A Jean Barnabé
PARÍS, 27 de junio de 1959
Mi querido Jean:
Su carta, su tan hermosa carta, llegó a París cuando Aurora yo estábamos en Viena. Un amigo, a quien le habíamos prestado el departamento, nos la envió enseguida, y yo tuve la gran alegría de recibir noticias de ustedes justamente cuando empezaba a preocuparme seriamente por un silencio tan largo. Pero hablando de silencio, ya han pasado más de dos meses. Dos meses muy tontos y absurdos para mí, porque unos pocos días después de recibir su carta, me di un tremendo golpe y me rompí la cabeza del húmero izquierdo (en buen criollo, me fracturé un brazo). No era nada, en realidad, pero un médico vienés, olvidado de que ejercía su profesión en la ciudad de Freud nada menos, hizo una enorme burrada conmigo, diciéndome que no valía la pena enyesarme; me tuvo tres semanas con el brazo en cabestrillo, y cuando me sacaron la radiografía de control, la pequeña fractura se había abierto más de dos milímetros, y había peligro de que el hueso quedara completamente roto. Y esto ocurría dos días antes de terminar yo mi trabajo en Viena y salir para Italia a tomarnos un descanso y aprovechar el auto por esos caminos toscanos y umbríos que tanto quiero. Se imaginará mi malhumor y mi tristeza al ver que todo se derrumbaba. Me enyesaron ese mismo día, después que yo le dije al médico en mi mejor inglés todo lo que pensaba sobre él y parte de su familia, y tuvimos que volvernos cabizbajos a París. Por suerte el amigo argentino que iba a reunírsenos en Venecia para hacer el viaje italiano con nosotros, subió inmediatamente a Viena, y fue él quien piloteó Nicolás hasta París. Aquí caí en manos de una médica y de una legión de ménades bondadosas, que se apoderaron de mi pobre brazo y lo someten diariamente a las más extraordinarias maniobras, masajes, corrientes eléctricas y otros sistemas de tortura, gracias a lo cual ya puedo escribirle a usted esta carta usando las dos manos. Lo del viaje a Italia fue tan sólo "partie remise", pues nos vamos el jueves que viene, y pasaremos allá más de tres semanas. Le debo estas vacaciones a Aurora, y a mí me van a hacer mucho bien.
Aparte de estos accidentes osteopáticos, que son mi especialidad, lo pasamos muy bien en Viena. Yo tenía un contrato de 3 meses en el Organismo de Energía Atómica, y Aurora practicó el turismo y el estudio detallado de los magníficos museos. Viena está muy bien durante un mes, porque el barroco merece verse, y un museo donde hay 16 Brueghel y 8 Velázquez no se encuentra así nomás; pero pasado un mes y una vez que se ha conocido la Ópera y se han saboreado diversas cervezas, se descubre que la ciudad es bastante provinciana, la barrera del idioma es casi angustiosa, y que cuando se tiene la suerte de contar con una casa en París lo único inteligente es habitar en ella lo más posible.
Su carta me alegró y me entristeció a la vez, porque veo que ustedes no vendrán por el momento a Francia, y lo lamento muchísimo, maldito dinero y maldito trabajo, cómo nos fastidia a todos. Nosotros, por nuestra parte, estamos un poco "en el aire". Seguimos dispuestos a B.A. una vez terminada la conferencia de septiembre/octubre en Viena, donde trabajaremos, pero por otra parte no sabemos todavía si tendremos la posibilidad de ir a los EE.UU. y trabajar en la Asamblea de las Naciones Unidas. En este último caso, haríamos un viaje triangular, pero no llegaríamos a la Argentina antes de febrero del año que viene. Todo es muy vago e impreciso; de todos modos, las cosas se decidirán en estos dos meses próximos, y yo lo tendré al corriente. Me gusta muchísimo que ustedes estén dispuestos a ir a B.A. para encontrarse con nosotros. Ahí o en Montevideo, según nos convenga a los cuatro llegado el momento, nos encontraremos. Es tan poco lo que nos vemos, y Aurora y yo los sentimos a ustedes tan amigos nuestros, tan profundamente camaradas, que estos raros y breves encuentros nos parecen, como a usted, una injusticia. Usted me habla de sus amigos, todos ellos tan lejos; yo también dejé a los míos —dos, quizá tres —en Buenos Aires. Verse por pocos días no sirve de mucho, porque el tiempo nos va separando, y no es fácil restablecer de inmediato el contacto, la intimidad, ese acuerdo maravilloso que en un momento dado se reanuda en lo más profundo. Y precisamente en ese momento hay que despedirse... Tuve esa impresión cuando pasamos esos días juntos en Punta del Este, y la volveré a tener cuando nos encontremos de nuevo. Somos tan complicados, nosotros, tan llenos de misteriosos resortes, de resonancias secretas, de alianzas y hostilidades, de encuentros y desencuentros... Jugamos un ajedrez casi demoníaco, y maravilloso. La amistad, esa que sólo se da a unos pocos seres a lo largo de toda la vida, es como una aventura espiritual llena de peligros, de acechanzas, de riesgos... Siempre me maravillan los españoles, que se tutean a los cinco minutos y se declaran íntimos amigos al cuarto de hora... Y están convencidos, y a lo mejor es así. Pero esas amistades hechas de ignorancia mutua, de pura superficialidad, me parecen lo que podría parecerme la relación con una prostituta si se la compara con el amor profundo. No es que yo esté en contra del erotismo puro, desvinculado del amor; muy al contrario, creo que es uno de los caminos importantes por donde se puede salir a la búsqueda de una realidad más completa; pero la amistad no es un mero encuentro en plena calle. De la simpatía a la amistad hay un largo itinerario, que pocos son capaces de seguir hasta el final. Y por eso nosotros tendemos siempre muy pocos amigos, y los querremos tanto.
Usted, que ya ha aludido más de una vez a mi lado "secreto* y que quisiera descifrarme un poco mejor a través de la lectura de la novela, me conoce sin embargo mucho mejor que tanta gente o cree estar al corriente de mi vida y mis sentimientos y mis gustos disgustos. Es cierto que soy discreto, y que la gente extravertida me molesta (por eso me molestan los españoles, como a usted, si no me equivoco). Pero en el fondo, Jean, lo que ocurre es que en mí no hay mucho de interesante, no hay mucho que mostrar ni que contar. No crea que me hago el interesante, o que peco de modesto. Lo que escribo es sobre todo invención, y es invención porque no tengo nada que recordar que valga la pena. Entonces, aprovechando un cierto don que me ha dado la naturaleza, invento, fabrico, extraigo "ex nihil". Gentes como Miller, Hemingway, Malraux, Céline, han vivido aventuras personales asombrosas, y con sólo contarlas bien ya tienen asegurada la admiración de los lectores. Yo, en cambio, me rompo un brazo, visito el Partenón, navego por el Ganges, pero siempre estoy como dentro de mí mismo; mis entusiasmos —que son grandes —no me arrancan del esteticismo o a lo sumo de una ansiedad de tono casi místico pero de calidad más que dudosa. Mi vida de joven fue igualmente anodina; amores opacos, violentas pasiones casi siempre injustificadas y por lo tanto rematadas en "queue de poisson", esperas, rebeldías sin mayor mérito... Ya ve que no es un curriculum vitae interesante. Usted cree que yo puedo quizá llegar a ser un novelista. Me falta, como me dice, "un peu de souffle pour aller jusqu'au bout".169 Pero aquí, Jean, intervienen otras razones, y éstas estrictamente intelectuales y estéticas. La verdad, la triste o hermosa verdad, es que cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco tal como se lo practica en estos tiempos. Lo que estoy escribiendo ahora170 sera (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género. Yo creo que la novela "psicológica" ha llegado a su término, y que si hemos de seguir escribiendo cosas que valgan la pena, hay que arrancar en otra dirección. El surrealismo marcó en su momento algunos caminos, pero se quedó en la fase pintoresca. Es cierto que no podemos ya prescindir de la psicología, de los personajes explorados minuciosamente; pero la técnica de los Michel Butor y las Nathalie Sarraute me aburren profundamente. Se quedan en la psicología exterior, aunque crean ir muy al fondo. El fondo de un hombre es el uso que haga de su libertad. Por ahí se va a la acción y a la visión, al héroe y al místico. No quiero decir que la novela deba proponerse esta clase de personajes, porque los únicos héroes y místicos interesantes son los vivientes, no inventados por un novelista. Lo que creo es que la realidad cotidiana en que creemos vivir es apenas el borde de una fabulosa realidad reconquistable, y que la novela, como la poesía, el amor y la acción, deben proponerse penetrar en esa realidad. Ahora bien, y esto es importante: para quebrar esa cáscara de costumbres y vida cotidiana, los instrumentos literarios usuales ya no sirven. Piense en el lenguaje que tuvo que usar un Rimbaud para abrirse paso en su aventura espiritual. Piense en ciertos versos de Les Chiméres de Nerval. Piense en algunos capítulos de Ulysses. ¿Cómo escribir una novela cuando primero habría que des-escribirse, des-aprenderse, partir "á neuf", desde cero, en una condición pre-adamita, por decirlo así? Mi problema, hoy en día, es un problema de escritura, porque las herramientas con las que he escrito mis cuentos ya no me sirven para esto que quisiera hacer antes de morirme. Y por eso —es justo que usted lo sepa desde ahora—, muchos lectores que aprecian mis cuentos habrán de llevarse una amarga desilusión si alguna vez termino y publico esto en que estoy metido. Un cuento es una estructura, pero ahora tengo que desestructurarme para ver de alcanzar, no sé cómo, otra estructura más real y verdadera; un cuento es un sistema cerrado y perfecto, la serpiente mordiéndose la cola; y yo quiero acabar con los sistemas y las relojerías para ver de bajar al laboratorio central y participar, si tengo fuerzas, en la raíz que prescinde de órdenes y sistemas. En suma, Jean, que renuncio a un mundo estético para tratar de entrar en un mundo poético. ¿Me hago ilusiones, terminaré escribiendo un libro o varios libros que serán siempre míos, es decir con mi tono, mi estilo, mis invenciones? A lo mejor sí. Pero habré jugado lealmente, y lo que salga será así porque no puedo hacer otra cosa. Si hoy siguiera escribiendo cuentos fantásticos me sentiría un perfecto estafador; modestia aparte, ya me resulta demasiado fácil, "je tiens le systéme", como decía Rimbaud. Por eso "El perseguidor" es diferente, y usted habrá pensado en él al leer estas líneas tan confusas. Ahí ya andaba yo buscando la otra puerta. Pero todo es tan oscuro, y yo soy tan poco capaz de romper con tanto hábito, tanta comodidad mental y física, tanto mate a las cuatro y cine a las nueve... Para subir a la Santa María y poner proa al misterio hay que empezar por tirar la yerba a la basura. Y con este mal anacronismo cierro este capítulo que sin embargo estoy contento de haber escrito para usted, como una confidencia y un anuncio.
En Buenos Aires sale en estas semanas Las armas secretas. No lo compre, le mandaré desde aquí un ejemplar apenas el editor me haga llegar los que me corresponden. Y dígame lo que le parecen esos cuentos todos juntos, y no tenga miedo de criticarlos a fondo; yo espero eso de usted.
Dígale a Marta cuánto la recordamos Aurora y yo, y lo mucho que nos alegra tener buenas noticias de los chicos. ¿Me escribirá de París cuando el trabajo se lo permita? (Un estanciero, vamos, es hombre muy ocupado... ¿Dónde está la estancia, y qué hacen en ella?) A mi vuelta de Italia tendré noticias sobre nuestros planes, y le avisaré enseguida.
Un abrazo muy fuerte de su amigo
Julio