18

Bronson llevaba en el mismo sitio diez minutos y el movimiento que había captado no se había repetido. Estaba empezando a pensar que se lo había imaginado, o que tal vez había sido un zorro o un ciervo, cuando volvió a verlo.

Y en esa ocasión no tuvo ninguna duda. Un objeto surgió en posición horizontal de entre la maleza a un metro y medio por encima del nivel del suelo, y por un instante, Bronson no pudo distinguir qué era. Pero entonces vio el extremo de una escalera y sonrió.

—Listillo cabrón —murmuró echándose ligeramente hacia delante para ver mejor al hombre que se acercaba a la casa. No parecía tener mucha prisa y atravesaba con paso seguro la hierba sin cortar hacia la parte trasera de la casa, con la escalera al hombro, como un obrero dirigiéndose al trabajo. Tal vez esa tranquilidad que reflejaba era indicación de que creía que la casa estaba vacía, o tal vez, más prosaicamente, simplemente se debía a que la escalera pesaba mucho y no podía correr con ella. En cualquier caso, parecía saber perfectamente adónde iba y en un momento bordeó la casa hacia la parte trasera y Bronson dejó de verlo.

Salió del dormitorio y esperó a escuchar el sonido de la escalera al posarse contra la fachada. Pero no oyó nada y, al cabo de unos segundos, volvió a entrar en el dormitorio al final del pasillo y se asomó a la ventana.

Entonces volvió a ver al hombre; estaba corriendo hacia el bosque. Desapareció entre los árboles y menos de medio minuto después volvió a aparecer con una bolsa abultada en la mano izquierda y corría hacia la casa.

Al momento, Bronson oyó claramente el sonido del metal chirriando contra la pared desde la habitación que tenía a la izquierda y fue hacia esa puerta. Se asomó para ver la ventana, pero el ladrón aún no estaba visible. Entró, corrió hacia la pared del fondo y se pegó contra ella, donde sabía que sería invisible para cualquiera que mirara por esa ventana.

Se tocó el bolsillo y comprobó que tenía las esposas que había cogido en la comisaría de Canterbury. Cuando Angela le había dicho lo que creía que había pasado en Carfax Hall, había decidido que tenía sentido llevarse unas en el bolsillo. Y parecía que no se había equivocado.

Empleando los oídos más que los ojos para evaluar el avance del ladrón, oyó al hombre subir por la escalera, ese sonido sordo de las pisadas sobre los peldaños. Después hubo unos segundos de silencio seguidos por un leve sonido de fricción que Bronson imaginó sería el del destornillador, la ganzúa, o cualquiera que fuera la herramienta que hubiera elegido para forzar el pestillo.

Oyó un murmullo de irritación que venía de fuera y contuvo la risa. ¡Vaya! Parecía que los pestillos de las ventanas de la primera planta no estaban tan sueltos. Entonces oyó un sonido más fuerte, un clic cuando por fin se soltó el pestillo, y un momento después el inconfundible sonido de una ventana de guillotina abriéndose.

Bronson siguió oculto tras la gruesa cortina que enmarcaba la ventana mientras el hombre, con una bolsa de nailon vacía en la mano, entraba en la habitación e iba hacia la puerta muy lentamente. Esperó hasta que el intruso estuvo a medio camino y cruzó la habitación aceleradamente.

Al acercarse, el hombre empezó a girarse con gesto de auténtico pánico.

Bronson le agarró el brazo derecho y le llevó la mano detrás de la espalda, hacia el hombro.

—Sé que es un tópico —dijo Bronson—, pero estás detenido, amigo. Soy oficial de policía y quedas arrestado ante la sospecha de allanamiento de morada y robo.

Agarrando por el hombro al tipo, que se resistía, lo sujetó con firmeza, le puso la esposa en la mano derecha, le cogió el brazo izquierdo y repitió la operación, dejándole las manos enganchadas detrás de la espalda.

—Vamos a bajar y te explicaré lo que va a pasar.

Una vez abajo, Bronson sentó a su prisionero en una de las sillas de la cocina.

—Ahora estoy obligado a leerte tus derechos, así que escucha con atención. Tienes derecho a permanecer en silencio. Si no, todo lo que digas podrá ser utilizado en tu contra. ¿Entiendes la advertencia?

—Suéltame, cabrón.

—Lo tomaré como un «sí», ¿te parece?

—No pienso decir ni una palabra más. Quiero a mi abogado y lo quiero ahora.

—Muy bien. Tienes todo el derecho. No voy a interrogarte, eso lo harán en comisaría, pero voy a cachearte para ver si llevas armas. ¿Llevas algo que pudiera herirme?

—¡Vete a la mierda!

Bronson puso al hombre de pie y le registró los bolsillos, de donde sacó una pequeña cartera que dejó sobre la mesa de la cocina.

Después volvió a sentarlo, se acomodó frente a él y abrió la cartera. Lo primero que sacó fue un carné de conducir. Miró el nombre y sonrió.

—Bueno, Jonathan. Carfax es un apellido que reconozco, así que supongo que este robo es más personal que profesional. Imagino que el viejo te dejó fuera del testamento y por eso te estás saltando el proceso legal para llevarte lo que crees que te pertenece.

Su prisionero no respondió.

—Pero la verdad es que no importan los motivos, sigue siendo un robo —apuntó Bronson antes de encogerse de hombros, meterse la mano en el bolsillo y sacar el móvil. Miró el reloj. Eran casi las once en punto, así que decidió llamar primero a Angela para decirle que la misión había tenido éxito, y después a la policía—. Hola, soy yo —dijo cuando Angela respondió—. He pensado que te gustaría saber que estoy sentado en la cocina mirando a tu ladrón.

—¿En serio? ¿Está…? ¿Ha habido algún problema? ¿Quieres que llame a la policía?

—No, gracias. Me sé el procedimiento. Tendré que ir a la comisaría local con él para hacer una declaración y todo ese rollo, así que tardaré en volver al hostal, pero te llamaré cuando esté en la comisaría para decirte cuánto voy a tardar.

—Vale. —Hubo una pausa y cuando volvió a hablar, Angela sonó nerviosa, algo nada propio de ella—. ¿Vendrás a mi habitación cuando llegues? Quiero que me cuentes todo lo que ha pasado.

Bronson sonrió.

—Hecho. Luego nos vemos.

Sin embargo, Jonathan Carfax no parecía tan contento.

—Esto es una trampa. No me creo que seas poli. Solo eres un puto matón contratado por el museo.

Bronson sacó su placa y se la enseñó.

—Soy el detective sargento Christopher Bronson y te prometo que soy policía de verdad. Mi exmujer trabaja para el museo Británico y me pidió que le echara una mano aquí. —Alargó la mano para coger la guía de teléfonos. Al hacerlo, miró al prisionero—. Quédate ahí sentado sin decir nada y solucionaremos esto. ¿Están demasiado apretadas las esposas?

El hombre negó con la cabeza.

—No —respondió de mala gana. Y entonces abrió los ojos de par en par y miró detrás de Bronson—. ¡Cuidado! —gritó—. ¡Detrás de ti!

Bronson empezó a girarse y vio un reflejo gris antes de que algo lo golpeara muy fuerte en un lado de la cabeza.

Durante un instante vio las estrellas, y después ya no vio nada.