Capítulo 18
James Black
Los primeros finales
1975
James Black había estado nervioso todo el trayecto en el coche, sin saber dónde colocar las manos. A su lado, la profesora Hicks conducía con una sonrisa; el aire de Los Ángeles hacía que su pelo bailara bajo las luces incandescentes de la ciudad. De vez en cuando la profesora lo miraba y él permanecía en silencio sin saber cómo iniciar la conversación. Para James, aquella mujer era distinta de todas con las que había salido antes. La profesora Hicks le sacaba algo más de diez años, debía de tener unos treinta según sus más burdas estimaciones y, sin duda, era endiabladamente atractiva: labios carnosos pintados de rojo, pelo moreno liso y brillante, manos femeninas cuyos pulgares acariciaban una de las costuras del cuero del volante. En la radio sonaba algo de los Beatles, pero estaba tan nervioso que James no reconoció la canción.
—Antes de que digas nada —dijo la profesora Hicks interrumpiendo el silencio—, esto no es una cita.
—Por..., por supuesto que no lo es —respondió James.
—Es simplemente una actividad extracurricular.
—Lo he entendido.
—No quiero que te hagas ideas raras.
—Ninguna idea rara. Lo he entendido. —James Black sonrió.
—Verás, James. —Hizo una pausa mientras giraba el volante y entraba en Sunset Boulevard, para luego continuar—. Creo de verdad que eres distinto a los demás estudiantes. Se nota que quieres aprender. Creo que eres valiente. Un director de cine tiene que serlo. Tiene que arriesgarlo todo en cada película que hace. Pero también tiene que saber que hay límites.
—Límites, sí —asintió James.
—Pero..., y esto quiero que lo sepas, una vez que aprendas todos los límites que hay, tienes que ignorarlos. Recuerda, tienes que ser tú quien los pone y nadie más.
—Aprender los límites e ignorarlos —repitió James, realmente nervioso. Las manos le sudaban y tenía dificultad para responder sin dudar.
—Hoy me gustaría enseñarte qué es lo más grandioso que se ha hecho nunca en el cine. Quiero que aprendas en un día lo que muchos aspirantes a directores tardan toda la vida.
James asintió.
—¿Y qué lección es? Aprendo rápido.
La profesora Hicks pegó un frenazo y miró en dirección a James.
—¿Vas a ser impaciente?
—No. No, profesora. Claro que no.
—No me llames profesora. No me gusta.
James tragó saliva y estuvo a punto de disculparse, pero no le salió.
—Mi nombre es Paula Hicks. Llámame Paula. En clase, profesora. Aquí, Paula. ¿Ha quedado claro?
—Clarísimo, profesora. Digo..., Paula —se corrigió tras chasquear la lengua con el paladar.
Paula Hicks sonrió y volvió la vista hacia el frente. Pisó el acelerador y de nuevo su pelo comenzó a bailar. Llegaron a una zona muy iluminada con gente por todas partes. James Black no había tenido tiempo de visitar nada, ni de conocer en persona todo lo que le habían contado sobre la magia de la ciudad de las estrellas, y ver tanta gente en la acera, caminando en todas direcciones vestida con ropa moderna, le entusiasmó. Durante el trayecto, se fue fijando en algunas salas de cine que proyectaban una película de tiburones que se acababa de estrenar y de la que todo el mundo hablaba últimamente, pero que él aún no había tenido tiempo de ver.
—¿Vamos a ver Tiburón?
—Mejor. Mucho mejor.
Paula siguió conduciendo un poco más, hasta que finalmente giró por una calle secundaria y paró el coche junto a un callejón oscuro.
—Hemos llegado —dijo Paula, parando el motor y saliendo del Triumph.
—¿Aquí es? ¿No íbamos al cine? —James salió también del coche con rapidez, al ver que la profesora ya se alejaba en dirección hacia la zona oscura del callejón.
Al final del pasadizo había una puerta azul con una lámpara sobre ella. No tenía ningún cartel que indicara de qué se trataba, pero tenía pinta de ser el antro más clandestino de toda la ciudad. A uno de los lados, tirado en el suelo, había un vagabundo que saludó a Paula levantando la mano en cuanto se paró delante de él. Paula se agachó, le dio un billete de veinte dólares y le susurró algo imperceptible. El vagabundo miró en dirección a James y le hizo aspavientos con el brazo para que no se quedase atrás. Paula se volvió a incorporar y James tragó saliva antes de seguirla con nerviosismo, mientras ella caminaba contoneándose en dirección a la puerta.
—¿Vienes? —dijo, volviéndose con una sonrisa.
—¿Dónde estamos? —preguntó James, realmente nervioso. Por un momento dudó sobre si debía de haber aceptado la invitación de la profesora.
—Descúbrelo por ti mismo —respondió, señalando con la palma de la mano hacia la puerta.
James cerró los ojos y puso su mano en el pomo de la puerta. Fuese lo que fuese lo que había allí, estar con la profesora Hicks le estaba dando más valor que nunca. La adrenalina de tener una cita con ella le recorría todo el cuerpo y podía sentirla incluso en la punta de sus dedos, que ya giraban el picaporte. Justo antes de abrir, se detuvo un segundo y se dio cuenta de que apenas conocía a la profesora, y, sin embargo, allí estaba con ella, en un lugar desconocido.
—Adelante —susurró Paula sobre su hombro, a escasos centímetros de su oreja.
Sin dudarlo un segundo más, James Black agarró el pomo con fuerza y abrió.