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En Karu, Killian y Tembla miraban fijamente la pantalla de vídeo. A través del enlace del Searcher UAV habían visto dos figuras diminutas mirando el monasterio en ruinas, adentrándose más en el valle y entrando en otra pequeña estructura de la que habían vuelto a salir casi de inmediato. Pero ahora habían desaparecido por completo.

—Han encontrado una cueva —murmuró Killian.

—En ese valle hay muchas cuevas —apuntó Tembla—. A ver si vuelven a salir.

Cinco minutos después seguía sin haber señal de las dos figuras.

—Han encontrado algo —dijo Killian levantándose—. Tenemos que irnos.

Tembla se inclinó hacia el soldado que manejaba el UAV y le dio una serie de órdenes. La imagen se amplió inmediatamente cuando el hombre pasó de la lente telefoto a una visión de gran angular que cubría las paredes del valle además del suelo. Después, comenzó a ampliar una zona en concreto.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Killian.

—Vigilando a los adversarios. —Mientras la imagen se extendía, Tembla señaló unos cuantos puntos que se movían despacio y que empezaban a enfocarse—. Ahí están los hombres que ha reclutado Donovan. Incluyéndolo a él, hay seis en el valle, los cuatro que puede ver ahí y otros dos que siguen vigilando desde la pared del valle. Hay otro par que son los que hemos visto conduciendo un cuatro por cuatro, pero están a cierta distancia, y aún no sabemos si forman parte del grupo. Y tiene razón, por cómo se mueven, son mercenarios y además llevan rifles de asalto, lo cual nos beneficia.

—¿Por qué?

—Porque nos da la excusa perfecta para eliminarlos. Usted sabe lo que estamos viendo aquí, pero me aseguraré de que todas las imágenes procedentes del Searcher solo muestren a un grupo de hombres excesivamente armados que casi seguro han entrado en la India de forma ilegal. Tenemos todo el derecho de embestirlos. Puede que utilizar el Hind sea una exageración, pero ya hablaré del tema más adelante.

Tembla dio otra orden y la imagen cambió de nuevo para centrarse en las rocas por donde Bronson y Lewis habían desaparecido.

—Están dentro de la cueva —dijo Tembla—. Marca ese punto y pasa las coordenadas a los pilotos del helicóptero. Bueno, padre, ha llegado la hora de despegar.

Dentro de la cueva, Bronson estaba apartando las rocas y los fragmentos de madera. En pocos minutos había retirado gran parte de los escombros de una pequeña zona y lo único que quedaba debajo era una gruesa capa de polvo y tierra.

—Mira esto —le dijo a Angela. Cogió un cuchillo de su cinturón, uno de los distintos objetos para ir de acampada que se había llevado a Leh. Hundió la hoja en el suelo y la punta penetró no más de cinco milímetros. Después la sacó y repitió la operación. En esa ocasión, la hoja se deslizó en el barro unos quince centímetros. Retiró la hoja, la desplazó y de nuevo la punta tocó fondo en menos de un centímetro y medio—. ¿Lo ves? Hay un surco que va desde el extremo de la pared de roca hacia el lado derecho de la cueva. Está justo debajo de esas líneas del techo. —Se detuvo y miró a Angela—. Es más, lo que estás viendo ahí no son un par de líneas paralelas, sino un surco hecho en la misma piedra, y es exacta a la ranura tallada en el suelo de la cueva.

—¿No estarás diciendo que…? —La voz de Angela se apagó mientras miraba del techo al suelo de la cueva y de ahí a la pared de piedra. Dio un paso adelante y palpó la piedra, deslizando la mano por el borde de la pared.

Bronson asintió.

—Eso no es una pared de roca. Es una puerta corredera hecha de piedra maciza que a alguien le costó mucho ocultar. Lo que tenemos que encontrar ahora es el modo de abrirla.

Nick Masters miró el reloj una vez más; habían pasado diez minutos y dieciocho segundos desde que Bronson y Lewis habían desaparecido. Barajó sus opciones unos segundos más y tomó una decisión. Haciéndole una señal a Donovan, se apartó del borde del acantilado y llamó por el teléfono satélite al pequeño grupo de mercenarios que esperaban a una corta distancia un poco más arriba de la pendiente.

—Los objetivos se han adentrado en una cueva. Hay una pequeña construcción de piedra en el suelo del valle, la veréis cuando bajéis. La entrada de la cueva puede que se encuentre a unos sesenta y cinco metros al este. Avanzad ahora, lentamente y en silencio y después quedaos a unos treinta metros de la entrada de la cueva.

A continuación llamó a los dos hombres que estaban en el Land Rover para darles también unas cuantas órdenes.

Finalmente, comprobó que su Kalashnikov estuviera completamente cargado, se echó al hombro el rifle de francotirador y, seguido cautamente por Donovan, comenzó a descender cuidadosamente hacia el valle.

—¿Una puerta de piedra, Chris? ¡Ni en sueños! ¿Cómo podrían haberlo hecho?

—Eres tú la que siempre está dando la tabarra con lo avanzadas que estaban tecnológicamente las culturas antiguas —dijo Bronson mientras seguía cavando la tierra con el cuchillo de monte—. Las pirámides siguen en pie desde hace… ¿cuánto?… ¿Unos cinco mil años? Y me has dicho que hoy nadie sabe a ciencia cierta cómo lograron construirlas los egipcios.

Angela asintió casi con reticencia.

—Es verdad. Y algunos de sus pasadizos estaban cercados deliberadamente por bloques de piedra impresionantes para protegerse de los ladrones de tumbas, así que está claro que la tecnología ya existía, o al menos existía en Egipto. Lo que pasa es que no es algo que te puedas esperar aquí arriba en las montañas, en este país.

Bronson señaló al suelo, donde había dejado al descubierto una larga ranura de lados rectos.

—Después de cerrar la puerta, metieron piedras debajo de la base para impedir que se moviera, llenaron el surco del suelo con tierra y lo cubrieron, y taparon la parte frontal de la puerta de piedra con piedras y madera. Pero no pudieron hacer nada para ocultar el surco que tuvieron que tallar en el techo.

Alzó la mirada y volvió a mirar al suelo.

—Debieron de usar algún tipo de rodillo —dijo casi hablando para sí—, probablemente lubricado con grasa animal o algo parecido. Solo espero que usaran piedra en lugar de madera por el peso de la puerta. Sí, sí que debieron de usar piedra. Después de dos milenios los rodillos de madera se habrían desintegrado directamente y la puerta se habría caído, y tal vez incluso se habría desprendido de la ranura superior.

—¿Podemos abrirla? —preguntó Angela con la voz temblorosa por la emoción.

—Podemos probar. Primero tendremos que mover todo esto de delante para que tengamos la menor resistencia posible cuando intentemos deslizarla.

Juntos, apartaron todas las rocas y fragmentos de madera de delante del muro. Una vez lo hubieron hecho, el borde de la ranura donde estaba instalada la puerta de piedra se veía claramente en el suelo.

Bronson abrió su mochila y sacó un martillo y un cincel. Fue hasta el extremo derecho de la puerta, se agachó y empezó a golpear las rocas que se habían metido debajo y que actuaban como cuñas para evitar que la puerta se abriera. En un par de minutos las había apartado todas y había mirado debajo del borde para asegurarse de que no había nada más entorpeciendo el paso.

—No veo que haya nada más sujetando la puerta —dijo—. A lo mejor se fiaban de esos pocos calces de piedra y del propio peso de la puerta.

Se acercó más a la roca en busca de algún agujero u otro calce, pero no encontró nada. Parecía que la puerta de piedra se deslizaría hacia la derecha en cuanto encontrara el modo de hacer palanca lo suficientemente fuerte como para que empezara a hacerlo, aunque estaba claro que no sería fácil.

Rebuscó en su mochila y sacó una palanqueta, totalmente consciente de que su propia fuerza y una herramienta tan enclenque no servirían de nada. Miró al lado izquierdo del muro de piedra intentando decidir por dónde debería probar a hacer palanca. Vio que había algunos huecos lo suficientemente anchos para meter el extremo de la palanqueta, pero sabía que todo dependía de cuánto pesara la puerta de piedra y del estado de los rodillos que, estaba seguro, tenían que estar debajo, en la ranura del suelo. Después miró a Angela, que al igual que él, estaba totalmente absorta en la labor a la que se enfrentaban.

—¿Estás lista?

—Puede que ella no, pero yo sí —dijo J. J. Donovan al entrar en la cueva, seguido por dos hombres armados.