1. Sueños de huida

Tumbado en la cama, Carl miraba con preocupación a su primo. Habían pasado varias horas cambiados, siguiendo el rastro de la bruja. Finalmente, se habían colado en una casa deshabitada que debía de ser residencia de verano, para poder asearse y descansar. Carl había encontrado latas de conservas en la despensa y había tenido que obligar a Huck a que comiera algo, ya que este estaba profundamente afectado por todo lo que había sucedido con Debby.

Volvió a mirarlo. Huck tenía el sueño inquieto, pero parecía muy sumergido en él, agotado como estaba después del cambio realizado. Al verlo con ese aspecto enfermizo, Carl tuvo que controlar sus instintos de llamar a Andrew, ya que Huck le había prohibido terminantemente ponerse en contacto con él o, si lo hacía, garantizar que este no le dijera nada a ninguno de los miembros de la Hermandad de la Luz. Pero, en realidad, no era a Andrew a quien quería llamar, sino a Joshua, que siempre sabía qué hacer, que veía las situaciones con calma, que hubiera encontrado la manera de convencer a Huck de la locura de su huida. Joshua… Había sido tan fácil amarle desde la primera vez que le vio como imposible era no hacerlo ahora, olvidarle. Podía haberse alejado de él físicamente, podía no atreverse apenas ni a mirarle cuando se cruzaban en el campus, pero sabía que su corazón le pertenecía completamente. Suspiró. Si al menos Joshua hubiera dejado de amarle, si pudiera aferrarse a que él ya no sentía lo mismo… Pero no era así. En las miradas que se habían intercambiado el día anterior había leído en sus ojos los mismos sentimientos que veía cada día en el espejo cuando se miraba a sí mismo: amor, frustración, dolor por la separación…

Bloqueó rápidamente esos pensamientos de su cabeza, como tantas veces había hecho antes para sobrevivir; y volvió a concentrarse en su primo, que seguía yaciendo en aquella especie de sueño perturbador. Huck… Había sido como un hermano para él, hasta que sus padres decidieron que, por el bien común, era mejor que estuvieran separados, como brujos y cambiantes debían estarlo. Ambos habían aceptado la decisión de sus progenitores, cambiando sus conversaciones interminables por frases secas plagadas de ironía, haciendo lo que se suponía que tenían que hacer, sufriendo por ello cada día.

Huck pareció intuir lo que Carl estaba pensando, porque entreabrió los ojos diciendo:

—¿Qué hora es?

—Hora de que sigas durmiendo —le respondió Carl.

—Tenemos que seguir buscando —replicó él haciendo ademán de levantarse.

—Huck, estas son las normas. Si no quieres que volvamos a tu Hermandad hoy mismo antes de encontrar a esa bruja, vas a tener que obedecerme.

—¿Desde cuándo das las órdenes tú? —protestó Huck.

—Desde que tú estás agotado y no atiendes a razones. De hecho, ni siquiera debería haberte dejado convertirte, pero ya que lo has hecho, al menos tengo que controlarte.

Huck le miró, intentando encontrar algún comentario irónico con el que replicarle, pero estaba demasiado cansado para ello, así que se limitó a cerrar los ojos y volvió a dormirse, sabiendo que en sus sueños volvería a colarse la pesadilla de Debby muriendo.