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Nick Masters, con los ojos rojos por el agotamiento después de varios vuelos de larga distancia, dio otro trago de su cargado café solo y miro al otro lado de la mesa, hacia el alto y esbelto hombre ataviado con un traje gris claro impecable. A pesar de su forma de vestir occidental, su acompañante de piel oscura, pelo negro y ojos penetrantes era claramente de la zona. Es más, Rodini era un teniente coronel del ejército pakistaní.

Se habían reunido en una pequeña cafetería cerca del centro de Islamabad. Masters le había explicado qué clase de ayuda necesitaba, aunque no por qué la necesitaba, y Rodini sabía muy bien que no debía pedir detalles.

—Dime exactamente a qué parte de Cachemira tienes que ir —preguntó Rodini apartando los cubiertos y los platos para desplegar un mapa militar sobre la mesa.

—A la zona norte de Ladakh —respondió Masters señalando el área cerca de Panamik.

Rodini asintió.

—Bien. Aún controlamos Baltistán y las Áreas del Norte, así que llevaros a tus hombres y a ti hasta Skardú o Hushé, que están justo aquí en el centro de Baltistán, no sería problema. Cruzar la frontera y adentrarnos en la zona controlada por India será más difícil, por supuesto, porque hay una gran presencia militar a lo largo de la frontera a ambos lados. Tendremos que pensar en el mejor método para lograrlo, pero habrá que entrar de manera encubierta porque todas las carreteras entre el valle de Nubra y Baltistán llevan cerradas desde mil novecientos cuarenta y siete.

Rodini tocó el mapa con el índice para recalcar lo que decía.

—Entrar es una cosa, pero salir podría ser otra muy distinta. Dependiendo de lo que tengas pensado hacer en territorio indio, tu mejor ruta para salir podría ser simplemente bajar conduciendo hasta Leh y sacar un billete de avión a Delhi o Bombay. Por otro lado podríamos intentar que un helicóptero os recogiera, pero tendríamos que elegir la ubicación con mucho cuidado. ¿Cuántos hombres forman tu equipo?

—Ocho en total, contándome a mí —respondió Masters—. Pero dos ya están en Leh, o al menos están en camino, así que supongo que podrán salir igual que entren. Eso significa que el equipo de infiltración lo formarán seis hombres.

En realidad solo había reclutado un equipo de seis hombres, pero Donovan volaría a Islamabad esa misma mañana con intención de cruzar la frontera para entrar en India con ellos. Masters también había enviado a dos hombres a Delhi que habían visto a Bronson y a Angela en el aeropuerto y habían logrado subir en el mismo vuelo.

—También necesitaremos armamento —continuó Masters—, pero nada demasiado pesado. Algunas pistolas de 9 mm, algunos Kalashnikovs y, si es posible, un rifle de francotirador con silenciador, además de munición. ¿Supondrá algún problema? ¿Podemos comprarlos aquí en Islamabad?

Rodini tomó nota en un trozo de papel y sacudió la cabeza.

—El rifle de francotirador podría ser difícil de conseguir porque es algo especializado, y si encuentras uno sería muy caro, pero por lo demás no hay problema, y menos con los Kalashnikovs. Puedes comprarlos en cualquier parte. Puedo recomendarte comerciantes que ofrecen armamento de buena calidad y que son honestos, o al menos todo lo honesto que puede ser alguien metido en ese negocio. ¿Algo más?

Masters se detuvo unos segundos para pensar cómo formular su última petición.

—Sí —respondió inclinándose hacia delante—. Queremos recuperar un objeto de esa zona y necesitaremos transporte para ayudarnos a hacerlo.

—¿Qué clase de objeto?

—Eso no te lo puedo decir, pero te aseguro que no tiene ningún significado militar ni valor intrínseco. No es más que una reliquia que ha localizado mi director y con la que quiere hacerse. Colecciona esa clase de cosas.

—¿Siempre necesita un equipo de mercenarios de élite armados hasta los dientes para hacerse con los objetos que codicia? —preguntó Rodini con una leve sonrisa.

—No siempre, no.

El militar gruñó como muestra de su incredulidad.

—¿Y puedo preguntar si esa reliquia pertenece al gobierno indio?

Masters sacudió la cabeza.

—No. No pertenece a nadie. Lleva perdida miles de años.

—Muy bien. ¿Y cómo es de grande? ¿Cuánto pesa?

—En este momento no lo sé con seguridad, pero estimo que no será un peso superior a ciento ochenta kilos, y que será una caja que pueda entrar en la parte trasera de un Jeep o de una camioneta.

Rodini seguía sin parecer muy convencido, pero Masters decidió que la situación ya era bastante complicada como para tener que decirle exactamente qué intentaba recuperar, porque toda su credibilidad se vendría abajo en cuanto se lo contara. Ni siquiera los hombres que había reclutado tenían idea de cuál era su verdadero objetivo, solo sabían que era una reliquia que llevaba perdida dos mil años.

Rodini volvió a mirar sus escasas notas.

—De acuerdo —dijo finalmente—. El único problema es haceros cruzar la frontera. Llámame cuando hayan llegado todos tus hombres.