ROBERT KOLDEWEY, un arqueólogo alemán en la torre de Babel

Si la arqueología británica fue la responsable de que se tuvieran en cuenta los principios estratigráficos en las excavaciones en Egipto y de que se adoptara la cerámica como referente a la hora de adjudicar cronologías a los yacimientos, los estudiosos alemanes introdujeron la profesionalización de la arqueología en Mesopotamia. Hasta la Primera Guerra Mundial, debido al buen estado de salud de las relaciones entre Alemania y la Sublime Puerta, la posición de los científicos del káiser Guillermo II en Oriente Medio predominó sobre la de los demás técnicos extranjeros. Babilonia, a orillas del Éufrates; Asur y Samarra, asomadas al Tigris; y Warka, en la Baja Mesopotamia, conformaron la punta de lanza de la arqueología germana que convirtió en caducos a los aventureros de inspiraciones bíblicas y la mera sustracción de arte monumental para los museos; esta circunstancia, con todo, no se desvaneció de las expediciones del siglo pasado, ya que los museos estatales de Berlín codiciaban que sus colecciones de antigüedades orientales no desmereciesen de las del Museo Británico ni de las del Louvre.

Robert Koldewey (1855-1925) fue el Flinders Petrie alemán. Su aprendizaje modélico de la arqueología, la arquitectura y la historia del arte se complementaba con la experiencia de campo en el Egeo, Siria e Italia. La Deutsche Orient-Gesellschaft (la Sociedad Oriental Alemana, bajo el patronazgo del káiser) necesitaba un hombre de esas características en su proyecto de excavación de Babilonia, la «Puerta de los dioses», citada como Babel en el Génesis y Babilu en los textos cuneiformes, y lo nombró director, oficio que desempeñó de 1899 a 1917.

Koldewey se rodeó de avezados asiriólogos y arquitectos –aunque acentuaremos la figura de uno novel, Walter Andrae–, y aleccionó con especial cuidado a sus trabajadores a diferenciar los matices de los muros de adobe caídos y los ladrillos de arcilla de la greda que integraba el piso del tell; entre doscientos y doscientos cincuenta obreros trabajaron para él, tratando de no confundir los paramentos en pie del material lindante de la misma composición. Los objetivos de Koldewey eclipsaban el saqueo de relieves historiados y de esculturas entablado por Botta y Layard; el alemán se predisponía a ensayar una restitución de la topografía de la metrópolis por excelencia de la Antigüedad, a desentramar la evolución de su trazado urbanístico, a inquirir en los aspectos monumentales de la arquitectura de los tiempos de Nabucodonosor II (604-562 a. C.), a desentrañar su ordenación social. En cifras, la magnitud de la tarea que afrontaba significaba resucitar una urbe de ochocientas cincuenta hectáreas, rodeada por sistemas defensivos de hasta veinte metros de espesor –Herodoto anotó en el siglo v a. C. que un carro tirado por cuatro caballos recorrería a sus anchas las murallas–, y cubierta de toneladas de tierra (de hasta veinticuatro metros de altura en determinados sitios). En el distrito sagrado, en 1902, se comprobó que la Puerta de Ishtar, la Astarté fenicia, se hundía a esa profundidad, pero ladrillo a ladrillo fue desmantelada y reconstruida en el Pergamonmuseum de Berlín. El impresionante acceso lo atravesaba una vía procesional recorrida en las fiestas del año nuevo (Bit Akitu) hasta el complejo religioso del dios Marduk. Los muros que flanqueaban esa calzada, así como la propia puerta, adornaban sus adobes con relucientes frisos vidriados donde se representaban toros, leones y dragones; estos dos últimos animales eran los distintivos de Ishtar y de Marduk, patrón de la ciudad, soberano supremo de las demás deidades y de la humanidad.

Las excavaciones germanas de 1900 permitieron recrear el Esagila, la zona templar de Marduk, con su anexo monumento aterrazado o zigurat, el más reciente de Mesopotamia, arrasado a manos de los persas y rehabilitado por Alejandro Magno. Era la Torre de Babel cuya cúspide rozaba el cielo, según la Biblia, pero la narración de Herodoto le achacaba una función mundana de consecuencias cósmicas: en el templete de su cima, el octavo cuerpo de la estructura, el dios copulaba con la hieródula (en otras palabras, el monarca con una sacerdotisa) a lo largo de las celebraciones del Bit Akitu, hierogamia que garantizaba la fertilidad del país y la renovación de la creación.

La Puerta de Ishtar (Koldewey, 1914). Los ingresos a Babilonia estaban protegidos por diferentes divinidades. La de Ishtar se caracteriza por las representaciones de diferentes seres, entre ellos los leones, animales vinculados a la diosa.

Por todo ello, Koldewey juzgaba que los escritos de Herodoto se acercaban bastante a la realidad; encontró incluso el puente de piedra sobre el Éufrates en 1910 y el recodo del palacio de Nabucodonosor que interpretó como los Jardines Colgantes. Aunque el arqueólogo alemán no llegó a profundizar hasta los niveles del III milenio, sí supo leer la estratigrafía arquitectónica del tell, la compleja sucesión de edificaciones erigidas a base de ladrillos de barro. Los métodos que empleó prevalecieron en la arqueología que se realizó en Anatolia, Siria, Palestina, Iraq, Irán, Arabia e incluso la India.