20. Sueños de búsqueda y reencuentro
Dos días más tarde, Andrew paseaba nerviosamente por el bosque convertido en lobo. Estaba tan angustiado que proseguía la búsqueda de Náyade mucho después de que Carl y los demás volvieran a la Hermandad. Sabía que, cuando terminaban la ruta, Carl iba con Joshua para darle ánimos y ayudarle en lo que precisara; pero él no podía detenerse, tenía que continuar buscándola. Desde que Carl les había explicado lo que había sucedido, la angustia le dominaba a todas horas, temiendo lo peor, que estuviera herida, que no pudiera contactarse con su hermano por algún horrible motivo. Además, él era el único que podía sentirla, que conocía su olor, que lo tenía impregnado en todo su ser. Se arriesgaba continuando solo en el bosque una vez que había oscurecido, pero algo le decía que era el único lugar en el que ella podría haberse escondido, ya que el Círculo de las sombras había peinado toda la zona entre la casa de sus tíos y la Hermandad. Estaba agotado, así que se detuvo a descansar. En ese momento una ráfaga de viento le trajo por fin el olor que tanto había anhelado. Corrió tanto como sus fuerzas se lo permitían y, entonces, la vio, tumbada sobre la base de un árbol. Parecía desmayada, así que, olvidando su forma animal, se acercó a ella. Náyade se movió y, al ver a un lobo husmeándola, gritó con las pocas fuerzas que le quedaban. Andrew reaccionó instintivamente a sus gritos convirtiéndose en humano y Náyade volvió a gritar, desmayándose al sentirle desnudo sobre ella.
Cuando Náyade se despertó, observó extrañada que a su lado estaba el chico del bosque. A la luz de la cabaña podía observar que era muy guapo, con las facciones amables enmarcadas por un cabello pelirrojo. Se había vestido con una camiseta que marcaba su cuerpo atlético y la observaba muy preocupado con sus brillantes ojos castaños. Cuando ella intentó levantarse, la ayudó a sentarse mientras le decía:
—Despacio, estabas muy mareada.
Ella clavó sus ojos color miel en él, parecía más curiosa que ansiosa por encontrarse en aquella situación. Suavemente le preguntó:
—¿Eres el lobo que me atacó?
—No te ataqué, me preocupé al verte en el suelo y me acerqué a ver cómo estabas. A veces olvido que estoy en mi forma animal, lamento haberte asustado —contestó Andrew con los ojos bajos, avergonzado.
Náyade lo advirtió y se apresuró a decir:
—No importa. Lamento haber gritado, es la primera vez que estoy cerca de un lobo. Y cuando te transformaste, no quería desmayarme, es que estaba agotada y fueron demasiadas emociones.
—No te disculpes, me avergüenza haber cambiado delante de ti. Me puse muy nervioso al verte.
Andrew se sonrojó. Había soñado con ella cada noche, la llevaba grabada en su mente y en su corazón desde aquel día de verano, pero estaba claro que, por alguna razón que desconocía, ella no le reconocía. Encontrarla de nuevo había sido una experiencia tan increíble como dolorosa, por ello todos sus sentidos se habían trastocado. De hecho, ahora tampoco terminaba de sentirse cómodo, cuando lo último que ella recordaba de él era como un lobo transformándose en un hombre desnudo encima de ella. No obstante, Náyade parecía haber recobrado la paz típica de los brujos de sanación cuando adivinó y le dijo dulcemente:
—Tú me conoces…
—Sí, eres la hermana de Joshua.
—¿Cómo lo sabes? —se apresuró a preguntar ella. Aunque aquel chico parecía más un estudiante que un miembro del Círculo de las sombras, Náyade había aprendido hacía tiempo a no prejuzgar a nadie.
—Vi una fotografía tuya, soy amigo de Carl, el…
Andrew se detuvo, no tenía ni idea si ella sabía que su hermano salía un chico y, en cualquier caso, no era él quien tenía que decírselo.
Náyade respondió:
—Me acuerdo de Carl, a veces venía a visitarme con Joshua. ¿Tú también eres amigo de mi hermano?
Andrew vaciló. Aunque jamás había tenido problemas con Joshua, se mantenía alejado de él al igual que hacían el resto de chicos de la Hermandad de las Águilas, siguiendo la tradición de que brujos y cambiantes no debían estar juntos. Únicamente Carl había roto aquella norma no escrita y, ahora que se sentía embriagado por haber encontrado a la chica con la que soñaba cada día, comenzaba a entender por qué. Por ello contestó sinceramente:
—Nos llevamos bien, pero no somos amigos.
—Entonces, ¿sabes lo que soy?
Andrew asintió respondiendo:
—Una bruja de sanación, como tu hermano. Lo cual es de agradecer, así no te ha molestado tanto que sea un cambiante.
—¿Por qué iba a molestarme? Todos somos especiales a nuestra manera, todos tenemos nuestro lugar y orden de ser —replicó ella con el aquel tono suave y sincero con el que Andrew había estado soñando todo aquel tiempo.
Andrew la miró, sintiendo dolor porque ella no le reconociera, porque hubiese olvidado lo que había hecho por él, las palabras que él jamás olvidaría. Ahora, tenía que ayudarla él, estaba claro que le necesitaba. Por eso le comentó:
—Sé que Joshua te está buscando, nos contó que te habías escapado de casa, aunque no nos dio más explicaciones. Te hemos estado buscando todos, me refiero a otros cambiantes y a mí mismo. Tu hermano está muy preocupado.
Náyade se mordió el labio y Andrew se tragó las palabras de que él también había estado muy preocupado. Amablemente le dijo:
—Ahora estamos en la cabaña de mi Hermandad, la usamos para cambiarnos de ropa antes de convertirnos. En cuanto descanses, te llevaré con tu hermano.
Ella siguió sin contestar y Andrew añadió:
—¿Te perdiste en el bosque intentando llegar a su Hermandad?
La chica bajó los ojos y musitó tristemente:
—Sé dónde está mi hermano, pero no puedo ir a verle.
—¿Por qué? ¿Es porque te has escapado de casa de tus tíos?
Ella vaciló antes de confesar:
—Algo similar. Mi tía no me quería en casa porque soy una bruja y tiene miedo de mí. Ella declaró que yo había hecho algo prohibido, algo que hice una vez, y llamó al Círculo de las sombras para que vinieran a por mí. ¿Les conoces?
—No mucho. En mi Hermandad tenemos una norma: nos mantenemos alejados de esos brujos todo lo que podemos. Me da igual que luchen por el bien, no me fío de ellos —contestó Andrew, sintiendo un escalofrío por la espalda al entender que era él el motivo de que ella estuviera en peligro.
Náyade le miró y se explicó:
—Antes de que llegaran a la casa de mis tíos, me escapé y vine a buscar a Joshua. Pero cuando llegué a la Hermandad de la Luz, vi a ese brujo entrar allí y supe que me esperaría. Así que volví al bosque y me escondí.
—¿Qué brujo?
—Lucius Rogers.
—El padre de Huck, he oído hablar de él. Aunque, ¿qué es lo que te ha hecho exactamente?
La voz de Náyade tembló mientras respondía:
—No quiero hablar de ello.
Andrew la miró, podía ver la tristeza en sus ojos aunque ella no le contara nada. Con voz amable le dijo:
—Está bien, encontraré la manera de hablar con Joshua sin que te expongas al Círculo de las sombras. Pero, hasta entonces, no puedes quedarte aquí. Es peligroso, y además estoy segura de que debes tener hambre.
—He comido frutas del bosque —explicó ella.
—¿Durante dos días? No me extraña que estuvieras casi desmayada.
—Prefiero eso a que me vuelvan a encerrar —declaró ella firmemente.
Andrew la miró, intentando descubrir en su mirada que es lo que le había sucedido, pero sus ojos solo mostraban una profunda tristeza. Con voz débil ella le rogó:
—Por favor, no me delates.
—Yo no haría eso nunca y, además, ya te he dicho que los cambiantes nos mantenemos alejados del Círculo de las sombras.
Náyade permaneció en silencio y Andrew sopesó las posibilidades mentalmente. Si llevaba a la chica a la Hermandad de las Águilas, podían pasar dos cosas poco halagüeñas para él. La primera, que alguien del rectorado se enterara que tenía una menor en su habitación, y terminara en comisaría. La segunda y mucho más temible, que Carl o Joshua se enteraran y creyeran que había estado con Náyade; cabreando no solo a su jefe de Hermandad y mejor amigo, sino también a un poderoso brujo perteneciente a una Hermandad repleta de brujos que odiaban a los cambiantes. Ella advirtió sus dudas y le aseguró:
—No tienes por qué preocuparte por mí. Llevo dos noches aquí, encontraré la manera de poder estar más tiempo escondida en el bosque, hasta que sea seguro.
Andrew la miró lastimosamente. No podía quedarse en la cabaña de los cambiantes y tampoco tenía ninguna duda de que, en su estado, no duraría mucho a la intemperie y sin comer nada más que frutas del bosque. Además, no pensaba dejarla expuesta a los peligros que allí había, aunque para ello tuviera que arriesgarse él. Por eso le propuso:
—Te llevaré a mi Hermandad, puedes esconderte allí hasta que encontremos la manera de hablar con seguridad con tu hermano.
—Pero, no quiero meterte en problemas a ti… —repuso ella.
—Tranquila, te esconderemos en mi habitación.
—No creo que eso sea adecuado —respondió ella con sinceridad. Aunque su experiencia con chicos fuera nula, sabía lo bastante por sus amigas como para saber que no debía ir a sola a la habitación de ningún chico universitario, o algo similar.
Andrew la miró, comprendiendo, y se apresuró a decir:
—Es el único sitio seguro que se me ocurre hasta que consiga hablar con Joshua. Pero, tengo una idea. Puedo convertirme en el animal que desee, así que la habitación será para ti sola, aunque me quedaré allí para protegerte, ¿de acuerdo?
Ella le miró, intentando ver a través de sus ojos, como Joshua le había enseñado. Sintió su preocupación y también una conexión extraña, como si hubiera visto esos ojos antes, o al menos, el brillo que de ellos emanaban. En su mirada no había rastro de maldad, y algo le dijo que podía confiar en él. Por eso aceptó:
—Está bien, iré contigo. Pero solo hasta que encontremos la manera de hablar con Joshua.
—Por supuesto. Mañana mismo intentaré hablar con él. Vamos, no quiero que estés más tiempo aquí, hace mucho frío.
Ella intentó levantarse, pero era evidente que estaba demasiado débil. Andrew hizo ademán de tomarla del brazo, pero ella se apartó rápidamente:
—No voy a hacerte daño.
—No es por ti. Se supone que no debo tocar a nadie.
—¿Quién lo dice?
—Es por mis poderes, los miembros del Círculo de las sombras dicen que no los controlo y que debo mantenerme alejada de todo el mundo —contestó Náyade con una sinceridad teñida de tristeza.
Andrew la miró, comenzando a entender por lo que debía haber pasado a causa de su salvación, e insistió:
—Los miembros del Círculo de las sombras también opinan que los cambiantes no tenemos autocontrol y que somos peligrosos, así que debemos mantenernos lejos de los brujos.
Náyade le miró y, recordando tanto al animal como al chico, afirmó con sinceridad:
—No creo que seas peligroso, me has traído hasta aquí y me has salvado.
Andrew le sonrió y le aseguró a su vez:
—Y yo no creo que tú puedas hacerme daño, conozco a Joshua, y leo su bondad en tus ojos, son iguales.
Ella no dijo nada, pero esbozó una sonrisa y Andrew comentó:
—Te propongo una cosa. Dejaremos las normas del Círculo de las sombras fuera de nuestra relación. Así yo puedo ayudarte.
—Me parece bien.
Al obtener su permiso, Andrew pasó delicadamente la mano por la cintura de ella, para ayudarla a caminar, adaptando el ritmo al paso lento de ella. Náyade se sintió estremecer, como si el contacto con aquella aura no le fuera desconocido. Con voz inquieta le preguntó:
—Andrew, ¿nos conocemos?
Él vaciló. Aquella chica estaba agotada, se había pasado los dos últimos días y sus noches en el bosque, sola, y apenas si comenzaba a confiar en él. No podía contarle lo que había sucedido entre ellos, al menos no en ese momento. Por eso se limitó a decir:
—Será mejor que vayamos. Tienes que comer algo enseguida.
La Hermandad de las Águilas, como Andrew había previsto por la hora que era, parecía desierta, así que se apresuró a entrar junto con Náyade en su habitación antes de que nadie les viera. Al verla, ella se sorprendió gratamente, ya que estaba muy ordenada. Andrew parecía cohibido cuando le dijo:
—No es muy grande, pero, como te he dicho, me convertiré para no molestarte.
Ella sonrió y le dijo:
—Te lo agradezco. ¿Te importaría si me doy una ducha?
Andrew la miró, advirtiendo el estado sucio de sus ropas y también sus cabellos enredados, seguramente por haber dormido al raso. Algo tímido comentó:
—Por supuesto, pero tendré que prestarte algo de mi ropa. Esta Hermandad no es mixta, así que no puedo conseguirte ropa más adecuada.
—Tu ropa estará bien. Quería huir con unas mudas de ropa, pero mi tía me cerró el paso y tuve que escapar por la ventana del baño; así que no pude coger nada.
—¿Era una planta baja?
—No, el segundo piso. Pero soy delgada y flexible, así que bajé por las tuberías —se explicó ella.
—Podrías haberte matado —susurró Andrew escandalizado.
—Supongo que intenté no pensar demasiado en ello —confesó Náyade.
Andrew la miró, advirtiendo de nuevo la misma confianza que la primera vez que la había visto, la misma que ella no recordaba. Para él estaba claro que, detrás de aquella apariencia tímida y tranquila, se escondía una fuerte y valiente mujer.
Evitando concentrarse más en sus sentimientos hacia ella, le tendió un pantalón largo deportivo y una camiseta, y le indicó donde estaba la ducha; agradeciendo que tuviera una individual en su habitación. Cuando ella salió, sus cabellos caían en cascada sobre los hombros; y su cuerpo se veía aún más delgado a causa de las ropas de él. Estaba muy pálida y las ojeras aún poblaban sus ojos, pero seguía siendo para él la muchacha más bonita que había visto, la muchacha con la que llevaba semanas soñando. Ella se sentó en la cama y Andrew le explicó:
—Mientras te duchabas he ido a por comida. He pensado que, al haber estado sin apenas comer estos dos días, te iría bien una sopa caliente.
—Eso es una idea perfecta. Lo cierto es que estoy hambrienta.
Andrew se sentó enfrente de ella, en la silla del escritorio, y, en silencio, comieron la sopa. Cuando terminaron, él comentó:
—Dado que Carl y yo nunca traemos a chicas a la Hermandad, es frecuente que estemos en la habitación uno del otro. Así que cerraré la puerta con llave, pero si viene te esconderemos en el baño. Por el resto de la Hermandad no nos hemos de preocupar demasiado, cada uno va a su rollo.
Mientras hablaba, Náyade le miró, intentando comprenderle, y una idea pasó por su cabeza:
—¿Tú también eres gay, como Carl y Joshua?
Andrew la miró boquiabierto y preguntó:
—¿Tú sabes eso?
—No a ciencia cierta, pero me lo pareció cuando vino a verme con mi hermano. De hecho, sospecho que son novios, aunque Joshua no me lo diría nunca. Cree que tengo cinco años y por tanto no entiendo nada de parejas.
Andrew no pudo evitar reír ante el comentario, pero después se pudo serio y comentó:
—Tienes razón acerca de ellos pero ¿por qué crees que yo también lo soy?
—Porque eres muy guapo y has dicho que nunca traías chicas —se explicó Náyade con sinceridad.
Andrew se mordió el labio, sin saber qué decir. Cómo explicarle que no podía estar con ninguna chica desde la primera vez que la vio, y que después de las horas que estaban pasando juntos no podría volver a estar con nadie que no fuera ella. Como decirle tantas cosas que salían de su corazón a una chica de dieciséis años que le miraba como una amiga, que necesitaba que él se concentrara en ayudarla a mantenerse lejos del Círculo de las sombras. Por ello se limitó a decir una verdad a medias:
—No hay ninguna chica que estudie en el campus que me interese.
Náyade pareció sorprendida, aunque, en su fuero interno, también estaba aliviada de un modo que no acertaba a comprender. Sus amigas del instituto le habían hablado de las Hermandades y de los chicos universitarios, pero Andrew no parecía protagonista de ninguna de las historias que le habían contado. Pero lo que le había dicho era cierto, Andrew, aparte de amable y encantador, era muy guapo, lo que hacía más extraño que no hubiese ninguna chica interesada en él. Sin embargo, ella ahora mismo tenía cosas más importantes de las que preocuparse, como del Círculo de las sombras. Y, para ello, necesitaba descansar. Por eso comentó:
—¿Te importa si me acuesto? Estoy agotada. Apenas puedo mantener los ojos abiertos.
—Por supuesto. Volveré en unos minutos, convertido en no sé, ¿qué animal quieres que sea? —propuso Andrew.
—Lobo no —se apresuró a contestar Náyade, recordando el susto que le había dado—. ¿No podrías ser algo más pacífico?
—¿Te va bien un cachorrillo?
Náyade rio y contestó:
—Por supuesto.
—Entonces, acuéstate, yo iré a darme una ducha. Por cierto, cuando estoy en forma animal, puedo verte y oírte, lo digo para que no creas que estás sola… —explicó Andrew cohibido.
—Lo tendré en cuenta —confirmó Náyade con una sonrisa.
Andrew se la devolvió por toda respuesta y se fue hacia el baño, pensando que aquella situación cada vez le ponía más nervioso.