrañada y dolida y preguntó:
—¿Por qué has hecho eso?
—Porque al lugar al que vas no lo necesitas.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal mientras su tía la miraba victoriosa mientras le decía:
—Vas a volver al castillo del Círculo de las sombras, es lo mejor para todos.
—Pero no he hecho nada…
—Náyade, siempre haces algo. Está en tu naturaleza malvada —replicó ella con desdén.
Su sobrina la miró, mordiéndose el labio inferior para no replicar. Sin embargo, al final respondió:
—Soy una bruja de sanación. Ayudo a las personas a curarse.
—Y también las resucitas.
—Eso no volverá a suceder.
—Pero ha sucedido, querida, por eso es mejor que estés bajo vigilancia.
Náyade miró a los ojos oscuros y amargos de su tía y, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla, le preguntó:
—¿Qué les has dicho a los miembros del Círculo de las sombras?
—Que volviste a hacerlo, naturalmente —respondió ella con aquel rictus maligno que la caracterizaba.
Náyade la miró, observando la mirada despectiva de su tía, el rostro enjuto y lleno de arrugas siempre con un rictus severo, sus facciones aún más endurecidas si cabe por corte varonil de sus cabellos negros como su alma. Incapaz de seguir discutiendo, se limitó a decir:
—Les has mentido para que me encierren.
Su voz no era acusadora, si no decepcionada, como si se sintiera traicionada. A pesar de que había aguantado durante años su maltrato, aquello era demasiado mezquino. Con voz triste añadió:
—Dime que quieres que haga y lo haré, pero, te lo suplico, no quiero volver allí.
—Es el sitio adecuado para alguien como tú. Tu hermano está en la universidad y nosotros no queremos seguir teniéndote aquí. Lo lamento, pero es algo que deberíamos haber hecho hace tiempo.
—Quiero hablar con mi tío, por favor… —insistió Náyade, sabiendo que todo aquello tenía que estar haciéndose a espaldas de él.
Su tía la miró sardónicamente y refutó:
—Está de viaje. Pero cuando regrese le informaré de todo. Ya le dije que eras un peligro este verano, ahora tendrá que aceptarlo.
—Por eso has roto mi móvil, para que no pueda llamarle, para que no pueda contarle la verdad.
—No seas ilusa, solo eres una pequeña bruja malcriada. Jamás te creería a ti antes que a mí.
Náyade esbozó una mueca de orgullo y rebatió:
—Está bien, me iré de aquí ahora mismo, pero déjame que sea con Joshua y no con el Círculo de las sombras.
—Me temo que eso no va a ser posible. El señor Rogers lo expresó bien claro, debías volver al castillo a raíz de los últimos acontecimientos.
—Pero yo no he hecho nada, te lo estás inventado… —Se rebeló ella, sintiendo que comenzaba a perder su habitual calma.
—Demuestras muy poca gratitud acusándome, niña. Y ahora, será mejor que vayas a hacer tu maleta, el señor Rogers vendrá a recogerte en un par de horas.
Náyade la miró, sabiendo que no había nada más que decir. Aquella mujer estaba completamente rota y no podía ser sanada, había demasiado odio, egoísmo y resentimiento en su interior; por lo que no tenía sentido continuar insistiendo. En silencio, subió a su habitación, pero no comenzó a hacer la maleta. Tenía dos horas antes de que volvieran a encerrarla, dos horas para huir. Sin teléfono no podía hablar con su hermano, pero sí que sabía dónde estaba. Únicamente necesitaba llegar hasta él, y para hacerlo tenía que salir de aquella casa rápidamente. Miró a su alrededor, abriendo uno de los libros de magia que Joshua le había regalado. Como bruja de sanación su energía era más difícil de detectar por parte de los miembros del Círculo de las sombras, con el conjuro de aquel libro sería casi imposible hacerlo. Encendió las velas e intentando serenarse y concentrarse en el momento, comenzó el ritual. Había pasado casi media hora cuando lo hubo terminado, así que apenas le quedaba tiempo para la huida. Por mucho que ocultara su energía de los brujos, debía estar lejos de la casa para cuando llegaran. Sería conveniente llevar algo de ropa, y también sería buena idea coger un poco de comida. No tenía dinero, ya que su tía le requisaba todo lo que Joshua o su tío le daban, remarcando siempre que era lo mínimo con lo que podía contribuir a la casa; así que tendría que ir caminando, suponía que le llevaría unos dos días. Se vistió cómodamente, con un grueso pantalón de pana, una camiseta y un polar anudado a la cintura, por si al caer la tarde tenía frío. Si quería evitar a los miembros del círculo tendría que ir por los bosques que rodeaban la carretera, así que se calzó las botas de montaña que Joshua le había regalado por su cumpleaños. Se le ocurrió que, antes de hacer la maleta, podía ser buena idea buscar la comida. En silencio, salió al pasillo, donde se encontró con la mirada inquisitiva de su tía, que le espetó:
—El señor Rogers me ha llamado. Dice que es mejor que te tenga vigilada, no se fía de ti.
Náyade comprendió que sus posibilidades de coger comida o escaparse por la puerta principal con la mochila se esfumaban ante la presencia amenazadora de su tía. Intentando que esta no sospechara contestó:
—Solo quería ir al baño.
—¿Por qué te has vestido así?
—El castillo es muy frío, quería estar preparada.
—Está bien. Cuando salgas del baño te ayudaré a hacer la maleta. Así podemos esperar abajo, juntas, el señor Rogers ha insistido que no te pierda de vista.
Náyade no dijo nada más, sino que bajó los ojos como solía hacer cuando mantenían una discusión y se encerró en el baño, sopesando las posibilidades. Su única opción estaba allí mismo, en la ventana. Ella odiaba dos cosas: estar encerrada y las alturas. Aunque, técnicamente, como bruja de sanación debía aprender a superar sus miedos… Estar encerrada en el castillo no le había servido demasiado para la claustrofobia, así que tendría que probar con las alturas. La ventana del baño era estrecha, pero desde que estuviera en el castillo había adelgazado bastante, así que eso no era un problema. Las tuberías eran fuertes y parecía que podría apoyarse en los juntas. Echó un último vistazo, agradeciendo haber tenido la idea de calzarse las botas de montaña. Abrió el grifo para simular que lo estaba utilizando y se coló por la ventana, recordando lo que su amiga Cinthia solía decir cuando explicaba cómo se escapaba de casa para salir de noche y encontrarse con su novio: «no mirar abajo, tener cuidado donde pones los pies, ser silenciosa». El descenso era lento y, afortunadamente para ella, el temple que solía tener como bruja sanadora le ayudó a no dejarse llevar por el pánico. Cayó rápido y sin dolor sobre la hierba, intentando ser silenciosa. Sin embargo, su tía no tardaría en intentar forzar la puerta del baño si veía que tardaba demasiado, así que tenía que salir corriendo de allí.
Temblando, advirtió que estaba sin dinero, sin agua, sin comida y sin ropa de repuesto, con la perspectiva de dos días de camino por delante. Podía intentar que alguien le prestara un teléfono para llamar a Joshua, pero quizás el Círculo de las sombras lo había intervenido y podían interceptarla. Hasta que llegara a la Hermandad de la Luz, estaba sola. Y eso era algo que resultaba aterrador.