La arqueología científica en Egipto
En 1881, un egiptólogo escribía acerca del estado de la arqueología y del patrimonio histórico en Egipto: «La salvaje indiferencia de los árabes es superada solamente por la más bárbara falta de miramiento por los monumentos de los que están en el poder. Nada parece hacerse con un plan regular y uniforme, se empiezan los trabajos pero se dejan inconclusos; no se tienen en consideración futuras exploraciones […], los niños portan la tierra en pequeños canastos sobre sus cabezas…». William Matthew Flinders Petrie (1853-1942) había desembarcado en Egipto hacía un año, pero todavía no cabía en sí de asombro por el rápido deterioro de las antigüedades de la civilización de los faraones, pese a las prevenciones dictadas por Auguste Mariette, quien precisamente fallecería en 1881.
Los mecanismos mentales de Petrie eran lo opuesto a ese caos que Occidente ha establecido como un cliché de los países musulmanes: de carácter calculador –a los diecinueve años había verificado las proporciones de Stonehenge junto a su padre, un ingeniero–, autodidacta, afín a las ciencias y sobre todo a las matemáticas, su escrupulosidad lo convirtió en el primer arqueólogo que excavó en Egipto con una metodología y objetivos de veras científicos, si bien las razones que lo guiaron allí entronquen más con los pecados de la pseudociencia. A expensas de la generosidad paterna, el meticuloso viajero recaló en las tierras del Nilo con instrumentos de medición y teodolitos, dispuesto a ratificar las teorías de un amigo de la familia, Charles Piazzi Smyth, un iluminado con concepciones muy suyas acerca del Génesis, profesor de Astronomía en Edimburgo y autor de Our Inheritance in the Great Pyramid (1864). En esta obra explicitaba que la pirámide de Keops se había levantado inspirada por revelaciones divinas, con un patrón de medida basado en la «pulgada de las pirámides», y que sus dimensiones no solo traslucían importantes singularidades astronómicas sino que enmascaraban predicciones relativas al futuro de la Tierra. El determinismo de Piazzi Smyth engatusó a los Petrie, padre e hijo, así que Flinders se mudó a Guiza de 1880 a 1882, a efectuar las mediciones de esta magnífica «biblia de piedra», de su interior, deficientemente investigado, de sus hermanas menores y de los templos de la meseta. Sus cálculos matemáticos, y las mediciones conclusivas, se demostraron de una exactitud sin precedentes hasta la época, y por supuesto desterraron del mundo académico las especulaciones del astrónomo Smyth. Los egipcios no necesitaban de los cánones numéricos de Dios para acreditar su habilidad en la rama de la ingeniería; Petrie sondeó la programación de la construcción, y el hallazgo de las barracas de los obreros de la segunda pirámide de la IV dinastía, la de Kefrén, le señaló que aproximadamente cuatro mil habían trabajado en ella. Aquí comenzó a preocuparse por las pequeñas cosas, por las existencias de los hombres comunes del antiguo Egipto, por las industrias cotidianas del país del Nilo, por la vida doméstica, por la cerámica –hasta en sus fragmentos menos llamativos–, las herramientas del día a día, los juguetes, los papiros, los enseres rudimentarios. Y entrenó a la mano de obra que contrataba a fin de que distinguieran además de las piezas meritorias los objetos corrientes y vulgares, los pedazos de cerámica, y cuando se la presentaban les pagaba el precio que habrían alcanzado en el mercado. Los tesoros no le llamaban la atención tanto como las respuestas a las preguntas que se amontonaban en su cabeza acerca del pasado, por lo que se puede decir sin vacilar que compartía las inquietudes de la arqueología actual. «Las cosas más triviales pueden ser valiosas, generalmente hay que guardar muestras de todo», fue una de sus máximas inolvidables, y lo llevó a la práctica con profesionalidad.
En los cuarenta años sucesivos su actividad fue incesante, ya fuera por cuenta propia o de la Egypt Exploration Fund, excavando pirámides, necrópolis y ciudades. De un largo elenco de yacimientos podemos extractar Tanis (capital de las dinastías XXI y XXII durante trescientos años), la colonia griega de Naucratis, fundada en el siglo VII a. C., pero en especial dos, el-Kahun y el-Amarna. Aquella, un foco habitacional de peones y de sus capataces surgido en torno a la erección de la pirámide de Sesostris II (1897-1878 a. C.), con casas de adobe proyectadas en un plano perfectamente ordenado, es decir, una concentración de barrios obreros con importantes noticias sobre la cultura material de la plebe egipcia. El-Amarna, en cambio, se trataba de la ciudad que un gobernante transgresivo, Amenophis IV o Akenatón, convirtió en la capital de Egipto consagrándola al dios solar Atón. Su ocupación, de apenas quince años, y el hecho de que no se reconstruyera encima ninguna población posterior, le otorgó la oportunidad a Petrie de salvar del desierto su palacio real –recubierto de delicados frescos que desvelaban la intimidad familiar del faraón–, las moradas aristocráticas que lo rodeaban, los distritos residenciales, las sedes administrativas, las avenidas y el Camino Real, o el archivo, receptor de la correspondencia diplomática en cuneiforme con los reinos de Siria, Mesopotamia y de Asia Menor.
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WALLIS, Henry. Excavaciones de Flinders Petrie en Tebas (1895). University College, Londres. Petrie defendió el método de incentivar a sus trabajadores recompensándolos por cada pieza antigua que le llevaran.
El sondeo de tumbas, sin embargo, es el que llevó a Flinders Petrie a los descubrimientos subrayados por las innovaciones metodológicas de las que se valió en ellos. Destacan sus trabajos en el cementerio de Naqada, a partir de los que elaboró una cronología relativa de la etapa predinástica egipcia. En 1894 excavó cerca de dos mil enterramientos, donde los esqueletos brotaban acompañados de cerámicas pero sin ningún tipo de inscripciones por los que se pudieran fechar. Por lo tanto, fijándose en todas y cada una de las tumbas, ensayó secuencias tipológicas según las transformaciones morfológicas y ornamentales que se introducían en los vasos, ideando así una cadena temporal que lo trasladaba a la prehistoria nilótica, a momentos anteriores al 3100 a. C., válida para cualquier arqueólogo que encontrara piezas similares. Que en la cerámica estribaba «el alfabeto de la labor arqueológica» se le manifestó en los sepulcros de Ghurab. Para sorpresa de Petrie, recipientes idénticos a los sacados a la luz por Schliemann en Grecia afloraban en un contexto de la XVIII y de la XIX dinastías (1570-1186 a. C.). Gracias a los escarabeos, a los amuletos grabados, a las inscripciones con los títulos de los faraones, todo lo contenido en una tumba egipcia poseía su cronología absoluta, así que, cruzando datos y materiales, la civilización micénica se habría encuadrado en un período simultáneo.