La devastación monumental a la caída del Imperio Romano

A partir del siglo IV d. C., dos calamidades se abatieron sobre la cultura, los ideales y los sueños marmóreos del mundo clásico: las invasiones de los pueblos germánicos y la oficialización del cristianismo como religión de Estado. De la primera de esas fatalidades, que atrajo sobre el Imperio romano un pillaje a gran escala de su caudal patrimonial, no escapó siquiera Roma, saqueada con furia por Alarico el visigodo en el 410 y expoliada a conciencia por los vándalos de Genserico en el 455.

La segunda, materializada con el Edicto de Tesalónica promulgado en el 380 por Teodosio I, representó una tragedia tanto para el legado monumental como para la cultura material pagana. Los adoradores de los dioses olímpicos, de las exóticas deidades orientales, de los fenómenos naturales y de los astros invocados en los altares sufrieron la proscripción de sus rituales y de sus sacrificios. Al año siguiente, en el 381, el emperador clausuró los templos paganos, a los que asimismo desposeyó del derecho a las tierras de las que subsistían. La conflictividad desatada entre sendas religiosidades trajo consigo la destrucción de las obras de arte fabricadas en torno a la piedad antigua, de imágenes, templos y exvotos. Los picos y los martillos cristianos se cebaron con las esculturas, relacionadas no solo con el culto, sino con los usos mágicos, así que fueron abatidas, descabezadas, despedazadas en cientos de fragmentos (los arqueólogos encuentran hoy aquellas estatuas que los paganos enterraron o arrojaron al mar con objeto de salvarlas de este frenesí) e incluso cristianizadas, puesto que un modo de neutralizar sus maléficos poderes fue tallar cruces en sus frentes.

SYLVESTRE, Joseph Noel. El saqueo de Roma por los visigodos en el año 410 d. C., (1890). Musée Paul Valéry, Francia. Este no sería el único saco sufrido por la capital imperial, de nuevo atacada en el 455 d. C. por los vándalos.

Los complejos sagrados padecieron una suerte análoga al ser demolidos por toda la geografía imperial; entre los afectados se contaban lugares en donde el paganismo había depositado su máximo fervor: el Templo de Artemisa de Éfeso –en su versión reconstruida del siglo IV a. C.–, una de las siete maravillas del mundo, había sobrevivido a la acometida de los godos del 262 d. C., pero no resistió a la incautación cristiana de sus materiales constructivos (varias de sus columnas se alzaron en el interior de la basílica de Santa Sofía, en Constantinopla). En el 391 d. C., los disturbios capitaneados por el patriarca Teófilo en Alejandría derivaron en la deflagración del Serapeum (el templo del dios Serapis) y de su riquísima biblioteca, seguramente una de las pérdidas del patrimonio bibliográfico grecorromano que más ha de lamentar el ser humano. El obispo Gregorio de Tours, san Benito de Nursia o san Gregorio Magno, los tres del siglo VI d. C., despuntaron entre quienes animaron a las turbas de monjes a borrar de la tierra la memoria del esplendor clásico (a fin de erigir la abadía de Montecasino, Benito de Nursia demolió los restos de un templo consagrado a Apolo e hizo añicos su imagen cultual), si bien la conversión en iglesias cristianas preservó del holocausto no pocos santuarios y edificios romanos. En la ciudad del Tíber, los templos de Antonino y Faustina, y el de Rómulo (en realidad un ábside de la basílica de Majencio), abrieron sus puertas a la devoción católica bajo los nombres de iglesia de San Lorenzo in Miranda e iglesia de San Cosme y Damián, respectivamente. La Curia de Julio César pasó a ser la iglesia de San Adriano, en el Pórtico de Octavia se insertaba la iglesia de San Angelo in Pescheria y en el Panteón la de Santa María ad Martyres (fundada hacia el 609). En las regiones carentes de estructuras romanas también se documenta la cristianización de los monumentos prehistóricos, bien grabando el símbolo de la cruz en menhires, bien adosando a los vestigios megalíticos una iglesia, en el caso del círculo de piedras neolítico de Avebury (Inglaterra). Se cita a menudo el estupor que causó en san Sansón de Dol (s. VI d. C.) el contemplar a las gentes de Cornualles reunidas en adoración alrededor de un menhir… A la erudición helénica todavía se le reservaba un duro golpe, que descargó el emperador bizantino Justiniano en el 529 d. C.: la disolución de la Academia Neoplatónica de Atenas, la cual llevaba unida la censura a los filósofos y profesores paganos de impartir sus corruptores preceptos, hecho que los obligó a emprender en masa el camino del exilio; apenas unos años después, sus libros, junto a cientos de pinturas y estatuas de sus dioses, se quemaron públicamente en el anfiteatro de Constantinopla. Mediante este procedimiento expeditivo se atajaba el peligro de que la filosofía griega contagiara a las doctrinas cristianas, lo cual sumió a la creación intelectual, especialmente en Occidente, en un oscurantismo que se prolongaría durante varios siglos.

D’ALEMAGNA, Giovanni. Santa Apolonia destruyendo una escultura pagana (h. 1445). National Gallery of Art, Washington. Si se observa el podio de la escultura, se observa el águila de alas desplegadas, elemento típico en aras y en relieves funerarios, que en el caso de las de personajes imperiales indican su apoteosis o ascensión a los cielos.