A Eduardo A. Castagnino

BOLÍVAR City, 27 de mayo de 1937

Caro Eduardo:

El largo y el ancho del sobre que acabo de recibir —a las seis de la tarde —eran académicos, y no presentaban ninguna señal destacada; pero me bastó palpar su espesor, para sentirme el individuo más feliz de Bolívar, lo cual ya es mucho decir en un pueblo donde la gente es de lo más simple y, por lógica consecuencia, dichosa hasta la medula. Habrás notado la falta del acento en la anatómica palabreja con que termina la frase anterior. Pues recién tres días antes de zarpar de Buenos Aires me enteré de que "médula" es anticuado. Y como hay que marchar al día, en medula me quedo.

Vuelvo al sobre. Qué hermosa carta habías acostado en ese lecho con estampilla (¿qué tal eso del lecho?) y con cuánto placer, no exento de seriedad y de sonrisa alternadas, la he leído hace un instante. Gracias, amigo, por escribirme tanto. Si supieras lo que significa para mí recibir algo tuyo, que me traiga vientos de Fronda, para acudir a una feliz expresión parisina que por cierto queda muy bien en la provincia de Buenos Aires.

Observo —y es confesión tuya, además —que lo que tú llamas "puntas de fuego", ha resultado un verdadero Toddy espiritual. Yo estaba temiendo que retardaras indefinidamente tu respuesta, o que te libraras de la tarea con una carilla. Y ahora, entro decididamente en el terreno polémico, dispuesto a no cortarme el cabello hasta vengar a Patroclo. Esta última frase —habrás notado que me analizo —es digna de Miguel Cañé.

Eso de que yo "manejo la pluma con rara habilidad", es cosa que ignoraba hasta el arribo de tu carta. Me creo poseedor de alguna facilidad para redactar cosas que la bondad de los amigos suele denominar cartas, y allí se termina todo. Ahora bien, si en lo de "manejar la pluma" encubres alguna alusión a trabajos en los que participe un plumero, allí te doy la razón. Nadie como yo para quitar el polvo al techo de un ropero sin subirme a una silla, y tu elogio deja de serlo para reflejar, simplemente, la desnuda verdad. Además, ello explicaría por qué agregas, a renglón seguido, que "esa magnífica cualidad no te la envidio". ¡También, como para envidiármela, tú, un profesor normal! Lo que me resulta algo más oscuro es eso de: "lo que natura non da... etc., etc.". Pero ello se debe a que mis conocimientos de sánscrito no son nada del otro mundo.

Y vamos a lo del "veneno". Si yo hice alguna vez alusión a tu pluma "emponzoñada", ten por seguro que no pasó de una simple broma, provocada, sin duda, por aquellas apostillas referentes al caso Federico4 y al caso Neruda. Pero, fuera de eso, jamás podría yo decir que tú tienes veneno, desde el momento que incurriría en un pecado de lesa mentira. Lo que tú dices —"se me ocurre que esto del veneno es un escape de mi impotencia intelectual"—merece un "uppercut". Apronta la mandíbula, y recibe el golpe. Muy bien, el honor queda vengado. Usted, joven, no tiene ni medio de impotencia intelectual y ya quisieran unos cuantos —con el que suscribe a la cabeza —gozar de su inteligencia, de su juicio crítico y de su estilo.

Grandísimo modesto.

¿Conque la ironía franciana te produjo contracciones en el peritoneo? Como diría Greta Garbo: "I am sorry...". No hubo ninguna mala intención, pero me alegro en el alma de haberlo puesto, porque ello —punta de fuego— me ha dado la satisfacción de leer tus opiniones sobre el maestro. En serio, te creí más encariñado con Anatole. Lo de "bonito" quizá le quede un poco chico, aunque, naturalmente, no es posible hipertrofiar los adjetivos recordando a hombres como André Gide y Marcel Proust. Estos dos nombres han sido puestos por mí en base a una simpatía personal, y no porque tenga un criterio dogmático con respecto a los puntales de la literatura francesa moderna. Queda, pues, campo abierto para sustituir o relegar. Me gustaría saber —y ahí va un tema —qué piensas de Gide. Alguna vez, házmelo saber, y te lo agradeceré con un mohín de mis ambrosianas cejas. Y no te olvides del compromiso que entraña esta frase que "copeo" al punto: "Pero toda la ironía de la Isla de los Pingüinos o de cualquiera de los volúmenes de su Vida Contemporánea no valen una pulgarada de rapé. Y el porqué creo esto, será el tema de otra carta. Conque, amigo, a no olvidarse.

Y ahora, héteme aquí metido en el sector más belicoso de tu carta: el sector dedicado a la poesía. Esto va a ser el disloque. Decir que Neruda es pirotecnia, significa azotarme en ambas mejillas, ¡voto a Dios! Ni siquiera con el atenuante de preceder la frase con: "todo lo que he leído de él...". Yo parto de la base de que has leído mucho. Te concedo —homenaje a la amistad, o armisticio momentáneo —que Residencia en la Tierra sea un merengue y que resulte necesario desmontar el libro verso a verso, sacarle lustre y luego mirar adentro, para ver que hay. Concedido. Pero, ¿y Veinte poemas de amor y una canción desesperada?. Ahí tienes algo que es muy simple, simplísimo. Una iniciación a Neruda. ¿Qué contestas, acusado? ¿No contestas nada, con mil diablos?... Lamento no tener aquí el libro, y carecer de memoria; de contrario te endilgaba algunos versos que habrían de mostrarte si ese chileno es o no un señor poeta, quizá menos que Federico, pero sin que esto sea lesivo para él, ya que Federico es la cúspide. Todavía más; te invito a que compres Residencia en la Tierra —yo no lo tengo, por desgracia, y lo he leído fragmentariamente —y le dediques un mes. Bien vale un mes de vida el descubrimiento de un poeta.

"La poesía la siento, no la razono", dices. Perfectamente aceptado, mientras no pase de frase elegante —como todas las tuyas —pero inadmisible si intentas darle valor ético, valor de conducta ante la poesía. Piensa, carísimo, que si te dedicas a sentir la poesía, y te guardas la razón para las ciencias naturales o la geometría, acabarás frente al mar, totalmente despeinado, a la triste manera del vizconde de Chateaubriand. Será el tuyo un final a lo Hugo o a lo Musset. Y para rematar, a lo Lamartine, que es la apoteosis del puro sentir... y del absoluto vacío intelectual. Yo te invito a que medites en la actitud meramente "sensible" ante una poesía, y verás algo sumamente curioso. Ante todo, que es una concepción romántica, y romántica furiosa, lo cual es ya más lamentable. Olvidarse de las facultades intelectuales, de todas esas admirables casillitas que tan bien suele describir Fatone —para no mencionar a Kant, que trae rigidez alemana a mi carta —significa ser, sí, "sensible", pero significa algo peor, a la luz de la poesía moderna: ser "sensiblero". Y yo sé perfectamente que tú no tienes de sensiblero ni la vereda de tu casa.

Ergo, aunque trates de negarlo, tú razonas la poesía, lo cual no quita que la sientas. Precisamente, el equilibrio estaría —a mi parecer —en crear una poesía que reflejara estados interiores —ya que eso es, al fin, todo lo que puede reflejarse en este mundo —pero sublimados, embellecidos en el crisol de una expresión personal. Algunos suelen llamar a esto último la técnica del poeta. Yo protesto contra el vocablo y creo que es mejor seguir utilizando el de "expresión poética". Mallarmé tenía una expresión simbólica. Baudelaire una expresión menos oscura, más "humana". Neruda es algebraico. Pero si alguna vez has entrevisto tú en esa obra del chileno cierta consistencia poética, ¿no vale la pena estudiar su lenguaje, su instrumental, para seguir la caza codiciada?

Este es un pequeño aspecto del problema, y no creo haber dicho nada interesante. Hay un segundo sector que en cierto modo choca con el fácil distingo que hice más arriba entre la poesía en sí y la manera de expresarla. Este segundo concepto es el que sostiene que la expresión poética es la poesía misma. El simbolismo exagerado llevó a eso. Un soneto simbolista era un conjunto de ritmos, de colores, de músicas. Eso era la poesía. Las jitanjáforas responden al mismo criterio. Que a mí, sinceramente, me parece una gran macana. Y corto el chorro para ir a cenar. Seguiré después de haberme alimentado convenientemente.

[Al margen, abarcando los tres últimos párrafos, con letra manuscrita: "Todo esto —mea culpa —es una confesión de pedantería y de retórica. ¡Perdónalo, Eduardo: no sabe lo que hace!".]

De regreso, a las 21.

Pienso en dos cosas: que mañana tengo clase a la primera hora —si es que no me encuentro con que me han hecho sonar, cosa que, a juzgar por el "affaire" Vecino no me sorprendería en lo más mínimo —y ello significa levantarse a las seis y media. Me da sueño por anticipado. Segundo: esta carta es una lata. La voy a terminar, a fin de que el correo se la lleve temprano y la recibas lo antes posible. De lo contrario, no saldría hasta el sábado. Desde mi casa, el domingo, te hablaré por teléfono. Mis saludos a tu esposa, y para ti un pedido de perdón por todo lo que antecede, y un abrazo.

Julio

Cartas 1937-1963
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