21. Sueños compartidos

Era medianoche y, tumbado en la cama convertido en un cachorro, Andrew tenía el oído agudizado, así que advirtió el grito de Náyade primero, y las lágrimas contenidas contra la almohada después. Como una exhalación, se dirigió al baño para convertirse en humano y volvió rápidamente, cubierto únicamente por el pantalón de deporte que había dejado colgado al lado de la bañera. En silencio, encendió la luz de la mesita de noche, y se arrodilló al lado de la cama mientras Náyade le miraba con ojos llorosos:

—Lamento haberte despertado. Normalmente, la almohada ahoga mis gritos, aunque claro, hasta ahora no había compartido habitación —se explicó ella.

—¿Normalmente? ¿Esto te sucede todas las noches? —le preguntó él, horrorizado.

Ella no contestó, sino que se limitó a bajar la mirada mientras se secaba las lágrimas con el pañuelo que Andrew le tendía. Este comentó:

—Sé que no me conoces pero se me da bien escuchar y no le contaré a nadie lo que me digas si no quieres.

—¿Ni siquiera a Joshua? —insistió ella, clavando su mirada en la suya, intentando ver la sinceridad de sus ojos.

—A nadie, ni siquiera a tu hermano.

Ella asintió y, levantándose de la cama, tomó el pantalón que había llevado en el bosque y sacó un papel que mostró a Andrew. En él ponía «No recordarás nada. Y eso está bien».

Él la interrogó con la mirada y ella se explicó:

—Estaba en la escuela de verano, e hice algo prohibido, pero me hice un conjuro a mí misma de olvido, creo que lo hice para proteger a alguien, pero no estoy segura de ello.

Andrew sintió como la culpabilidad le dominaba musitó:

—Si recordaras, te dejarían tranquila…

—No, porque la acción ya está hecha. Y sé que si lo hice fue por un buen motivo, por eso escribí ese papel. Tengo que confiar en mi propio criterio, sobre todo si lo hice para proteger a una tercera persona.

Él la miró con lástima y preguntó:

—¿Qué es lo que pasó?

—Los miembros del Círculo de las sombras se enfadaron mucho conmigo, tanto por lo que había hecho como por el acto de rebelión que suponía haberme hecho olvidar, así que me encerraron.

—Pero, solo tienes dieciséis años… ¿Qué dijeron tus tíos?

—Mi tía me odia desde el primer momento que puse los pies en su casa. Ella no quería quedarse con mi custodia, fue una obligación y me lo ha hecho pagar siempre. Cuando el señor Rogers le pidió mi custodia temporal, se la cedió; y de hecho ahora se la ha dado para siempre, o al menos eso me dijo.

—Pero, no puede hacer eso…

—No tengo más familia que Joshua y nunca he querido que él tenga la obligación de cuidar de mí. No se lo merece.

Andrew la miró preocupado y comentó:

—No conozco mucho a Joshua personalmente, pero Carl me ha hablado durante horas de él, y sé lo preocupado que ha estado por ti estos días. Creo que sí que querría saberlo…

Náyade le miró tristemente y añadió:

—Hasta que el Círculo me encerró, podía soportar estar en casa de mis tíos. Solo tenía que decir a todo que sí y no meterme en el camino de mi tía. Pero, después, cuando me encerraron, todo cambió. Siempre tenía pesadillas y mi tía me obligó a taparme con la almohada para no despertarles.

—Por eso lo has hecho esta noche. —Adivinó—. Esa mujer está loca…

—Puedo entenderla, imagínate esto, noche tras noche… Ella no lo soportaba. —La defendió Náyade.

—Lo único que puedo entender es que algo muy duro debió pasarte en el Círculo de las sombras para que te provoque esto, para que tengas esas pesadillas. Y es lo que tu tía debería haberte preguntado, en lugar de quejarse.

Ella bajó los ojos por toda respuesta y Andrew insistió:

—Si quieres, puedes contármelo a mí, puede que eso te alivie.

Náyade volvió a mirarle y supo que él tenía razón. Había guardado el secreto demasiado tiempo, ocultándole incluso a su hermano lo que había sucedido en el castillo. Necesitaba expresarse, sacarlo fuera y, aunque ni ella misma entendiera por qué, parecía que aquel chico era el adecuado para hacerlo. Lentamente, acercó su mano hasta el pecho desnudo de él, mientras le decía:

—No puedo explicarlo con palabras, pero puedo darte la visión de ello, si quieres.

Andrew sintió un estremecimiento, tanto por el contacto de ella sobre su pecho como por la confianza que le brindaba dándole su visión. Nervioso, asintió y cerró los ojos, comenzando a sentir su calor, viendo lo que ella había vivido. Era horrible. Largos interrogatorios intentando descubrir que ocultaba, duros conjuros para abrir su memoria, y un confinamiento continuado en una lúgubre habitación sin luz natural en el castillo, sin duda para romper sus defensas. Veía como Náyade había acatado todo en silencio, sin protestar, pero como cada día al quedarse encerrada en la habitación, había tenido pesadillas, para terminar después llorando el resto de la noche. Vio también como se le había ido el apetito, demasiado agotada como estaba a causa de las presiones a la que la sometían durante el día y a la ausencia de sueño por la noche. Sintió, por unos momentos, la angustia que poco a poco había ido dominando su carácter normalmente tranquilo, la impotencia de que no la dejaran ni sanarse a sí misma.

Cuando Náyade lo soltó y ambos abrieron los ojos, vio que Andrew también tenía lágrimas de dolor por todo lo que había visto y había sentido. Con voz dulce ella le dijo:

—Siento haberte entristecido. No debería haberte dado la visión.

Andrew le acarició espontáneamente la mejilla y afirmó:

—Me alegra que me lo hayas mostrado. Ahora entiendo todo y nunca dejaré que el Círculo vuelva a encerrarte, nunca. Te lo prometo.

Mientras lo decía, sintió que todo su ser seguía llorando por lo que ella había pasado por salvarle, lo que aún estaba sufriendo. Únicamente el hecho de que ella había insistido en que estaba bien que no recordara le hacía mantener silencio sobre lo que había sucedido.

—No es algo que tú puedas prometer —le contradijo Náyade tristemente.

—Sí que puedo hacerlo. Aunque tenga que ir contigo a la otra parte del mundo.

—Pero, apenas me conoces… —protestó Náyade.

—Ahora sí, ahora he estado en tu interior, sé todo lo que tú has sentido y se ha convertido también en mi problema.

Mientras lo decía, Andrew se dejó llevar por la mirada triste de la muchacha y sus ojos aún llorosos y, espontáneamente, la abrazó contra sí con fuerza durante unos segundos. Náyade se estremeció y él se apresuró a apartarse diciendo:

—Lo siento, yo…

—No, me ha gustado. Tienes un aura muy relajante.

Andrew esbozó una sonrisa y comentó:

—Y eso es algo que jamás pensé que me diría nadie.

—Oh, lo siento, siempre digo cosas así, supongo que por eso nadie quiere estar cerca de mí, es demasiado raro —confesó Náyade.

Andrew la miró, entre incrédulo y satisfecho y le aseguró:

—Eres una bruja sanadora y detectas las auras, eso no extraño, si increíblemente maravilloso. Y aún lo es más que la mía te guste.

Ella sonrió y respondió:

—Sentir las auras me hace detectar mejor a las personas. Por eso confío en ti, aunque lo cierto es que aparte de que eres un cambiante y no eres gay, no sé nada más.

Andrew rio y le propuso:

—Si no tienes sueño, podemos hablar un rato y puedes preguntarme lo que quieras.

—Esto sería perfecto. Después de las pesadillas siempre me cuesta dormir.

Él la miró entristecido, dispuesto a hacerle olvidar aquel mal sueño. Hizo ademán de ir a sentarse a la silla, pero ella le retuvo dulcemente a su lado diciendo:

—Quédate aquí conmigo. Ya te lo he dicho, tu aura me relaja. De hecho, es lo único que ha conseguido que me sienta tranquila desde que salí del castillo.

Andrew se estremeció al oírlo, pero, delicadamente, se recostó a su lado y comenzó a responder sus preguntas, mientras en su mente resonaba su propia cuestión, y era cuanto tiempo podría retener a aquella increíble chica que amaba cerca de sí.