Capítulo 41
Ryan
Un final alternativo

 

26 de septiembre de 2015

Dos días desaparecida

 

La consulta del doctor Morgan estaba completamente vacía, salvo por el gigantesco proyector que estaba apuntando hacia la pared que días antes estaba cubierta de títulos, cursos y seminarios. No quedaba ningún otro mueble en la estancia, y no había ni rastro de la silla en la que solía sentarme a contarle lo mal que iba mi relación con Miranda.

—Es... imposible —vociferé, sorprendido.

—¿Está de broma, señor Huff? —dijo la inspectora Sallinger, al tiempo que enfundaba la pistola.

El resto de policías hicieron lo mismo al comprobar que no había ninguna amenaza.

—Es..., estaba aquí —fue lo único que me atreví a decir.

La inspectora me miraba incrédula.

—¿Nos ha hecho perder el tiempo con esto? ¿Aquí es donde se supone que estaría su mujer, señor Huff?

—Esta... no..., no puede ser. Estaba aquí. La consulta del doctor Morgan estaba aquí. Lo juro.

—No nos estará haciendo perder el tiempo aposta, ¿verdad?

—No..., claro que no. ¡Joder!

Me acerqué al proyector y comprobé que era un Victoria 5 MI, un modelo realmente imponente, y que hacía años que no veía. Creo que fue en la facultad la última vez que había visto uno de ese modelo. Sí, eso era. Fue allí donde lo vi... con Miranda. No sabía por qué, pero aquella coincidencia hizo que me sintiese aturdido. Tuve la sensación de que ella estaba detrás de aquello, como si me estuviese diciendo, desde las sombras o desde donde diablos fuera que estuviese: «¿Recuerdas este día?, ¿recuerdas lo mal que te portaste?». Pero no era eso lo que pretendía decirme. Ojalá solo hubiese sido eso.

Llamaron al móvil de la inspectora y, molesta, chasqueó con la lengua antes de cogerlo.

—No toque nada —dijo la inspectora, llevándose el teléfono a la oreja.

Pero no le hice caso. ¿Por qué me costaba tanto hacer lo que se exigía de mí? Con Miranda se me exigía ser un buen esposo, y tenía la certeza de que era uno de los peores. Si colocaban en una escala a todos los maridos de los Estados Unidos de América, ordenados de mejor a peor, acumulando puntos con los aciertos y restando cuando cometían alguna tropelía, yo estaría situado, sin duda, en los puestos más bajos. Miranda había conseguido (era cosa de ella, no nos engañemos a estas alturas) que cada vez me interesase menos cualquier cosa que hacía, y eso, al fin y al cabo, era lo que mantenía a muchas parejas unidas. La admiración mutua. Miranda y yo no solo habíamos dejado de admirarnos el uno al otro, sino que éramos nuestros críticos más duros. «Ese diálogo es demasiado falso». «Ese punto de la trama tiene un agujero como tu cuenta del banco». Si había algo que admirábamos el uno del otro, hacía mucho tiempo que había pasado a un segundo plano.

Me fijé en que el aparato estaba preparado con una bobina de 35 mm, recorriendo todos sus recovecos y, en un lateral, vi que alguien había pegado un papel con cinta adhesiva que decía: «Ponme en marcha». En el suelo había tres carcasas metálicas negras para películas de 35 mm. Si hubiese sido capaz de atar cabos, de ver cómo todas las noticias que estaban surgiendo llevaban a aquel momento, quizá me hubiese esperado hasta que la policía y la agente Sallinger se marchasen. Es más, a ninguno le interesaba lo más mínimo lo que había en aquella habitación y, mucho menos, el contenido de aquella película. Todo podría haber quedado como un error de un testigo algo tenso por la situación; además, ni siquiera creían que aquel lugar, días antes, fuese la consulta a la que acudíamos Miranda y yo para hablar de nuestras inmundicias. Pero no lo hice.

Apreté el botón y, un instante después, un cañón de luz blanca iluminó la pared. Antes de que tuviese tiempo de saber de qué se trataba, tanto la inspectora como los policías se acercaron a mirar. En la imagen que se proyectaba, un Triumph rojo circulaba por la montaña, girando a un lado y a otro, cuando de pronto, apareció en escena, en un plano corto, la mirada de una mujer morena, llorando desconsoladamente. Tras unos segundos, una serie de imágenes salpicadas y que parecían aleatorias se iban sucediendo con rapidez: unos niños jugando en un parque, una mujer riendo a carcajadas, una niña con unas alas de ángel puestas, moviendo los brazos como si intentase volar. Tras ellas, la imagen del coche circulando por la carretera volvió a la pared y, sin saber desde dónde y sin esperarlo, un hombre se cruzó en mitad de la carretera y fue arrollado a toda velocidad.

La cámara se centró, poco a poco, en el cuerpo del hombre, que daba vueltas por la carretera, quemándose la piel con el asfalto hasta detenerse ensangrentado. No fue tanto lo que veía, sino el manejo de la cámara, el cómo se centraba en aquellas vueltas que daba el cuerpo, lo que hizo que me diese cuenta de qué estaba viendo. No podía creerlo. Era una escena rodada por James Black, de eso no tenía ninguna duda. La cosa era que había tantas diferencias con respecto al final de La gran vida de ayer, al menos con la versión que yo había visto, que no relacioné aquellos planos con la película. Pensé, mientras permanecía mirando la pared en silencio junto a la inspectora y los policías, que se trataba de algún trabajo de Black que yo no había llegado a ver nunca. Pero justo en el momento en que el cuerpo al fin se detuvo en la carretera, la cámara se giró para seguir al Triumph, que se alejaba haciendo eses, habiendo perdido el control, mientras se acercaba inexorablemente hacia el quitamiedos de la curva. Segundos después, en silencio, desapareció del plano como si lo hubiese engullido la montaña.

La imagen se puso en negro, el proyector siguió girando, y la inspectora y yo nos miramos sin saber muy bien de qué se trataba. Uno de los dos estuvo a punto de decir algo, cuando de pronto, sucedió algo inesperado y que tendría más consecuencias de las que me imaginé en aquel momento.

La imagen volvió.

La cámara se acercó con cuidado al vehículo, que estaba al fondo de un barranco en la orilla de un lago. Aquel que manejaba la cámara se notaba que estaba nervioso. La imagen temblaba y, en el más absoluto silencio de la noche, solo se escuchaba su respiración entrecortada y los pasos sobre los guijarros de la orilla. La cámara miró hacia arriba, enfocando una pared vertical de más de veinte metros de altura desde la que se había precipitado el vehículo, para luego aproximarse al coche, que tenía las lunas reventadas y el morro hundido. Desde la ventanilla del copiloto, mostró una imagen grotesca que nos sorprendió a todos: la mujer morena que conducía tenía el rostro ensangrentado y miraba a la cámara. Respiraba débilmente y sus ojos estaban llenos de terror. El plano de aquella mirada cubierta de sangre se mantuvo unos segundos para, instantes después, alejarse de nuevo, enfocando la rueda delantera del coche, que seguía girando sin parar. Fue en ese instante cuando me di cuenta de lo que estaba viendo. Era todo tan real, tan natural, que sabía que aquello no era una actuación. De pronto, la pantalla se puso en negro, y mis peores sospechas saltaron por los aires cuando aparecieron los títulos de crédito:

 

La gran vida de ayer. Escrita y dirigida por
James Black

 

Reparto:

Paula Hicks - Gabrielle

Jeff Hardy - Tom

James Black - Mark

Anne Morgan - Kimberly

Jeremie Morgan - Adam

 

Rápidamente miré a un lado y me fijé que la caja metálica negra era la misma que había estado buscando James Black desesperadamente un par de noches antes. Era la misma que habíamos visto Miranda y yo, junto con Jeff, muchos años antes en la universidad.

La inspectora Sallinger tardó en asociar el nombre que apareció en la pantalla, lo justo para hacerme creer que no se había dado cuenta, cuando de pronto, dijo a su móvil:

—¿Inspector Sachs? Manda una patrulla a casa de James Black. Creo que ya sabemos qué es lo que le pasó a Paula Hicks.

La inspectora se giró hacia mí, con gesto preocupado y, mientras hablaba, no separó su mirada de la mía. Desde el auricular, el inspector Sachs parecía estar contándole algo que me inquietó, pero no descubrí de qué se trataba hasta que dejó el móvil a un lado y me dijo:

—¿Señor Huff? Hay cosas que nos tiene que explicar en comisaría.