Capítulo 40
James Black
Dos besos
1976
El verano avanzó con rapidez y los cinco, Jeff, James, Paula y los dos niños, pasaron casi todo el tiempo juntos. Quedaban a primera hora de la mañana para revisar el guion, rodar la secuencia del día y despedirse a última hora de la noche. Intentaban adaptar el tiempo de rodaje para que siempre hubiese uno de ellos a cargo de los niños, pero por regla general le tocaba a Jeff, puesto que Paula tenía mayor peso en la historia. Mientras James y Paula filmaban y repetían una misma escena una y otra vez, Jeff permanecía cerca o en un parque de la zona, o llevando a los niños a comer a algún restaurante de comida rápida que acababa de abrir. Fue en aquellas tardes en las que Jeff se unió a los pequeños. No pretendía hacerlo. Es más, la primera vez que se quedó a su cargo se dio cuenta de que había sido una encerrona de James, que los había citado a todos juntos para rodar cuando en realidad la secuencia del día correspondía a Paula. En un primer momento lo hizo a regañadientes, por compromiso, pero poco a poco empezó a hacerlo por cariño hacia los dos pequeños. Jugaban durante horas en un parque cerca del domicilio de Paula, mientras James y su madre repetían la misma escena hasta la extenuación. Los días que tenía que actuar Jeff, este se pasaba todo el tiempo pensando en cómo estarían y en cuánto echaba de menos jugar con ellos. El perfeccionismo que desarrolló James hizo que lo que estaba previsto como un rodaje de apenas un mes se alargase durante todo el verano, en jornadas eternas de sol a sol, y fue lo que forjó entre ellos tres un cariño inesperado.
Una noche, después de una jornada de rodaje que parecía no terminar, Jeff esperó con los niños a que James y Paula regresasen a casa. La casa de Paula se había convertido en el punto de encuentro, también en estudio de montaje improvisado cuando la escena lo requería o incluso en punto de descanso entre toma y toma. Jeff había pasado todo el día con Anne y Jeremie en un parque cercano, enseñándole a Anne a volar una cometa, mientras Jeremie se reía a carcajadas al ver a su hermana corriendo delante de ella. Volvieron a casa a última hora de la tarde, pensando que James y Paula ya habrían terminado de filmar, pero descubrió que aún no habían llegado. Decidió entonces, por primera vez, prepararles la cena y dejarlo todo listo para acostarlos. No podrían tardar en llegar. Pero no fue así. Las horas pasaron, y los niños permanecieron despiertos a su lado, viendo una película sobre el oeste que estaban emitiendo en blanco y negro. Cuando se quiso dar cuenta, tanto Anne como Jeremie estaban abrazados a él y aunque ambos bostezaban de vez en cuando, completamente agotados por la hora que era, la adrenalina de ver una película en la que sonaban disparos los mantenía con los ojos abiertos como platos.
Miró a Jeremie, por si estaba dormido y, para su sorpresa, lo descubrió mirándolo fijamente. El niño permaneció unos instantes con su vista clavada en él, con el baile de luz que emitía la televisión, cuando de pronto dijo:
—Papá.
Aquello le pilló por sorpresa. No sabía cuándo había cruzado aquella línea, pero al escuchar esa palabra proveniente del pequeño Jeremie, se sintió desolado. Recordó que Paula le había contado que su hijo pequeño no había conocido a su padre, Ian, y que esa era una de las cosas que más le dolían. Por lo visto, el padre murió mientras estaba embarazada. Jeff suspiró y, sin saber muy bien cómo reaccionar, salió del paso como pudo.
—No..., yo..., yo soy como un tito.
Aquello, en realidad, le emocionó. No esperaba que le afectase tanto. En ningún momento había pretendido unirse a los dos pequeños. Es más, él detestaba a los niños. Los evitaba a toda costa y, sin preverlo, había caído en sus redes. Había pensado varias veces, cuando los veía jugar riéndose en el parque o comiendo manchándose las manos con la comida que él les daba, que él nunca tendría hijos. Que los hijos te hacían vulnerable. Pero justo en aquel instante se dio cuenta de que estaba muy equivocado.
—Yo soy tito Jeff.
—¿No papá? —insistió el pequeño Jeremie.
Anne se había incorporado de su regazo y esperó una respuesta. Parecía que el tema que había sacado su hermano le interesaba de verdad.
—Yo..., yo nunca llegaría a quereros tanto como lo hacía el vuestro. ¿Sabéis? Yo nunca sería tan buen padre como el vuestro. Por eso soy tito.
De pronto, Anne se echó de nuevo hacia Jeff, y le dio un beso en la mejilla.
—Pues a mí me gustas como papá —dijo ella, para acto seguido echarse de nuevo en el sofá.
El sonido de una tos se coló en el salón y Jeff se reincorporó con rapidez. Paula estaba en silencio, observando desde el arco de la puerta del salón. Un instante después apareció James, cargando la maleta verde, refunfuñando y maldiciendo lo mal que estaba saliendo todo.
—¡Al fin llegáis! A estos dos no hay quién los duerma. ¿Llevas mucho tiempo ahí?
Paula permaneció callada, y los niños, al verla, gritaron y corrieron en su dirección:
—¡Mamá!
—¿Qué tal ha ido? —preguntó Jeff.
—Mal, muy mal —respondió James, molesto—. Así será imposible hacer algo en condiciones. Lo de hoy habrá que rodarlo de nuevo mañana. No ha servido de nada.
—Cálmate, James. Seguro que no es para tanto y alguna de las tomas se puede aprovechar.
James suspiró.
—¿No entiendes nada, verdad? Si quisiera hacer algo mediocre, me conformaría con lo de hoy. Quiero que sea especial. Quiero que hagamos historia. ¿Acaso soy yo el único que lo ve?
Paula y Jeff se miraron y los niños se asustaron al ver que James estaba alzando la voz demasiado.
—Tranquilízate, James. Mañana lo vemos, ¿te parece? Seguro que una sirve. Seguro. ¿Qué me dices de la secuencia que filmamos el otro día y que te empeñaste en que era horrible? ¿Qué me dijiste cuando la vimos montada?
—Que era una joya.
—¿Ves? Relájate. Saldrá bien. Solo quedan dos semanas de rodaje. Solo dos semanas y la película estará lista.
James apretó los labios. Seguía molesto, pero aquello le recordó que no llegaba a tiempo.
—Tengo que preparar las cosas para la secuencia de mañana. —Miró a Paula y luego continuó, serio—: La de mañana es con los niños. Espero que no la caguen.
—James, son mis hijos. Relájate, joder. Si la tienen que cagar, la cagarán todas las veces que ellos quieran —respondió Paula, molesta.
Él se guardó lo que pensaba decir y, enfadado, agarró la maleta verde y se marchó, pegando un portazo.
Paula se quedó en silencio, enfadada por lo que estaba pasando. Una parte de ella quería parar el rodaje y que le diesen por saco a todo. James había cambiado mucho desde el inicio del curso, y ella tenía dudas sobre si sería buena idea continuar con aquello. James seguía siendo brillante, seguía teniendo esa chispa en los ojos, pero estaba tan obsesionado con la película, que lo que comenzó como un proyecto bonito en el que trabajar juntos, aprovechando ese homenaje a su marido, se convirtió en una auténtica pesadilla. James ordenaba repetir una toma tras otra, cambiaba de encuadre, probaba frases que no estaban en el guion, o experimentaba con posturas nuevas ante la cámara, o incluso inventaba escenas enteras surgidas en un instante de su cabeza que parecían no tener sentido ni encajar en ninguna parte de la historia. Aquello era desesperante para quien estaba al otro lado de la cámara, pero Paula se dio cuenta de que solo quedaban dos semanas más. El guion era muy bueno, y las escenas, a pesar de no contar con presupuesto alguno, parecían tener esa magia que solo tenían aquellas que salían de los mejores directores de la historia. Paula identificó en el estilo de James a Capra, a Hitchcock y a Ford. Cuando parecía que la secuencia sería rodada de un modo convencional, James ideaba un plano o un baile de la cámara, o una transición con la escena siguiente, que hacía que todo cobrase una nueva dimensión. Paula tenía la intuición de que la película sería algo grande y, por eso, decidió seguir adelante.
—No se lo tenga en cuenta —dijo Jeff, con Jeremie en brazos—. Está tenso porque cree jugárselo todo con esto. Cree que será una de las mejores películas de la historia. Yo..., bueno. Yo solo aspiro a estar cerca si eso sucede. Algunos nos conformamos con figurar, ¿sabe? Con que se sepa que hemos estado al lado cuando pasó.
Paula se quedó pensativa, mirándolo.
—Y si me lo permite —añadió Jeff—, estos enanos tienen que irse a la cama. ¡Ya es hora!
Arriba, Paula apagó la luz tras dejar a Jeremie en la cuna y despedirse de Anne con un beso en la frente. La niña había subido en los brazos de Jeff.
—Buenas noches. Soñad magia —dijo Paula, justo antes de cerrar la puerta.
—Buenas noches, mamá —respondieron Jeremie y Anne—. ¡Y buenas noches, tito Jeff!
—Buenas noches, chicos.
Paula cerró la puerta y se apoyó contra la pared que estaba al lado. Estaba agotada, pero, a la vez, agradecida a Jeff.
—¿Cómo lo has hecho? —susurró—. ¿Cómo has conseguido que te quieran tanto?
—Yo..., verá profesora, siento..., a ver, yo no quiero que piense que... —Jeff estaba realmente confundido. Había cogido mucho cariño a los pequeños, pero nunca se imaginó que cruzaría aquella línea—. Sus hijos ya tienen un padre..., quiero decir..., tenían un padre. Y, bueno..., yo..., no sé. Creo que no debería comportarme así con ellos.
Jeff se dio cuenta de que Paula lloraba.
—Profesora..., no..., por favor... —dijo, acercándose y borrándole una de las lágrimas que le recorrían las mejillas—. Siento..., siento lo que ha pasado. De verdad que lo siento. Yo no quería que ellos..., su padre...
La profesora comenzó a susurrar algo imperceptible con el poco aire que le quedaba dentro. Estaba completamente sobrepasada. Apenas había visto a los niños en todo el día y el sentimiento de culpabilidad crecía cada segundo que no pasaba con ellos. Al llegar a casa, después de todo el día discutiendo con James para rodar una escena, y verlos tan felices, tan a gusto con una persona como nunca antes los había visto, se había emocionado de verdad. Paula había escuchado cómo Jeremie había llamado papá a Jeff, y había visto el beso que Anne le había dado. El susurro de Paula cada vez se hizo más bajo y Jeff se acercó para intentar comprender qué estaba diciendo.
—Lo siento, créame —dijo Jeff una vez más, mientras le apartaba el pelo que le cubría el rostro.
Jeff se acercó un poco más y, de pronto, los labios de la profesora se acercaron con rapidez a su oreja.
—Gracias, Jeff —le dijo ella al oído.
Jeff giró su rostro hacia el de Paula, nervioso. Le temblaban las manos, le temblaba todo el cuerpo, le faltaba el aliento, pero, en realidad, lo único que hacía que estuviese de aquel modo era que le temblaba el corazón. Se miraron un segundo, bajo la luz del pasillo, junto a la puerta de los niños, a escasos diez centímetros el uno del otro y, antes de que él reuniese el valor necesario para lanzarse a hacer lo que estaba deseando, ella lo besó.