27. Sueños que no perdonan
El castillo del Círculo de las sombras se veía tan tétrico como de costumbre. Huck aparcó su moto descuidadamente en la entrada, ya que nadie se acercaba por allí. Durante todo el viaje le había ido corroyendo la duda de si estaba haciendo lo correcto, de si debía habérselo consultado a Joshua primero. Pero la mera posibilidad de que fuera cierto lo que pensaba le había hecho continuar conduciendo hasta llegar allí, a la puerta del castillo. Algo indeciso, llamó al timbre más suavemente que en anteriores ocasiones. La señora Bates apareció enseguida, sonriente como siempre:
—Huck, que sorpresa tan agradable. Tu padre hace poco que ha llegado, no me ha dicho que ibas a venir.
—No lo sabe —comentó Huck nerviosamente.
—Entra, no te quedes en la puerta. Está en la biblioteca. Te prepararé un café y te lo llevaré allí.
—No —se apresuró a decir Huck.
La señora Bates le miró, preocupada por su tono, y él añadió:
—Se lo agradezco, pero tengo que hablar de algo muy importante con mi padre y prefiero que nadie nos interrumpa.
El ama de llaves lo miró, inquieta, preguntándose una vez más si siempre tenía que ser así, si padre e hijo jamás podrían superar el pasado. Apreciaba a Huck enormemente, pero la lealtad hacia el Lucius que ella conocía le hacía incapaz de ponerse de su parte. Por ello le acompañó a la biblioteca sin decir nada, y se fue a la cocina intuyendo que aquella visita no traería nada bueno.
Cuando Huck entró en la biblioteca, su padre estaba en la misma posición de siempre, sentado frente al fuego, con una taza de té en la mano y la mirada perdida en algún lugar al que él nunca había sido capaz de llegar. Al escuchar sus pasos, se giró sobresaltado y preguntó:
—¿Huck? ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo en la Hermandad o en el campus?
Su hijo le miró. De algún modo, ahora que le tenía enfrente, todo lo que había estado pensando se hacía aún más difícil de expresar en palabras. Con voz queda musitó:
—Todo está bien. He venido a hablar de Náyade.
Lucius suspiró aliviado y comentó en un tono mucho más suave del que Huck estaba acostumbrado:
—Si has venido a decirme que no dejarás que vuelva al castillo, pierdes tu tiempo. Supongo que ella ya os ha dicho que puede quedarse en la Hermandad y no tengo ninguna intención de cambiar de idea; a menos que, obviamente, vuelva a utilizar sus poderes para algo prohibido. Pero algo me dice que no lo hará, es una buena chica y será una sanadora excepcional, así que puedes estar tranquilo.
Huck le miró. Hablando de Náyade, la voz de su padre se sentía diferente, como si ella le importara y tuvieran una especie de vínculo. Incapaz de creer que su padre sintiera nada parecido al cariño por nadie, la sospecha brotó de nuevo violentamente en su cabeza. Con voz dura le espetó:
—¿Por qué la dejaste quedarse con nosotros?
Su padre le miró intrigado y respondió:
—Ya te lo he dicho, creo que es una buena chica y que, al lado de su hermano, se convertirá en una gran sanadora. Mientras no rompa las leyes del Círculo, es libre de estar donde ella prefiera.
Huck le miró. A pesar de que su padre parecía sincero, seguía sin poder creer que estuviera haciendo lo adecuado, ni que fuera por una vez.
—No te creo.
—¿Disculpa? —le preguntó su padre mientras se levantaba.
—Creo que dejaste a Náyade con nosotros a cambio de su silencio, por eso quisiste hablar con ella en privado.
Al oír eso, su padre bajó los ojos, creyendo que su hijo había adivinado que esperaba que Náyade le ayudara a sanarse. Pero Huck malinterpretó el gesto y le espetó:
—¿Qué le hiciste cuando estuvo aquí que fuera tan terrible que valga la pena dejarla en una Hermandad a la que odias?
Lucius tembló, recordando la visión que Andrew le había transmitido de Náyade y sus sentimientos heridos el tiempo que estuvo en el castillo. Sin embargo, no podía permitirse mostrar debilidad ante su hijo, no cuando sabía que este podía utilizarla en su contra en cualquier momento. Con voz severa contestó:
—Seguí el mismo protocolo que el que utilizamos con todos los brujos que quebrantan la ley. Ya no es una niña, tiene dieciséis años y ya es mayor para responsabilizarse de sus actos.
—¿También lo suficientemente mayor para que te intereses por ella? Porque es preciosa, ¿no es así?
Su padre le miró a los ojos, intentando en vano comprender lo que pasaba por la mente de su hijo. Entonces, al advertir la mirada dura de Huck le preguntó:
—¿De qué estás hablando?
Su hijo hizo una mueca hastiada y masculló:
—En todos estos años, nunca te he visto con una mujer, ni siquiera interesado en nadie que no fueras tú mismo o el maldito Círculo. Y, de pronto, encierras a Náyade en el castillo y cuando ella desaparece, te vuelves loco buscándola; para luego dejarla libre a cambio de su silencio. Es como si estuvieras obsesionado con ella. Así que me pregunto qué demonios le has hecho a la hermana de mi mejor amigo mientras estuvo aquí.
Lucius se sentó en el borde del sillón, mientras balbuceaba:
—No puedes estar hablando en serio, no puedes pensar que…
—¿Abusaste de ella? —le gritó Huck terminando la frase—. Es la única explicación razonable que le encuentro.
Su padre le miró, sintiendo como si una daga se clavara en su corazón. Lentamente, se levantó y le espetó duramente:
—¿La única explicación razonable?
Huck le observó, advirtiendo que su padre estaba temblando. Lucius le agarró de la solapa de la chaqueta y pudo ver a través de sus ojos algo más fuerte que la ira, un profundo sentimiento de asco y de desprecio mientras le gritaba:
—¿Eres mi hijo y la única explicación razonable que encuentras a que me haya portado bien hoy con Náyade es porque la estuve violando mientras estuvo aquí y no quiero que me delate? ¿Qué clase de monstruo degenerado crees que soy? ¡Contesta!
Huck se apartó atemorizado e intentó hablar, pero Lucius se lo impidió gritando:
—Quiero que te vayas.
—No, yo… —comenzó a decir Huck, dándose cuenta por la reacción de su padre de lo equivocado que estaba.
—¡Cállate! Te has pasado los últimos años diciendo que me querías lejos de tu Hermandad, bien, ahora yo te quiero lejos de mi castillo. Vete y no vuelvas nunca más.
Huck intentó hablar, pero su padre le sacó a empujones hasta la puerta, donde, mientras lo echaba le gritó:
—No quiero volver a verte nunca. Dijiste que yo ya no era tu padre. Ahora yo no quiero que seas mi hijo.
Huck vio como la puerta se cerraba y sintió por primera vez que las lágrimas brotaban en sus ojos por la culpa de haber atacado a su padre. Más consciente de su error que nunca, se subió a la moto y se dirigió a toda velocidad a la Hermandad, necesitado del consuelo de Debby y sus amigos.
Mientras Huck corría por la carretera, su padre cerró la puerta tras de sí violentamente y después volvió a la biblioteca, haciendo estallar una de las copas contra las llamas. Años de controlar su ira se habían visto desbordados por el dolor de lo que su propio hijo había pensado de él. La mera imagen de lo que Huck le había sugerido le daba tanta repugnancia que apenas si podía mantenerse en pie. Náyade era la única persona pura que había conocido en años, que le había comprendido como nadie, que le había dado esperanza. Y hasta eso su propio hijo le había arrebatado; convirtiendo la relación que tenía con aquella sanadora en algo sórdido y horrible. Derrotado, se dejó caer en el suelo, cogió el teléfono y llamó a su cuñado diciéndole únicamente:
—Te necesito. No es nada del Círculo, pero te necesito. Por favor, ven cuando puedas.
Y cuando William apareció en la biblioteca, media hora más tarde, por primera vez en años se abrazó a alguien, apoyó su cabeza en los hombros del que siempre había sido su mejor amigo y reconoció:
—No puedo más.
William le estrechó contra él, sintiendo que con ese gesto recuperaba en parte al amigo que se había ido perdiendo en capas de dureza autoimpuesta. Y, durante un largo tiempo, ninguno de los dos dijo nada.