Capítulo 22

PELDAÑO a peldaño fui subiendo hacia la superficie de mí misma, como si fuera un ascenso hacia la luz.

De pronto, una noche cualquiera me desvelé, dándome cuenta de que mi viaje personal había llegado a buen puerto.

Escribí las últimas páginas del libro esa madrugada, en un excitante estado de absoluta inspiración.

Recuperando la magia

Nuestro compañero o compañera es un maestro. Un iluminado que nos enseña cosas importantes de maneras muy extrañas (a veces provocando nuestra furia). El amor y sus vaivenes, los encuentros y desencuentros, son guías que nos muestran los problemas que siguen habitándonos y que somos incapaces de ver de otra manera.

La maestría de la pareja y nuestra disposición a aprender nos coloca, si lo permitimos, en el camino de producir o recuperar la magia del vínculo.

Si cada uno tiene la valentía de mirarse en ese espejo encontrará la clave para desarrollar sus aspectos en pugna o negados, y hacer crecer todas esas cualidades que veía en el otro y que creía no tener, y ambos podrán acceder al caudal amoroso e inagotable que todos tenemos dentro.

Pero frenamos continuamente esa posibilidad.

Cuando el otro hace algo que no nos gusta o nos hiere, nos cerramos y pensamos que lo que nos hace sufrir es la falta de amor del otro, pero la causa verdadera del dolor es nuestra propia cerrazón.

Cuando nos cerramos dejamos de crecer y cortamos el camino hacia nuestra fuente de amor.

Nos defendemos del dolor, nos endurecemos y reaccionamos desamoradamente. En realidad, son nuestras reacciones las que convierten lo que el otro hace en un problema insoluble y por lo tanto en una fuente de sufrimiento.

No hay conflicto que no tenga salida.

Lo que cierra el camino no es el conflicto, sino el endurecimiento, el orgullo, la cerrazón.

El precio de nuestra reacción no lo paga solamente la relación de pareja, sino que nosotros mismos perdemos contacto con la magia de la vida. Nos volvemos personas cerradas.

Para recuperar la magia necesitamos volver a abrirnos, quitar los frenos a nuestra fuente de amor para poder mirar amorosamente, en cada conflicto, cuál es nuestro aporte. Cómo podemos ayudar en lugar de cómo podemos vengarnos. Cómo sostener el alma del otro en vez de cómo podemos castigarlo. Cómo podemos aliviar su culpa y no cómo tomar revancha.

Eso es transformar la energía del enfado en un crecimiento y celebrar la vida tal como se presenta, sin intentar que sea otra.

Entonces volverá a aparecer la verdadera magia, porque la magia del momento, la del enamoramiento, la de antes, estaba hecha de esta misma sensación, la idea y el deseo de que es posible completarme en el otro.

No es necesario que nadie me dé lo que yo ya tengo. Nada nos falta. Pero sí precisamos, una y otra vez, de alguien que con amor sea el espejo en el que podamos vernos sin temor. Ésa será la ayuda que me permitirá destrabar los mecanismos que me impiden volverme la mejor persona que puedo ser.

Si ambos aceptan este desafío, cada uno se volverá una persona completa, integrada, entera, capaz de sentir la magia de la vida, la magia dentro de sí y la sutil presencia de la magia en la pareja.

El sol me encontró despierta, pensando en la dedicatoria.

Descarté mi primer impulso, por descabellado e impropio, sobre todo para una madre de dos hijos adolescentes. Había pasado por mi cabeza la idea de dedicarle el libro a todos y cada uno de los hombres que había amado y que, como partes de una extensa escalinata, me habían dado la posibilidad de avanzar y volverme mejor persona, maestros involuntarios de ineludibles aprendizajes que con más o menos dolor y dificultad había podido asimilar.

En realidad, después de pensarlo un poco, muy lejos estaba yo de querer elevar la autoestima de nadie haciéndolo aparecer en la dedicatoria de mi libro, así que decidí borrar de mi intención la idea de incluir una lista con sus nombres, pero sin renunciar a mi deseo de darles las gracias. Después de todo cada uno de los hombres de mi vida, en mayor o menor medida, había formado parte de esas lecciones vitales y me había conducido a este destino. El encuentro con ninguno de ellos había sido en vano.

Tenté varias opciones:

«A los que me enseñaron el amor.»

«A los hombres que me condujeron al amor.» Y alguna decena más de frases en esa misma dirección.

Finalmente me decidí por:

«Al amor que me llevó al amor.»

«A quien le quepa el sayo que se lo ponga», pensé, aunque en mi imaginario más de uno de mis «amores» se descartaría de inmediato. Y lo harían sin razón, porque todos, absolutamente todos, hasta mi primer novio, aquel que no había querido ponerse al teléfono, se hallaban incluidos, porque cada uno me había acompañado en alguna parte del trayecto.

Le entregué el original a Nicolás la mañana del mismo día en el que Roberto regresaba de su viaje.

No fui a esperarle, nos encontramos en casa.

No había sorpresas, yo le había anticipado con mucha claridad que todo había terminado.

Aunque debo admitir que por estar todo terminado quedaban aún demasiadas cosas... Especialmente la sensación de volver a separarme de alguien a quien todavía amaba.

—Un pájaro y un pez pueden enamorarse y hasta casarse —le dije durante la conversación recordando la frase del Talmud—, pero dónde harían el nido...

—Es que a mí no me importa dónde sea, en un árbol o en el fondo del mar, yo sigo queriendo hacer un nido contigo. Tú eres la que no quiere... Me doy cuenta de que nunca me he sentido más feliz que cuando al irme, esta vez, sabía que tenía un lugar al que volver. Tarde o temprano echaré raíces definitivas y me volveré el más casero de los maridos... ¿Por qué no puedes tener un poco de paciencia...?

—Roberto, te aseguro que no es un reproche, en este momento no. No es tu culpa, pero tampoco es la mía. No es mi tiempo de pensar en tener paciencia. No podría tolerar que te volvieras a ir durante dos o tres meses, ni tampoco que renunciaras a irte para satisfacerme. No hay solución, somos un pájaro y un pez, ¿entiendes?... De todas maneras —dije con la genuina intención de ayudar—, ojalá no te enfades por esto que voy a decir, pero creo, quizá por una deformación profesional, que tú no quieres echar raíces. Lo que te pasa es que sientes la necesidad que acabas de enunciar, quieres sentir que tienes un lugar al que volver... Y no es lo mismo... Me parece, y te pido otra vez disculpas, que tal vez sería bueno para ti pensar en esa diferencia...

No hablamos mucho más. En silencio absoluto hicimos juntos sus maletas, como si fuera un ceremonial. Era, y lo sabíamos, la última actividad que compartiríamos.

Quizá suene increíble, pero una muerte anunciada en una pareja no es menos muerte, ni menos dolorosa, ni menos lacrimógena.

A eso de las diez y media llamó Luis. Quería saber si podía traer de vuelta a los niños. Le había pedido que saliera a cenar con ellos temprano para que no estuvieran mientras Roberto recogía sus cosas.

—Sí —le dije—. Ya está.

—¿Y tú?

—¿Y yo?

—¿Cómo estás?

—Peor...

—¿Peor que qué? ¿Peor que cuándo?

—Peor de lo que pensaba que iba a estar...

—Entiendo... ¿Quieres que baje un rato cuando lleve a los niños?

—No, Luis... Pero no sabes cómo agradezco que me lo ofrezcas...

—Oye... Estoy, ¿eh?

—Lo sé, Luis... como siempre.

—Como casi siempre —me corrigió.

Yo entendí perfectamente lo que no decía y sentí la sonrisa que me subía a la cara, sin el más mínimo rastro de enfado.

—Gracias —le dije.

—Te mando un beso...

Cuando colgamos, me hice un té y subí a mi habitación. Camino del baño, al pasar junto al mueble del pasillo, tomé una foto de ambos que estaba en el tercer estante, desde siempre.

Puse la fotografía en la mesilla de noche y sonreí.

Recordaba lo que decía Begoña, la amiga de Renata:

—Tú y Luis... sois raros. Estáis separados desde hace tres años, pero os lleváis mejor que mis padres que están casados desde hace treinta.

Y era cierto.

Después de tres años, después de odiarnos y atravesar todas las etapas de la separación, teníamos ahora un vínculo muy fuerte y verdadero. Supongo que porque aceptamos la relación que podíamos tener. Somos una ex pareja, pero aceptamos que lo vivido fue y es importante.

La historia nos une especialmente por los códigos que seguimos teniendo en común.

Nuestra relación es clara. Sabemos, por ejemplo, que hay temas de los que no podemos hablar porque nunca los hemos resuelto, y por ahora no los tocamos. Nos relacionamos casi exclusivamente en las áreas que podemos compartir sin problemas.

Desde que nos separamos sé que es esencial para uno mismo y para los hijos cultivar un buen vínculo con la ex pareja. De hecho, cuando salgo con alguien que odia a la que fue su mujer ya sé que las cosas no van a funcionar entre nosotros, porque todo lo que no ha resuelto saltará a nuestro escenario en cuanto tenga oportunidad.

El camino no es estar de acuerdo con lo que el otro hace después de separado, pero se puede intentar entender sus razones, aunque sean muy distintas de las propias. Aceptar que el otro tiene sus razones para hacer lo que hace aunque yo no lo comparta. Por algo nos separamos.

Cada vez que la relación no va bien, es esencial aprender a preguntarse: «¿Qué tengo que hacer para que todo funcione mejor?». Sea como sea, para pelearse hacen falta dos.

Creo que es lo mejor que podemos dar los padres separados a nuestros hijos, porque ellos sufren cuando hay una mala relación entre los padres, estén separados o no.

Mantener un buen vínculo es el mejor regalo que le podemos dar a nuestros hijos y la única compensación que podemos ofrecerles a cambio del dolor que supone, incluso en nuestros tiempos, la separación de los padres. A veces nos peleamos, pero siempre sabemos que contamos el uno con el otro.

Yo siento que cuento con él y él sabe que cuenta conmigo, aun cuando cada uno ha encontrado su camino.

Vivimos lo que teníamos que vivir juntos y compartimos la maravilla de nuestros hijos. Somos amigos y, más aún, somos familia. Hablamos cada vez más a menudo y nos contamos nuestras cosas, sin restricciones y con mucho respeto.

Luis fue un compañero increíble durante los años que estuvimos juntos. Él me dio la fuerza para tener hijos. Recuerdo que yo tenía mucho miedo y él me dio coraje para atreverme a tener hijos.

No creo que Luis sea el más seguro de los hombres y, sin embargo, siempre me dio seguridad.

No creo que sea el más valiente, pero siempre me ayudó con mis miedos.

No es el más exitoso de los profesionales, pero siempre me ayudó en mi desarrollo profesional.

Me apoyó siempre y yo crecí mucho a su lado.

Y aun cuando empecé a meterme en la búsqueda de la espiritualidad, aunque todavía hoy no sabe de qué hablo cuando hablo de esto, se esforzó por sostenerme y hasta me acompañó a decenas de talleres de crecimiento espiritual, aunque nunca significaron nada para él. Lo hizo por amor. Por el placer de complacerme, como él siempre decía.

Luis es muy distinto. Piensa distinto. Actúa distinto.

Quiere cosas distintas de la vida.

Por eso hace tres años no pudimos seguir juntos. Más allá de todo el desagradable episodio que desencadenó la última crisis.

A él se le veía feliz en aquellos tiempos, viviendo como un playboy, saliendo con muchas mujeres. Decía que no le interesaba el amor, le interesaba divertirse y yo, no sé muy bien por qué, celebraba que no quisiera enamorarse.

Todo estaba en orden y también por eso yo le estaba agrade-cida.