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Bronson y Angela se despertaron temprano a la mañana siguiente y se pusieron en marcha por la carretera que salía de la ciudad en dirección noreste y que empezaba a ascender casi de inmediato.
Tras ellos apareció un Land Rover gris lleno de polvo procedente de una calle lateral que giró en la misma dirección.
Había dos hombres sentados en la cabina del Land Rover y el equipo que llevaban en la parte trasera del vehículo era casi un reflejo de lo que Bronson y Angela habían comprado en Leh, pero en mayor cantidad. El compartimento trasero contenía cuatro tiendas de campaña, no una, y mucha más comida y agua de la que habían comprado ellos, además de un montón de tablones de madera y una pequeña caja de herramientas de carpintería.
Frente al copiloto, en el salpicadero, había un mapa topográfico de Ladakh que este ni siquiera se había molestado en abrir. Por el contrario, había centrado toda su atención en un dispositivo electrónico fijado al parabrisas mediante una ventosa. Parecía una especie de navegador por satélite y constaba de una pantalla de cinco pulgadas con los mandos situados alrededor del marco. Pero a diferencia de un navegador normal, además del símbolo que marcaba el vehículo donde estaba instalada la unidad, en el mapa electrónico se mostraba un punto adicional en movimiento. Era ese símbolo el que estaba captando su atención.
Aunque la carretera que salía de Leh en dirección noreste era bastante recta, en realidad era poco más que una pista terraplenada, a pesar de su superficie accidentada y llena de baches, distinguida solo por su superficie ligeramente llana. A ambos lados, rocas y peñas marcaban los límites de un modo mucho más claro y tajante que cualquier valla quitamiedos. La suspensión del gran Jeep Nissan que Bronson había alquilado era terriblemente firme, así que el trayecto no fue de lo más cómodo, pero prefería la fiabilidad a la comodidad, sobre todo, en la clase de terreno que sabía que se encontrarían más tarde.
—¿La ruta que hemos trazado te convence? —le preguntó a Angela después de haber salido de la ciudad.
—Más o menos —respondió ella—. Seguimos subiendo por esta carretera hasta que cruzamos la parte alta del desfiladero Khardung La, que hasta hace poco estaba considerado como el más alto del mundo accesible por carretera, y después seguimos rectos hasta la parte baja del valle. Luego deberíamos girar a la izquierda y seguir el río que recorre el valle hasta que lleguemos a Thirit. Debe de haber un modo de poder cruzar el río por ahí. El problema es que no tengo ni idea de cómo será el río de grande y no tenemos forma de saberlo hasta que lo veamos. Según el mapa, en él desembocan afluentes desde ambos lados del valle, así que supongo que es bastante grande y que cruzarlo, incluso en esta camioneta, puede que no sea muy buena idea.
—Tiene sentido.
—Bueno, el caso es que cruzaremos el río o en Thirit o cerca, y después cogeremos la bifurcación al norte y nos dirigiremos hacia Panamik, que se encuentra cerca del extremo sur del valle de Nubra. La palabra nubra significa «verde» en el dialecto local porque se supone que tiene el mejor clima de todo Ladakh, imagino que su propio microclima. Y ladakh, como dato interesante, significa «el valle de los altos desfiladeros». —Señaló las colinas y los valles visibles a su alrededor.
Bronson asintió, concentrándose en la carretera, que ahora había empezado a ascender con una pendiente muy pronunciada.
—Ahora que estamos en la última etapa, ¿puedes explicarme por qué estás tan segura de que el valle de Nubra es donde deberíamos mirar?
—Porque todo encaja muy bien con el texto persa. El primer verso se refiere concretamente a Mohalla, y el segundo dice que enterraron el tesoro en el «valle de las flores».
—Creía que me habías dicho hace un momento que nubra significa «verde».
—Sí, te lo he dicho y significa eso. Pero el antiguo nombre del valle de Nubra era Ldumra, que significa «valle de las flores». Hay gente que piensa que nubra significa «flores», pero no es así; eso es solo un eco lingüístico del nombre antiguo en el dialecto local. Y una pequeña caravana probablemente podría llegar al valle de Nubra desde Mohalla en unos diez días, cosa que vuelve a encajar con el texto persa.
—Vale —asintió Bronson—. Y supongo que no hay otro lugar que hayas identificado en la zona que encaje tan bien con la descripción. Pero yo también he mirado el mapa y el valle de Nubra tiene la forma de un triángulo de unos sesenta y cinco kilómetros de largo y una base de unos cuarenta. Eso significa que cubre un área de unos mil trescientos kilómetros cuadrados y que su extremo norte se encuentra en territorio controlado por Pakistán, no India, lo que añade una nueva complicación. Así que lo que te pregunto es, ¿dónde sugieres que empecemos a buscar?
—Tus cálculos son correctos, e intentar localizar una cueva en una zona de semejante tamaño sería una absoluta pérdida de tiempo y de esfuerzo sin tener algún tipo de indicación. Pero resulta que sí que tenemos algunas indicaciones —dijo sonriéndole—. Gracias al tercer verso del escrito persa.