Epílogo
La extraña familia

 

Hidden Springs

Unos meses después

 

La calidad de imagen de la vieja televisión de tubo apenas dejaba ver bien el rostro de James Black saliendo del furgón de la policía con las esposas puestas, pero en ella se intuía perfectamente la tristeza que transmitían sus movimientos. Varios agentes intentaban, en vano, tapar con las manos las cámaras para evitar mostrar al mundo el recorrido que debía hacer el detenido desde el furgón policial hasta la entrada de la prisión estatal de California.

Al ver la pantalla, Jeremie gritó:

—¡Miranda, Anne, Mandy! ¡Corred, venid! Ha pasado algo.

—¿Qué pasa? —dijo Anne, al tiempo que salía de una de las habitaciones con un trapo húmedo en la mano.

Un instante después la siguió Miranda.

—¿Dónde está Mandy? —preguntó Miranda.

—Creo que fuera —respondió Jeremie.

Miranda se acercó a la ventana y la vio sentada en una silla de madera en el pequeño porche, mirando hacia los árboles.

—Mandy, creo que deberías ver esto. Es sobre Black.

Mandy volvió la mirada hacia ella y, al levantarse, dejó ver una incipiente tripa de cinco meses. Cuando entró, Miranda la rodeó con el brazo y desvió la mirada hacia la pantalla.

Mandy, seria, se acarició suavemente la tripa y se mantuvo atenta a la pantalla.

—Sube el volumen —dijo Jeremie—. Que papá también lo escuche.

La voz de la presentadora inundó la cabaña:

—El vicedirector de la prisión estatal de California acaba de confirmar, en una rueda de prensa convocada de urgencia, que James Black, el aclamado cineasta y director de la película La gran vida de ayer, detenido hace unos meses por su implicación en la muerte de Paula Hicks en 1976 y cuyo cadáver se encontró recientemente en un lago en Hidden Springs, ha amanecido ahorcado en su celda esta mañana. Esto supone un giro radical en los acontecimientos, puesto que estaba previsto que compareciese la semana que viene en el juicio que investigaba la causa.

La imagen cambió a la del vicedirector de la prisión que se encontraba frente a un atril con decenas de micrófonos apuntando hacia él. El rótulo al pie de la imagen decía, en letras blancas: «James Black se suicida una semana antes del juicio por asesinato».

La voz de la presentadora continuó:

—Por lo visto, en los últimos días, la policía había analizado el vehículo en el que Paula Hicks se precipitó desde una altura de más de treinta metros y descubrió que los cables de los frenos habían sido cortados. La relación del cineasta con la joven se descubrió al filtrarse a la prensa una versión piloto de la película de James Black, La gran vida de ayer, grabada de modo amateur por este en 1976, y cuyas imágenes les ofreceremos a continuación. En la cinta, que había estado oculta durante años, se observa el vehículo de Paula Hicks cayendo por un precipicio, al igual que ocurre en la famosa película, pero en este caso no se trataría de una actuación sino de un accidente real, provocado por el cineasta. La aparición de Paula Hicks fue posible gracias a la búsqueda de Miranda Huff, que había huido de su marido tras descubrir que supuestamente había asesinado a Jennifer Straus en una cabaña en Hidden Springs.

—Ya está —gritó Anne—. ¡Ya está!

—Ha terminado —susurró Jeremie—. Ha terminado. No me lo puedo creer.

—¡Papá! ¡Ha funcionado! —gritó Anne, corriendo hacia el dormitorio—. ¿Recuerdas que te prometí que el mundo sabría la verdad? —susurró Anne, al oído de su padre, que tenía los ojos cerrados.

De su boca emanó un suave aliento que ella interpretó como un sí.

—James Black ha muerto, papá —susurró, con lágrimas en los ojos—. Y el mundo entero sabrá qué pasó con nuestra madre. ¡Ha terminado!

Al escuchar la palabra «madre», Jeff abrió ligeramente los ojos. Anne le susurró que no se esforzara, pero era demasiado tarde.

—Gra…gracias, Anne. Vuestra… vuestra madre… no se merecía lo que… lo que le pasó.

Anne estaba eufórica y Jeremie también se acercó, con una sonrisa, hasta el lecho de Jeff.

—Fue todo idea de Miranda —dijo Anne, señalando hacia fuera de la habitación—. Ella lo ideó todo. Su cabeza es… es perfecta. Lo conseguimos papá. ¡Lo conseguimos! La cabaña, la película, la desaparición, la muerte de Jennifer. ¡Todo funcionó! ¡Todo!

Jeff tosió con fuerza y, cuando parecía que iba a hablar de nuevo, una lágrima le recorrió la mejilla.

—¿Qué pasa, papá? ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas agua? —se preocupó Anne, algo confundida.

—De…decid… decidme que no... que no tenéis nada que ver con… con lo de… esa chica —dijo en un susurro.

Anne se sorprendió.

—Bueno… no… quiero decir… es lo que había que hacer, papá. Era… necesario.

La tos de Jeff volvió con fuerza. Cuando por fin logró controlarla, el rostro arrugado y lleno de cicatrices de Jeff se cubrió, en pocos segundos, de lágrimas. Jeff lloraba mientras respiraba con dificultad.

—¿Por qué lloras, papá? —inquirió Anne, realmente confundida—. Al fin todo ha terminado.

Jeremie frunció el entrecejo, nervioso y se acercó a su hermana poniéndole un brazo encima.

—¿Te encuentras bien, viejo? ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —susurró Jeremie, en tono comprensivo.

Los labios de Jeff comenzaron a temblar y pareció luchar por decir algo en voz alta.

—¿Qué quieres, papá? No te esfuerces, por favor —dijo Jeremie.

—So…, sois…, pe…, peores que Black.

Anne se quedó helada. Sintió un escalofrío recorriéndole el pecho y su expresión se transformó, en un instante, de la confusión al terror. Jeremie se agachó con rapidez hacia su padre, en un intento desesperado de comprenderlo.

—¿Por qué dices eso? ¿Por qué?

Jeff susurró algo, moviendo la cabeza en dirección a su hijo, y él se acercó, tratando de descifrar qué decía. Jeremie escuchó con atención y cuando consiguió darle forma al siseo de la voz de su padre, sus ojos se inundaron de lágrimas: «Eres un asesino».

Un instante después, Jeff volvió a la posición inicial, y la mano de Jeremie buscó encontrarse con la de Jeff, pero este la apartó en cuanto sintió la de su hijo. Con escasas fuerzas y temblando, Jeff cerró los ojos, y Anne, asustada al verlo rechazándolo, echó desesperadamente su cabeza sobre el pecho de su padre, intentando sentir su cariño.

 

 

Miranda observó la escena, triste desde el salón, donde se había quedado con Mandy.

—¿Te encuentras bien? —le dijo—. Tú y Black..., bueno, estabais muy unidos.

—Bueno..., en parte es triste, ¿no crees?

—¿Su muerte?

—Haber dedicado tantos años a alguien así. Lo hice por admiración a él y a su cine, ¿sabes? Lo admiraba de verdad. Siento que si hubiese sabido antes lo que hizo, no hubiese tirado tantos años de mi vida asistiéndolo en todo. Me da rabia no haberlo visto antes.

—Yo también he cometido el mismo error y aquí estoy. Ryan no llegó a ser así, pero..., pero quién sabe de qué hubiese sido capaz si hubiese seguido a su lado. Ahora estoy en paz. En realidad —se corrigió—, me siento más viva que nunca —dijo Miranda, sonriendo relajada.

—¿Cómo puedes estar tan tranquila? —le interrogó Mandy—. No sé si esta era la mejor manera de… de cambiar las cosas.

Miranda permaneció callada unos segundos, y sintió un dolor punzante en el pecho al recordar a Jennifer.

—Tuve que elegir. A veces uno tiene que sacrificar lo que es para poder seguir adelante. Créeme que nunca seré la misma. Es imposible volver atrás, pero… era ella o yo. Este es un mundo salvaje, y de algún modo hay que sobrevivir.

Mandy asintió, confundida.

Miranda se acercó y posó su mano sobre la tripa de Mandy.

—Por primera vez en mucho tiempo —susurró Miranda— tengo la sensación de haber formado una familia.

—Supongo que tengo que… agradecerte no haberme dejado que lo hiciese a pesar de..., bueno, de ser de Ryan.

—Esa preciosa niña que crece dentro de ti nunca será de él, Mandy. Los hijos son de quien los quiere. Y te aseguro que en esta casita, amor es lo único que nunca le va a faltar.

Mandy asintió una vez más y le hizo una última pregunta que necesitaba que respondiera:

—¿Cómo lo supiste? ¿Cómo supiste que estaba embarazada de Ryan?

—Tiene una explicación muy simple. Un día, hace solo unas semanas, y cuando ya estaba viéndome con ellos, llamaste por teléfono para localizar a Ryan, supongo que para decírselo. Saltó el contestador y escuché el mensaje que le dejaste. No fue algo que dijeses explícitamente, pero sí la manera en que..., digamos, que comprendí lo que pasaba.

—¿Podrás perdonarme algún día por lo que pasó?

—Creo que nunca has conseguido hacer que te odie. Ni tan siquiera con aquello. Te aprecio mucho, Mandy.

Mandy se dejó abrazar por Miranda y acto seguido, desvió la mirada hacia el dormitorio, en el que veía a los dos hermanos arrodillados junto a su padre, llorando y sintiendo sus últimas energías.

—¿Sabes? Ya he pensado cómo quiero que se llame —dijo Mandy.

—¿Ya tiene nombre? ¡No me lo creo! ¿Cómo se llamará nuestra pequeña estrella?

—Paula. Creo que es un nombre que, de un modo u otro, ha creado esta familia tan... extraña.

Miranda sonrió, y Mandy le devolvió el abrazo. Pero cuando quisieron darse cuenta, los cuerpos de Anne y Jeremie también las rodeaban.

Los cuatro, unidos y aplastados por el cine, permanecieron así juntos, sintiendo ese abrazo en grupo y el calor de sus corazones. Miranda se dio cuenta entonces de que Anne y Jeremie estaban llorando y que acababan de apagar la lamparita de la habitación donde descansaba Jeff. Aquella luz nunca se apagaba, porque a Jeff le gustaba ver algo de claridad en la oscuridad de sus ojos cerrados. De ese modo, él recordaba la penumbra que había en una sala de cine antes de comenzar la proyección. Miranda se separó de ellos un instante, miró sus ojos y comprendió en un momento por qué habían apagado la luz. Un gesto insignificante pero a la vez radical. De pronto sintió una punzada en el corazón, pero no por Jeff sino por Jennifer. Miranda vislumbró que había cruzado una línea negra sin vuelta atrás, que se había sumergido en un pozo oscuro del que nunca saldría, y se dio cuenta de que nunca volvería a poder disfrutar de nada sin que el agua teñida de rojo que fluía como un remolino hacia el sumidero de la ducha la persiguiese en sueños. Pero aún en esa oscuridad, en esa nueva Miranda, oscura y gris, una diminuta parte de ella, escondida en el fondo de su alma, también fue consciente de que formaba parte de algo distinto, y que la complicidad entre ellos cuatro ya no requería palabras. Los abrazó otra vez, fuerte, y les susurró entre sollozos:

—Nosotros siempre estaremos fundidos a blanco.