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—Seré todo lo rápida que pueda con esto —dijo Angela sentándose en una mesa de una de las cafeterías y encendiendo el portátil.
Bronson compró algo de comida y bebida en el mostrador y se sentó junto a Angela mientras ella descargaba un diccionario persa-inglés, introducía las letras y palabras que podía ver en las fotografías y anotaba los resultados en un trozo de papel.
Pero no fue un trabajo rápido. Estuvieron sentados en la cafetería durante una hora antes de que ella, por fin, se recostara en la silla y dijera:
—Creo que ya está.
—Bien —respondió Bronson con entusiasmo—. ¿Qué dice?
Pero, por raro que pareciera, Angela se mostró algo reticente a leer el texto.
—Mira, hay un par de palabras que podrían tener significados alternativos y unas cuantas que ni siquiera están en el diccionario, así que tal vez sean nombres propios. Las he transcrito exactamente tal y como están escritas. Toma. A ver qué te parece.
Le dio la vuelta a la hoja para que Bronson pudiera ver lo que había escrito y se la pasó por la mesa.
Él miró las líneas que Angela había escrito.
—Reconozco parte de lo que me habías contado antes, lo que encontraste en la guía, quiero decir. Pero no se menciona ni Judea ni ningún templo, que eran las otras dos palabras que encontraste en el fragmento de Hillel, si no recuerdo mal. Así que, ¿qué crees que significa todo esto?
—Ese es el problema. Estoy bastante segura de que está completo, pero aún no me queda claro adónde o a qué hace referencia. Parece como si la primera estrofa fuera una declaración de intenciones, por así decirlo. Después la segunda parece ser una descripción general de lo que hizo la gente implicada y la tercera parece que esté ofreciendo algún detalle sobre la ubicación que eligieron.
Bronson volvió a mirar el texto y después lo leyó en voz baja y con un tono casi reverente mientras recitaba la traducción de Angela de los versos de dos milenios de antigüedad.
Y entonces el hijo de Yus de los purificados
ordenó que la luz que se había convertido
en el tesoro se sacara de Mohalla
y se devolviera ahí de dónde había venido.
E Isaac hizo un largo y lejano viaje
con sus leales discípulos hasta
el valle de las flores y allí construyeron
con sus propias manos un espacio de piedra
donde juntos ocultaron el tesoro del mundo
para toda la eternidad hasta que los cielos se hagan pedazos
y todos temblemos ante el juicio.
Con sus sombras siempre ante ellos
desde el amanecer al crepúsculo
más allá del punto de encuentro donde las aguas caen
hacia el grandioso río que nunca fluye.
Después se giraron hacia la gloria
entre los pilares y más allá de sus sombras
y se sumieron en el silencio y en la oscuridad hecha por el hombre
para descansar para siempre.
—Más información, pero también un puñado de nuevos interrogantes —murmuró Bronson—. ¿Por qué no podía haber sido fácil por una vez?
—Si fuera fácil, no sería divertido —dijo Angela—, aunque no me importaría tener algo «fácil» por una vez.
—¿Cuáles son las dos palabras que tienen múltiples significados? —preguntó Bronson.
—En la primera línea, «purificado» parece ser el mejor significado de la palabra, pero también tiene algo que ver con los leprosos y no lo puedo precisar del todo. Después en la cuarta, eso que «había venido» podría referirse a «él» o a «ella», aunque en ese contexto tiene que hacer referencia a un objeto.
—¿Y las últimas dos líneas del segundo párrafo? Son un poco apocalípticas, ¿no?
Angela asintió.
—Sí, pero eso es algo que se encuentra con frecuencia en escritos antiguos. Si el autor del texto quería resaltar que se refería a una gran cantidad de tiempo, podría haber incluido alguna referencia al Día del Juicio. No olvides que esa idea del fin del mundo y de las almas de los vivos y los muertos sometidas a juicio por alguna especie de dios es algo muy común en la mayoría de las civilizaciones. En la Biblia es el apocalipsis, y en el islam…
—Sí, lo recuerdo —la interrumpió Bronson—. Todos los muertos se reunirán en el Pozo de las Almas en el Monte del Templo para esperar su juicio.
—Exacto. Creo que casi todas las civilizaciones creen que el mundo terminará, de un modo u otro, pero la mayoría parecen creer que habrá una explosión, con alguna especie de dios creador implicado que separará a los buenos de los malos. No estoy segura de que ese pasaje sea significativo; a mí me parece que es más bien una licencia poética por parte del autor.
Bronson volvió a mirar el texto.
—Bueno, a mí me parece que hay, al menos, tres nuevas pistas que vale la pena seguir. Los tres nombres propios, Yus, Isaac y Mohalla. Y has escrito mal «Mohalla». Debería ser Moalla o El Moalla, ¿no?
—Así se escribe en persa, con la «h». —Sacudió la cabeza—. Tal vez el autor original del texto escribió mal el nombre, aunque me había esperado que llevara el prefijo «el».
—O a lo mejor no se refería a El Moalla, sino a un sitio completamente distinto.
—Supongo que es posible.
Bronson volvió a mirar la traducción.
—Está claro que dos son nombres de persona.
—Y son la clave de todo este misterio. Isaac aún se utiliza, por supuesto, y fue un nombre muy común en época bíblica, así que probablemente ni siquiera merece la pena consultarlo. Habrá cientos o tal vez miles de referencias. Pero no me resulta familiar el nombre Yus, así que espero que sea lo suficientemente inusual como para darnos alguna pista.
—¿Y sigues pensando que este fragmento de texto hace referencia al Arca de la Alianza? —le preguntó Bronson.
—Sí. En los primeros relatos bíblicos los israelitas creían que el Arca era un arma letal además de un tesoro. Decían que era tan peligrosa que con solo tocarte podía matarte, y que el Arca emitía una poderosa luz que destruía a sus enemigos. A mí eso me parece que encaja muy bien con la primera parte de este texto, donde dice «la luz que se había convertido en el tesoro».
—Sí, suena como si hubiera cambiado de algún modo —sugirió Bronson—. ¿Podrían haber menguado los poderes del Arca, suponiendo que hubiera tenido alguno? ¿Podría ese arma tan peligrosa haberse convertido en una caja profusamente decorada? ¿O crees que hay otro significado?
—Bueno, hay una teoría que sugiere que el Arca pudo haber contenido una fuente altamente radioactiva desconocida, algo tan poderoso que tocarlo podía matarte literalmente, no en cuestión de segundos o minutos, claro, sino en unos días.
Bronson le sonrió.
—Creo que esto ya empieza a resultarme demasiado estrambótico, Angela, eso sin mencionar las preguntas que genera. Como, por ejemplo, de dónde procedía esa fuente, cómo lograron manipularla los israelitas y qué era. Los elementos radioactivos más peligrosos son cosas como el plutonio y no puedes encontrarte trozos de plutonio tirados por ahí. Tiene que tratarse en un reactor. Fíate de mí en esto: no hay elementos radioactivos desconocidos que pudieran existir en la tierra de manera estable.
—De acuerdo —dijo Angela suspirando—. Descartemos esa idea, pero puede que lo que quisiera decir el autor del texto era que el Arca en sí no había cambiado, sino lo que estaban haciendo con ella. Supón que ya no necesitaban utilizarla como arma. Eso encajaría bien con la frase «la luz que se había convertido en el tesoro». Ya no estaban librando guerras, así que ya no necesitaban el poder destructivo del Arca, de la «luz», pero, por supuesto, reconocerían su valor como reliquia y por eso la considerarían un tesoro.
—¿Pero qué pasa con Mohalla?
—Creo que lo importante es que la reliquia, el tesoro, se sacó de Mohalla y «volvió ahí de donde había venido». Así que no tenemos que encontrar Mohalla, sino el lugar de donde se sacó el Arca. Y esa frase sugiere que se llevó de nuevo al lugar donde se creó.
—¿Entonces de dónde provenía?
—Según la Biblia, la construyó Moisés siguiendo las órdenes de Dios para depositar ahí los Diez Mandamientos, así que supongo que se podría decir que ese lugar «de donde había venido» es, probablemente, el monte Sinaí. Ahí es donde se supone que Moisés recibió la Alianza.
—¿Y dónde está, exactamente, el monte Sinaí?
—En algún lugar de Oriente Medio, pero hay distintas sugerencias respecto a dónde se encuentra exactamente.
—Entonces, si se hubieran llevado el Arca y la hubiera ocultado en algún lugar de una montaña en Oriente Medio, ¿por dónde cojones empezarías a buscarla? Supongo que cuando investigaste no encontraste nada que se llamara «el valle de las flores».
—La verdad es que encontré muchos —respondió Angela—, pero ninguno estaba situado en ningún sitio que pudiera haberse confundido con el Monte Sinaí.
Bronson asintió.
—Y con tanta actividad en Oriente Medio, tanto por parte de arqueólogos como de ejércitos invasores, tendría que haber sido un «espacio de piedra» muy bien escondido como para que no lo hayan encontrado en los dos últimos milenios. Porque si alguien hubiera encontrado el Arca, supongo que ya lo sabríamos.
—Casi seguro.
—A ver —dijo Bronson—. Se me ocurre esto: sé que has dicho que no importa mucho que descubramos dónde estuvo Mohalla, pero creo que podría merecer la pena hacerlo. Estamos hablando de hace dos mil años, cuando el modo más rápido de trasladar algo como el Arca sería en un carro tirado por caballos que podría recorrer entre treinta y cinco y cincuenta kilómetros al día. Sé que el fragmento de texto dice que Isaac y sus compañeros «hicieron un largo y lejano viaje» en el contexto de aquella época. Si viajaron durante toda una semana haciendo cincuenta kilómetros al día, que sería ir bastante deprisa, solo habrían cubierto unos trescientos cincuenta kilómetros. Creo que si podemos descubrir dónde está Mohalla, nos haremos una idea mucho más precisa de por dónde empezar a buscar «el espacio de piedra».
Angela se quedó en silencio unos minutos y después lo miró con una ligera sonrisa.
—La verdad, Chris, es que eso está muy bien pensado. Hoy en día estamos tan acostumbrados al concepto de viajar en alta velocidad, ochocientos kilómetros al día en un coche rápido y diez veces esa distancia en un avión, que hay que echarle imaginación para valorar de verdad las dificultades que podían surgir a la hora de cubrir cualquier distancia hace tanto tiempo. Pues muy bien, tendremos que encontrar Mohalla.
Bronson se recostó en la silla y estiró las piernas. Había sido un día largo y complicado, y sabía que aún quedaba mucho por recorrer.
—Se me acaba de ocurrir otra cosa, y haré una predicción.
—¿Qué?
—¿Me dijiste que Bartholomew Wendell-Carfax murió de manera repentina?
—Sí. Sufrió un infarto en su casa cuando estaba preparando otra expedición para buscar el tesoro.
—¿Y hacía poco tiempo que le habían hecho esos dos retratos?
Angela asintió.
—A lo mejor la mayor pista de todas nos ha estado mirando a la cara todo este tiempo. ¿Por qué crees que Bartholomew eligió esos dos temas para los retratos?
—Porque tenía que ser capaz de esconder el texto persa en los retratos y esos dos trajes eran ideales para ese propósito.
—Bueno, pues yo creo que Bartholomew tenía mucho sentido del humor. Pienso que estaba deseando mostrarle a su hijo el texto persa en los cuadros y también creo que había descubierto, por fin, dónde está o estaba exactamente Mohalla, y los retratos también nos lo dicen.
—¿Cómo? —preguntó Angela.
—Lo tienes justo delante. Tú mira los retratos otra vez.
Angela rebuscó entre las imágenes de su portátil, encontró las de los retratos y las miró, una a una.
—Puede que para ti esté muy claro, Chris, pero no para mí.
—Piensa en ello. Bartholomew podría haber elegido cualquier temática que le hubiera permitido ocultar el texto persa, así que, ¿por qué eligió estas dos?
—No tengo ni idea, y si no me lo dices ahora mismo, voy a…
—India —respondió Bronson sencillamente—. En un retrato parece un marajá indio, y en el otro un jefe indio. Los retratos tienen relación, claramente, porque cada uno tiene aproximadamente la mitad del texto persa, pero además de eso el único rasgo en común es la temática. Ambos retratos muestran a Bartholomew y ambos lo relacionan con India.
Angela sacudió la cabeza.
—Lo siento, Chris, pero es demasiado obvio.
Bronson sonrió.
—No estoy de acuerdo. Y me juego lo que sea a que cuando investigues referencias a Mohalla, encontrarás que se encuentra en alguna parte de la India.
Sentado en una silla de plástico en el otro extremo de la sala del aeropuerto, y totalmente oculto tras un ejemplar del Wall Street Journal que había comprado allí, J. J. Donovan ajustó ligeramente la posición del micrófono direccional que tenía sobre el regazo cuando el sonido de sus auriculares, que se parecían a los que se utilizan con un iPod, se perdió por un instante.
El equipo que estaba utilizando era de última tecnología. El micro era diminuto, aunque con la suficiente potencia para permitirle escuchar y grabar una conversación que estuviera teniendo lugar a un máximo de cincuenta metros. Bronson y Lewis estaban mucho más cerca de eso, pero el aeropuerto no era, ni por asomo, el lugar ideal para una vigilancia exhaustiva. El problema era la gente; los pasajeros que llegaban y se marchaban, que cruzaban el espacio abierto entre el asiento de Donovan y la mesa de la cafetería en la que estaban sentados sus objetivos. En ocasiones la gente incluso se paraba en su línea de visión para charlar, y en esos casos no había mucho que pudiera hacer. La ubicación no era perfecta, pero su equipo había demostrado ser lo suficientemente bueno como para captar unos tres cuartos de la conversación que Bronson y Lewis acababan de mantener; una conversación que ahora tenía almacenada en una grabadora digital.
Una vez estuvo seguro de que Bronson y Lewis se dirigirían a su hotel de El Cairo desde El Hiba, rápidamente había alcanzado al Peugeot en su Mercedes de alquiler y lo había adelantado. Después los había seguido por las calles de El Cairo y hasta el aeropuerto.
Aún no conocía la historia al completo, pero había logrado grabar la traducción de la mayor parte del texto persa que Bronson había leído, y ahora probablemente tendría suficiente información para descubrir exactamente dónde debería buscar a continuación.