Capítulo 48
James Black
El abismo

 

1976

 

Paula fue quien condujo todo el camino hasta Hidden Springs. Al principio, la sinuosa carretera giraba una y otra vez a un lado y al otro, incluso dentro de la ciudad, aunque tuviese unos confortables y cómodos dos carriles para cada sentido, y estuviese rodeada de escasa vegetación, como era común en aquella zona de Los Ángeles; pero pronto, al salir de la ciudad, la carretera eliminaba un carril de cada uno de sus lados, y se sumergía en una espesa vegetación de montaña. James aprovechó parte del trayecto para rodar, desde el asiento del copiloto, planos de Paula conduciendo.

—Joder. ¿Hace falta ir tan lejos? Esta carretera me está mareando —protestó Jeff.

—No tenemos permiso para hacer caer un coche por un barranco. Creo que cuanto más alejados estemos, en una zona un poco más remota, mejor.

Paula siguió conduciendo y, mientras lo hacía, se acordó de Anne, que le había pedido que no llegase demasiado tarde aquel día. Era el último de rodaje. Aún quedaban algunos días para el inicio del curso, y pensó durante el trayecto que tal vez aprovecharía aquellos últimos días para ir a la feria del condado de Los Ángeles, que justo había comenzado unos días antes. La gigantesca noria casi podía verse desde todas partes de la ciudad, y pensó que sería un buen plan para celebrar junto con Anne y el pequeño Jeremie que al fin había acabado con la película y que quizá el trabajo pondría la distancia necesaria entre James y ella.

Comenzaron a cruzar embalses y pantanos, rodeados de abetos y pinos que escoltaban la carretera, y al fin leyeron un cartel junto a la calzada en el que rezaba: «Bienvenido a Hidden Springs».

—Para en ese claro entre los árboles —dijo James—. Creo que ahí delante, al final de ese tramo de carretera, es donde hay un precipicio de casi treinta metros. Lo he mirado en el mapa. Es la caída más alta que hay cerca de Los Ángeles.

Paula detuvo el coche y los tres se bajaron para después caminar a pie hasta el final de la carretera. Por aquella zona no solían pasar vehículos y el único sonido que bailaba entre ellos tres era el de la suave brisa del verano llegando a su fin. Cuando llegaron al borde del precipicio, se quedaron sorprendidos por la altura. Abajo, en la distancia, los enormes pinos solo dejaban ver su copa y, junto a ellos, un pantano reflejaba la luz del atardecer como si fuese un espejo ardiente.

De pronto, James se dirigió a los dos, en tono serio:

—Quiero pediros disculpas por cómo me he comportado estas últimas semanas. Especialmente quiero pedirte disculpas a ti, Paula, por cómo te he tratado estos días. Si estamos haciendo esta película es gracias a ti. No me gustaría terminar esto y que luego cada uno se fuese por su camino como si nunca hubiese sucedido.

—James..., no hace falta...

—Lo sé. Pero quiero hacerlo. Necesito hacerlo. Dejadme añadir una cosa. Cuando terminemos hoy, me apartaré de vuestro camino —continuó James, mirando a Jeff a los ojos—. No creo que alguien como yo esté a la altura de lo que una mujer como Paula se merece. Tú, amigo, en cambio has demostrado que bajo esa capa de frivolidad se esconde un buen tipo. Paula merece alguien como tú, Jeff.

Jeff le dedicó un gesto de complicidad y le sonrió. Luego se acercó a James y le dio un abrazo.

—Gracias, James. Significa mucho para mí. Sabes que he cogido mucho cariño a esos niños y..., y, bueno, a Paula también. Este gesto dice mucho de ti, amigo.

James sonrió y, justo después, los tres volvieron a callarse, contemplando el atardecer reflejándose en el lago que tenían a sus pies. Unos segundos después James interrumpió aquel momento de reencuentro alzando la voz con una sonrisa dibujada en la cara.

—Dejadme cinco minutos para preparar la cámara y terminamos esta película de una vez.

Paula y Jeff aprovecharon que James se había ido al coche para disfrutar de la vista que otorgaban las montañas San Gabriel. Se fijaron en que, a lo lejos, dos águilas volaban, moviendo las alas con majestuosidad, a una altura inferior a la que ellos estaban, y Jeff le susurró algo a Paula al oído que nadie más pudo oír, pero que hizo que ella sonriera. Paula se volvió hacia él y estuvo un momento contemplando a aquel muchacho en el que, por un instante, encontró los ojos de su marido. Se besaron mientras las águilas volaban más bajo que ellos y, en lo que duró aquel beso, Paula pensó que quizá la vida le había dado otra oportunidad.

James llegó con la cámara a cuestas y sentenció:

—¿Lanzamos de una vez ese coche por el precipicio?

—¡Venga! —respondió Jeff.

Según habían planeado, rodarían la escena en dos partes. La primera, con Paula al volante, circulando en dirección a la curva en la que se encontraba el abismo. Era una escena simple, en la que Paula se dirigiría hacia el precipicio y detendría el coche a bastante distancia del borde. En la segunda escena, Jeff se encargaría de poner el vehículo en marcha y se bajaría del coche en movimiento. El embrague de la caja de cambios del Triumph haría avanzar el vehículo inexorablemente hacia la caída, mientras James filmaba todo desde abajo. Comprobó que había un camino de tierra, no muy lejos, que conectaba la zona de la carretera con la orilla del pantano, donde se suponía que caería el vehículo.

El plan era sencillo y se prepararon para la primera de las tomas. James se quedó a un lado de la carretera con Jeff, y pidió a Paula que arrancase el vehículo y condujese hacia la zona en la que tendría que frenar. Era simple. Incidió en que Paula tenía que mantener una expresión seria, puesto que la idea de aquel plano era rodar por última vez su expresión en el interior del vehículo.

—Espera a que te hagamos una señal para arrancar.

Paula asintió y se montó en el vehículo. Sonrió a Jeff, que le devolvió la sonrisa, y observó cómo ellos se marchaban en dirección al abismo.

A lo lejos, James se puso la cámara en el hombro y le hizo un gesto a Jeff para que avisase a Paula. Jeff levantó el brazo y Paula vio la señal. Paula levantó el embrague y pisó el acelerador, girando el volante e incorporó el vehículo a la carretera. Pronto, el pequeño coche cogió velocidad y, desde donde estaban James y Jeff, podían observar cómo cada vez más rápido se iba aproximando hacia ellos. De repente, el silencio que ellos mantenían, mientras observaban el Triumph de Paula acercarse cada vez a mayor velocidad, fue interrumpido por una frase que dijo James, sin tan siquiera desviar la mirada hacia su amigo:

—¿En serio te has creído lo de que os daba mi bendición?

En un primer momento, Jeff no comprendió lo que James había dicho. Lo miró extrañado, mientras James seguía atento al encuadre de la cámara, hasta que de pronto, este desvió la cabeza hacia él, y con una sonrisa en la cara, dijo:

—O es mía o no es de nadie.

La expresión de Jeff cambió de la confusión al terror, y comprendió que algo no iba bien.

—¿Qué has hecho? —vociferó Jeff, asustado.

—Asegurarme de que va a ser una escena realista —respondió James, tranquilo, para luego volver a mirar al frente donde el coche ya se aproximaba a toda velocidad.

Jeff permaneció algunos instantes inmóvil, procesando lo que James acababa de decir. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo al imaginar que James le había hecho algo al vehículo cuando había ido a preparar la cámara. De pronto, Jeff corrió hacia la carretera, intentando hacerle señales a Paula para que frenase. El vehículo se echaba ya encima de él y cuando Paula pisó el freno, asustada, comprobó que el coche no se detenía.

—¡No! —gritó Paula, justo una fracción de segundo antes de arrollar a Jeff con el coche.

El impacto fue tan fuerte que Jeff reventó la luna delantera y salió despedido rodando por la carretera. El Triumph siguió avanzando hacia la curva, a toda velocidad, zigzagueando de un lado a otro, en un intento desesperado de frenar el vehículo, pero cuando Paula sintió un cosquilleo en el estómago comprendió que ya estaba volando hacia el fondo del barranco.

James apagó la cámara y corrió por el camino de tierra que conectaba el lugar desde el que había estado rodando con el fondo del barranco y cuando llegó, se encontró a Paula con los ojos abiertos, con el rostro cubierto de sangre que manaba a borbotones de su frente, mirándolo mientras jadeaba, al mismo tiempo que algunas burbujas de sangre salían de su boca. Al ver aquella imagen, con el vehículo volcado, con las ruedas girando sin freno, y con la sangre por todas partes, permaneció algunos momentos inmóvil, pensando en qué hacer. De pronto, lo vio claro.

Agarró la cámara y, con una ilusión especial por estar ante algo irrepetible, se la echó de nuevo al hombro y comenzó a rodar, sabiendo que aquella sería una de esas imágenes que nunca olvidaría.