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Después del ruido y la suciedad de Bombay, la paz y la tranquilidad relativas de Leh ofrecían a Bronson y Angela un claro y grato contraste. El aeropuerto estaba abarrotado por grupos de indios ataviados de blanco que iban de un lado para otro o permanecían de pie en grupos, y también por varios occidentales, la mayoría de los cuales vestía ropa cómoda, gruesas botas de caminar y llevaban mochila. Un alboroto de voces hablando en una amplia variedad de idiomas los recibió, aunque parecía que el inglés era una de las lenguas dominantes.
Por otro lado, no daba la misma sensación de frenesí que Bombay, y fuera de la terminal aumentaba esa sensación de tranquilidad. El paisaje era espectacular, con esas montañas, colinas y valles que se extendían en todas las direcciones. Había lo que parecía un monasterio a un lado de una colina que Bronson ya había visto antes al otro lado del ala del avión cuando este había pasado alarmantemente cerca al aterrizar.
Pero no había señal de la ciudad de Leh.
—¿Es este el sitio? —preguntó Bronson con la respiración algo entrecortada.
—Sí. El aeropuerto está a unos once kilómetros al sur de la ciudad, así que tendremos que coger un taxi hasta allí. Pero una advertencia: aquí estamos a unos tres mil quinientos metros, así que no hagas demasiados esfuerzos; nos llevará tiempo aclimatarnos a esta altitud. En unas veinticuatro horas volveremos a encontrarnos bien.
—Yo ya estoy sin aliento —le dijo Bronson—, pero al menos aquí no hace tanto calor como en Bombay.
—Eso es porque hay poca humedad. Es probable que la temperatura no sea muy distinta, pero la sensación es más agradable.
El trayecto en taxi no duró demasiado, pero la carretera distaba mucho de aquellas más llanas por las que Bronson había conducido. Gracias a cómo se había documentado antes de salir de El Cairo, sabía que en invierno gran parte de la zona era intransitable por la cantidad de nieve, y suponía que las duras condiciones del invierno contribuían a que la superficie de la carretera estuviera tan rota y llena de baches.
—Es más grande de lo que me esperaba —dijo Bronson mientras el taxi, un viejo Mitsubishi cuatro por cuatro, los llevaba por la calle Main Bazar, donde parecía haber un montón de tiendas y restaurantes entre las que se incluía una de vehículos de alquiler. Después el coche giró hacia Fort Road y paró junto a la acera.
—Hotel, hostal, aquí —dijo el conductor gesticulando en ambas direcciones de la calle mientras sacaba las maletas del maletero.
—Jule —dijo Angela inclinando la cabeza levemente.
—¿Dju-lay? —preguntó Bronson imitando la pronunciación de Angela—. ¿Qué significa?
—Puede que sea la palabra más usada en la lengua ladakhí. Es como una palabra comodín que puede traducirse por «hola», «adiós», «por favor» o «gracias». Su significado depende del contexto y de las circunstancias.
Cuando el taxi se marchó, miraron a ambos lados de la calle. Había muchos carteles fuera de los edificios que indicaban dónde se encontraban los hostales, los pequeños hoteles y algunos restaurantes.
—Esto es genial —dijo Bronson—. ¡Este sitio es de los que a mí me gustan!
—No te esperes demasiado, Chris. Estos hoteles no son de cinco estrellas ni tienen suites, pero todas las críticas que he leído dicen que están muy bien y muy limpios y que los dueños suelen ser gente agradable.
Optaron por uno de los hostales más grandes y, después de que Angela hubiera predicho la falta de comodidades, se quedaron sorprendidos al ver que la habitación doble que habían elegido tenía un cuarto de baño dentro, o mejor dicho un aseo con ducha, con agua caliente y fría. Dejaron las maletas en la habitación y salieron. Tenían varias cosas que hacer y no mucho tiempo para hacerlas.
—Lo primero que tenemos que encontrar es una agencia de viajes —dijo Angela—. Tenemos que conseguir los permisos de entrada a zona restringida para poder visitar el valle de Nubra.
Había varias agencias de viaje en la calle Main Bazar. Eligieron una donde les prometieron que tendrían la documentación lista si volvían a última hora de la tarde.
Después fueron a la agencia de alquiler de vehículos que Bronson había visto de camino a Leh. Ya sabían que las dos formas de transporte más alquiladas por los turistas en la zona eran motocicletas, o mejor dicho motos de trial, y Jeeps todoterreno.
Al final Bronson se decidió por un Nissan Patrol con motor diesel, grande, resistente y, con suerte, irrompible, con latas de combustible atadas en el compartimento trasero y dos ruedas de repuesto. Parecía la clase de camioneta que podría cruzar el desierto del Sahara sin el más mínimo problema.
Condujo hasta la gasolinera más cercana, llenó de diesel el depósito y las latas, comprobó la presión de los neumáticos y lo aparcó al final de la calle mientras se ocupaban del resto de cosas que necesitarían. Entraron en una tienda de alquiler de objetos de senderismo y se hicieron con una tienda de campaña, dos sacos de dormir y lonas para el suelo, un infiernillo y artículos para cocinar porque no sabían dónde terminarían cada noche y era mejor ir preparados por si se quedaban tirados en mitad del campo.
Sabían que de noche la temperatura podía caer en picado a valores bajo cero, incluso en los meses de verano, así que compraron ropa de abrigo, jerseys de lana, anoraks y pantalones acolchados que seguro que necesitarían una vez salieran del cobijo del vehículo para dar comienzo a su búsqueda. Por último, adquirieron varios bidones de agua que llenaron hasta el borde y suficiente comida enlatada y en sobre como para, al menos, cuatro días.
Ya que aún tenían que esperar un poco hasta poder ir a recoger sus permisos, fueron hacia el casco antiguo que se encontraba a los pies de la colina Namgyal. Era un laberinto de estrechos callejones y pasadizos bordeados de casas.
Bronson vio montones de madera apilada fuera de la mayoría de las viviendas y otros montones de una grumosa sustancia marrón que era más difícil de identificar.
—Supongo que es leña para el invierno —dijo señalando las pilas de madera—, ¿pero qué es esa otra cosa?
—Mierda —respondió Angela.
Bronson enarcó las cejas.
—Que sí. Es estiércol seco, principalmente de camello; lo utilizan como combustible en invierno.
—Ah —exclamó Bronson mirando con renovado interés las pilas de esa cosa marrón y grumosa—. ¿Y no apesta un poco cuando lo queman?
—En la guía no lo dicen, pero supongo que en Leh puede que sea mejor no estar en la zona donde sopla el viento cuando prenden esta cosa.
Siguieron caminando y pasaron por un par de pequeñas estructuras de piedra con forma de torres o cúpulas en miniatura.
—Eso son chortens —dijo Angela—. Contienen reliquias sagradas de distintos tipos. Y eso es un muro mani.
Angela señaló una pared situada directamente frente a ellos. Estaba enmarcada por un par de losas de piedra y cada una de ellas tenía tallada una especie de inscripción.
—Ese es el mantra Om mani padme hum, que se traduce como «La joya que está en el loto». Se supone que tienes que pasar por los muros mani en el sentido de las agujas del reloj y hacer lo mismo con las ruedas de oración, con lo cual las estás dejando a tu derecha. No sé por qué.
Después, mientras el sol se colaba bajo lo alto de las colinas situadas al oeste, volvieron a la agencia de viajes. Solo unas semanas atrás, Bronson estaba conduciendo por la campiña inglesa para ir a reunirse con Angela y ahora ahí estaba, en el techo del mundo, buscando un tesoro de valor incalculable que llevaba perdido dos milenios. Sintió una oleada de emoción ante lo que les esperaba.
—Aquí tienen sus permisos —les dijo el agente con una sonrisa y un inglés sorprendentemente bueno—. Y estas fotocopias son para ustedes.
Les pasó varias hojas y Angela y Bronson las miraron con interés.
—¿Por qué tantas fotocopias? —preguntó Bronson.
—Para los controles —les explicó el agente—. En cada control miran el original y se quedan una copia. Les doy diez copias a cada uno. Con eso debería bastar. Si necesitan más, vuelvan a verme, ¿de acuerdo?
Bronson asintió.
—Tienen una validez de siete días a partir de mañana —dijo cuando salieron de la agencia—. ¿Será suficiente?
—Joder, eso espero. El valle es bastante grande, pero creo que sé dónde deberíamos empezar a buscar.